martes, 25 de febrero de 2020

F129 - Un día de esos (en el presente)


              Hoy es uno de esos días. Esos días donde uno no se encuentra por mucho que busque, que grite, que exija presencia. Uno no se ve, ni se tienta. Su reflejo huye del espejo. El tacto abandona sus yemas.  Esos días en los que no deja de preguntarse: ¿Y ahora qué? ¿Por dónde continúo? ¿Qué me deparará el futuro? ¿Por qué no puedo despistar al pasado? ¿Qué gotas venenosas mezclaste en mi copa? ¿En qué momento burlaste mi alma? ¿Por qué me negaste el paraíso cortando mis alas, ahogando mi sueño, cegando mi mirada?

Hoy es otro de esos días. Me encierro en mí mismo. Sí, más todavía. Con empeño, con vocación de antiguo guerrero. Levanto muros a mi alrededor, cabo zanjas, relleno el foso que me rodea de aguas oscuras, suelto uno o dos cocodrilos dentro. Levanto el portón levadizo. Pongo a hervir litros de aceite, afilo mi lanza, hago acopio de flechas, bajo la visera del yelmo.

            La mente acompaña con fidelidad de escudero a mi cuerpo. Éste quejumbroso, dolorido, resentido con el destino. Aquella, comprensiva, protectora, susurra bondades y palabras de ánimo: ten paciencia; descansa; relaja los músculos; piensa en blanco; poco a poco; día a día; duerme; recupérate; sueña.

            El no trabajar no ayuda. Es una losa que aplasta tu espíritu con su peso. Una jaula sin barrotes, libre eres de escapar, mas no traspasas sus límites. Cercanos ya los dos meses, sin un horario que te guíe, una obligación que te saque del lecho, un uniforme que envuelva tu esencia, ruido, voces, madrugones, noches en vela, café infame, albas doradas. 

Ten paciencia; descansa; relaja los músculos; piensa en blanco; poco a poco; día a día; duerme; recupérate; sueña.

            Hoy es uno de esos días. La nostalgia muerde feroz, impía, hambrienta. Abro mi viejo diario. ¡Tantos años volaron! Y, sin embargo, nada cambió. Todo sigue igual. Paso sus amarillentas hojas, releo fragmentos al azar. Ingenuidad, inocencia, sueños por construir, torpe redacción. Un puntito de vergüenza ajena. O propia. Hojeo sin rumbo, sin fecha. Leo un párrafo. Sorpresa. Incredulidad. Tantos años pasaron, sin embargo, tan real, tan actual, tan propio. Releo sus líneas, escarbo mis entrañas:
           
                                Edimburgo, 23 de septiembre 2005

No existe nada peor que el vacío; la página en blanco de la vida. No saber qué hacer, por dónde tirar, qué elegir en cada momento. Todas las semanas transcurren con idéntica monotonía. No hay un aliciente especial que me empuje fuera de la cama para encarar el día. No existe un sueño que anhele alcanzar; una meta a la cual mirar con ilusión. Vivo en una continua montaña rusa, tan pronto estoy en lo más alto queriendo dar bocados al mundo, y al día siguiente abajo, a ras de hierba, desganado, y sin apenas ganas de sonreir.


            Lo releo, una y otra vez. Siento vértigo, miedo, desasosiego. ¿Dónde está la puerta de salida? ¿Por qué me escondieron el callejero? Su lectura me invita a cavilar. Tal vez se trate del ser que habita el centro de mi alma, intentando despertarme a gritos, sin miramientos, sin paños calientes: ¡Vive, carajo! ¡Vive y deja de lloriquear como un mariconetti ! ¡Cálzate las Botas de Hombre! ¡Escupe, blasfema, ráscate la entrepierna, choca tu cornamenta contra las otras! Recuerda aquella lúgubre nave, aquel replicar metálico, las grandes chapas de acero, el ollín negruzco en el pelo, el olor a metal, sudor, rabia y miedo. Recuerda aquel Taller de Hombres. Rememora tu viejo sueño. Abre tus alas, emprende tu vuelo.

