domingo, 25 de octubre de 2020

F147 - No apagues la luz (abril 2006)

 

No ha cesado de llover en todo el día. Es una lluvia ligera, mas constante, tranquila; cual sirimiri escocés, no muestra prisa pues sabe que acabará impregnándolo todo. Golpea con suavidad el cristal de la ventana, de forma diagonal, sus gotas empujadas por el viento. La contemplo desde el otro lado, al resguardo de mi habitación, luchando contra su poder hipnótico. Perdiendo la batalla. Llovizna a conciencia, como si alguien poderoso estuviera subrayando con tiza gruesa el viejo dicho que acude a mi mente, aquello de abril lluvias mil, o algo parecido. Al caer en la cuenta, no puedo evitar que una sonrisa trate de alcanzar mi rostro. Es una sonrisa triste, melancólica. Asocio este mes caprichoso con April, la señora de la inmobiliaria que me dio acceso al piso de Ashley Terrace, mi primer piso “real”, tras superar con relativo éxito la etapa del cutre-piso, el hotel Palas. Aquella buena mujer que supo comprender y ayudar a un muchacho ingenuo, con los bolsillos vacíos y el corazón lleno. Que supo ver más allá del vil metal. Y como no podía ser de otra manera, su nombre, su sonrisa, sus palabras (No te preocupes, Jorge. Ya lo pagarás, cuando puedas), evocan a su vez otros nombres, otras sonrisas: los de Rachel y Eli.

Dos golpes en la puerta me sacan del ensimismamiento. El presente renace alrededor.

̶  ¿Voy al Tesco, necesitas algo?  ̶  dice Stevie.

̶  No, gracias. Estoy bien  ̶  I´m fine, respondo, utilizando la expresión que tanto sirve para un roto, como para un descosido.

Tras un buen rato de lectura, más bien relectura, casi ya devorado el tocho de mil quinientas páginas: “It”, en esta ocasión en inglés, quedo prácticamente a oscuras, a duras penas mis ojos saltan de frase en frase, perdidos por las oscuras calles de Derry. Enciende la luz, me recrimino, o te quedarás ciego como un topo. Así lo hago… o creo hacerlo. Acto seguido la madre naturaleza grita mi nombre  ̶  tanta contemplación pluvial  ̶  y salgo del cuarto para recorrer los escasos metros que me separan del lavabo. Tan sólo el ruido del chorro rompe un silencio absoluto. Me lavo las manos, observo mi rostro sin afeitar, los ojos cansados  ̶  me temo que pronto necesitaré lentes  ̶  el pelo revuelto. Miro fijamente al tipo tras el espejo. Juego a bucear más allá de esos ojos, tan similares a los que muestran mis retratos. ¿Seré realmente yo, la imagen que se refleja? Insisto, vuelvo a mirar con fijeza. De repente, siento un ligero vértigo. Una sensación extraña. Seco mis manos y salgo, algo precipitado, del baño.

Regreso a mi room. La puerta está cerrada. Siempre la dejo entornada, salvo cuando estoy dentro o he de salir de la casa.

Bajo la manilla y cruzo el umbral.

La luz está apagada.

La encendí. Dice mi voz mental. Juro que la encendí. Apostaría toda mi colección de Pérez-Reverte a que lo hice.

Me giro. Salgo al pasillo y grito el nombre de Stevie. 

Silencio.

Me acerco a la puerta principal. Cerrada, mas de su cerradura no cuelga el manojo de llaves con el escudo, color vino, del Heart of Midlothian en forma de llavero. Stevie no ha regresado todavía.

“Si encuentro un globo rojo flotando en el pasillo me cago encima”, pienso, “¡Maldito Pennywise!”

No te emparanoies. Se trata sólo de tu memoria de golorito.

Cambio de planes. Camino, con más presteza de la deseada, hacia la cocina, cuya puerta, casi siempre abierta, comunica con el living, la sala de estar. Enciendo la luz de la campana extractora (siempre puedo aducir que olvidé apagarla). La bronca de Stevie será menor que si se tratara de la luz grande. Todo off. Sus palabras resuenan en mi confusa cabeza.

Sentado en el sofá, prendo el televisor. Lámpara pequeña encendida. Zapeo por la centena de canales. Nada me convence.  Jungla de estupideces. Una incómoda sensación me invade cada vez que me detengo en un programa. Mejor el salto de cadena en cadena. Mucho mejor. Por fin, mi dedo se detiene. Dejo reposar el mando a distancia sobre mi regazo, sin soltarlo de la mano. El combate de boxeo que muestra la pantalla rompe el conjuro. Subo un poco el volumen. Lo subo un poco más. Son dos combatientes jóvenes, delgados, sus cuerpos pura fibra, sin un ápice de grasa. Tatuajes, cráneos rapados, calzones amplios. Su lucha encarnizada me relaja. El feroz intercambio de golpes pum pum pum pum ralentiza el agitado bombeo de mi corazón. Ayuda la concentración que mantengo, para seguir el diálogo enfervorizado de los locutores, salteado de tecnicismos y expresiones desconocidas para mí.

El sonido de la puerta principal. Pasos sobre la moqueta del pasillo.

̶  What´s up, buddy?  ̶  ¿Qué andas, colega?

Stevie con dos grandes bolsas repletas de diversos productos. La luz de la lámpara refleja sobre su calva, hace brillar el aro de su oreja, reforzando su aspecto de genio bueno. Advierte luz en la cocina. Se acerca a su interior, previo a depositar las bolsas sobre la encimera, apunta hacia mí su mirada censuradora, cual francotirador paciente, el entrecejo fruncido.

Ante su estupor, le sonrío. Incluso siento ganas de reír a carcajadas.

Nunca me alegró tanto contemplar su rostro de pitufo gruñón.

Quizás deba racionar mis lecturas de Stephen King, concluyo.




 

6 comentarios:

  1. Jajaja a mí me pasaba algo parecido cuando escuchaba un programa de hechos "extraños" en la radio. No me atrevía ni a ir al baño en toda la noche.
    Saludos.

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    1. Hola Andrómeda. Uf a mi me pasaba eso de crío, época de estudiante, con un programa de radio de esos. Quizás el mismo.
      Un saludo

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  2. Racionar las lecturas o dejarlas para otras horas con más luz natural... yo hay ciertos libros y películas que ya directamente paso de leer o ver por la noche porque sé que no me van a «sentar» bien.
    Cuanto más mayor más cagueta me vuelvo 😆

    Besos.

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  3. Hola Devoradora,
    Yo con los años también torno más cagueta, pero el cansancio físico acaba por imponerse y entonces olvido todo mal.
    Pues besos para ti también.

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  4. A Stevie lo he visualizado como una luciérnaga - pero con la iluminación en la calva.

    Saludos,

    viki

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    1. Hola viki,

      Jaja, no, el hombre lo hacía por seguridad (todo off) pero usaba las luces de manera normal.

      Un saludo

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