jueves, 13 de febrero de 2020

F128 - Romeo y Julieta, en taparrabos (septiembre 2005)


Septiembre invita a soñar despierto. El verano concluye, los días se acortan, el atardecer te sorprende, va envolviéndote sin previo aviso. Quedas ensimismado, mirando tu propio reflejo en las grandes cristaleras de aquel gigantesco hipermercado, preguntándote si este curso que nace te deparará alegrías y nuevas aventuras, o por el contrario la rutina y el transcurrir monótono de los días pondrán cadenas a tu lado más asilvestrado, condenándote a tardes aburridas, contemplando la lluvia tras el cristal de tu habitación, taza de café en mano.

            En esas andaba yo, anclado, hipnotizado ante mi propio reflejo, ajeno a los clientes que pasaban a mi alrededor, al sonido de la melodía de fondo, entre anuncio y anuncio de ofertas increíbles, imprescindibles, sordo ante el bullicio que me envolvía, mirando a aquel tipo extraño, de uniforme multicolor, su rostro reflejaba cansancio –ojeras, ojos estrechados-, y sin embargo sus labios contaban otra historia, a modo de sonrisa ladeada, más tímida que descarada. Labios que decían: “Sí, mejor así. Maggie llevaba razón”.

Rememorando aquella noche aciaga, unos meses antes…

            Había sido un turno nocturno duro. No acababa de acostumbrarme. A pesar de llevar casi tres meses en el puesto. Veía llegar el gigantesco tráiler blanco, con el logotipo de la empresa de color verde, y me entraba el tembleque. El delivery había llegado. Manos a la obra. El chofer abría las grandes puertas traseras. El compañero a bordo de la carretilla mecánica comenzaba a descargar palé tras palé. Mirabas a través de la negra boca del remolque y no alcanzabas a ver el final. “¡Madre mía, este camión es más largo que una semana bajo la dieta de brócoli y espinaca!”- Pensaba yo, ajustándome los guantes, mientras me encomendaba a los dioses de los trabajadores de la noche. 

            El patio exterior del almacén quedaba abarrotado, con todo tipo de palés y jaulas. Oscuros bultos que, bajo la luz de la luna, conferían al lugar un tétrico aspecto de cementerio repleto de grandes mausoleos.

            El trabajo era sencillo, pero agotador.  Interminable, al menos para mí, que salí de fábrica con motor diesel, mis prestaciones lejanas de las de aquellos corazones de gasolina, sin plomo y  con turbo acoplado. Cada mozo de departamento debía arrastrar sus palés correspondientes, mediante una transpaleta manual, a su propio almacén, desembalarlos, y uno a uno, sacarlos a la tienda y reponer su contenido en baldas, expositores y suelo. ”Easy-peasy”, como me decía el bueno de Craig, quién me instruyó en el bello arte del reponer durante las primeras jornadas. Luego me abandonó, regresó a su turno diurno, dejándome solo como un lobo ibérico, aullando a la luna, añorando su sonrisa de encantador de serpientes, su espíritu optimista, su juventud contagiosa y, sobre todo, las batallitas que me relataba sobre sus conquistas amorosas, escocesitas, australianas e incluso alguna ingenua españolita habían sucumbido bajo aquella mirada esmeralda de cocodrilo hambriento y la sonrisa picarona de modelo de Primark. Craig era un crack, aquel muchacho.

Había sido un turno duro, como cada uno de ellos. 

Ya de día, al fin. Me disponía a fichar, siete minutos extra, según indicaba la pantallita del aparato aquel. Pagados como tal, religiosamente. “Igualito que en mi querida España”, pensé avaricioso.
 Noté una presencia a mi espalda. Era Maggie, la jefa de mi Departamento (Produce, lo llamaban. La Fruta y Verdura, de toda la vida). Maggie, que comenzaba su turno de día.

            ̶  Good morning, Jorge! How are you?
            ̶  Morning, Maggie. I´m fine.

Su sonrisa la delató. Mostró el mensaje que pretendía ocultar. Enseñó la puntita del as que ocultaba bajo la tramposa manga. Su sonrisa de te-voy-a-joder-el-día.

            ̶  Necesitaría hablar contigo. ¿Tendrías unos minutos esta tarde, sobre las 5?
            ̶  Claro, claro. Of course!

