Había transcurrido un año entero
desde que solté mi bomba en Nochebuena. Otra Navidad que se adueñaba con su
magia de todo cuanto tocaba. Decoraciones, lucecitas de colores, sonrisas de
extraños, tonadillas de villancicos y el resonar de miles de zapatos
recorriendo las ciento una tiendas de Princes Street.
¡Feliz Navidad!
¡Sonríe!
¡Compra!
¡Aparenta!
¡Compra!
¡Aparenta!
Amo la Navidad. Aborrezco la
Navidad.
Es muy difícil ponerse de acuerdo
con tu interior. Es difícil saber qué sentir cuando la Navidad se llevó a la
persona que más has querido en este mundo. La persona que más te ha amado. Sin
condiciones y desde sus entrañas. Cuando precisamente esa persona adoraba la
Navidad. Sobre todo la blanca Navidad. Corría a tu cama, a despertarte, para
que mirases la danza de copos de nieve desde el cálido interior de tu
habitación: “¡Jorge cariño, corre,
mira como nieva!”.
Merry Christmas!
Ho ho ho!
Ho ho ho!
Enjoy!
Go shopping!
Es muy difícil afrontar cada
Navidad, cuando tu madre se fue en los últimos coletazos de una blanquísima
Navidad (todavía recuerdo el gigantesco Abeto decorado fuera del hospital, sus
ramas dobladas bajo el peso de la nieve. Tantas visitas. Tantos cafés de
máquina, en vasito de plástico). Es
difícil perderla, cuando eres un jovenzuelo, que ya se afeita y va de copas con
los amigotes, pero en el fondo sigues siendo un niño. Su nene. ¿Cuándo se es lo
suficientemente mayor para perder a una madre?
Happy Christmas!
¡Abraza a ese extraño!
¡Guarda la pistola por unos días!
Take a break!
¡Ya seguirás matando el próspero año nuevo!
Recuerdo todo esto y la culpa y la vergüenza se apoderan de mí. Quizás soltar mi bomba en Nochebuena (a mi padre)
no fue la mejor de las ideas. Mas el dolor y la rabia, cuando te ves
acorralado, te tornan egoísta y miserable. Sólo piensas en ti, en tu escapada,
en tu inglés, en tu sueño, en tu puto Edimburgo.
…
Siempre creí que en España exagerábamos
con la celebración navideña. Hasta que vine al Reino Unido. Esta gente vive
todo el año esperando la Navidad. Una fiebre se adueña de ellos desde mitad de
octubre. Calles decoradas, árboles abrigados con cientos de lucecitas de
colores. Mujeres, hombres y niños comprando y comprando y comprando, como si no
hubiera mañana. Como si cada año acabara el mundo el día 31 de diciembre.
Aquella Navidad de 2002 la
celebré con amigos del colegio. Con David (Bea acudió al calor de los suyos en
España), Ester (una chica de Alicante, a
la cual vi hace poquito) y su novio escocés James.
Aprovechando que Rachel, y mi
nuevo compañero de piso (del que todavía no les he hablado), estaban con sus
familias, nos reunimos en mi casa de Ashley Terrace. Sobre la mesa del living room a falta de mantel, coloqué
una sábana azul oscuro que tomé prestada de los cajones de Rachel (las pasé
canutas después intentando -tras lavarla- limpiar una mancha de vino derramado, fruto de la
excitación del momento), y compré servilletas de papel rojas, con motivos
navideños.
Lo celebramos a la española.
Juntando todas nuestras viandas ibéricas: jamón, queso, mejillones en escabeche,
berberechos, tortilla de patatas, croquetas y ensalada. Todo ello regado con un
buen vino de mi tierra. De postre James hizo una especie de pastel. Un
experimento que David y yo comimos, sin respirar, mirándonos con gestos de
complicidad. Un pastel que provocaría cientos de risas venideras. Una más de las
miles de bromas privadas que compartimos mi pal y yo.
Y a falta de turrón de chocolate,
endulzamos nuestra velada con los famosos Ferrero Rocher. Unos bombones en
Nochebuena.
Hace tiempo que quería comentar esta entrada, pero mi máquina de coser me ha tenido secuestrada. Que sepas que leyendo esto, se me ha encogido el corazón :S
ResponderEliminarBueno, refleja un poco mi estado de ánimo en cada bendita y puta Navidad.
EliminarPuedo llorar escuchando El Tamborilero (el interpretado por Rafael era el favorito de mi madre)... o puedo estar berreando a gritos cantando el "villancico" de Sociedad Alkoholica: "Puta Navidad, Puta Falsedad".
Imagino que es un mecanismo de defensa desarrollado por mi alma.
Gracias por el comentario. Has sido la única que ha tenido el valor suficiente para comentar esta difícil entrada. Gracias.
Como un puño. Gracias a ti por compartirlo con nosotros.
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