(Estoy algo pachucho hoy,
disculpen si no sale una buena Fargadita).
Es una foto en blanco y negro.
Muestra un instante congelado en el tiempo, como todas ellas. Un instante que
te traslada mentalmente a aquel año. Un momento que te hace recordar aquel
viaje, aquella fiesta. Que te permite volver a escuchar las risas a tu
alrededor; contemplar los vestidos y los bailes; sentir el calor de aquella
tarde. Todo ello sabiendo que aquel tiempo nunca regresará. Ya no seré jamás
aquel joven con ganas de jarana y rodeado de aquellos amigos que me adoptaron,
cuidaron y me hicieron sentir parte de este maravilloso país.
Es una foto que siempre me hace
sonreir. De pura nostalgia. Y al mismo tiempo me produce algún que otro
escalofrío. Porque me trae igualmente otros recuerdos negativos. Recuerdos de
otras farras, éstas en mi querida España. En mi amada y odiada pequeña región
norteña. Juergas que no siempre acabaron bien. Y alguna que acabó fatal. Pero
eso ya pasó a mi historia personal española. Es pretérito. Es olvido.
Es una foto, que sostengo ahora
entre mis dedos, donde me veo serio, vistiendo una camisa blanca más propia del
camarero (pero el presupuesto no me daba para más). Tengo los ojos cerrados −siempre
me asombra la longitud de mis pestañas−,
con la cabeza inclinada hacia abajo, sostenida con mi mano derecha, mientras
que la mano izquierda rodea perezosamente la base de un vaso tamaño pinta. Una
pinta de un líquido transparente y de apariencia fría. Una pinta de agua. Una
pinta de agua que no recuerdo ni haber pedido, ni haber bebido. Tan sólo el día
que John me dio esta foto fui consciente de ello. ¿La razón? Es obvia, dicha
imagen muestra a un joven con una melopea del quince, como dicen ahora los
chavales. Y esta es la historia detrás de esa fotografía.
Era una tarde-noche como otra
cualquiera. La brasserie estaba
tranquila. Era pleno verano (ejem), por lo cual todos los potenciales clientes
estaban sudando entre kilos de metal cromado y bicicletas sin ruedas. El gimnasio
estaba en la parte de arriba y de vez en cuando los members bajaban a tomar un refrigerio entre ejercicio y ejercicio.
Yo, sin embargo, estaba en mi
puesto como recluta novato en su primera guardia. Despierto, grifo en mano
(una de esas extensiones tipo manguera) y con un ojo puesto en la nueva chef
(Michelle, 18 añitos) y otro en la puerta que comunicaba con el bar. Al acecho
de supuestos clientes que pedirían suculentos platos (cheese burguer and chips; jacket
potatoe with beans and chips; steak
with chips; chips with chips).
Pero los jodidos no llegaban. Así que giré el otro ojo hacia la nueva chef.
Alguién me tocó el hombro. Gesto
que me hizo sonreir, pensando nostálgicamente que al girarme ahí estaría John,
con rostro de pillín, su guiño y sus gestos cómplices indicándome que dejara
esa shite y fuera con él al otro lado
de la cocina. No era John, obviamente. Era Vicky. Una joven camarera inglesa.
De unos 25 años, al menos eso le calculaba yo. Alta, rubia, ojos azules. Sí
señores, aquí las fabrican así en serie. Me sonrió con dulzura: “There you go, babe” (que a pesar de
diccionarios y gramática, aquí significa: aquí
tienes guapo). Extendiéndome un sobre pequeño y blanco. “ For me? “ Asintió y regresó a la
barra. Me sequé torpemente las manos, sosteniendo el sobre con los labios. Lo
abrí con curiosidad infantil y tratando de imaginar su contenido. Era una
tarjeta de cartulina, algo más grande que una clásica de visita. En ella, en
texto grabado en relieve, se me invitaba formalmente a una 21st Anniversary Party, en Inglaterra. ¡Vicky estaba a punto de
cumplir 21 años! En ese preciso instante, comencé a sospechar que la edad en
este país no se refleja del mismo modo que en España. Y me acordé de una
chiguita que había conocido el fin de semana anterior, en un club de baile (no
de lo otro), con la cual bailé y bebí. La niña me sacaba un palmo de altura (y
yo mido 1.76, tampoco soy tan bajito). Me dijo ser de las Highlands (de ahí la altura, pensé yo riéndome yo mismo de mi
propia tontería). Le pregunté –en mi inglés riojano- que qué demonios tomaba
para desayunar, para estar tan alta y tan tremenda. Porridge, me respondió entre risitas, (típico cereal escocés que se toma caliente
con leche). Me confesó que acababa de cumplir 18 años. Ahí ya me acojoné. Para
que les voy a decir que no. Y pensé “Uf Jorge,
vivir la adolescencia en este país debe de ser como contemplar la antesala del
Paraiso”. Perdonen, que me voy por los Cerros de Úbeda, como siempre.
La fiesta era el 24 de Agosto, en
un pueblecito cerca de Manchester. Así que eché un vistazo en internet, y
decidí que la mejor opción era el tren. Llevé conmigo un emparedado casero,
ante el temor de los precios de la comida en el tren. De todas formas, en la
invitación se explicaba que habría un buffet
(y claro, mi razonamiento español me indicaba que podría llenar bien el estómago
antes de beber. Grave error. Como siempre). Según bajarme del tren, casi
literalmente hablando, me pusieron un chupito de whisky en la mano. Para
brindar por la homenajeada. Yo aborrezco el brebaje nacional, pero háganse
ustedes cargo. No era cuestión de ofender a nadie. Y como dicen aquí (imitando
al gran John Wayne) “Sometimes a man´s got to
do what a man´s got to do”. Que en versión ibérica significa: a veces hay que echarle cojones, y punto.
