Nadie me lo
advirtió. Nadie se acercó con sigilo para susurrarme al oído la más mínima
amenaza, ni siquiera un aviso. Juraría que tras leer la descripción de tareas,
al rellenar la pertinaz solicitud de trabajo, no constaba ningún plus de
peligrosidad. Tonto de mí. Toda la vida fui un ingenuo. ¿Quién diría que
ejerciendo de vulgar reponedor mi vida estuviera en juego?
Todo comenzó
con miradas torvas, gruñidos animales, palabras ininteligibles y toscas maneras.
Todo se
engendró en el lugar más oscuro y peligroso de aquel enorme hipermercado: un
rincón apartado donde se situaban los machacadores de plástico y cartón. Dos
enormes bocas gigantescas, de mandíbulas
metálicas con restos de un sarro herrumbroso, goteantes de jugos y almíbares
putrefactos.
Como parte
de nuestro trabajo, debíamos acumular grandes cantidades de material reciclable,
sobre todo cartón, plástico, y algo de papel; y restos orgánicos que apartábamos
en otro contenedor (fruta pasada de fecha que era aprovechada como alimento en
granjas locales). Cada dos por tres, acudíamos con una carretilla manual, o una
jaula, repletas de dichos residuos.
Aquel cuarto
cerrado impresionaba. En la penumbra de su interior volvía a ser un crío de
ocho años, asustado, retornando a casa por aquel camino, de tierra, charcos y
piedras, mal alumbrado; balón de reglamento bajo el brazo, puños prietos y la
férrea voluntad de no echar a correr, ni mirar atrás. “No corras. No seas cagueta”. El mantra se repetía en mi mente de
chiquillo asustadizo con vocación de valiente. Sin embargo, aquí de pie, con
pelo en pecho y vistiendo el uniforme del supermercado, caes en la cuenta de
que los mantras son un invento inútil, unas frases estúpidas paridas por un sobrevalorado
creador publicitario, destinadas a decorar mugs
para café. Con asombrosa frialdad, comprendes que el monstruo puede acabar con
tu vida en cuestión de segundos. Maldices tus pensamientos de cenizo y tratas
de no invocar su presencia.
Por fortuna,
en esta ocasión me hallo solo, a mi vera una enorme pila de cajas aplanadas, en
precario equilibrio sobre la transpaleta. Me lo tomo con calma, la jornada se
antoja larga como un partido entre dos equipos de mitad de la tabla escocesa: Patadón pa´rriba, patadón pa´bajo, que
ni el mismísimo Clemente, oiga.
Huele a
cartón y a fruta podrida. Algún listillo ha tirado una caja sin vaciarla del
todo. Presiono el botón de triturar, ya no cabe ni un mísero tetrabrik de zumo
para niños. Aún debo arrojar la mitad de la torre de cartón. Las tripas de la
bestia de acero rugen agradecidas, mas jamás satisfechas.
Un gruñido
tras de mí.
Los pelos de
mi nuca se erizan. Madre mía, ¿será un oso perdido, un jabalí hambriento, un
zorrito juguetón? Trato de templar los nervios. No hay osos en Edimburgo, ni
jabalíes. Me digo, infundiéndome valor. Sin embargo los zorros suelen acudir al
olor de la basura; alguno ya vi por mi barrio periférico.
O quizás
pueda ser peor todavía. Podría ser él, mi monstruo.
Me giro
despacio. “No corras. No seas cagueta.
Dice la vocecita socarrona. Vaya, y yo que creí haber enterrado el obsoleto
mantra de Todo a Un Euro.
Sus ojos
brillan en la oscuridad, reflejan la luz de la luna. Extraño, estamos en el
interior de la nave.
Sus dientes
amarillentos y puntiagudos asoman entre labios retraídos. Un hilo de saliva
resbala por su hocico, perdón, su barbilla.
