No me
reconozco. Ese no soy yo.
Observo la
fotografía. Las fotografías. Las vuelvo a mirar por enésima vez. Paso con
cuidado cada página de papel estucado. Los colores van perdiendo su brillo
original con el transcurso de los años. Mas la ilusión permanece impregnada
sobre aquellos rostros que surgen del pasado.
No me
reconozco. Ese no soy yo.
Orgullo,
rubor, fascinación.
La
contemplación del colorido tesoro confirma mi vieja teoría. Al emigrar, cuando
vives en país extraño durante un cierto periodo de tiempo, un ente posee tu
alma, o quizás se trate de una energía que toma los mandos de tu mente. Haces
cosas que jamás te hubieras planteado y, por tanto, nunca habrías llevado a cabo en tu país nativo.
Experimentas una curiosa sensación, igual que si vivieras una vida prestada,
como si el cuerpo que habitas no te perteneciera. De hecho, existen ocasiones
que te observas a ti mismo desde fuera, te ves ahí, charlando con un grupo de
escoceses frente a un montón de pintas de cerveza, o acudiendo a una entrevista
para ser guía turístico de un castillo, o tratando de convencer a una desconocida
para que te acepte como compañero de piso, o plantándote al frente de una clase
y relatar, en inglés, la bonita leyenda que se esconde tras un entrañable
festejo de tu pueblo. Incluso llega el día en que cometes una pequeña locura
junto a un puñado de compañeros, por una hermosa causa.
Se acercaba
la gran fecha. Cada año la empresa lanza una campaña para recaudar dinero con
el que combatir esa terrible y extendida enfermedad: cáncer de mama. El
objetivo de la misión: batallar contra lo oscuro esgrimiendo humor y diversión
como únicas armas. Con este propósito fue bautizada como Tickled Pink. Todos los
departamentos se involucran, de una forma u otra. Pasillos decorados, huchas
recolectoras, concursos, rifas, disfraces, guerra con globos de agua, lavado
manual de vehículos… Todo bajo el amparo de un color amable, un color de
esperanza, de ilusión, de fe; pero un color poderoso, guerrero: el rosa.
Los clientes
adoraban dicha fecha, cual navidades anticipadas, participando en cada evento y mostrando una
generosidad y buen humor que iban más allá del mero compromiso. Pura Escocia,
puro Reino Unido.
Todo comenzó
como una broma compartida entre dos o tres colegas. El pícaro de Craig, a la
cabeza de la gracia. Este año el departamento de Produce lo tenía que petar. Debíamos arrebatar el trono a las
chicas, y chicos, de Barclay, que llenaron decenas de huchas, mediante sonrisas
jolibudienses y parloteo hipnótico la
edición anterior. Llenos de energía e impecables, siempre fieles a su eslogan: “Barclay: more than just clothes”.
Teníamos que
hallar la manera de sobresalir y convertirnos en lo inaudito. Aparte del
prestigio, de sobra era conocida la
tradición de conceder un regalo sorpresa —bonos/días libres/cesta con
productos—, lacito rosado incluido, a la idea que lograse la mayor recaudación.
Todo comenzó
con un reto envuelto en risas. Un challenge,
que dicen por estos lares. Extrapolado a España, hubiera sido consecuencia de
nuestro tan patrio: “¿A que no hay
huevos?”.
Carcajadas
que mutaron a murmullos. Éstos volaron de boca en boca. La curiosidad pudo con
la prudencia. La ilusión venció la timidez. La locura secuestró la razón.
¡Haríamos un
calendario… en pelota picada!
El trío
emprendedor se dedicó a reclutar voluntarios. Cada día se sumaban un par de nombres
a la lista de valientes. Al llegar mi turno dije sí, tras meditarlo un par de
segundos. Cuando te asomas al vacío desde un trampolín a diez metros de altura,
tienes dos segundos para pensártelo. Al tercero te rajas. Yo (mi yo poseído) no
quería achantarme por nada. Así que cerré bajo llave mi natural pudor, en un
cuartito mental, dejé caer la toalla que me cubría y salté.
