sábado, 1 de mayo de 2021

F170 - Brujillas bajo la nieve

                                                             (Octubre, 2006)

Resulta una carrera tan dura como gratificante. Me encanta trotar bajo la nieve. Dar pequeñas zancadas sobre el manto primerizo, antes de que el frío lo convierta en capa de hielo. Profanar la suave superficie que brilla impoluta. Adivinar las huellas que van grabando mis zapatillas deportivas. No estorbaron las mallas largas ni los guantes de lana, pero tras romper a sudar tuve que retirar la braga que cubría mi cuello, para anudarla alrededor de la muñeca.

Los primeros copos de la temporada despiden el mes de octubre con flotante mansedumbre. En el trayecto de regreso cesa de nevar. Está anocheciendo con rapidez. Señal evidente de la proximidad del invierno. El cansancio se acumula, disminuyo la marcha y llego a detenerme para cruzar la carretera general. Hay una pequeña curva cerrada, justo antes de la marquesina de la línea veintidós, la cual une el barrio de Broomhouse con el centro de la ciudad, y conecta éste con Leith. Está desamparada. Al otro lado de la calzada un empinado repecho  me espera. Acostumbro a subirlo a buen ritmo, la mejor manera de fortalecer un poco las piernas. Sin embargo, tendré que extremar las precauciones, tal vez haya helado en alguna zona sombría.

Me dispongo a atravesar la calzada, brazos en jarras como si fuera a tirar un penalti, miro repetidas veces a ambos lados para cerciorarme de que no viene ningún vehículo. Las bocanadas de vaho que expiro crean la confusa imagen de un corredor insensato que realiza una pausa para echar un pitillo. Me río de tan absurda visión. La satisfacción es inmensa. El chute de endorfinas agudiza mi mente. Ya vislumbro la ducha. Huelo los radiadores caldeados. Siento el agua muy caliente sobre mi cuerpo exhausto. “Hoy premio, chaval, una cervecita fresca, que te lo has currado”, pienso, y la sonrisa interior asoma.

En ese instante, un niño de unos ocho o diez años cruza el asfalto en sentido contrario al mío. Desde la base de la rampa, rumbo a la parada de autobús. Viste una camiseta de fútbol, luciendo los colores del Celtic de Glasgow (rayas anchas y horizontales; verdes y blancas), de manga corta, conjuntada con una pantaloneta oscura que le queda un poco grande. Sus piernas y brazos se adivinan delgados y blanquecinos a la luz de las farolas. Tirito con sólo verlo. Cubre su cabeza con una gorra de beisbol de color rojo, la visera me impide ver su rostro inclinado hacia el suelo. Sin embargo, de alguna forma, lo que más llama mi atención es que una de sus zapatillas, la del pie derecho, lleva los cordones sueltos.

Una expresión del pueblo acude a mi recuerdo, envuelta en una nube de nostalgia: “estos chiguitos escoceses son más duros que los grijos. Espero que tenga buenos amigos por la zona, pienso. Deambular a semejantes horas con la zamarra del Celtic (equipo católico de Glasgow) por este barrio donde veneran a los Hearts (conjunto protestante de la capital), es como pasear por el puente de Vallecas vistiendo el uniforme recién lavado del Real Madrid: temerario.

Mientras acelero cuesta arriba, escucho a un grupo de críos —junto a una puerta entreabierta que vomita luz amarillenta sobre la acera—; recitan la cantinela que toca esta noche. Caritas maquilladas y disfraces en miniatura: una brujilla con sombrero puntiagudo y escoba, un par de zombis que producen más ternura que miedo, otra silueta negra con blanca osamenta pintada a modo de esqueleto y un diminuto fantasma de sábana blanca agujereada a la altura de los ojos. Éste último evoca la entrañable película “E.T.

Trick or treat!? —amenazan los monstruitos, exigiendo con voz aguda sus golosinas o dinero.

A pesar de que nunca me gustó esta absurda tradición anglosajona no puedo evitar que aflore una sonrisa en mi semblante.

Justo culminar la pendiente giro hacia la izquierda. Ya caminando, encaro la recta que me separa de casa.

Entonces lo veo.

Casi me doy de bruces con él. Camina mirando al suelo, un niño de unos diez años con  camiseta verdiblanca, pantalones cortos y holgados, y gorra colorada. La impresión me golpea el pecho, al igual que una onda expansiva. Sin embargo, no me empuja, al contrario, quedo quieto cual figura de madera, como si mi imagen se hubiera congelado en una gigantesca pantalla virtual. Entonces, incrédulo, enfoco la vista hacia abajo…

Y echo a correr.

