Septiembre
invita a soñar despierto. El verano concluye, los días se acortan, el atardecer
te sorprende, va envolviéndote sin previo aviso. Quedas ensimismado, mirando tu
propio reflejo en las grandes cristaleras de aquel gigantesco hipermercado,
preguntándote si este curso que nace te deparará alegrías y nuevas aventuras, o
por el contrario la rutina y el transcurrir monótono de los días pondrán
cadenas a tu lado más asilvestrado, condenándote a tardes aburridas,
contemplando la lluvia tras el cristal de tu habitación, taza de café en mano.
En esas andaba yo, anclado,
hipnotizado ante mi propio reflejo, ajeno a los clientes que pasaban a mi
alrededor, al sonido de la melodía de fondo, entre anuncio y anuncio de
ofertas increíbles, imprescindibles, sordo ante el bullicio que me envolvía,
mirando a aquel tipo extraño, de uniforme multicolor, su rostro reflejaba
cansancio –ojeras, ojos estrechados-,
y sin embargo sus labios contaban otra historia, a modo de sonrisa ladeada, más
tímida que descarada. Labios que decían: “Sí, mejor así. Maggie llevaba razón”.
Rememorando
aquella noche aciaga, unos meses antes…
Había sido un turno nocturno duro.
No acababa de acostumbrarme. A pesar de llevar casi tres meses en el puesto.
Veía llegar el gigantesco tráiler blanco, con el logotipo de la empresa de
color verde, y me entraba el tembleque. El delivery
había llegado. Manos a la obra. El chofer abría las grandes puertas traseras.
El compañero a bordo de la carretilla mecánica comenzaba a descargar palé tras
palé. Mirabas a través de la negra boca del remolque y no alcanzabas a ver el
final. “¡Madre mía, este camión es más
largo que una semana bajo la dieta de brócoli y espinaca!”- Pensaba yo,
ajustándome los guantes, mientras me encomendaba a los dioses de los
trabajadores de la noche.
El patio exterior del almacén
quedaba abarrotado, con todo tipo de palés y jaulas. Oscuros bultos que, bajo
la luz de la luna, conferían al lugar un tétrico aspecto de cementerio repleto
de grandes mausoleos.
El trabajo era sencillo, pero
agotador. Interminable, al menos para
mí, que salí de fábrica con motor diesel, mis prestaciones lejanas de las de
aquellos corazones de gasolina, sin plomo y
con turbo acoplado. Cada mozo de departamento debía arrastrar sus palés
correspondientes, mediante una transpaleta manual, a su propio almacén,
desembalarlos, y uno a uno, sacarlos a la tienda y reponer su contenido en
baldas, expositores y suelo. ”Easy-peasy”,
como me decía el bueno de Craig, quién
me instruyó en el bello arte del reponer durante las primeras jornadas. Luego
me abandonó, regresó a su turno diurno, dejándome solo como un lobo ibérico,
aullando a la luna, añorando su sonrisa de encantador de serpientes, su
espíritu optimista, su juventud contagiosa y, sobre todo, las batallitas que me
relataba sobre sus conquistas amorosas, escocesitas, australianas e incluso
alguna ingenua españolita habían sucumbido bajo aquella mirada esmeralda de
cocodrilo hambriento y la sonrisa picarona de modelo de Primark. Craig era un crack, aquel muchacho.
Había sido
un turno duro, como cada uno de ellos.
Ya de día,
al fin. Me disponía a fichar, siete minutos extra, según indicaba la pantallita
del aparato aquel. Pagados como tal, religiosamente. “Igualito que en mi querida España”, pensé avaricioso.
Noté una presencia a mi espalda. Era Maggie,
la jefa de mi Departamento (Produce,
lo llamaban. La Fruta y Verdura, de toda la vida). Maggie, que comenzaba su
turno de día.
̶ Good
morning, Jorge! How are you?
̶ Morning,
Maggie. I´m fine.
Su sonrisa
la delató. Mostró el mensaje que pretendía ocultar. Enseñó la puntita del as
que ocultaba bajo la tramposa manga. Su sonrisa de te-voy-a-joder-el-día.
̶
Necesitaría hablar contigo. ¿Tendrías unos minutos esta tarde, sobre las
5?
̶
Claro, claro. Of course!
