Poco a poco iba acumulando
experiencias escocesas en la mochila. Iba aprendiendo una miaja aquí, otra
miaja allá. Iba creciendo como persona, como estudiante y como inmigrante
primerizo.
En seguida me di cuenta de las
enormes diferencias que este país tenía con mi querida, añorada y odiada (a
veces) España. Qué difícil era, en ocasiones, llevar a cabo tareas, por otra
parte tan sencillas en mi país natal. Tareas como encontrar una fregona (era
otro de los misterios locales, ¿dónde vendían fregonas?), tomar un café en el
centro a las 8 de la mañana (misión imposible) o encontrar pan de barra ancha
(no ese estrecho invento francés denominado baguette).
El circo del fútbol también
estaba montado de una forma distinta por estos lares. Mas también reflejaba ciertas similitudes. Yo creía que la estupidez
nuestra, tan española − madridistas odiando a barcelonistas, culés aborreciendo a hinchas del Real Madrid;
béticos y sevillistas en eterna guerra civil; incluso logroñeses enfrentados a
pedradas con nuestros vecinos pamplonicas (eso sí, luego nosotros íbamos a los
Sanfermines y ellos venían a los Sanmateos, como si nada hubiera pasado)− era
eso: exclusivamente nuestra. Algo ibérico. Pero no, amigos míos. En todos sitios cuecen habas. Pero además existía una pequeña, gran diferencia en el mundo del balonpié escocés. Si a la
estupidez de creerte superior a tu vecino, le añades las diferentes creencias extremas religiosas, el resultado es atroz.
Aquí hay colores que pueden matar.
Los más destacados equipos de
fútbol escoceses, por historia y por éxitos, son tanto el Celtic de Glasgow (el equipo de John), como el Glasgow Rangers. Los primeros son católicos (y amigos de Irlanda
del Norte y su sueño independentista), los segundos son protestantes (y amigos
de la Union Jack, que es como se
denomina a la bandera del Reino Unido. Es decir, son unionistas). Ambos equipos son mortales enemigos.
Por otro lado están los equipos de la ciudad de Edimburgo. También históricos, pero de un ranking inferior en las tablas de premios y trofeos. Los Hearts de Midlothian (protestantes, por tanto simpatizantes de los Rangers y de la Union Jack) –en principio− y los popularmente llamados Hibs (Hibernian F.C., amigables con el Celtic) –en principio−. Los equipos católicos comparten los colores verdiblancos. Los Protestantes visten azulón en Glasgow y color vino tinto en la capital escocesa.
Por otro lado están los equipos de la ciudad de Edimburgo. También históricos, pero de un ranking inferior en las tablas de premios y trofeos. Los Hearts de Midlothian (protestantes, por tanto simpatizantes de los Rangers y de la Union Jack) –en principio− y los popularmente llamados Hibs (Hibernian F.C., amigables con el Celtic) –en principio−. Los equipos católicos comparten los colores verdiblancos. Los Protestantes visten azulón en Glasgow y color vino tinto en la capital escocesa.
Escribí amigables en principio,
porque en el fondo los aficionados edimburgueses no pueden ni ver a los
seguidores de la ciudad de la costa oeste. Debido al enfrentamiento y rivalidad
eternos entre ambas ciudades, entre ambas costas. Esto es peor que la serie de
mi adolescencia Norte y Sur. Aquí
sería, East and West.
Poco a poco, como dije, iba
aprendiendo. Conociendo las zonas, los territorios de unos y otros, los
colores, los rituales y las pintas de todos ellos. Pero no siempre fue así.
En una ocasión fui a ver un
partido, de la liga española (muy seguida en Escocia), a un pub. Era un
Madrid-Barsa. Yo era fiel madridista – todavía Mourinho no había conseguido
denigrarnos como lo hace en la actualidad – y vestía mis colores, es decir mi bufanda al cuello (la había llevado hasta
ese momento en el bolsillo). Bufanda que compré en persona tras presenciar la manita 5-0 en el Bernabeu allá por el
1995, creo recordar. La misma bufanda que me acompañó en mi aventura de la Champions en Glasgow, que ya les
relaté.
Allí estaba yo, con mi pinta, mi
posición tomada (una mesa cerca de la gran pantalla) y unos cacahuetes salados
a falta de unas buenas pipas. Al poco rato se me acerca uno de los bouncers (porteros), un tipo 4x4, rapado
(como la mayoría de gorilas de pubs y clubs), con tatuajes en las manos y me
dice que por favor me quite la bufanda del cuello. Yo le miro con cara de
sorpresa, intento poner carita de niño bueno. Pero esta vez no cuela. El tipo
ha visto mucho mundo y no se deja camelar por mis ojos de Bambi ni por mi
sonrisa inofensiva. Al contrario, me sonríe y me dice: “It´s for your safety, pal”. Y claro, ante eso, no queda otra que
callarse y guardar el complemento futbolístico en el bolsillo.
Eso fue en la zona protestante
(Hearts). Es el area donde en más ocasiones he residido en todos estos años.
Incluso actualmente vivo en Jambo
territory (apodo de los Hearts). Pero por aquel partido todavía me alojaba
en el cutre piso con los neozelandeses, franceses y los sosos de los gallegos,
recuerdan. Así que al siguiente partido de liga fui a un pub local. En seguida
me dieron palique, el camarero y un cliente. Les comenté lo sucedido en el pub
de Haymarket. Y me dijeron: “That´s fucking Jambo´s turf”. “Aquí no te
preocupes que nadie va a decirte nada por tu bufanda”. Al fin y al cabo
eran los colores de un equipo extranjero, jugando contra otro equipo de fuera.
Más adelante empecé a darme
cuenta de que en la mayoría de los pubs colocaban un cartelito en la puerta “No colours allowed”. Es la forma que
tienen de combatir los problemas. Tal y como hacen en ciertos pubs, que dan
vasos de pinta de plástico a partir de cierta hora de la tarde (para evitar el
infame glassing: cortar a alguien de
un vasazo). Es decir, muerto el perro se acabó la rabia.
Hablando –o escribiendo− de cartelitos. En un pub un pequeño cartel sobre los espejos de las bebidas llamó mi atención. Decía algo así: “Si consideras que tu pinta ha sido servida con demasiada corona, pide al camarero que te la recomponga”. Usando el término head (heid en Scottish) para referirse a la corona de espuma. La curiosidad me hizo cuestionar a John acerca del cartelito (aquí sirven las pintas con prácticamente nada de espuma). Él, sonriendo como siempre, me dijo “Amigo, I pay for my beer not for the bloody heid”.
Hablando –o escribiendo− de cartelitos. En un pub un pequeño cartel sobre los espejos de las bebidas llamó mi atención. Decía algo así: “Si consideras que tu pinta ha sido servida con demasiada corona, pide al camarero que te la recomponga”. Usando el término head (heid en Scottish) para referirse a la corona de espuma. La curiosidad me hizo cuestionar a John acerca del cartelito (aquí sirven las pintas con prácticamente nada de espuma). Él, sonriendo como siempre, me dijo “Amigo, I pay for my beer not for the bloody heid”.
Continuará.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su opinión me interesa