jueves, 30 de enero de 2020

F127 - Una hoguera bajo las estrellas (septiembre 2005)


La vida es puro azar. Nuestra existencia está guiada por fuerzas que desconocemos. Unos hablarán de un Dios, otros del destino, aquellos de la Teoría del Caos. Ignoro quien posee la razón, tan sólo confirmo, una vez más, que lo que nos sucede, bueno o malo, es debido a ocupar la casilla ‘X’, durante la partícula de tiempo ‘Y’, en el tablero virtual de esto que llamamos vida.  Tantas veces me pregunto: ¿y si me hubiera quedado en España, en  mi pueblecito, cerca de la pequeña capital riojana? ¿Y si hubiera elegido Glasgow, Londres, Amsterdam, Auckland, en lugar de la bella Edimburgo?... ¿Y si no hubiera acudido a esa fiesta?

            Mas cómo no asistir a aquella fiesta. Cómo no compartir con mis mejores amigos uno de los momentos más felices de sus vidas. Cómo responder con un “lo siento, no puedo” a una invitación en forma de tarjeta de color crema; el mensaje sobreimpreso, sus letras deseando levitar, abandonar el yugo de la cartulina; una invitación  que hizo desbordar el caudal acumulado sobre el dique de mis ojos, que rasgó el muro de mi alma, que quebró mis rodillas obligándome a tomar asiento sobre mi estrecha cama.

                                               Con la presente, te invitamos a nuestra
                                              Fiesta de Compromiso. Jorge, eres nuestro
            invitado especial. Nuestro amor tomó
          vuelo en la primera fiesta que celebraste
               en tu piso de Ashley Terrace.

        P.D.: si la fecha no te conviene, háznoslo
                 saber y la cambiaremos.
                                     ¡Te esperamos!
 Con cariño: Jenny & John.

Para entonces John y Jennifer se habían mudado a un pequeño pueblo, cerca de Stirling. Más que un pueblo, aquello no llegaba a aldea, cuatro casas juntas, la tienda “paki” de la esquina, un estanco, una calle principal, el pub junto a la carretera general, prados y más prados, vacas y más vacas. Un perro suelto, que persigue taxis y coches forasteros, ladrando rabioso, quizás por enfado, tal vez por aburrimiento, sus ladridos meras súplicas: ¡sáquenme de aquí, por el amor del dios perruno, sáquenme de aquí!

La casa era enorme. La típica edificación rural escocesa. Tres alturas, tejado de negra pizarra a doble agua. Discreto jardín frontal, con espacio lateral de suelo con fina grava para dos vehículos. Jardín masivo en la parte de atrás. Un casoplón in-digno de político español –o independentista-̶  corrupto. Una casita al alcance de pocos en la capital escocesa, sin embargo accesible, por estos desangelados lares, para una joven pareja, con dos humildes sueldos y el zurrón repleto de amor, ilusión y sueños. 

John, como siempre, se lo había currado. Aquel tipo bajito, con cara de pillastre y sempiterna sonrisa nunca dejaba de asombrarme. Su fuerza, su empeño, su carisma, su entusiasmo, su perseverancia. Siempre hacia adelante. Siempre ganador. Peleando a la vida cada día, cada minuto, cada segundo. Tan similar, y cuan diferente, al hermano que dejé en España. John, mi hermano escocés.

Una gran carpa blanca cubría buena parte del jardín trasero. Protegiendo de la posible lluvia el equipo de música, pantalla de karaoke incluida. En un lateral, una barra de bar, tras la cual neveras portátiles e improvisados y enormes cubos –idénticos a los usados en la vendimia- rebosaban de todo tipo de latas y botellas sobre un millar de cubitos de hielo. Incluso un grifo de cerveza se unía a la fiesta, su interior unido bajo la barra a un barril de cerveza, vecino y compañero de otros tres que esperaban ansiosos su turno para aspirar su espumoso contenido. En el otro extremo, fuera del césped, una barbacoa humeaba, la agradable brisa trasladando el aroma de lo allí asado: hamburguesas, pollo, sepia, salmón, espárragos verdes, tomates, cebolla… y un sinfín de delicatesen, que provocaba el crujir de tripas y la salivación  de todos aquellos a menos de una milla a la redonda. Decenas de amigos, familiares, conocidos, algún que otro arrejuntado, alguno perdido.

Antes de comenzar el jolgorio, la feliz pareja compartió con todos nosotros un montaje de diapositivas. Las visualizamos, en un silencio impregnado de suspiros, cuchicheos y risas. En aquellas instantáneas aparecían personas y lugares importantes en la vida de los futuros esposos. Padres, hermanos, mejores amigos. En una de ellas reconocí mi propia imagen. John y yo abrazados por los hombros. Vestidos con chaquetilla blanca y pantalones de faena a cuadros de ajedrez. Ambos sonreíamos ante la cámara, llenos de ilusión, complicidad y camaradería. Los presentes me miraban, algunos asombrados pues me desconocían. Yo mismo me sobresalté, no creyendo aquella visión. El resto de fotografías salieron algo borrosas… o tal vez una mota de polvo entró a traición en mi ojo.

Fue una fiesta entrañable. De esas que almacenas, bajo llave, en un rinconcito del corazón.  Hubo risas, juegos, homenajes, confidencias. Hubo promesas de amor, recuerdos de amistad eterna, lágrimas de celebración. Hubo besos, alcohol, cánticos, abrazos y algún que otro desmayo. Hubo hoguera bajo las estrellas, cuentos de miedo, chupitos de whisky, cabezadas traicioneras. Hubo amanecer gélido, mantas viejas junto al fuego, camas compartidas, salón sembrado de sacos de dormir. Llantos alcohólicos, confesiones prohibidas, almas en pena. 

En un momento de la fiesta, noche entrada, tras más de treinta cervezas, una decena de gintonics y chupitos a pares, e impares, del ámbar de los dioses célticos, un grupúsculo de personas, sentado alrededor de un ya minúsculo fuego,  charlábamos de lo mundano, lo divino y lo de más allá.

̶  Eyy, eyy, tíos, aquí mi amigo del alma, Jorge, está buscando habitación,
 piso, cueva o lo que se tercie  ̶  balbuceó John, tras un eructo.
̶  ehemxy ymke yyslek sseyhcdl
̶  qodome shecopc mehse

Parloteo  ̶  en Scottish cerrado o alemán de Baviera ̶  incomprensible para mí,  a aquellas alturas de la madrugada.

̶  Yo tengo una room  libre para ti, en Edimburgo. Dime tú número de teléfono y quedamos cuando quieras para echarle un vistazo ̶  dijo sonriente un tipo de corta estatura, cabello ausente, orejas separadas y ojos brillantes.

 Y de ese modo conocí a Stevie,  quien sería mi compañero de dichas y miserias durante los próximos meses de mi aventura escocesa.