Tras el salto
al vacío, ya no existía retorno posible.
Después del fichaje
inesperado de dos compañeros pertenecientes a otras secciones, logramos la
docena necesaria. Un mes por barba. Para nuestra propia sorpresa, los jefazos
dieron luz verde, siempre que no traspasáramos la delgada línea roja del buen
gusto. Así que nos lanzamos al desafío, dispuestos a lograr el mejor evento de
la campaña. Llevamos a cabo una tormenta de ideas, algo también muy British por aquel entonces. Nos
repartimos los meses, por cumpleaños, superstición o antojo. Adoptaríamos sus
nombres: Mr January, Mr February, Mr March… Decidimos improvisar complementos para simular un poco
nuestras partes pudendas. Se trataba de un calendario que provocara sonrisas,
no alaridos. Y qué mejor opción que utilizar frutas y verduras para ello. Un
racimo de uvas aquí, media sandía mostrando su tajo bermellón acá, un ramillete
de plátanos acullá.
Bajo nuestra
manga, ocultábamos un as de corazones: contábamos con Ewan; división de
lácteos; estudiante de postgrado en Fotografía. Aportaría su equipo
profesional: cámara de última generación con trípode, focos, paraguas difusor,
mamparas opacas. A todo ello, añadiría una pizca de magia virtual, creando
fondos exóticos, eliminando objetos molestos. Sólo una condición: los modelos
no seríamos retocados.
Sobra decir
que fue todo un éxito. Vendimos cientos de ejemplares. Conseguimos el galardón
correspondiente, y nuestros diez minutos de fama.
Desde la
exposición de los primeros ejemplares, las risitas, silbidos y vaciles por
parte de las compañeras formaron parte del juego. Craig se convirtió en el
Beckham de Produce. Alto, fino, la
cresta de colores, ojos verdes de cocodrilo hambriento y aquella sonrisa,
escoltada por hoyuelos, que hacía temblar las rodillas de las chavalas. El tipo
se hartó a firmar autógrafos, lanzar guiños y pasar algún que otro papelito —con maneras de camello— que contenía nueve cifras prometedoras de pasión
desatada y pactos de amor eterno.
Un día más.
Me hallo peleando con las cajas repletas de plátanos. Vaciándolas, una por una,
construyo una descomunal montaña del producto canario, tratando de apilarlo de
forma accesible a la par que compacta. Tampoco es cuestión de que algún curioso
quede sepultado por un desprendimiento bananal.
Una voz a mi
espalda quiebra mi concentración.
—Excuse me!
Giro sobre
los talones, que emiten un ruido desagradable sobre el suelo pulido: niiiiik. Ante mí, una mujer de edad indefinida, mas yo apostaría la paga semanal
que ya no vuelve a soplar cuarenta velas. Sus ojos subrayados, tras unas largas
pestañas tuneadas, buscan los míos. Son
oscuros, pero curiosos, vivaces. Mueve las manos con cierto nerviosismo, sus
dedos diestros juguetean con las pulseras de la muñeca izquierda, éstas emiten
un sonido metálico. Algo dentro de mi cabeza indica que no busca los malditos
paquetes de champiñones, siempre escondidos sobre unas baldas en la cercana
esquina y cuya ubicación suele brotar de mis labios, en perfecto Scottish, de tan manida: “Jist arund thi corna”. No, esta clienta
no anhela champiñones, ni tampoco tomates murcianos.
—Ehhh —dice, a modo
de arranque—, are you Mr June? —acento
de Glasgow. Tono grave, meloso, sensual, de locutora nocturna.
