(Octubre, 2006)
Resulta una carrera tan dura como gratificante. Me encanta
trotar bajo la nieve. Dar pequeñas zancadas sobre el manto primerizo, antes de
que el frío lo convierta en capa de hielo. Profanar la suave superficie que
brilla impoluta. Adivinar las huellas que van grabando mis zapatillas
deportivas. No estorbaron las mallas largas ni los guantes de lana, pero tras
romper a sudar tuve que retirar la braga que cubría mi cuello, para anudarla
alrededor de la muñeca.
Los primeros copos de la temporada despiden el mes de octubre
con flotante mansedumbre. En el trayecto de regreso cesa de nevar. Está
anocheciendo con rapidez. Señal evidente de la proximidad del invierno. El
cansancio se acumula, disminuyo la marcha y llego a detenerme para cruzar la
carretera general. Hay una pequeña curva cerrada, justo antes de la marquesina
de la línea veintidós, la cual une el barrio de Broomhouse con el centro de la ciudad, y conecta éste con Leith. Está desamparada. Al otro lado de
la calzada un empinado repecho me
espera. Acostumbro a subirlo a buen ritmo, la mejor manera de fortalecer un
poco las piernas. Sin embargo, tendré que extremar las precauciones, tal vez
haya helado en alguna zona sombría.
Me dispongo a atravesar la calzada, brazos en jarras como si
fuera a tirar un penalti, miro repetidas veces a ambos lados para cerciorarme
de que no viene ningún vehículo. Las bocanadas de vaho que expiro crean la
confusa imagen de un corredor insensato que realiza una pausa para echar un
pitillo. Me río de tan absurda visión. La satisfacción es inmensa. El chute de
endorfinas agudiza mi mente. Ya vislumbro la ducha. Huelo los radiadores
caldeados. Siento el agua muy caliente sobre mi cuerpo exhausto. “Hoy premio,
chaval, una cervecita fresca, que te lo has currado”, pienso, y la sonrisa
interior asoma.
En ese instante, un niño de unos ocho o diez años cruza el
asfalto en sentido contrario al mío. Desde la base de la rampa, rumbo a la
parada de autobús. Viste una camiseta de fútbol, luciendo los colores del Celtic
de Glasgow (rayas anchas y horizontales; verdes y blancas), de manga corta,
conjuntada con una pantaloneta oscura que le queda un poco grande. Sus piernas
y brazos se adivinan delgados y blanquecinos a la luz de las farolas. Tirito
con sólo verlo. Cubre su cabeza con una gorra de beisbol de color rojo, la
visera me impide ver su rostro inclinado hacia el suelo. Sin embargo, de alguna
forma, lo que más llama mi atención es que una de sus zapatillas, la del pie
derecho, lleva los cordones sueltos.
Una expresión del pueblo acude a mi recuerdo, envuelta en una
nube de nostalgia: “estos chiguitos escoceses son más duros que los grijos”. Espero que tenga buenos amigos por la
zona, pienso. Deambular a semejantes horas con la zamarra del Celtic
(equipo católico de Glasgow) por este barrio donde veneran a los Hearts
(conjunto protestante de la capital), es como pasear por el puente de Vallecas
vistiendo el uniforme recién lavado del Real Madrid: temerario.
Mientras acelero cuesta arriba, escucho a un grupo de críos —junto
a una puerta entreabierta que vomita luz amarillenta sobre la acera—; recitan la
cantinela que toca esta noche. Caritas maquilladas y disfraces en miniatura:
una brujilla con sombrero puntiagudo y escoba, un par de zombis que producen
más ternura que miedo, otra silueta negra con blanca osamenta pintada a modo de
esqueleto y un diminuto fantasma de sábana blanca agujereada a la altura de los
ojos. Éste último evoca la entrañable película “E.T.”
—Trick
or treat!? —amenazan los monstruitos, exigiendo con voz aguda sus golosinas
o dinero.
A pesar de que nunca me gustó esta absurda tradición
anglosajona no puedo evitar que aflore una sonrisa en mi semblante.
Justo culminar la pendiente giro hacia la izquierda. Ya
caminando, encaro la recta que me separa de casa.
Entonces lo veo.
Casi me doy de bruces con él. Camina mirando al suelo, un
niño de unos diez años con camiseta
verdiblanca, pantalones cortos y holgados, y gorra colorada. La impresión me
golpea el pecho, al igual que una onda expansiva. Sin embargo, no me empuja, al
contrario, quedo quieto cual figura de madera, como si mi imagen se hubiera
congelado en una gigantesca pantalla virtual. Entonces, incrédulo, enfoco la vista
hacia abajo…
Y echo a correr.
