martes, 30 de marzo de 2021

F166 - Sobre un mojón de piedra (presente y sep. 2006)

 

Confieso que todavía me ocurre. A pesar de mi retorno a España hace ya más de cinco años. Es como si tuviera insertado un chip británico en el cerebro. No logro anularlo, borrar su contenido maligno, ni siquiera resetearlo. En ocasiones, bajo somnoliento al supermercado de la esquina, con mi mente repasando una lista imaginaria de todos los ítems necesarios, algunos de ellos los intercalo en la lengua de Shakespeare, por pura nostalgia: bread, bananas, yogures, salad, aceite, apples, papel higiénico, cheese…; incluso me atrevo a improvisar algún artículo en el idioma local: garbantzuak. Así, a lo bruto. Lo hago mentalmente, tampoco es cuestión de llamar la atención, recitando palabras absurdas a los cuatro vientos, con riesgo de acabar encerrado en un cuarto de paredes tan blancas como blandas.

Así acontece. Recorro los escasos quinientos metros, dándole vueltas al juego mental y absurdo. Debe de ser consecuencia de la falta de sueño, me digo a modo de consuelo. La alternativa sería terrible: estás tronado de la cabeza, chaval. Camino con la mirada hacia el suelo, tratando de burlar los rayos de sol que buscan penetrar mis ojos, y de paso sortear alguna que otra cagarruta perruna. Busco sombra. Otra manía personal e intransferible. Llego a la puerta de cristal del vasto establecimiento. Salvo que ya no es de vidrio. Hoy no. Una enorme persiana roja de hierro corrugado la sustituye. ¡Mierda, es domingo! Ha vuelto a suceder.

No consigo grabar tal información en mi cerebro: domingos y fiestas de guardar (como se decía antaño) igual a: comercio cerrado. Esto no es el Reino Unido, be water my friend, que cuentan susurró el bueno de Bruce Lee, entre patada y patada. Adáptate al entorno colega, traducción a bote pronto. Así que, ando repitiendo esta cantinela toda la semana: viernes santo, viernes santo, viernes santo. ¡No vaya a ser que baje al Eroski a por cebollas  ̶ onions ̶  el dichoso viernes!

No existen los “puentes” en Escocia. Un día traté de explicar dicho concepto al bueno de John, quien sonreía benévolo, como si lo comprendiera, haciendo el esfuerzo. Eso es un amigo. Otro día lo hablé con Rachel, la cual me contempló como las vacas miran al tren pasar. Bridge, Rachel, bridge. Nada, ni por esas. Ni en su propio idioma. ¡Qué cruz! ¡Como para explicarle lo del Viernes Santo! Oh my dear Lord!

No conocen los puentes festivos, pero tienen sus cositas, los británicos. En su pomposo calendario, de improviso, varias veces al año resaltan un lunes festivo. Así, por la cara. By the face! (que dirían los Gomaespuma). Ante mi pregunta, responden: es Bank Holiday. Quedándose tan panchos. Y entonces yo les miro como cow to the train. ¡Qué demonios tendrá que ver el cierre de bancos para todos gozar de pausa laboral!

Están locos, estos hijos de la Gran Bretaña.

Septiembre de 2006. Domingo soleado. Sábanas pegadas. Pereza. Lavadora tardía. Bajo al jardín trasero para tender la colada. Huele a ropa limpia y húmeda. Un puñado de pinzas en los bolsillos. La brisa hace agradable la tarea. Supongo que Stevie habrá salido con su chica. Gustan de hacer escapadas de fin de semana. Lugares cercanos. Algún lago del norte. Ella conduce su pequeño utilitario. Él habla, nervioso, de forma atropellada. No es que no confíe en sus dotes de conductora. Tan sólo que no se fía del asiento delantero. Frena con el pie derecho, sobre un pedal fantasma, ante cualquier imprevisto. Se agarra a la manilla de la puerta. No es un buen copiloto. Ni siquiera lee mapas. Prefiere apalancarse en la parte trasera de uno de esos mastodónticos taxis negros y dejarse llevar, sin contemplar el tráfico, el potencial peligro. Jamás reunió el valor para sacarse el permiso de conducción. No lo necesito. Se excusa. Edimburgo posee un magnífico transporte público, añade. A ella no le importa, adora su voz cercana y agradable, mas algo atiplada. Su parloteo incesante. Atesora, esa muchacha, la capacidad de filtrar aquel torrente verbal, extrayendo sus posos de cariño.

Tiendo, respiro profundo, entorno los ojos al sol, dejo que la brisa acaricie mis brazos desnudos. Los alzo, estirándolos, pies de puntillas, en un vano intento de alcanzar esas nubes blancas, de puro algodón.

Es domingo. Hay carrera de Fórmula Uno, recuerdo. Un jovencísimo Fernando Alonso pelea por su segundo título mundial consecutivo, bajo la modesta escudería Renault. Es curioso, jamás fui persona de himnos ni banderas. No importa los colores: rojigualda, riojana, soviética. Sin embargo, para mi propia sorpresa, me estremezco cada vez que un deportista patrio sube a lo más alto del podio: Rafa Nadal, el mismo Alonso, los chicarrones de la Selección Nacional de Baloncesto, Lydia Valentín… Contemplo sus rostros eufóricos, mirando unos al frente, otros al cielo, gorra o mano sobre el pecho, respetuosos, soñadores, como chiquillos ganadores de su primer trofeo. Suena de fondo la Marcha Real, mientras, sobreimpresa en la pantalla, una imagen de la bandera siendo izada lentamente. Me emociono como un bobo. Como si un trocito de mi alma hubiera vencido con ellos. Debe de ser la distancia, me consuelo. La añoranza escondida tras mil novecientos dieciséis malditos kilómetros.