Corro. Bloqueo el descabellado pensamiento. Corro a toda la velocidad que me permiten  los doloridos músculos de mis piernas, los cuales gritan su protesta en forma de quemazón. Gélido sudor recorre mi espalda. Un escalofrío me invade la nuca. La última imagen contemplada nubla mi mente, anula cualquier temor a una caída. Abre un agujero negro en mi realidad.

 Esa zapatilla derecha arrastrando los cordones sueltos.

Tras descorrer el cerrojo de la verja negra, con manos temblorosas, llego a la puerta principal. Por fortuna, ésta se abre al bajar la manilla, ahorrándome el buscar la llave que guardo en el bolsillo trasero de las mallas. Ni siquiera me quito los guantes.

Tras franquear la entrada, cierro con la llave que guardamos en el diminuto zaguán. Se advierten luces encendidas, a través del cristal traslúcido de la puerta que separa el hall del pasillo. Nunca me alegré tanto de la naturaleza casera de Stevie. Me descalzo con premura, sustituyendo las húmedas deportivas por unas pantuflas.

Lo encuentro en el living, viendo un concurso por televisión, en el cual los participantes deben escoger entre un puñado de cajas rojas numeradas, desconociendo la cantidad de dinero que ocultan en su interior.

Stevie pulsa el botón de silencio en el mando a distancia.

Ar ye awrite, buddy? —pregunta al verme quieto bajo el quicio de la puerta.

Doy un paso al frente y le relato atropelladamente lo ocurrido. Replicando su razonamiento. “Sí, estoy seguro, claro que estoy seguro. El mismo niño. No, imposible que haya subido la cuesta corriendo, lo hubiera visto. Y un rodeo por la otra calle queda descartado por la enorme distancia”.

—¿Cómo dices que vestía? —dice en su idioma, más interesado ahora.

Le amplío la descripción. Tan sólo le había mencionado que iba en pantalón corto. Cito lo de la gorra, la sudadera del Celtic, los cordones…

Me observa con rictus serio. Acto seguido, apaga el televisor y se incorpora, acercándose al mueble-bar. Extrae una botella de whisky que guarda para las visitas —un Glengoyne de doce años— y dos vasos anchos de vidrio tallado, impolutos.

—Te cruzaste con ‘Wee’ Callum. — dice, sin girarse.

—¿Quién es “El Pequeño” Callum?

Dándose la vuelta, me mira fijamente. Sus ojos reflejan un gris acero nuevo para mí. Toma asiento y con un gesto de su mano me invita a hacer lo mismo. Obedezco como un autómata.

—El nieto de los vecinos de enfrente. ¿Sabes ese matrimonio que pasa horas y horas cuidando el jardín delantero? Se mudaron desde Glasgow hará unos diez años, cuando él se jubiló. Callum solía venir a Edimburgo a pasar las vacaciones estivales con ellos, concediendo así un descanso a la madre, que permanecía en su modesto piso en Paisley—y añadió, a modo de información adicional—; madre-soltera, de unos veinticinco años de edad, verano, festival de rock T-in the Park, un poco de libertad, bueno ya sabes.

—Pero… —Stevie me interrumpe, mostrándo la palma abierta.

—A ‘Wee’ Callum le atropelló un coche, mientras cruzaba la carretera para coger el autobús número veintidós, una tarde de julio hace cuatro o cinco años. El conductor se dio a la fuga —a hit and run, dijo—. Nunca lo encontraron. Chavales con auto robado —joyriders— supongo. Por desgracia, algo bastante habitual hoy en día —y añadió un rotundo— Fucking scum, ye ken! —¡puta gentuza, sabes!—.

—…

—Jorge, Callum murió en la ambulancia, camino del hospital.

Contemplo la botella medio llena, que reposa sobre la mesita de té, junto a los dos vasos con una generosa medida del licor nacional.

—No me gusta el whisky, Stevie. —digo.

—Lo sé

Sin dejar de mirarme, alza su vaso.

— ¡Por “El Pequeño” Callum!

Imito el gesto, y ambos bebemos en silencio.

El timbre causa tal estruendo que nos sobresalta. Un lejano sonido de risitas nerviosas llega hasta nosotros.




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13 comentarios:

  1. Nieve ya en octubre?!!
    Según leía, tenía la impresión de que hoy no tocaba a happy ending :(

    Una duda, donde dices "Nunca lo encontraron..", ahí ya me quedé de piedra pensando que te referías al crío. O eso, o en mi móvil no veo la "s" de "los" (los del coche).

