Resulta curioso cómo juega la
memoria con nosotros. Usa sus pequeños trucos y enredos para hacernos creer que
algo fue de tal o cual manera. Sobre todo, su especialidad, nos muestra un lado
de la historia. A veces sólo recordamos lo negativo. Afortunadamente, en la
mayoría de las ocasiones, los recuerdos positivos se imponen por goleada.
Y esto es lo que me acaba de
suceder. Estaba convencido de que conviví con mis dos chicas –Rachel y Elie−
durante un año entero. Pero no fue así. Sólo tras sentarme, revisar recuerdos,
fechas y sacar lápiz y papel, la memoria me muestra sus cartas verdaderas. Deja
de ocultar esa carta en la manga, y me permite ver cómo transcurrió aquel año
en realidad.
Elie se fue a los cuatro meses de
mi llegada al piso. Su plan original, me contó, era estudiar otro curso más en
la Universidad de Edimburgo. Es decir, volver en Octubre 2003, tras pasar el
verano en Francia, con los suyos. Mas algo debió de sucederle, o tal vez simplemente
cambió de opinión. Pasaría el mes de julio en Escocia y después dejaría el país
para retornar a su hogar francés, al calor de sus seres queridos. Y sin yo saberlo, en aquel momento, se terminó mi etapa de felicidad total en aquel piso.
Así que tocaba Operación Búsqueda
de Flatmate. Again. Esta vez Rachel y yo hablamos primero, y me quedaron bien
claras las reglas del juego. Debíamos poner un anuncio, de lo cual se
encargaría ella; hacer el mayor número de entrevistas posible; anotar los
datos básicos de los candidatos: (edad, sexo –perdón, me niego a usar eso de género como si fuéramos objetos, en
lugar de personas−, estudiante o profesional –buscábamos un estudiante por un
tema de impuestos−, etc). Después tendríamos una charla y tomaríamos la
decisión, entre los dos, sobre quien sería la persona más indicada para el
puesto. Todo muy profesional. Sobre el papel, claro.
Todo empezó cruzado. Desde el
principio. Nadie llamaba al supuesto anuncio colocado por mi linda compañera de
piso. ¡Pues estamos apañados! ¿Y ahora qué hacemos? Pensaba yo en voz alta.
Paciencia, decía ella. Pero nuestra gran virtud compartida, esa paciencia que
gobierna todas las situaciones en este país, y que yo empezaba a dominar
(ejem), resulta que no era del todo bien llevada por nuestra amable April
(recuerden, la señora de la agencia inmobiliaria). Debíamos encontrar un
compañero de piso, ya o ya. En caso contrario, nos subiría el alquiler, pues
deberíamos pagar por la habitación vacía de la petite francesa.
Pero las prisas son malas
consejeras. En cualquier campo (estudios, deportes, sexo, búsqueda de compañero
de piso…). Al fin comenzaron a llegar candidatos. No es cuestión de contarles a
ustedes todos los pormenores de dichas entrevistas. No fueron un gran número,
tal vez media docena en total. Pero permítanme que les resuma una de ellas.
Era un chico. Bueno, un hombre
joven (“Shit! Jorge, mal empezamos. Yo
prefiero una chica”, me susurraba el diablillo dentro de mí). Era un tipo
bastante peculiar. De estatura media, tez morena, pelo con ricitos pequeños,
sonrisa complaciente, simpático y con un apretón de manos firme y cálido –un pelín
demasiado prolongado, para mi gusto−. Vestía unos pantalones de pinzas y una
camisa una talla mayor que la que le correspondía. Parecía un vendedor de
enciclopedias, atravesando una mala racha. Hablaba buen inglés, pero con acento
extranjero. Un acento extraño para mí. Dijo ser turco, creo recordar. A mí me
recordaba a Gadafi, en sus tiempos mozos. Pero no me hagan mucho caso, son
cosas mías. El caballero resultó educado, amable y entretenido. Nos contó
anécdotas personales, además de darnos los datos básicos que buscábamos (me
recordó un poco a mí cuando llegué al mismo piso. Tal vez por ello me cayó en
gracia). Además era un estudiante de la Universidad de Edimburgo, donde
realizaba un máster en no-se-qué (perdonen, pero mi memoria tiene sus límites.
No es un pozo vacío donde no oyes nunca llegar la piedra al fondo). En resumen,
a mí me pareció un buen candidato (a pesar de que el tipo se afeitaba, en lugar
de depilarse las piernas).
Entonces, finalizada la
formalidad de la entrevista, ocurrió algo peculiar. Algo extraño. Algo fuera de
lo normal en esas situaciones. Al menos, desde mi conocimiento. Cuando ya nos
habíamos levantado de los sofás y silla, el recién llegado nos pidió un favor.