Esa mañana apenas pude conciliar el sueño. Tumbado sobre mi pequeño lecho, todavía en el piso de Gorgie Road. En el living room. No lograba dormir. A pesar del agotamiento físico, del antifaz negro, con la leyenda en rojo “DO NOT DISTURB”, de la completa obscuridad que lograba superponiendo un enorme cartón sobre la ventana, la gruesa cortina deslizada. El disco duro de mi mente en bucle. Un disco rayado, como si fuera un obsoleto vinilo, en lugar de un almacén bioquímico de datos, sensaciones y sentimientos. Necesitaría hablar contigo. Necesitaría hablar contigo, Jorge. How are you? ¿Tienes cinco minutos? Necesitaría hablar contigo. Tan sólo cinco minutos de nada, Jorge. ¿Qué son cinco minutos, a las cinco de la tarde? Tan sólo cinco minutos me bastan, Jorge. Cinco minutos, sólo, para joderte el día. Jorge, How are you?

La reunión confirmó mis temores.

̶  Jorge, eres un buen trabajador. Te esfuerzas mucho y siempre muestras una buena actitud, y una encantadora sonrisa ̶  dijo Maggie, tras una breve introducción compuesta por los saludos de rigor y un comentario de ascensor “¡qué tarde tan agradable se ha quedado!"
 ̶   Gracias  ̶  respondí con cierto apuro. Sabiendo que primero me había dado la cremita.
 ̶  Mas me temo que  ̶  ahora viene el tortazo ̶  tu performance no es satisfactoria.
 ̶  ¿Me van a despedir?
 ̶  ¡Noo, por Dios, no! Te voy a trasladar al turno de día, con Craig y los demás chicos. Bajo mi mando. Es un gran equipo humano, ya lo verás. Además te vendrá genial estar en la tienda y tratar con la clientela en horas altas. Ahora no lo ves, pero en un futuro me lo agradecerás. Ya lo verás. Un déjà vu de esos me asaltó, cuchillo entre los dientes. Aquella imborrable noche, en El Templo, la charla con Steven, el Tipo Duro, que al final resultó no tan duro. Un corazón noble, bajo toda aquella coraza (“ahora no lo ves, pero te están haciendo un favor”).

             Recuerdo llegar a casa desconsolado. Enfadado. Justo ahora, que tras tres meses me habrían subido el sueldo. El único aliciente de la jornada vampira. ¡Lo tenían planeado! ¡Lo han hecho a propósito! Bastards! Recuerdo contárselo a Cristina. Sus palabras de consuelo, sumándole la coletilla, a modo de pullita, muy a su manera: “¡no te quejes, al menos no te echaron!”. Recuerdo buscar en el diccionario esa palabra maldita, performance; entendía lo que significaba en aquel contexto, pero sentía curiosidad por conocer su definición exacta.
                Performance:   rendimiento; actuación; realización de una tarea;                                                        cumplimiento de un deber.

Sin embargo, fue otro concepto del palabro el cual vino a mi mente, acompañado de una sonrisa tontuna: media docena de jóvenes en taparrabos y pechos desnudos, sus rostros pintarrajeados, dando saltitos sobre un escenario representando una versión ultramoderna, absurda y sin sentido, de Romeo y Julieta.

4 comentarios:

  1. Coincidimos en el primer concepto que nos viene a la mente de la palabra «performance».

    Besos.

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  2. Hola. Pues sí, esa es la imagen que me viene con lo de performance jaja. Y quería poner mi granito de arena en contra de las versiones ultramodernas y absurdas de grandes obras de teatro que son un verdadero insulto al original. Debería estar prohibido.
    Un saludo y gracias por comentar.

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  3. Para la otra performance, la de Maggie, suena terrible, a mí lo de "es por tu bien" y similares siempre me ha dado repelús pero quizá era el típico uso chungo para quitarte de encima y quedar bien, espero que no fuese muy mal el cambio.

    Saludos,

    viki

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  4. Hola viki.
    Pues sí, el cambio fue a mejor. Para mi descanso (el turno nocturno era matador), para mi inglés y para mi futuro.
    Los anglos son muy de protocolos y de usar el lenguaje con flema, diciendo sin decir, con mantequilla, etc.
    Gracias por comentar.

    Está claro que sólo tengo 2 lectoras. Jaja. Qué triste.

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