Hoy es uno
de esos días. Esos días donde uno no se encuentra por mucho que busque, que
grite, que exija presencia. Uno no se ve, ni se tienta. Su reflejo huye del
espejo. El tacto abandona sus yemas. Esos días en los que no deja de preguntarse:
¿Y ahora qué? ¿Por dónde continúo? ¿Qué me deparará el futuro? ¿Por qué no
puedo despistar al pasado? ¿Qué gotas venenosas mezclaste en mi copa? ¿En qué
momento burlaste mi alma? ¿Por qué me negaste el paraíso cortando mis alas,
ahogando mi sueño, cegando mi mirada?
Hoy es otro
de esos días. Me encierro en mí mismo. Sí, más todavía. Con empeño, con
vocación de antiguo guerrero. Levanto muros a mi alrededor, cabo zanjas,
relleno el foso que me rodea de aguas oscuras, suelto uno o dos cocodrilos
dentro. Levanto el portón levadizo. Pongo a hervir litros de aceite, afilo mi
lanza, hago acopio de flechas, bajo la visera del yelmo.
La mente acompaña con fidelidad de
escudero a mi cuerpo. Éste quejumbroso, dolorido, resentido con el destino.
Aquella, comprensiva, protectora, susurra bondades y palabras de ánimo: ten paciencia; descansa; relaja los
músculos; piensa en blanco; poco a poco; día a día; duerme; recupérate; sueña.
El no trabajar no ayuda. Es una losa
que aplasta tu espíritu con su peso. Una jaula sin barrotes, libre eres de
escapar, mas no traspasas sus límites. Cercanos ya los dos meses, sin un
horario que te guíe, una obligación que te saque del lecho, un uniforme que
envuelva tu esencia, ruido, voces, madrugones, noches en vela, café infame,
albas doradas.
Ten paciencia; descansa; relaja los
músculos; piensa en blanco; poco a poco; día a día; duerme; recupérate; sueña.
Hoy es uno de esos días. La
nostalgia muerde feroz, impía, hambrienta. Abro mi viejo diario. ¡Tantos años
volaron! Y, sin embargo, nada cambió. Todo sigue igual. Paso sus amarillentas
hojas, releo fragmentos al azar. Ingenuidad, inocencia, sueños por construir,
torpe redacción. Un puntito de vergüenza ajena. O propia. Hojeo sin rumbo, sin
fecha. Leo un párrafo. Sorpresa. Incredulidad. Tantos años pasaron, sin
embargo, tan real, tan actual, tan propio. Releo sus líneas, escarbo mis
entrañas:
Edimburgo,
23 de septiembre 2005
No
existe nada peor que el vacío; la página en blanco de la vida. No saber qué
hacer, por dónde tirar, qué elegir en cada momento. Todas las semanas
transcurren con idéntica monotonía. No hay un aliciente especial que me empuje
fuera de la cama para encarar el día. No existe un sueño que anhele alcanzar;
una meta a la cual mirar con ilusión. Vivo en una continua montaña rusa, tan
pronto estoy en lo más alto queriendo dar bocados al mundo, y al día siguiente
abajo, a ras de hierba, desganado, y sin apenas ganas de sonreir.
Lo releo, una y otra vez. Siento vértigo, miedo,
desasosiego. ¿Dónde está la puerta de salida? ¿Por qué me escondieron el
callejero? Su lectura me invita a cavilar. Tal vez se trate del ser que habita el
centro de mi alma, intentando despertarme a gritos, sin miramientos, sin paños
calientes: ¡Vive, carajo! ¡Vive y deja de lloriquear como un mariconetti ! ¡Cálzate las Botas de
Hombre! ¡Escupe, blasfema, ráscate la entrepierna, choca tu cornamenta contra
las otras! Recuerda aquella lúgubre nave, aquel replicar metálico, las grandes
chapas de acero, el ollín negruzco en el pelo, el olor a metal, sudor, rabia y
miedo. Recuerda aquel Taller de Hombres. Rememora tu viejo sueño. Abre tus
alas, emprende tu vuelo.
Hoy tan sólo es un día de
esos.
Quizás no sea malo tener un día de esos de vez en cuando: el problema es cuando se encadenan, cuando te cogen cariño y no te sueltan la mano.
ResponderEliminarCuando tengo días de esos intento ignorarlos, pero no funciona, no desaparecen. Ahora por lo menos sé que no soy la única que los tiene.
Besos.
Son parte de la vida. Ayudan a meditar, a conocernos un poquito mejor, a relativizar todo. Nada es indispensable, nadie es imprescindible. Mañana amanecerá de nuevo.
ResponderEliminarGracias.
Pues muy de acuerdo con tu conclusión en forma de comentario. Creo además que es de valientes poner cara y ojos a lo que sentimos, por muy pasajero que sea. A veces el mirar para otro lado sí que hace que se queden. O no, yo qué sé, pero muy humano, y la sensibiidad es siempre un buen factor, no así la carencia de ella.
ResponderEliminarMe ha gustado como lo has descrito.
Saludos, Jorge.
viki
Gracias viki.
ResponderEliminarLa sensibilidad está bien, pero te hace sufrir mucho.
De todas formas cada uno es como es, y cambiar a estas alturas no es una opción. Además, nadie cambia.
Un saludo