No todo fueron nubarrones y
tormentas. En España, quiero decir. A veces, releo estas historias –soy el más
aplicado de mis lectores− y me digo a mi mismo: “¡Joder Jorge, quien te lea va a creer que eras más infeliz que Marco
el día de la Madre!”.
Quizás lo que ocurre es que lo
negativo te marca más. Que el daño es más difícil de olvidar que el cariño. Sus
palabras, tal vez dichas en un momento de calentón, que saltan del mismo
estómago a la boca, sin pasar por el cerebro, te duelen más que si te hubieran
golpeado con sus puños. Tal vez, necesite volcar aquellas experiencias
negativas en el blanco de la pantalla. Así, al cobrar éstas vida, letra tras
letra, palabra tras palabra, actúan como una especie de exorcismo, alejando mis
demonios personales para siempre.
No todo fueron malas
experiencias, pseudoamigos marrulleros y féminas egoistas que te utilizan para su propio bien. Hubo buena
gente alrededor también. Incluso algunos de ellos todavía están ahí. Al pie del
cañón. Tras casi once años, con un par. Esos son los verdaderos amigos.
Poquitos, pero están. Son amigos que se acuerdan de ti. Tratan de averiguar
cuando será tu próxima visita. Hacen un hueco en sus apretadas agendas para
compartir un momento contigo. Para recordar viejos tiempos, viejas anécdotas.
Para, en un vano intento, tratar de recuperar la magia experimentada años
atrás.
Como, por ejemplo, mi amiga
Lucía. Ahí sigue ella. Tras tantos años desde aquel último abrazo frente al
café Junco. Algunos de ellos sin
apenas contacto entre nosotros, y todavía recuerda los momentos compartidos.
Aquella Lucía que me habló de las maravillas de Edimburgo por primera vez. La
misma Lucía que tuvo palabras de cariño y apoyo, escritas por email, al poco tiempo de mi primer
aterrizaje en tierras escocesas: “Jorge,
no te preocupes si las primeras noches, en la cama, lloras como un niño”. Tan sólo por
aquella frase, Lucía se ganó un huequito en mi corazón de recién emigrado.
La conocí en clase, cuando yo era
un fiel seguidor de Freud y toda esa panda de pensadores o vividores. Desde el
principio me llamó la atención. Alta, guapa, con clase. Se le notaba que era de
familia bien, como decían nuestros abuelos. Yo solía pensar: “¿A dónde vas Jorge? Eso es mucho motor para
ti”. Yo, como siempre, el más optimista, el más positivo. Pero digo que me
sorprendió, por su naturalidad, por su
amabilidad y su saber estar. Y me dejó alucinado, ya totalmente, cuando
quedamos para un café tras la primera noche de clases (en la UNED éramos aves
nocturnas). Un café que se convirtió en una cerveza, así por arte de magia, que
ni el mismísimo Jarry Potas hubiera podido explicar. Una cerveza a la que
siguieron muchas otras. Todos los viernes. Como un ritual sagrado, el cual
éramos incapaces de quebrantar. Cervezas –Heineken, en botella helada, con una
servilleta de papel alrededor del gollete− acompañadas de frutos secos
(cortesía del bar), que yo comía y ella miraba. Cervezas entre risas, miradas y
confidencias. Charlas interminables, sobre clases, profes, música y desamores.
Sobre la sosita de Matemáticas –la Mimosín− o el plasta de Antropología.
Diálogos sobre lo mundano y lo divino, haciendo honor al nombre del bar: Parlamento. Cervezas frías que abrían el
fin de semana con una intensidad que no he vuelto a sentir.
Regresé a dicho bar en mi última
visita a la pequeña región norteña. Fui a la misma hora, en viernes. Vi
estudiantes unedianos. Tal vez, incluso futuros psicólogos. Todos jovencísimos; riendo ellas con los libros sobre el pecho; haciendo aspavientos ellos contando
alguna batallita -quizás sobre la Mimosín de Matemáticas o el plasta de Antropología-, ufanos, sabiéndose poseedores de la femenina atención. Pedí una caña, en vaso de
tubo (tomar una Heineken, en botella helada, con una servilleta alrededor del
gollete, hubiera sido un sacrilegio, sin Lucía conmigo). Y la bebí, sorbo a sorbo,
acodado en la barra y contemplando a todos aquellos afortunados. Todos ellos,
que disfrutan ese momento, creyéndose jóvenes para siempre, ignorando que un
día estarán acodados en la barra tratando de revivir aquellas carcajadas. Como
yo me encontraba en aquel instante, cerrando
los ojos, escuchando la música y los parloteos que me envolvían. Dejándome
llevar a otros tiempos, a aquellos lejanos viernes que no regresarán jamás.
