domingo, 11 de abril de 2021

F167 - Mensajero del futuro (octubre 2006)

 

Allí estaba de nuevo. No era la primera vez que lo veía, ni la tercera. Tampoco sería la última. Sin embargo, su presencia resultaba extraordinaria, más allá de la rutina de la zona, lejos de ser algo habitual. Cuando tropezaba con su visión, las dudas acudían al asalto. ¿Lo verán los demás también? ¿Será una aparición, una especie de espectro que tan sólo yo puedo contemplar? ¿Estaré perdiendo la chaveta? Dichas sospechas se desvanecían al instante, gracias a los pitidos de los vehículos, algún grito o quizás un juramento lanzado al viento viciado con humo de tubo de escape.

Ante la sorpresa inicial, tras tropezar con el personaje, detengo mi marcha, e incrédulo, observo: Esquiva los coches con gracia de torero joven. Mirando al frente, altivo, gira sobre sí mismo, ejecutando chicuelinas de cara al tendido, y torna sus ojos claros al cielo gris, que clemente, deja pasar un hilo de sol. ¡Va por ustedes!, parecía decir.

Se trataba de un tipo peculiar. Hubiera llamado la atención de cualquier manera. Mediante su actitud, su mirada, su tamaño. Habría reparado en él aunque lo encontrase sentado sobre el bordillo, pidiendo, como cualquier homeless. Mas el muchacho no pertenece al grupo de los sin techo. No reclama dinero. Tampoco muestra carencia alguna. Se limita a caminar entre el tráfico, charlar consigo mismo y amenizar el día a los curritos, oficinistas con prisa y café para llevar, chavales ociosos y algún que otro mirón vocacional, como yo mismo.

Todo ello, semidesnudo.

Grados centígrados, Fahrenheit u hoja del calendario carecen de importancia. Su look permanecía invariable. Torso desnudo, pantaloncitos vaqueros cortos y apretados. Pies descalzos.

Los tatuajes brillaban por su ausencia. Me sentía defraudado. Siempre lo hubiera imaginado con algún grabado corporal de carácter presidiario, tono azul ajado, de trazo grueso y zafio. Describirlo como un hombre fuerte no le hace justicia. Era un superhéroe atravesando una mala racha, antifaz y mallas cedidos al prestamista o quizás un vendedor de enciclopedias a domicilio, con el termostato interno averiado, quien presa de un insomnio atroz  ̶  debido a la invasión barbárica de Wikipedia  ̶  se machaca noche tras noche en su pequeño apartamento, donde los obsoletos tomos de la Britannica y Larousse disputan su espacio con pesas, mancuernas y potros de auto-castigo.

 Rozaría el metro noventa. De hombro a hombro un largo trayecto. Pectorales cuasi obscenos de tan voluminosos. Tableta para lavar ropa a mano por abdomen, un ‘six pack’ lo denominan por estos lares (emulando al paquete de seis birras). Popeye tosería el humo de su pipa al contemplar aquellos bíceps de acero para barcos de Bilbao. El mismísimo Roberto Carlos  ̶  véanse anales del Real Madrid  ̶  borraría su sempiterna sonrisa envidiando los muslos del chicarrón. Sin esfuerzo, pude visualizarlo: a cuatro patas, una gruesa maroma entre los dientes, su tenso cuello de toro a punto de reventar, arrastrando un Scania dieciocho ruedas.

Caminaba medio en pelotas. A su bola, como si la carretera, las aceras, conductores y peatones no existieran. Todo a su alrededor, un moderno decorado de cartón piedra mejorado. La gente, meros figurantes de a cuarenta libras la jornada. Él, protagonista absoluto de aquel largometraje eterno, llamado vida, con su monólogo improvisado, la banda sonora atronando dentro de la cabeza y alguna melodía nostálgica que huía de su armónica, buscando quizás llegar a oídos de una Olivia tan delgada como cuerda.

Así es, dos objetos permanentes ocupan sus enormes manos: una armónica que sustrae rayos al sol y una gran botella de plástico con dos litros de agua a medio consumir. De vez en cuando, da largos tragos al recipiente. Bebe como un chiquillo sediento tras una pachanga futbolera. El líquido transparente desborda por las comisuras de sus labios. Yo lo observaba atónito, y rezaba por que aquello no fuera agua de fuego camuflada en recipiente de apariencia inofensiva, vamos, el vodka de toda la vida.

No se trataba de alcohol. Tan sólo agua, quizás del propio grifo. El gigante refrigeraba así su maquinaria muscular. Un tipo sano, saltaba a la vista. Tal vez, su cuadro de mandos mostraba el cuentarrevoluciones algo pasado de vueltas, mas se notaba inofensivo. De esos que ayudan a una ancianita cruzar la carretera.

Su recuerdo lo asocio con el Cowboy estadounidense. Un señor con perilla que pasea en tanga y sombrero su vieja guitarra, animando las gélidas mañanas a los neoyorkinos. Sin embargo, nuestro vaquero particular tenía aspecto de provenir de algún país del Este de Europa. Un rostro que refleja dureza aniñada. Ojos de un azul deslavado. Ningún sombrero protegiendo su cabello rapado, el cual se adivina rubio canario. Las botas camperas debió de venderlas para comprar el reluciente instrumento.