Esa mañana
apenas pude conciliar el sueño. Tumbado sobre mi pequeño lecho, todavía en el
piso de Gorgie Road. En el living room. No lograba dormir. A pesar
del agotamiento físico, del antifaz negro, con la leyenda en rojo “DO NOT DISTURB”, de la completa
obscuridad que lograba superponiendo un enorme cartón sobre la ventana, la
gruesa cortina deslizada. El disco duro de mi mente en bucle. Un disco rayado,
como si fuera un obsoleto vinilo, en lugar de un almacén bioquímico de datos,
sensaciones y sentimientos. Necesitaría
hablar contigo. Necesitaría hablar contigo, Jorge. How are you? ¿Tienes cinco
minutos? Necesitaría hablar contigo. Tan sólo cinco minutos de nada, Jorge.
¿Qué son cinco minutos, a las cinco de la tarde? Tan sólo cinco minutos me
bastan, Jorge. Cinco minutos, sólo, para joderte el día. Jorge, How are you?
La reunión
confirmó mis temores.
̶ Jorge, eres un buen
trabajador. Te esfuerzas mucho y siempre muestras una buena actitud, y una
encantadora sonrisa ̶
dijo Maggie, tras una breve introducción compuesta por los saludos de
rigor y un comentario de ascensor “¡qué tarde tan agradable se ha quedado!"
̶ Gracias ̶ respondí con cierto apuro. Sabiendo que
primero me había dado la cremita.
̶
Mas me temo que ̶ ahora
viene el tortazo ̶ tu performance no es satisfactoria.
̶
¿Me van a despedir?
̶
¡Noo, por Dios, no! Te voy a trasladar al turno de día, con Craig y los
demás chicos. Bajo mi mando. Es un gran equipo humano, ya lo
verás. Además te vendrá genial estar en la tienda y tratar con la clientela en
horas altas. Ahora no lo ves, pero en un futuro me lo agradecerás. Ya lo
verás. Un déjà vu de esos me asaltó, cuchillo entre los dientes. Aquella imborrable
noche, en El Templo, la charla con Steven, el Tipo Duro, que al final resultó no tan duro. Un corazón noble, bajo toda
aquella coraza (“ahora no lo ves, pero te están haciendo un favor”).
Recuerdo llegar a casa desconsolado.
Enfadado. Justo ahora, que tras tres meses me habrían subido el sueldo. El
único aliciente de la jornada vampira. ¡Lo
tenían planeado! ¡Lo han hecho a
propósito! Bastards! Recuerdo contárselo a Cristina. Sus palabras de
consuelo, sumándole la coletilla, a modo de pullita, muy a su manera: “¡no te quejes, al menos no te echaron!”. Recuerdo
buscar en el diccionario esa palabra maldita, performance; entendía lo que significaba en aquel contexto, pero
sentía curiosidad por conocer su definición exacta.
Performance: rendimiento; actuación; realización de una
tarea; cumplimiento de un
deber.
Sin embargo, fue otro concepto del
palabro el cual vino a mi mente, acompañado de una sonrisa tontuna: media
docena de jóvenes en taparrabos y pechos desnudos, sus rostros pintarrajeados,
dando saltitos sobre un escenario representando una versión ultramoderna,
absurda y sin sentido, de Romeo y Julieta.
Coincidimos en el primer concepto que nos viene a la mente de la palabra «performance».
ResponderEliminarBesos.
Hola. Pues sí, esa es la imagen que me viene con lo de performance jaja. Y quería poner mi granito de arena en contra de las versiones ultramodernas y absurdas de grandes obras de teatro que son un verdadero insulto al original. Debería estar prohibido.
ResponderEliminarUn saludo y gracias por comentar.
Para la otra performance, la de Maggie, suena terrible, a mí lo de "es por tu bien" y similares siempre me ha dado repelús pero quizá era el típico uso chungo para quitarte de encima y quedar bien, espero que no fuese muy mal el cambio.
ResponderEliminarSaludos,
viki
Hola viki.
ResponderEliminarPues sí, el cambio fue a mejor. Para mi descanso (el turno nocturno era matador), para mi inglés y para mi futuro.
Los anglos son muy de protocolos y de usar el lenguaje con flema, diciendo sin decir, con mantequilla, etc.
Gracias por comentar.
Está claro que sólo tengo 2 lectoras. Jaja. Qué triste.