Corro. Bloqueo el descabellado pensamiento. Corro a toda la
velocidad que me permiten los doloridos
músculos de mis piernas, los cuales gritan su protesta en forma de quemazón. Gélido
sudor recorre mi espalda. Un escalofrío me invade la nuca. La última imagen
contemplada nubla mi mente, anula cualquier temor a una caída. Abre un agujero
negro en mi realidad.
Esa zapatilla derecha
arrastrando los cordones sueltos.
Tras descorrer el cerrojo de la verja negra, con manos temblorosas,
llego a la puerta principal. Por fortuna, ésta se abre al bajar la manilla,
ahorrándome el buscar la llave que guardo en el bolsillo trasero de las mallas.
Ni siquiera me quito los guantes.
Tras franquear la entrada, cierro con la llave que guardamos
en el diminuto zaguán. Se advierten luces encendidas, a través del cristal
traslúcido de la puerta que separa el hall del pasillo. Nunca me alegré tanto
de la naturaleza casera de Stevie. Me descalzo con premura, sustituyendo las húmedas
deportivas por unas pantuflas.
Lo encuentro en el living,
viendo un concurso por televisión, en el cual los participantes deben escoger
entre un puñado de cajas rojas numeradas, desconociendo la cantidad de dinero
que ocultan en su interior.
Stevie pulsa el botón de silencio en el mando a distancia.
—Ar
ye awrite, buddy? —pregunta al verme quieto bajo el quicio de la puerta.
Doy un paso al frente y le relato atropelladamente lo
ocurrido. Replicando su razonamiento. “Sí, estoy seguro, claro que estoy
seguro. El mismo niño. No, imposible que haya subido la cuesta corriendo, lo
hubiera visto. Y un rodeo por la otra calle queda descartado por la enorme
distancia”.
—¿Cómo dices que vestía? —dice en su
idioma, más interesado ahora.
Le amplío la descripción. Tan sólo le había mencionado que
iba en pantalón corto. Cito lo de la gorra, la sudadera del Celtic,
los cordones…
Me observa con rictus serio. Acto seguido, apaga el televisor
y se incorpora, acercándose al mueble-bar. Extrae una botella de whisky que guarda
para las visitas —un Glengoyne de doce años— y dos vasos
anchos de vidrio tallado, impolutos.
—Te cruzaste con ‘Wee’ Callum. — dice, sin girarse.
—¿Quién es “El Pequeño” Callum?
Dándose la vuelta, me mira fijamente. Sus ojos reflejan un
gris acero nuevo para mí. Toma asiento y con un gesto de su mano me invita a
hacer lo mismo. Obedezco como un autómata.
—El nieto de los vecinos de enfrente.
¿Sabes ese matrimonio que pasa horas y horas cuidando el jardín delantero? Se
mudaron desde Glasgow hará unos diez años, cuando él se jubiló. Callum solía
venir a Edimburgo a pasar las vacaciones estivales con ellos, concediendo así
un descanso a la madre, que permanecía en su modesto piso en Paisley—y añadió,
a modo de información adicional—; madre-soltera, de unos veinticinco años de
edad, verano, festival de rock T-in the Park, un poco de libertad, bueno
ya sabes.
—Pero… —Stevie me interrumpe,
mostrándo la palma abierta.
—A ‘Wee’ Callum le atropelló un coche, mientras cruzaba la carretera para
coger el autobús número veintidós, una tarde de julio hace cuatro o cinco años.
El conductor se dio a la fuga —a hit and
run, dijo—. Nunca lo encontraron. Chavales con auto robado —joyriders— supongo. Por desgracia, algo
bastante habitual hoy en día —y añadió un rotundo— Fucking scum, ye ken! —¡puta gentuza, sabes!—.
—…
—Jorge, Callum murió en la
ambulancia, camino del hospital.
Contemplo la botella medio llena, que reposa sobre la mesita
de té, junto a los dos vasos con una generosa medida del licor nacional.
—No me gusta el whisky, Stevie.
—digo.
—Lo sé
Sin dejar de mirarme, alza su vaso.
— ¡Por “El Pequeño” Callum!
Imito el gesto, y ambos bebemos en silencio.
El timbre causa tal estruendo que nos sobresalta. Un lejano sonido
de risitas nerviosas llega hasta nosotros.
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Nieve ya en octubre?!!
ResponderEliminarSegún leía, tenía la impresión de que hoy no tocaba a happy ending :(
Una duda, donde dices "Nunca lo encontraron..", ahí ya me quedé de piedra pensando que te referías al crío. O eso, o en mi móvil no veo la "s" de "los" (los del coche).
