martes, 22 de octubre de 2019

F121 - Salvando ballenas, en mallas rosas (junio 2005)


Regresemos a aquel año que grabó a fuego su cifra en mi memoria. Un año que confirmó el acierto de mi huida, que me reafirmó en mi deseo de continuar la aventura escocesa. 2005, más de tres años desde aquel viaje cargado de kilos y kilos de ropa, víveres, ilusiones… y temores. 

            Erika poseía el don de la omnipresencia, cual diosa vikinga. Estaba en todos los lugares: en el supermercado –agazapada entre las lechugas y tomates  ̶ , en clase  ̶  haciéndome burla tras el serio semblante del profesor  ̶ , a bordo del abarrotado autobús  ̶  su reflejo sobre la oscura superficie de la ventanilla, su rostro moteado de gotas de lluvia  ̶  en el sendero que bordea el canal  ̶  riéndose de mi estilo zafio de corredor sin vocación, entonces guiñando un ojo, susurrando en mi oído: “¡ánimo campeón, tú puedes, te espero tras la meta, anhelo tus torpes manos, tu perezosa sonrisa, tu mirada ingenua, tu alma blanca! ¡ánimo mi héroe, rescátame de este edificio en llamas, apaga mi fuego interior!”. Erika okupó  una estancia en mi mente, pateó la maltrecha puerta, cambió la cerradura y se negó a abandonarla, riéndose de los vecinos, maldiciendo a la Policía, torturándome el alma.

            Leo, releo mis viejas fargaditas escritas a lo largo de todos estos años. Algunas desde el cariño, desde la nostalgia, con alegría e ilusión, otras parapetado tras la tristeza, con camuflaje de rencor y un puntito de resentimiento. Erika nunca mintió. Jamás clavó su puñal en mi espalda: “No te ilusiones. Esto es pasajero. Regresaré a mi lejano país. Disfruta el momento. Carpe diem”. “Camino, hoy,  junto a ti porque adoro tu compañía. Mañana, en el próximo cruce, tomaré el ramal contrario al tuyo”. Todo esto leía mi mente romántica, mal acostumbrada desde la cuna por los cuentos de Princesas encantadas, comedias de amoríos jolibudienses, y series de eternos treintañeros que pasan sus días sonriendo, acomodados en enormes sofás de un Café que no cierra nunca. En la cruda realidad, sus palabras tempranas estuvieron impregnadas de un pragmatismo neozelandés de manual de supervivencia: “Mira Jorge, estoy contigo porque me gusta tu compañía. El día que no me guste, dejaré de estar contigo”. Como dicen en mi pueblo, al pan, pan y al vino, vino.

            Mas aun quedaban meses para las lágrimas, las puertas cerradas y los móviles mudos.

            ̶  ¡Hola guappo!  ̶  su habitual saludo, tras yo pulsar la tecla verde de mi pequeño Nokia azul, que había emitido el nananá nananá de Kylie Minogue, apenas unos segundos antes.  Jamás dos sencillas palabras produjeron tantas sonrisas en mi rostro.

            ̶  Hi gorgeous, how´re you doing?  ̶  respondí, intentando sin éxito imitar la entonación de Joey, el guaperas ligón de Friends, un tipo capaz de soltar el cierre de un sostén tan solo con la mirada.

̶  ¿Oye majo, tienes planes para sábado doss de Julio; estarás libre para mí?  ̶  me entusiasmaba que usara aquella palabra tan riojana que yo utilizo a menudo, pero no me provocaba el efecto experiencia pseudoreligiosa que lograba con su característico guappo.

̶  Espere señorita. Consultaré mi abultada agenda… mmm… pues no tengo ningún compromiso, y si lo tuviera tiraría la maldita agenda a la basura. Por supuesto que estaré libre para ti  ̶  su carcajada de niña traviesa traspasó la línea del móvil, inundó mi habitación, me derribó sobre la cama con las piernas temblorosas y el corazón palpitando como un potro salvaje, desbocado, pradera abajo. Adoraba hacerla reír con mis tonterías.

̶  ¡Hay eventto muy impportante. Ttenemos que acudir: The White March: Make Poverty History!  ̶  concluyó. La gran marcha blanca, una manifestación que se esperaba multitudinaria por las calles de Edimburgo, todos vestidos de blanco. Una cadena humana para combatir la pobreza en el mundo. Bono, tras sus ridículas gafas de sol y sus millones, en el centro del tinglado, el alma de la fiesta. Muy Erika todo ello, siempre combatiente contra la injusticia, defensora del débil, con su cabecita habitando un mundo imaginario, donde Pin y Pon son felices, comiendo hierba de colorines en prados multicolor. Sobre-cualificada para un casting en busca de protagonista de la canción de Robe Iniesta:

“Es capaz de nadar en el mar más profundo.
Igual que un superhéroe, de salvar al mundo.
Donde rompen las olas
salva una caracola”

̶  ¡Claro que acudiremos, juntos!  ̶  respondí entusiasmado, plenamente consciente de que ese sábado trabajaba en el super, conocedor de que a mis jefes aquello de la hambruna mundial no les movería un ápice la aguja. El cuadrante era el cuadrante, y si no había personal podría ir olvidándome de salvar a los niñitos hambrientos o de liberar a la ballena Willy. El business no entiende de sentimentalismos. Pero eso ya lo resolvería. Una minucia. Una piedrecita en el camino.

            Por Erika hubiera acudido a manifestarme en defensa del escarabajo pelotero, vestido de amarillo, con mallas rosas y antenas luminosas.

            No soy de asistir a manifestaciones. De ningún tipo. Ni siquiera las futboleras. Las políticas ni me lo planteo. Aborrezco a todos esos sinvergüenzas por igual. Una única mani  con mi presencia acude a mi recuerdo. Logroño, año 1987. Contra la Reforma Educacional, la primera de una futura larga y triste lista. Unos pipiolos éramos, rostros tersos, cabello espeso y sano, mentes ingenuas, ojos chispeantes, piernas fuertes, puños en alto. Gritando hasta la afonía aquella vieja consigna a unos policías, con sus uniformes color leño, cascos con visera transparente y enormes escudos, con las largas porras al cinto.

 ¿Esos de marrón, de qué Colegio son!
¿Esos de marrón, de qué Colegio son!

Y los duros policías nos contemplaban entre divertidos y absortos, o tal vez algo preocupados. A dónde van estos pobrecillos, pensarían, a ver si se cansan ya de berrear y acaban de potes en la Laurel, y nosotros nos comemos el bocata.

Mientras tanto, el punky Cojo Manteca pasaba a la Historia en Madrid,  reventando semáforos y farolas a golpe de muleta.