Hoy tan sólo es un día de esos.


jueves, 13 de febrero de 2020

F128 - Romeo y Julieta, en taparrabos (septiembre 2005)


Septiembre invita a soñar despierto. El verano concluye, los días se acortan, el atardecer te sorprende, va envolviéndote sin previo aviso. Quedas ensimismado, mirando tu propio reflejo en las grandes cristaleras de aquel gigantesco hipermercado, preguntándote si este curso que nace te deparará alegrías y nuevas aventuras, o por el contrario la rutina y el transcurrir monótono de los días pondrán cadenas a tu lado más asilvestrado, condenándote a tardes aburridas, contemplando la lluvia tras el cristal de tu habitación, taza de café en mano.

            En esas andaba yo, anclado, hipnotizado ante mi propio reflejo, ajeno a los clientes que pasaban a mi alrededor, al sonido de la melodía de fondo, entre anuncio y anuncio de ofertas increíbles, imprescindibles, sordo ante el bullicio que me envolvía, mirando a aquel tipo extraño, de uniforme multicolor, su rostro reflejaba cansancio –ojeras, ojos estrechados-, y sin embargo sus labios contaban otra historia, a modo de sonrisa ladeada, más tímida que descarada. Labios que decían: “Sí, mejor así. Maggie llevaba razón”.

Rememorando aquella noche aciaga, unos meses antes…

            Había sido un turno nocturno duro. No acababa de acostumbrarme. A pesar de llevar casi tres meses en el puesto. Veía llegar el gigantesco tráiler blanco, con el logotipo de la empresa de color verde, y me entraba el tembleque. El delivery había llegado. Manos a la obra. El chofer abría las grandes puertas traseras. El compañero a bordo de la carretilla mecánica comenzaba a descargar palé tras palé. Mirabas a través de la negra boca del remolque y no alcanzabas a ver el final. “¡Madre mía, este camión es más largo que una semana bajo la dieta de brócoli y espinaca!”- Pensaba yo, ajustándome los guantes, mientras me encomendaba a los dioses de los trabajadores de la noche. 

            El patio exterior del almacén quedaba abarrotado, con todo tipo de palés y jaulas. Oscuros bultos que, bajo la luz de la luna, conferían al lugar un tétrico aspecto de cementerio repleto de grandes mausoleos.

            El trabajo era sencillo, pero agotador.  Interminable, al menos para mí, que salí de fábrica con motor diesel, mis prestaciones lejanas de las de aquellos corazones de gasolina, sin plomo y  con turbo acoplado. Cada mozo de departamento debía arrastrar sus palés correspondientes, mediante una transpaleta manual, a su propio almacén, desembalarlos, y uno a uno, sacarlos a la tienda y reponer su contenido en baldas, expositores y suelo. ”Easy-peasy”, como me decía el bueno de Craig, quién me instruyó en el bello arte del reponer durante las primeras jornadas. Luego me abandonó, regresó a su turno diurno, dejándome solo como un lobo ibérico, aullando a la luna, añorando su sonrisa de encantador de serpientes, su espíritu optimista, su juventud contagiosa y, sobre todo, las batallitas que me relataba sobre sus conquistas amorosas, escocesitas, australianas e incluso alguna ingenua españolita habían sucumbido bajo aquella mirada esmeralda de cocodrilo hambriento y la sonrisa picarona de modelo de Primark. Craig era un crack, aquel muchacho.

Había sido un turno duro, como cada uno de ellos. 

Ya de día, al fin. Me disponía a fichar, siete minutos extra, según indicaba la pantallita del aparato aquel. Pagados como tal, religiosamente. “Igualito que en mi querida España”, pensé avaricioso.
 Noté una presencia a mi espalda. Era Maggie, la jefa de mi Departamento (Produce, lo llamaban. La Fruta y Verdura, de toda la vida). Maggie, que comenzaba su turno de día.