    Stevie parece majo, no hay nada mejor que alguien local de tu lado para enterarte de todo, en plan marujil.

    Esa clase de historias se avisan, que soy del club de los caguetas.
    Además hace dos meses que las farolas de mi calle no funcionan, la oscuridad total. Gracias Jorge..
    Eva

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  2. Hola Eva,
    "El conductor se dio a la fuga...nunca lo encontraron"

    "Chavales con auto robado. Supongo".

    Son dos frases diferentes.

    Nieve el 31 octubre. Sí es posible. Poco probable, pero venía bien al relato.

    Tranquila, Wee Callum es producto de mi imaginación. Un pequeño homenaje a las verdaderas víctimas de los verdaderos "hit and run" que sí que suceden.

    Gracias por comentar.

    Un saludo.

    Perdón por "el miedo" pero si aviso pierde toda la gracia.

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    1. Eva, pero es cierto que lleva a confusión. ¡Y mira que lo repasé un montón de veces eh!

      Thanks anyway!

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    2. Releyendo ahora, está claro. Te referías a "conductor, no chavales". En ese momento es que tenía en mente al pobre crío.

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  3. Pues ya verás cuando te enteres de que algunos de los que comentamos aquí somos sólo fruto de tu imaginación :-))

    No te preocupes: tu secreto está a salvo con nosotros: palabrita de fantasma digital (o, como se les conoce en el mundo analógico: "forococheros" :-)).

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  4. Aquí somos todos virtuales. Tranquilo. Yo siempre digo que ya lo advierto en la cabecera. No todo lo que cuento es real. No todo lo sucedido se relata. Es algo obvio. Pero el 99% de las Fargaditas tienen una semillita verídica. Y luego la riego y crece más o menos próxima a la realidad.
    ¿Autoficción? Ni idea.

    Tan sólo me limito a desahogarme. A volcar sobre la pantalla recuerdos y sentimientos, sueños y pesadillas, anhelos y temores. Es decir, juntar letras.

    Un honor que Paquito de Holanda me visite de vez en cuando.

    ¿Forocoches? Nooo gracias.
    Este blog nació de Spaniards.

    Un saludo.

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  5. Autoficción, qué bueno :)

    Pues me ha gustado el relato y el ambiente, ciudad, época, noche, casa, Stevie, en el que transcurre.

    Saludos,

    viki




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    1. Hola viki, hace cuatro días descubrí que hay un género literario al que llaman Autoficción. Y me dije, mira que bien. Me viene de maravilla jaja.

      Eva en parte lleva algo de razón. No cuadra mucho la nieve en Halloween, pero en Edimburgo, creedme, TODO es posible en cuanto al tiempo se refiere. Incluso puedes experimentar las 4 estaciones en un sólo día. Y el relato en mi cabeza transcurría con nieve.

      Es una de las cosas que más me gustan de mi retorno a España: disfrutar de las 4 estaciones, con sus diferencias en cuanto a luz, temperatura, precipitaciones, viento, etc. En Edimburgo eso no existe. Hay 2 estaciones muy largas: una de luz, otra de oscuridad. Viento (brisa) omnipresente, sol tibio, cielo gris, un popurrí. Salvo mayo, junio donde notas el verano, cualquier otro mes puede hacer cualquier tiempo.
      Te llegas a acostumbrar tanto que se pasa de una estación a otra casi sin notarlo.
      Un saludo.

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    2. Cierto lo de la nieve, pero no sé por qué prescindí de la nieve y me imaginé un ambiente otoñal, con viento y hojas volando, yo a mi rollo, jaja.

      Sí en cuanto a luz es como dices, pero yo más al norte aun he vivido cerca de un bosque (y también hay muchos parques donde lo ves) y te aseguro que el otoño se nota, con el cambio de tonalidad de las hojas por día y del bosque en sí. Una maravilla de belleza.

      viki

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    3. Sí, la opción lluvia y hojas era buena también, pero me vino la nieve primero.
      Claro que se nota algo, pero en Edimburgo es tan variable el tiempo en un día, semana que realmente a veces no sabes en que mes o estación estás. Yo me ponía el chip y pa'lante me daba igual viento, frío, lluvia, nieve o sol. Tanto para correr como para currar, estudiar, salir... vivir.
      El cambio lo notas, yo al menos, cuando retorna a España for good. Sobre todo la luz.

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    4. ¡Anda, no sé por qué salió como anónimo!

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  6. Por época me refiero a la del año, el otoño.

    A mí es que me gustan todas las estaciones, todas tienen su encanto, y en este caso, el otoño acompañaba bien.

    v

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