Una cuadrilla de adolescentes autóctonas  ̶  moños altos, maquillaje de a kilo, botas rodilleras, grandes aros plateados por pendientes  ̶  atraviesan la acera, a lo Alejandro Sanz, pisando fuerteee, pisando fueerte; cargan amplias bolsas de papel semivacías pero con el todopoderoso logo de la tienda de moda. Silban, vitorean, gritan al frío viento vocablos para mí indescifrables, versos de periferia cargados de voluptuosidad. Ye´re so hot! Alcanzo a entender. Continúan su camino, risitas nerviosas, brazos entrelazados, el pavimento les pertenece, juegan a ser las chicas de ‘Sex and the City’, todo glamur y bolsos Chimmi Chu, tratando de olvidar que al anochecer, cual modernas Cenicientas, subirán a la carroza granate número 16 con destino a Oxgangs, donde les espera la soledad en penumbra, cena al microondas y un capítulo de EastEnders.

El cowboy descamisado sigue un ritual en su libro de texto. Recorre uno de los lados de North Bridge, el que asoma al Castillo, en dirección sur. Alcanza la altura del Hotel Carlton, cruza la carretera. Esquiva los coches cual promesa del toreo bielorruso. Frente a la fonda de renombre, da un largo trago y toca una melodía que rebosa melancolía. Quizás su particular Olivia escapó de sus brazos, pienso, y buscó refugio en una lujosa habitación. Entonces mi mente hace un clic, salta hacia adelante en el tiempo un puñado de años, y me contemplo paseando frente a la fastuosa pensión, manos enlazadas, luna lechosa por testigo, con ella, una ex-recepcionista de ojos melancólicos, quien raptará mi alma para llevarla consigo a orillas de un viejo Mediterráneo cuyas aguas concibieron su nombre, Marina. Entonces, el ucraniano mira al frente, en mi dirección, detiene su melodía, sonríe, de alguna forma conocedor del futuro que me espera, alza su poderosa testa al cielo, mano derecha levantando la botella, cual simbólica montera:

̶  ¡Va por ustedes, mi arma!, parece exclamar, el Chiquito del Volga.

 

8 comentarios:

  1. "Chiquito del Volga".. ja, ja! Y el personaje echó raíces en la ciudad o era nómada? Yo cerca del trabajo tengo uno que me pide un bocadillo o directamente un carajillo de ron. El tuyo era abstemio y soñador, viviendo en su propio mundo, feliz, seguro.
    Qué es exactamente una "dulzaina"

    Buena tarde!
    Eva

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  2. Hola Eva.
    Perdona, tenía pendiente contestarte. Gracias por avisarme de lo otro. Aquí en clave tipo Bond, James Bond jaja.

    Pues no sé. Ya sabes que la exageración es marca de la casa. Era un tipo bastante normal del que ha nacido un personaje. No todo va ser fidedigno, tal y como se advierte en la cabecera.
    Espero que dulzaina sea una armónica, pues es el único sinónimo que hallé, por aquello de evitar un exceso de repetición.
    Un carajillo es siempre de agradecer para alguien de la calle.
    El mío tan sólo era un culturista flipado (debajo de ese hotel había un gym... al que acudía en su día Erika, by the way) (Marina trabajó en el hotel).
    Gracias.
    Un saludo

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  3. "Dulzaina", a mí me suena a un tipo de oboe-flautilla que tocan por Cataluña y Com. Valenciana.
    Los flipados, una especie universal..

    A cuidarse!
    Eva

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  4. Corregido.
    Muchas gracias, Eva.

    Me gusta la crítica constructiva.

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  5. Un colgadillo que está de buen ver.

    Sí que hay gente, poca, la verdad, que resulta un tanto atractiva, en el sentido que llama la atención o curiosidad por algo. Cuántas historias habrá detrás.

    Feliz lunes,

    viki

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  6. Hola viki,

    Así es. Llaman nuestra atención porque rompen una rutina. Se salen de la "normalidad" diaria. Además en este caso era muy de vez en cuando. No era un fijo del lugar.
    Feliz semana.

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  7. Me recuerda al Cowboy de Nueva York, con su guitarra y con un aspecto físico envidiable :-))

    Estos personajes siempre le dejan a uno pensativo: no sabemos, como tu, el por qué del acto, pero ahí están, desafiando lo imposible, haciendo lo que, supongo, consideran que es lo que quieren hacer.

    Envidiable... Muy envidiable :-))

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  8. Hola Paquito.
    Así es. Yo lo asocié de inmediato. Es más, descubrí primero al de Edimburgo y cuando vi (años más tarde) al NY Cowboy lo recordé.

    Luego se me ocurrió el relato. Obviamente exagerado y adornado. Ni siquiera tocaba instrumento alguno.

    Gracias por la visita.

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