Tras acabar de colgar la ropa, compruebo que no tengo ni una mísera cerveza en el frigorífico. ¿¡Qué sería un emocionante Grand Prix, despatarrado sobre mi enorme cama, sin una cerveza helada con que remojar el gaznate!?

Cojo unas monedas y salgo en dirección al bazar de la esquina. El paki. Expresión que tan sólo uso, con tono cariñoso, para conmigo mismo, o con compañeros de confianza. John, en su día, me advirtió que era un término despectivo, que no debía usarlo en público.

Traspaso el umbral de la tienda. Una campanilla anuncia mi llegada. Es un recinto sombrío, pero acogedor. Se agradece el frescor de su penumbra. Una mezcolanza de aromas conquista mi olfato: dulces, especias, fruta madura, lejía.

Tras el mostrador, un tipo de unos cincuenta años. Moreno, de piel y cabello. Mostacho poblado, ropajes anchos, de lino gris. Un gorro algo aparatoso sobre su testa.

̶  Hello, my friend!  ̶  dice, afable.

Le saludo y me acerco a una nevera situada al fondo de un estrecho pasillo. Botes, latas, cajas y sacos pueblan, apretujados, cada centímetro cuadrado de baldas y estantes, incluso el suelo. Tras unos segundos de indecisión opto por una lata grande de cerveza australiana: Foster´s, la favorita del Güero Dávila. Abro la puerta acristalada y la cojo. Está muy fría. La saliva invade mi boca. Parezco el puto perro de Pavlov tras escuchar la campanita. Eso debería constar como maltrato animal. Pobre chucho. Ahora lo comprendo.

Ufano, me aproximo a la barra. La gelidez del recipiente atraviesa mi mano, el brazo, y cuando alcanza mi cara dibuja una sonrisa. Misterios de la física, me digo divertido.

̶  No alcohol, my friend  ̶  dice el señor paquistaní (seamos respetuosos, pienso).

̶ 

Quedo sin palabras. Perplejo. Me miro las zapatillas, los vaqueros, la camiseta, las gafas oscuras que cuelgan del cuello de ésta. No puede ser, dice mi voz interior. Sonrío como un estúpido. El tipo no se inmuta. No puede ser, repito. Siempre me calcularon muchos años menos, pero esto es ridículo. ¿No creerá este buen hombre que no alcanzo la mayoría de edad? Por supuesto no acarreo documentación alguna. Nuestro DNI no es reconocido para este propósito, y el pasaporte es un engorro color cárdeno.

Así que me limito a preguntar, con aire azorado.

            ̶  ¿… por qué?

            ̶  Son las doce menos cinco. No alcohol hasta las doce.

Lo dice como quien recita unos versos aprendidos en la infancia.

Y entonces caigo en la cuenta. Esa norma ridícula. Ley contra el alcoholismo. Limitando el horario de venta la mañana del domingo: muerto el perro, se acabó la rabia, creen los muy ingenuos gobernantes. Me disculpo, repitiendo la palabra ‘sorry’ media docena de veces. Acompañándola con aspavientos. Todo muy Spanish, muy Ibérico. Devuelvo la bebida al refrigerador y abandono el local.

Reposo mi trasero en un mojón de piedra, al otro lado de la calle, bajo la sombra de un árbol.  Móvil en mano. Cuando los números agrandados sobre la pantalla muestran: 12:00, me levanto como un resorte y corro hacia la tienda, algo encorvado, frotándome las manos; susurro hechizado, a la par que enfervorecido, emulando al bicho feo ese, Gollum, reclamo mi tesoro: my precious, my precious!

¡Ni el pobre perro de Pavlov sufrió tal padecimiento!

 

8 comentarios:

  1. Bueno, es que cinco minutos de diferencia suponen todo un mundo en algunas circunstancias, aunque creo que esta no era una de ellas...

    Besos.

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    1. Hola.
      Cinco minutos son una eternidad en "esas" circunstancias... jaja

      Un saludo

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  2. Yo los llamo "los habibis" a esos bazares, "ir al habibi a por algo". No es despectivo.

    Sí, una inspección o pasa algo y tienen el ticket de las 11:55 con venta alcohol, en fin, cualquier chorrada por cinco minutos o ganas de hacer la puñeta, que también.

    Muy bueno y divertido el relato.

    xx

    viki

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  3. Hola viki,

    Yo tampoco lo veo despectivo. Es como decir voy al Chino a por algo. Pero ya sabes en UK lo falsetes que son para ciertos temas. Mucho respeto pero luego te preguntan de qué raza eres al aplicar a un trabajo.
    Por no hablar de USA donde oficialmente los españoles no somos Blancos.
    En fin.
    Gracias maja. Me he divertido recordándolo.
    El hombre no lo hizo a mala baba. Para nada. Simplemente porque son cuadriculados para las normas y horarios.
    Un saludo.

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  4. Un poco hipocritillas en UK, sí.
    El hombre lo hizo por tu bien, para que degustaras la cerveza con más ganas. Las cosas buenas se hacen esperar..

    Pues mañana viernes súper santo, echa el turbo cara al súper a por provisiones!

    A cuidarse.
    Eva

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  5. Hola Eva.
    Mira que justo escribí esta batallita eh, pues hoy ya enfilaba hacia el super y he recordado que cierran por jueves santo también. A mitad de camino. No llegué hasta la puerta como otras veces. En mi defensa alegar que iba recién levantado. Es lo que tienen mis extraños horarios laborales.
    Gracias maja. Tú también.
    Buen puente jeje.

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