Quién iba a decirme a mí que,
desde aquel primer momento de bienvenida, no dejaría de tener un vaso o botella
de contenido alcohólico en la mano, hasta aquel vaso tamaño de pinta lleno de
agua. ¿Y el buffet? Cuando ya casi
todos estábamos con la carga escorada, al menos yo, ofrecieron un picoteo de
salchichitas pequeñas frías, pasteles de carne fríos, y toda una variedad de
patatas fritas y pasteles dulces. Dichos sólidos ayudaron a hacer un poco de
masa en mi inundado estómago.
Que conste que la pequeña crítica
culinaria no empaña un ápice el recibimiento y trato que recibí en aquel pub
inglés. En el Reino Unido la celebración de los 21 años es muy importante.
Hacen reuniones como si fuera una mini boda. Como nuestra española Primera
Comunión, pero con el vestido unas tallas mayor. Esto incluye un speech por parte del padre de la
agraciada y otro por ella misma. Vicky estaba radiante, como una princesa de
cuento rosa. También estaba Kelly, despampanante como nunca, con un escote de
dos rombos y unas trencitas rubias que invitaban a hacerse vikingo y renegar de
Cervantes, de la Selección de España de fútbol y hasta de la mismísima Armada
Invencible.
Llega un momento que mi cerebro
desconecta. Demasiada ingesta de líquidos, supongo. Recuerdo trazos de
imágenes. Se intercalan unos con otros. Mi memoria también se ha reducido al
blanco y negro (como la foto que contemplo). Me veo de cuclillas ente los
coches del aparcamiento. En una esquina, apartado de miradas curiosas y cámaras
cotillas. Ahí, echando hasta la papilla que mi mami me dio con tanta ilusión y
cariño hace 32 años. Recuerdo risas, chicos levantándose los kilts mostrando a las curiosas
inglesitas que sí que son true Scotsmen,
es decir, que no llevan calzoncillos bajo la falda masculina. Ellas
escandalizadas y al mismo tiempo acaloradas y con el horno encendido. John y el
resto de escoceses habían decidido acudir a las Englands vistiendo sus colores. Para darles en el morro a los
perros ingleses. Todo desde el respeto, la cordialidad y la amistad que les
unía a ellos.
No lo he mencionado antes, pero
entre mis amigos escoceses se encontraba el bueno de Neil. También vistiendo su
traje nacional con orgullo de highlander.
Neil era futbolista. Jugaba en un equipo regional modesto. Además trabajaba de
camarero en la brasserie del gimnasio. Con Neil hablaba a menudo, de deporte,
de chicas, de la vida. Un día, meses más tarde de la fiesta de Vicky, Neil y yo
estábamos charlando de nuestras cosas. Nada trascendental. Puro parloteo
de restaurante vacío. En el interior de la barra, cerca de la puerta de la
cocina (por si acaso yo tenía que salir volando a mi puesto junto a la
fregadera). En esas que Neil me mira algo serio. Me dice con timidez “Jorge, ¿tu recuerdas la fiesta de Vicky en
Inglaterra?” “Claro Neil, cómo iba a olvidarla” – mentí, u oculté media
verdad (tenía lagunas importantes de aquella tarde, como he descrito). Entonces
comienza a contarme. Me dice que estuvimos charlando él y yo, en plan serio.
Que yo reflejaba seriedad, nostalgia, rabia y pena, mientras le desmigaba la
historia de mi vida. Los motivos por los que había abandonado mi querida y
odiada España. Mis conflictos familiares y mis males de amores, o falta de
ellos. Historias tristes de amigos egoístas y marrulleros. Historias de chicas
que no se atrevieron a arriesgarse, como Ella. Historias de fracasos y mala fortuna. Roces con gente querida. Esos episodios que, como ya
les comenté, a veces soltaba como una andanada de cañonazos tras unas cuantas
pintas.
Neil me dijo, inseguro, temiendo
ofenderme (buen chaval, Neil) que le había soltado un rollo durante media hora,
o más. Que él me decía que sí con la cabeza, me sonreía y dejaba que me
desahogara en su hombro. Como una colegiala engañada por su primer amor.
Cuando acabó de contarme la
situación vivida, yo algo avergonzado le pedí disculpas. Le dije que sentía
mucho el peñazo que tuvo que aguantar el hombre. Neil sonrió de nuevo. Me dijo
que no, que no importaba. Y confesó que la historia parecía muy interesante,
por mis gestos, por mi énfasis, por mi rabia contenida. Y concluyó: “Un día tienes que contármela en inglés,
pues aquella tarde todo el relato fue en español”. Me guiñó un ojo y fue
raudo y veloz a servir a un sudoroso nuevo cliente. Dejándome a mí, con la boca
abierta.
Jajajajajaaj es lo que nos hace el alcohol, que nos ponemos a hablar en español con quien no sabe xDDD (y me hubiera encantado ver tu cara en ese momento jejeje)
ResponderEliminarQué buenooooooo
ResponderEliminarPues mira que a mi el alcohol, me hace hablar más ingles y mejor. O eso es lo que a mi me parece.
ResponderEliminarMuy buena fargadita.
jajajajajaj me partoooooooooo :PPPPPPPP
ResponderEliminarReid, reid que es totalmente cierto! el pobre lo que tuvo que aguantar, sin enterarse de la misa la media :-)
ResponderEliminarjajaja, pobre Neil!! Aguanta al borrachuzo y además en otro idioma! Buen truco para desahogarte sin que nadie entienda tus penas!
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