(En el limbo temporal)
Existen días
cuando los recuerdos se amontonan. Sin orden ni concierto. Realizas esfuerzos
titánicos para ubicarlos. Sin embargo, hay otros en los que unas simples
imágenes por televisión te devuelven a una fecha concreta, un lugar, otra vida.
Hoy es uno de estos últimos.
A veces,
siento que este rinconcito, donde trato de relatar mis cuatro tonterías, se
convierte en una especie de matrioska
rusa. La abres y encuentras otra dentro, un poco más pequeña pero idéntica, la
cual oculta a otra incluso de tamaño inferior. Así hasta llegar a una diminuta.
Recuerdos dentro del propio recuerdo, nostalgia dentro de la nostalgia. Es lo
que sucede cuando se va al volante de un maravilloso Delorean, con el condensador
de fluzo preparado y el depósito a
tope de plutonio.
Hoy es uno
de esos días.
Creo
reconocerlas. Un pensamiento absurdo, lo sé. La misma edad, esa adolescencia
tardía. El mismo aspecto físico, una más agraciada que su amiga. Ésta última de
menor estatura, con lentes quizás algo más gruesas de lo que le hubiera
gustado. Ambas enfundadas en sus camisetas rojiblancas oficiales. En mi
recuerdo lejano, la más agraciada se mostraba seria, estoica, un tanto
enfadada. Su amiga, llorosa, desconsolada. Sin embargo, el paso de los años no
perdona, a nadie. No pueden ser ellas, pero lo son para mí, en este instante
televisivo. En primer plano. Con idénticas camisetas, bufandas, banderas en
ristre. Mas una diferencia. Ahora ríen, saltan, gritan, cantan.
Lágrimas de
alegría.
Las observo,
parapetado en mi sofá. Lejos del bullicio, del humo rojo, los petardos, los
pitidos provocados por las bocinas portátiles. Distante de sus cánticos, del
alcohol derramado, del olor a tabaco, sudor, cerveza y pólvora. Las contemplo y
sus sonrisas atraviesan la pantalla, se cuelan en mi salita, saltando hasta mi
rostro y conquistándolo. Río con ellas, sonrío por ellas. El corazón me da un
pequeño vuelco, salta un latido, como gusta decir en las novelas anglosajonas.
Son ellas, me digo. Las chicas del metro, en Lisboa, 24 de mayo 2014, tras la
derrota —Final de la Copa de Europa— de su amado equipo, a manos del mío. “No
es sólo un partido de futbol”. Dijo la más guapa. Su dura mirada me retó a refutarlo.
No pude. Fue su respuesta a mi frase amistosa hacia su devastada compañera,
cuyas gafas el llanto empañaba: “No te lleves mal rato, tan sólo es un partido
de fútbol”. Sentencia que brotó de mis labios a modo de consuelo. Afirmación
estúpida, que ni yo mismo creí en aquel momento. Lo recuerdo con vergüenza, con
remordimiento.
Por supuesto
que es más que un partido de fútbol.
Es sentimiento, arraigo. Es infancia, el escozor de rodillas peladas al correr
tras un balón, luciendo los colores de tu equipo. Son noches en vela,
discusiones con los compañeros de clase, enfados con tus propios familiares. No
se trata sólo de fútbol. “Veintidós
señoritos en pantalón corto
persiguiendo un esférico de cuero”. Como tratan de burlarse aquellos que
van de intelectuales, los cuales creen levitar por encima del bien y del mal.
No es tan sólo un partido. Es euforia, regocijo,
emoción. Son gritos, cánticos compartidos. Abrazos con desconocidos. Es
tristeza, derrota, enfado.
Es vida.
No es tan
sólo fútbol. Es cuadrilla de chiquillos sudorosos. Pachanga a gol-portero en la explanada de tierra.
Son porterías con piedras cual postes. Es orgullo de crío al mostrar tu primer
balón de reglamento. Pedir disculpas
tras una dura entrada que hace llorar a tu amigo. Es admirar a tus ídolos en
acción, de la mano de tu padre. Tu primer gol en portería con red. Es el olor
que lo impregnó todo, aquella primera vez que tus botas pisaron césped real, en
un inmenso campo bordeado de calcáreas líneas, entre las verdes montañas del
Baztán. Es botar y botar y botar en lo alto del Santiago Bernabéu enseñando la manita al F.C. Barcelona en el 95.
Llorar gotas de lluvia, en las gradas del Hampden Park, Glasgow, tras la sublime
chilena de Zidane…
Son lágrimas
de alegría.
Lágrimas de
tristeza.
Aquella
muchacha quedó corta en su respuesta: “No es tan sólo un partido de fútbol,
imbécil”.
Contemplo
las imágenes y siento inmenso alborozo por ellas. Sincero, de aquel que surge a
chorros del corazón. Es obvio que una esquinita de éste queda anegada bajo la
penumbra, al fin y al cabo mi equipo acaba de ceder al eterno rival la corona
de La Liga. No obstante, al verlas, dicha oscuridad queda arrinconada,
reducida. Un foco alógeno que lo alumbra todo la empuja al olvido. Lo merecían,
ellas, su equipo guerrero, ese entrenador chillón, gesticulante y supersticioso,
que lejos de ser santo de mi devoción también es receptor de mi enhorabuena. Lo
merece esa afición de bandera. Ese Atleti.
Ya lo canta
el gran Sabina:
No me habléis de resistir
Es mi Atleti de Madrid
No me vengan con lamentos
Hablo de sobrevivir
Entonces me
acuerdo de él. Cómo hubiera disfrutado del triunfo de su Atleti, puro y cubata en mano. Cómo me habría vacilado: ”¡Merengón, segundón!”.
Una ligera
sombra cruza mi entusiasmo. No puedo evitarlo. Consciente de que a pesar de
pilotar tan maravillosa máquina del tiempo, sólo se me permite visitar el
pasado para observar, tomar notas, relatar. No dispongo de medios para
cambiarlo. Una nube de arrepentimiento encapota mí ánimo. Sentimiento de culpa.
De remordimiento. Modificar parte de la huella marcada, ese utópico deseo.
Retornar atrás, para mostrarte más comprensivo, más empático… más humano.
El exhausto
DeLorean bloquea sus puertas en destino. No existe manera de izarlas. Desde el
asiento de cuero, a través del parabrisas, observas el pasado, tomas notas,
cuentas tu versión de la historia. Escoges verbo, adjetivos, algún que otro
sinónimo. Sin embargo, no puedes apearte y modificar los hechos.
Has de vivir
con tus errores, tus miserias, tus pecados.
Pero hoy es
un día de éxito. Un día para la alegría compartida.
Sigo
mirándolas, sus sonrisas han conquistado el primer plano. Reportero, micrófono
en mano, humo colorado. Preguntas que no alcanzo a escuchar. Respuestas que el
ruido ambiental secuestra. Las contemplo y no logro evitar las palabras en voz
alta: “Ya lo habéis conseguido, queridas rivales mías. La próxima, la Champions”.
Ante la
imposibilidad de reformar el pasado, sólo queda levantar al cielo mi propia
copa de gin-tonic, entrecerrar los ojos y susurrar: ¡va por vosotras, va por
ti, F, hermano!
¡Aupa Atleti!
Nota: las chicas de la fotografía son ajenas al relato.