Nunca me gustaron las despedidas. Siempre preferí marcharme a la francesa, en silencio, aunque fuese por la puerta de atrás. No creo hacerlo por cobardía, sino que así se da menos guerra, entrando y saliendo de la vida de otros de puntillas. “Lo tuyo es huir”, me dijo en una ocasión la persona a quién amé; dolió tal dardo, mas lo achaqué al despecho y frustración que afloran tras una ruptura. Aunque también podría haber tenido razón. Son dos, siempre, los lados de una historia. Yo me limité a contarles el mío.
Nunca me
gustaron las despedidas. Si aquella lejana madrugada —ha transcurrido ya
tantísimo tiempo— algún familiar, o amigo, hubiera acudido a la estación de
autobuses de Logroño para despedirme —Logroño-Madrid-Edimburgo— creo que no lo
habría soportado. Sin embargo, ahora no podía largarme sin más, hacer mutis por
el foro dejándoles a todos ustedes con un palmo de narices, sin una triste
palabra.
Llevo casi
nueve años contándoles mis pequeñas aventuras y desventuras, a veces tan sólo
llegaron a simples anécdotas. Casi una década peleando con la eterna decisión,
qué relatar, qué ocultar, qué imaginar.
Todo comenzó
en octubre de 2012. Surgió como a veces surgen estas cosas. Una proposición, un
reto, un “y si…”.
Todo empezó
en el ciberespacio, ese universo paralelo que nos envuelve, que incluso
consigue secuestrar nuestra voluntad, robándonos el alma. Participaba yo en un
foro compuesto por expatriados (los emigrantes de toda la vida). Seres, éstos y
el aquí presente, de naturaleza ingenua, la cual nos llevó en su día a escapar
de nuestra querida, y a veces odiada, España, con la creencia de que allende
los mares encontraríamos la fórmula mágica de la Felicidad. Pensando que
nuestros problemas y penas quedarían atrás, en aquella fría estación de
autobús, de tren, o en aquel otro aeropuerto.
Ilusos,
todos.
Escogí “Fargo” como pseudónimo, o mote (nick, en el mundillo internauta). Lo
hice como modesto homenaje a una de las mejores películas jamás filmadas. En
mis participaciones (comentarios, opiniones, hilos abiertos) solía, en ocasiones, venirme arriba y relataba
anécdotas personales, tratando de novelarlas un poco, de darles un toque de
barniz, digamos. Historias vividas en mi ya añorada Escocia.
Pronto,
estas batallitas fueron bautizadas como “Fargaditas”,
y yo mismo así las presentaba: “Os voy a contar otra Fargadita…”. Un buen día, uno de los foreros pata-negra (los
veteranos con más solera e índice de participación), me animó a plasmar tales
relatos sobre la página virtual de un blog personal, al igual que él mismo hacía.
Gracias a él (JoseLondres) nació este
humilde rincón de letras.
Han
transcurrido casi nueve años, decenas de historietas y otras tantas que
quedarán para siempre en el tintero imaginario. Así ha de ser. Recuerden, las
mejores historias son aquellas que no se cuentan.
Nunca me
gustaron las despedidas. Mas llega un momento en que la vida te pide elegir.
Dejar una cosa si deseas alcanzar otra. Al igual que un mono suelta una liana
para asirse a la siguiente. Tengo 51 tacos, he topado con dicho instante, casi
he chocado con él. Debo soltar la nostálgica cuerda escocesa y agarrarme a
otra.
Unas semanas
atrás, me levanté de una pesada siesta, la víspera había recibido la famosa segunda dosis de la Pfeiffer. Malestar, dolor de cabeza,
confusión, charquito de baba en la almohada. Una de esas cabezadas cortas en el
tiempo pero sólidas, de verano, sobre la colcha, y mantita fina cubriendo el
estómago. Algo me había despertado. Un ruido, dentro de mi cabeza.
Me levanté y
comencé a teclear en el ordenador.
Continúo con
ello. Trato de componer frases que sean algo más que ‘sujeto, verbo y predicado’.
Incluso seguí con dicha labor a mano (rellenando fichas físicas, trazando
esquemas, escuchando a personajes) durante unos días de asueto que pasé en
Cantabria. Donde, por cierto, sucedió algo que me recordó que el tiempo se nos
acaba. Que hoy tecleas y mañana te lloran. Tomé un baño en el día erróneo, nadé
un poco, manteniéndome muy cerca de la orilla —siempre pequé más por precavido
que por osado— pero me cansé bastante. La mar traviesa reía. Estaba yo solo, en
las olas. Los surfistas lejísimos en otra zona. Garras invisibles tiraban de
mí, hacia mar adentro. La arena desaparecía, como por ensalmo, absorbida por
una gigantesca aspiradora bajo las puntas de mis pies. Me sentí Pedro
Picapiedra, pedaleando en el aire. No avanzaba. Mi braceo era de broma, una
caricatura. Olas que por la espalda cubrían mi cabeza. Confusión; nervios;
incredulidad —“esto no me está pasando a mí”—; impotencia…; miedo. Sin bandera.
Sin socorrista… Casi no salgo. Pensé que allí acababa todo, en soledad, lejos
de casa y con gusto a sal marina; mis notas manuscritas encima del escritorio, perdidas
en un cuartucho de hostal. Y, para colmo, sin haber finalizado “Tomás Nevinson”, de Javier Marías.
Confirmado,
debo saltar a la siguiente rama.
Junto
letras. No me engaño. Soy un aficionado que juega a ser otro. Esta vez, pura
ficción, la cual suele ser más real que la vida misma. Llena de experiencias,
sentimientos, miedos, risas y sueños. Un proyecto personal que es un barquito
de papel. Tal vez llegue a buen puerto, quizás quede flotando en mar abierto:
un taco de folios manchados de tinta en el fondo de un cajón. Pero me apetece
completar algo que nunca me atreví.
Ha sido un
honor, un placer, tener a todos ustedes como fieles lectores. Pocos, mas
leales.
Les animo a
continuar leyendo, continuar existiendo:
1. El blog de JoseLondres. Merece
mucho la pena leerlo TODO desde el principio.
2. Otros libros de “mi amiga” Louisa
Waugh:
-
“Selling Olga”.
-
“Meet me in Gaza”.
-
Y
su web-blog: The Waugh Zone.
3. Una recomendación personal:
Ian Rankin. Comiencen la
saga de John Rebus con “Knots and Crosses”
y disfruten; tienen 22 títulos más por delante, a cual mejor. Escocia en estado
puro, Edimburgo en particular; (mejor en inglés).
4. Si prefieren una Edimburgo desde un
punto de vista más brutal, en un tono más crudo, irreverente, salvaje, incluso
soez, con mucho Scottish slang asómense
al abismo creado por Irvine Welsh; (mejor en idioma original).
(Un gracias, especial, a ese puñado
de incondicionales. Vosotros sabéis
quiénes sois).