Es él. Mi
futuro asesino. El monstruo. Un nuevo encuentro, idénticas maneras. (SSDD: Same Shit, Different Day, que dirían los buenos muchachos de King).
̶
Grrrrrr.
Gruñe de
nuevo. Dice algo en un escocés hermético. Apuesto mi salario semanal a que no
encontraría el significado en ningún diccionario al uso. Sin embargo, basta con
interpretar el contexto. Bendito contexto, cuántas veces nos saca de apuros psico-lingüísticos.
Traduzco para mis adentros:
̶
¡Vamos. Acaba ya de una puta vez!
Supongo que
habla un dialecto indígena, como si se tratara de un siux escocés. El vocablo solitario,
disfrazado de bufido, esconde toda una frase, o dos. Tal vez pertenezca a un
clan de las Highlands, mas en lugar de vestir kilt éste debería utilizar taparrabos.
Contemplo su
ceja poblada y única. Los pómulos salientes. Su aspecto simiesco. Las manos
enormes y coloradas, como si viniera de dar bofetones a una vaca peluda. Quedo
embobado. Voy a morir. Ya está. La palmaré aquí, a manos del eslabón perdido.
Un gesto
familiar me saca del ensimismamiento. Gira el cuello de toro hacia arriba. Mira
el techo y masculla. Jura por lo bajini, como los pelotaris de mi pueblo cuando
su pelotazo golpea la chapa. Pero el mostrenco lo hace con menos adorno, escasa
gracia y nula imaginación.
Acabo la
tarea a toda prisa. No es cuestión de sacrificar mi joven vida por un sueldo
mediocre.
Con el
tiempo llegué a conocer a la persona oculta tras el personaje. De vista y de
oídas. Incluso intercambié palabras,
gruñidos y chascarrillos con él. Tan sólo es un mocetón huraño, serio, con
niveles altos de bravuconería. Supongo que utiliza la agresividad pasiva como
escudo protector. Necesita amedrentar porque siente miedo. Es un crío atrapado
en un corpachón. Has de hablarle despacio, con gestos lentos, sonriendo, sin
retar sus ojos asilvestrados. Tal y como te acercarías a un lobo ibérico.
Aunque todo
eso lo aprendí más adelante. Aquella noche la cosa pintaba fatal.
Antes de
salir yo del recinto, dijo algo que tampoco alcancé a comprender. Me detuve, y
mirándole a los ojos ̶ no corras, no seas cagueta ̶ le pregunté a qué se refería. El tipo
señaló el suelo, sucio y pegajoso, indicando un pequeño envoltorio de plástico
que debió caerse de mi carga. O quizás no. Tal vez ya estaba allí abandonado.
Miré aquel
despojo transparente. Posé mis ojos sobre los suyos. Y solté lo que tenía agarrado
a las tripas, sin filtrarlo a través del cerebro.
̶ Yo ya terminé. ¿No tenías tanta prisa, tú?
Acompañé mis palabras con un gesto
distraído, alzando un hombro.
Sus ojos grisáceos se juntaron
formando uno solo, enorme bajo la única ceja, clavado en mí cual broca
vibratoria, taladrándome. Un cíclope Black
& Decker.
Sus labios, apenas separados, dejaban
ver los dientes manchados y espumosos.
̶ F**k
off!! ̶ el exabrupto brotó de su interior, húmedo,
espeso como el vómito falso en una película mala. No fue un juramento
cualquiera, como los habituales. Fue un tiro a la diana, apuntando, fijando el
objetivo a través de una mira telescópica.
Ya está. Estoy muerto. Como diría el
amigo Reverte, me pican el billete. Puedo leer los titulares en The Scottish
Sun: “El cuerpo de un joven
español aparece destrozado en el interior de una trituradora de cartón”.
No corras. No seas cagueta.
Aguanto su mirada. Trato de que no
huela el miedo. Todavía temblando por dentro, giro sobre mis talones rumbo a la
salida. Sin embargo, el último vistazo esboza una sonrisa en mi rostro.