A ver si nos importaba que se quedara a ver el final del partido de fútbol, en
la tele (justo cuando llegó yo estaba viendo dicho partido). Que estaba muy
interesado en el resultado final (ahí mi mente corrupta me decía que era un
apostador profesional, un jugador, un tipo que se jugaría el dinero de la renta
apostando en las carreras de caracoles –ah no,
que eso es en un pueblo de mi querida comunidad norteña−). Rachel y yo
nos quedamos sorprendidos con tal solicitud. Yo la miré, claro gesto que
indicaba “Tú eres la jefa. Tú decides”.
Ella me miró, miró al candidato, exhibió su mejor sonrisa (que dejaba entrever
su incisivo partido): “Pregúntale a Jorge, él es el futbolero de
la casa”.
No teníamos más entrevistas
pendientes. Yo estaba ansioso por ver el final del partido. Así que accedí con
gusto. Saqué un par de cervezas del frigo, encendimos la televisión, y contemplamos
el resto del juego, cerveza en mano y charlando sobre el deporte rey (en España
y en media Europa). Mientras Rachel continuó con sus estudios en su habitación.
Finalizado el partido y las
cervezas llegó el momento de la despedida. Rachel salió de su cuarto y los tres
nos dijimos adiós, acordando que le comunicaríamos nuestra decisión tan pronto
como nos fuera posible. Hasta ahí, todo más o menos
normal. Algo raro, pero tampoco para darle demasiada importancia. Un tipo
curioso, extrovertido, conversador, de carácter abierto y amable. Pensé yo,
mientras regresaba sonriente al sofá del living.
Rachel entró tras mis pasos, se colocó en frente de mí, de pie, rostro serio
y me echó la bronca. Así, sin más, tal como lo leen. Se puso como una furia.
Que por qué le había dicho que sí a su propuesta. Que por qué le había seguido
el rollo. Que por qué le había sacado una cerveza (¡Mis cervezas, señores!). Yo
no entendía nada. Así se lo hice saber a la joven escocesa. Ella concluyó con
una frase lapidaria: “Haz lo que quieras
Jorge, pero no quiero ver a ese tío en mi piso nunca más”. Me quedé a
cuadros escoceses. Incluso llegué a pensar si me había perdido algo. Si había sucedido
cualquier cosa entre ellos. Una mirada, una expresión que yo no capté. Instinto
femenino, tal vez. Puede que no se sintiera segura en su presencia. Quizás se
vio intimidada por aquel personaje. Quién sabe.
¡Mujeres! Cuando pienses que ya
conoces a una mujer, párate, regresa a la casilla de partida y vuelve a pensar.
Al día siguiente, ya más calmada,
Rachel se medio disculpó. Me dijo que no le había dado buen feeling el caballero turco. Entonces
sonrió (como ella sólo sabía hacer) de medio lado. Inclinó la cabeza un poquito,
sobre el hombro derecho. Me puso ojitos de cordera camino del matadero, y lo vi
venir. Lo vi venir como se ve un crucero de lujo con sus mil luces encendidas,
en noche cerrada, perdido en alta mar. “A
ver Rachel, ¿qué quieres?”. Puso morritos, usó su vocecita suave y
marrullera. Esa que sólo ella sabía que me desarmaba, que derribaba todas mis
defensas. Rachel, con esa voz, hubiera hecho claudicar al mismísimo Atila −el
azote de Dios− y a sus mejores guerreros
Hunos: “Jorgeee, ¿te importaría llamar tú
al chico de ayer para decirle que no?
Le dije que no me importaba. ¡Cómo
me iba a negar! ¡Yo, un simple y mísero mortal! Cómo negarle algo a la portadora
de esa voz; de esa sonrisa; de esos ojos azules de felicidad, que tornaban grises ante la
tristeza.
“Claro que no me importa, Rachel”.
Recuerdo esa historia, nos la contaste una de tantas tardes.
ResponderEliminarSi es que las cosas que no te pasen a tí...
Eso no valeee! jaja vosotros dos conocéis muchas de las Fargaditas con todo detalle. :-)
EliminarJaja. ¿Cómo no te diste cuenta de que ella no quería que se quedara a ver el partido? Yo le envío a mi chico señales cósmicas con la mente para que se entere de lo que quiero y de lo que no. ¡Hombres! No pilláis ni una :p
ResponderEliminar¡Ella exhibió su mejor sonrisa y usó voz amable!
EliminarLas mujeres tenéis que comenzar a entender, que los hombres no venimos equipados con un lector telepático de serie. :-)
Gracias por leerme.
Hola, soy maradriatico. Ya he visto que has agregado mi blog, ahora agrego el tuyo y a ver si saco tiempo para leer tus fargaditas.
ResponderEliminarOk, gracias. Empieza desde abajo del todo! :-)
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