            ̶  Good morning, Jorge! How are you?
            ̶  Morning, Maggie. I´m fine.

Su sonrisa la delató. Mostró el mensaje que pretendía ocultar. Enseñó la puntita del as que ocultaba bajo la tramposa manga. Su sonrisa de te-voy-a-joder-el-día.

            ̶  Necesitaría hablar contigo. ¿Tendrías unos minutos esta tarde, sobre las 5?
            ̶  Claro, claro. Of course!

Esa mañana apenas pude conciliar el sueño. Tumbado sobre mi pequeño lecho, todavía en el piso de Gorgie Road. En el living room. No lograba dormir. A pesar del agotamiento físico, del antifaz negro, con la leyenda en rojo “DO NOT DISTURB”, de la completa obscuridad que lograba superponiendo un enorme cartón sobre la ventana, la gruesa cortina deslizada. El disco duro de mi mente en bucle. Un disco rayado, como si fuera un obsoleto vinilo, en lugar de un almacén bioquímico de datos, sensaciones y sentimientos. Necesitaría hablar contigo. Necesitaría hablar contigo, Jorge. How are you? ¿Tienes cinco minutos? Necesitaría hablar contigo. Tan sólo cinco minutos de nada, Jorge. ¿Qué son cinco minutos, a las cinco de la tarde? Tan sólo cinco minutos me bastan, Jorge. Cinco minutos, sólo, para joderte el día. Jorge, How are you?

La reunión confirmó mis temores.

̶  Jorge, eres un buen trabajador. Te esfuerzas mucho y siempre muestras una buena actitud, y una encantadora sonrisa ̶  dijo Maggie, tras una breve introducción compuesta por los saludos de rigor y un comentario de ascensor “¡qué tarde tan agradable se ha quedado!"
 ̶   Gracias  ̶  respondí con cierto apuro. Sabiendo que primero me había dado la cremita.
 ̶  Mas me temo que  ̶  ahora viene el tortazo ̶  tu performance no es satisfactoria.
 ̶  ¿Me van a despedir?
 ̶  ¡Noo, por Dios, no! Te voy a trasladar al turno de día, con Craig y los demás chicos. Bajo mi mando. Es un gran equipo humano, ya lo verás. Además te vendrá genial estar en la tienda y tratar con la clientela en horas altas. Ahora no lo ves, pero en un futuro me lo agradecerás. Ya lo verás. Un déjà vu de esos me asaltó, cuchillo entre los dientes. Aquella imborrable noche, en El Templo, la charla con Steven, el Tipo Duro, que al final resultó no tan duro. Un corazón noble, bajo toda aquella coraza (“ahora no lo ves, pero te están haciendo un favor”).

             Recuerdo llegar a casa desconsolado. Enfadado. Justo ahora, que tras tres meses me habrían subido el sueldo. El único aliciente de la jornada vampira. ¡Lo tenían planeado! ¡Lo han hecho a propósito! Bastards! Recuerdo contárselo a Cristina. Sus palabras de consuelo, sumándole la coletilla, a modo de pullita, muy a su manera: “¡no te quejes, al menos no te echaron!”. Recuerdo buscar en el diccionario esa palabra maldita, performance; entendía lo que significaba en aquel contexto, pero sentía curiosidad por conocer su definición exacta.
                Performance:   rendimiento; actuación; realización de una tarea;                                                        cumplimiento de un deber.

Sin embargo, fue otro concepto del palabro el cual vino a mi mente, acompañado de una sonrisa tontuna: media docena de jóvenes en taparrabos y pechos desnudos, sus rostros pintarrajeados, dando saltitos sobre un escenario representando una versión ultramoderna, absurda y sin sentido, de Romeo y Julieta.