Aquellos viernes de cervezas frías y conversaciones calientes, que abrían el
fin de semana con una intensidad que no he vuelto a sentir.
He vuelto a quedar con Lucía en
muchas ocasiones. Porque cuando dos personas lo desean de verdad, la amistad y
el contacto son imperecederos. No hay excusas baratas ni compromisos inventados
que impidan verse para un café rápido. Una charla amigable. Un ponerse al día
reconfortante. Uno viene de muy lejos, de visita, por unos pocos días. Uno se encarga
de avisar con antelación, a través de correos electrónicos o mensajes por
móvil. Uno intenta ver en siete días a setecientas personas. Mas si esos
individuos no ponen un poquito de su parte, la tarea pasa de ser titánica a ser
misión imposible. Como sucedió con mi amiga Pepi. Tan ocupada ella. Tan ajetreada de la
vida diaria. Tantas cosas que hacer que imagino usa dos agendas, pegadas la una
a la otra con cinta aislante (como esos cargadores en las películas de Rambo:
se acaba uno, le das media vuelta, ¡zas! y comienzas a disparar con el otro).
Así era Pepi. Tras seis meses sin vernos. Avisada de antemano, como todos. Le
llamo por teléfono, a los dos días de mi llegada: “Uf Jorge, estoy liadísima”. Yo lo comprendo, la gente trabaja, uno
está de vacaciones, de cañitas y tapas. “¿Y
el sábado?”. “¿El sábado?, el sábado
tengo entrenamiento de tenis”.
¿Amigos versus pelotas de tenis?
No apuesten, queridos lectores… podrían perder todo su dinero.
Ays ... yo un día tomé la determinación de hacer limpieza en el facebook y pasar de aquellos que nunca sacaban tiempo para un mísero café. Al final, te cansas de llamar y andar detrás de la gente. Muy triste. Me cansé de estar siempre detrás como rogando ...
ResponderEliminarEn fin, ahora como en España no tengo el guasap de los oos ... me tienen ignorada 0_o Mu fuerte.
Como nos gustan tus aventuras y desventuras ;)
Gracias jaja. A mi también me encantan tus andanzas por las Alemanias.
EliminarSí, la aventura es de 2002, tardé un par de años en aceptar el hecho de que todo cambia. Yo había cambiado, regresas y crees que todo permanecerá tal cual lo dejaste para tí. Pero no es así. Los lugares cambian (bares que cierran), las personas cambian.
De aquellos años sólo mantengo contacto con 3 personas. Y a dos de ellas las conocí YA en Edimburgo (todavía no lo he relatado).
Es ley de vida de emigrante.
La verdad que llevo un tiempo leyendote, y que no me desagrada nada tu blog, y con este post me he sentido 100x100 identificado.
ResponderEliminarUn saludo, y esperando el próximo.
Gracias por leerme. Me alegra que no te disguste.
EliminarSon situaciones que imagino nos han sucedido a todos los que llevamos un tiempo fuera. Las agendas hay que ponerlas al día. Sólo las verdaderas amistades perduran. Esas no entienden de fechas ni de de agendas.
La verdadera amistad se lleva en el corazón. Es imperecedera y atemporal.
Espero que sigas leyéndome.
Gracias Jorge!!!
ResponderEliminarSoy nueva en esto de los Blogs y hasta ahora no podía escribir. Aunque ya te respondí en privado a partir de ahora ya sé como hacerlo público...
Brindo con una Heineken (ahora una 0,0) por nuestra amistad.
Besos, Lucía ;)
Gracias Lucía :-)
EliminarAlgún día repetiremos lo de las Heineken.
Besos
Cómo duele admitir que tienes razón en tu entrada. Aunque, en honor a la verdad, l@s que se quedan valen por mil.
ResponderEliminarUn abrazo :)
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