El tipo, agachado, recoge el pedazo de
plástico.
̶ Gotcha,
motherf***er! ̶ digo, por lo bajini, como los pelotaris de mi
pueblo.
Por un momento pensaba en una especie de 'Cujo escocés'..
ResponderEliminarEn esos momentos complicados donde ya lees tu esquela.. tiras de farol aunque te vayas por la pata abajo. Cuestión de supervivencia :D
A seguir cuidándose¡
Eva
Hola Eva,
ResponderEliminarNo era Cujo, no. Jaja.
Con los años aprendes que a veces basta con plantarle cara al otro, otras veces no...
Gracias, cuídate tú también.
Joder Jorge, qué miedo he pasado.
ResponderEliminarQué quieres que te diga, yo hubiera cambiado el «No corras. No seas cagueta» por algo del tipo «tonto el último».
Besos.
Hola "Devo",
ResponderEliminarJaja ya te digo. Fue lo primero que me dictó el instinto. Pero a veces has de dar un puñetazo en la mesa.
Gracias por comentar.
Un saludo.
Y todo por un trozo de plástico en el suelo en un cuarto de basuras... cualquiera sabe cómo se pondría si lo pisas o rozas sin querer.
ResponderEliminarMe alegro del puñetazo en la mesa, total, al final la probabilidad es 50-50 te enfrentes o no. Y con mejor sensación por seguir tu instinto. No era el día que te picaban el billete (qué bueno).
Cheers! viki
Hola viki.
ResponderEliminarHabía tenido un par de encuentros poco agradables en dicha zona. Y un día me dije que ya basta de borderías.
Obviamente todo está exagerado. Si no, no sería una Fargadita. 🙂
Lo de "picar billete" es de Pérez-Reverte (al menos yo se lo he leído a él).
Un saludo y gracias.
Le plantaste cara y afortunadamente,la cosa salio bien.
ResponderEliminarEste tipo de situaciones,si ocurren fuera de tu pais y sin dominar el idioma al 100%, se reacciona menos bravamente que si te ocurre en tu propio pais.
Es como cuando un equipo de futbol juega fuera de casa,no juega de la misma forma sino mas timidamente.
Aun recuerdo la entrada que pusistes hace un tiempo,sobre el individuo aquel que se meo en el autobus estando tu y el solos en la parte de arriba. Estoy seguro que si esa misma situacion te pasa en España,hubieses reaccionado de otra manera muy distinta.
Saludos!
Hola Comodus,
ResponderEliminarGracias por tu comentario y por tu fidelidad (jaja acordarte de lo del yonki tiene mérito).
Totalmente de acuerdo. El idioma es una barrera más. Además al principio no conoces las reglas, las pintas, los barrios chungos, los colores futboleros, etc.
Lo mejor es evitar ciertas situaciones, ambientes, zonas, personas...pero a veces no se puede.
Yo eso lo voy aprendiendo poco a poco. Si en el curro te matonean, chilena, como quieras llamarlo, aguantas una vez pero a la siguiente estalla. O ni una vez, depende. Hay gente cobarde que se crece con el callado, el formal, el pacifico...y eso se lo tienes que parar desde el principio.
Perdona por el rollo jaja.
Cuídate, un abrazo.
Corrijo: chulean, no chilena.
ResponderEliminarJajaja yo me imaginaba un lobo estepario por lo menos...
ResponderEliminarHola Andrómeda,
EliminarO un hombre lobo, jaja.
Cuídate
Gracias... cada vez me lo ponen más difícil. Pero no voy a dejar que me ganen :D
EliminarAbrazo, Don Jorge.
Vaya, ya me contarás por privado si quieres. Todo está muy complicado. Ánimo. Un abrazo.
Eliminar.
ResponderEliminarPerdona pero es que estoy probando con una cuenta nueva.
ResponderEliminarNo problem!
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