Intuida
sorpresa. El reconocimiento me abruma. Su voz me arrulla. Asiento, con un
tímido movimiento de cabeza. Entonces, la mujer extrae uno de los calendarios
de su bolsa, pasa con nerviosismo varias páginas, y una vez alcanzado el mes de
San Juan (patrón de mi pueblo), lo acerca, junto a un rotulador grueso que ha
surgido de la nada. El gesto provoca un suave movimiento del aire que nos
separa, trayendo consigo una embriagadora fragancia de crema de coco.
— ¿Serías tan amable de firmarme un autógrafo?
Y así es
como mi otro yo robó la única dedicatoria de mi vida.
O.M.G., Mr. June!
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarJóvenes y abroad, totalmente de acuerdo. Adelante y al toro siempre.
ResponderEliminarEn mi caso no es que se apoderara de mí un ente, ese otro yo siempre estuvo ahí. Ser joven y salir a buscarte las castañas fuera, te da la libertad de enfrentarte a situaciones que hubiera sido impensable con tu yo del día a día, cómodo en casita, con los amigos de siempre, etc.
Por supuesto que a veces también te dabas de morros, entraba en el pack, pero lo gestionabas y adelante. En fin, cumplir años, madurar y aprender, aquí o allí, de eso se trataba.
Por cierto, "acullá" no lo he escuchado en mi vida, lo he tenido que buscar. Estaba entre; sinónimo de 'allí' (de tu pueblo riojano), o alguna clase de banana tropical (cuánta sabiduría frutera este Jorge!)
Take care!
Eva
Hola Eva,
EliminarAsí es, fuera somos nosotros mismos claro, pero con un chip especial. Yo desde luego hice cosas que aquí no haría.
Lo de acullá está en desuso, me temo, pero me gusta. Aquí, acá, acullá.
Vaya, va y me sale dos veces el comentario. Gracias!
ResponderEliminarMr. June!!!! Jajajajaj Quiero ver esa foto!!!!
ResponderEliminarHola C.A., perdona,no te ubico. ¿Eres Lucía?
EliminarGuardo un ejemplar pero sólo lo enseño en persona. Nada de meterlo en el ciberespacio jaja.
Regalé unos cuantos a familiares y amigos. (Mi amigo John lo olvidó en un taxi la misma noche que se lo di jaja).
Sí, soy yo!!! Lucía;)
EliminarLa próxima tráetelo y me lo enseñas.
Eso está hecho. Aunque me da un poco de apuro jaja.
EliminarTendrás que sacar más latas de cerveza;-)
La causa merecía la pena.
ResponderEliminarValiente!
Gracias Andrómeda.
ResponderEliminarSi no hubiera sido por esa causa no lo habría hecho. Soy bastante pudoroso, y eso no se cura I'm afraid.
Salió anónimo pero tan tímido no soy. Es el móvil o algo jaja.
ResponderEliminarJorge Ariz
😂😂😂
Eliminar¿Firmar autógrafos no está entre esas cosas que hay que hacer una vez en la vida? Pues tú ya has cumplido 😉 Ah no, espera, que era plantar un árbol, escribir un libro y tener hijos... o tampoco. Da igual, poca gente puede decir que le han pedido un autógrafo, y tú estás entre ellos.
ResponderEliminarBesos.
No me suena jaja.
ResponderEliminarPero nos hizo ilusión. Esos 5 minutos de fama.
Yo de momento sólo planté un árbol, de críos con la escuela.
Lo del hijo mmmmhh no gracias jaja.
Lo del libro... quizás algún día...
Gracias por comentar.
Jorge
Uno sabe que se expone a una aventura que recordará en unos años cuando la frase (o sucedáneo, sea en el idioma que sea) "No hay huevos" aparece en el diálogo...
ResponderEliminarSe empieza firmando autógrafos y se acaba escribiendo blogs contándolo: las paradojas de nuestro tiempo :-))
Un abrazo,
Paquito.
Hola Paquito,
ResponderEliminarAsí es. Lo cuento ahora, como todo, tras 15 años. Espero que todos mis delitos hayan prescrito. :-).