Stevie parece majo, no hay nada mejor que alguien local de tu lado para enterarte de todo, en plan marujil.
Esa clase de historias se avisan, que soy del club de los caguetas.
Además hace dos meses que las farolas de mi calle no funcionan, la oscuridad total. Gracias Jorge..
Eva
Hola Eva,
ResponderEliminar"El conductor se dio a la fuga...nunca lo encontraron"
"Chavales con auto robado. Supongo".
Son dos frases diferentes.
Nieve el 31 octubre. Sí es posible. Poco probable, pero venía bien al relato.
Tranquila, Wee Callum es producto de mi imaginación. Un pequeño homenaje a las verdaderas víctimas de los verdaderos "hit and run" que sí que suceden.
Gracias por comentar.
Un saludo.
Perdón por "el miedo" pero si aviso pierde toda la gracia.
Eva, pero es cierto que lleva a confusión. ¡Y mira que lo repasé un montón de veces eh!
EliminarThanks anyway!
Releyendo ahora, está claro. Te referías a "conductor, no chavales". En ese momento es que tenía en mente al pobre crío.
EliminarPues ya verás cuando te enteres de que algunos de los que comentamos aquí somos sólo fruto de tu imaginación :-))
ResponderEliminarNo te preocupes: tu secreto está a salvo con nosotros: palabrita de fantasma digital (o, como se les conoce en el mundo analógico: "forococheros" :-)).
Aquí somos todos virtuales. Tranquilo. Yo siempre digo que ya lo advierto en la cabecera. No todo lo que cuento es real. No todo lo sucedido se relata. Es algo obvio. Pero el 99% de las Fargaditas tienen una semillita verídica. Y luego la riego y crece más o menos próxima a la realidad.
ResponderEliminar¿Autoficción? Ni idea.
Tan sólo me limito a desahogarme. A volcar sobre la pantalla recuerdos y sentimientos, sueños y pesadillas, anhelos y temores. Es decir, juntar letras.
Un honor que Paquito de Holanda me visite de vez en cuando.
¿Forocoches? Nooo gracias.
Este blog nació de Spaniards.
Un saludo.
Proud to be a Spaniard!
ResponderEliminarAutoficción, qué bueno :)
ResponderEliminarPues me ha gustado el relato y el ambiente, ciudad, época, noche, casa, Stevie, en el que transcurre.
Saludos,
viki
Hola viki, hace cuatro días descubrí que hay un género literario al que llaman Autoficción. Y me dije, mira que bien. Me viene de maravilla jaja.
EliminarEva en parte lleva algo de razón. No cuadra mucho la nieve en Halloween, pero en Edimburgo, creedme, TODO es posible en cuanto al tiempo se refiere. Incluso puedes experimentar las 4 estaciones en un sólo día. Y el relato en mi cabeza transcurría con nieve.
Es una de las cosas que más me gustan de mi retorno a España: disfrutar de las 4 estaciones, con sus diferencias en cuanto a luz, temperatura, precipitaciones, viento, etc. En Edimburgo eso no existe. Hay 2 estaciones muy largas: una de luz, otra de oscuridad. Viento (brisa) omnipresente, sol tibio, cielo gris, un popurrí. Salvo mayo, junio donde notas el verano, cualquier otro mes puede hacer cualquier tiempo.
Te llegas a acostumbrar tanto que se pasa de una estación a otra casi sin notarlo.
Un saludo.
Cierto lo de la nieve, pero no sé por qué prescindí de la nieve y me imaginé un ambiente otoñal, con viento y hojas volando, yo a mi rollo, jaja.
EliminarSí en cuanto a luz es como dices, pero yo más al norte aun he vivido cerca de un bosque (y también hay muchos parques donde lo ves) y te aseguro que el otoño se nota, con el cambio de tonalidad de las hojas por día y del bosque en sí. Una maravilla de belleza.
viki
Sí, la opción lluvia y hojas era buena también, pero me vino la nieve primero.
EliminarClaro que se nota algo, pero en Edimburgo es tan variable el tiempo en un día, semana que realmente a veces no sabes en que mes o estación estás. Yo me ponía el chip y pa'lante me daba igual viento, frío, lluvia, nieve o sol. Tanto para correr como para currar, estudiar, salir... vivir.
El cambio lo notas, yo al menos, cuando retorna a España for good. Sobre todo la luz.
¡Anda, no sé por qué salió como anónimo!
EliminarPor época me refiero a la del año, el otoño.
ResponderEliminarA mí es que me gustan todas las estaciones, todas tienen su encanto, y en este caso, el otoño acompañaba bien.
v