Por fin pude olvidar Su olor.
Su melliza aromática se marchó. Se rindió. Se dejó arrastrar por su tirano-novio a su cueva valenciana. Dejó de luchar contra el inglés, contra el presente y contra sí misma. Optó por ignorar la posibilidad de un futuro mejor, sin él. El amor desconfiado. El amor posesivo. El amor de mordaza y grilletes venció ante mis ojos por segunda vez −en menos de un año−. Gritó Jaque Mate sobre el tablero de cuadros rojos y negros. Afortunadamente esta vez fui mero espectador. Ni siquiera ejercí de subalterno tras la barrera. Aprendí la lección, a base de lágrimas y horas robadas a la almohada, antes de mi aventura escocesa.
Su melliza aromática se marchó. Se rindió. Se dejó arrastrar por su tirano-novio a su cueva valenciana. Dejó de luchar contra el inglés, contra el presente y contra sí misma. Optó por ignorar la posibilidad de un futuro mejor, sin él. El amor desconfiado. El amor posesivo. El amor de mordaza y grilletes venció ante mis ojos por segunda vez −en menos de un año−. Gritó Jaque Mate sobre el tablero de cuadros rojos y negros. Afortunadamente esta vez fui mero espectador. Ni siquiera ejercí de subalterno tras la barrera. Aprendí la lección, a base de lágrimas y horas robadas a la almohada, antes de mi aventura escocesa.
Cristina regresó a su Valencia
natal, llevándose consigo el aroma que compartía con Ella.
Por fin pude olvidar Su esencia.
Arrojar al mar Su recuerdo, que, traicionero, se filtró por los entresijos de
mi maleta.
Al fin pude superarla.
El retorno al cole, hace un par
de meses, estuvo teñido de colores inciertos. Fue como un maratón cuesta
arriba. La ausencia de Álvaro y sus anécdotas, de Lai Lai y sus risitas
camufladas, de todos los demás. El Jewel Esk Valley College parecía un nuevo
reto. Esta vez con la meta marcada de antemano: conseguir el famoso First Certificate in English. Casi nada.
Yo que seguía trabándome con los malditos pasados acabados en “–ed”. Yo, en pelea continúa con aquellas
malditas vocales y alguna que otra puñetera consonante.
A pesar de las lagunas que
dejaron los que se fueron, conocí a otros muchos que merecieron la vuelta. Esta
vez la clase no fue tan mixta (de nacionalidades). La inmensa mayoría éramos
ibéricos. Españoles.
Como les conté hace tiempo,
aterricé en tierras escocesas un mágico 20-02-2002. Una bonita y misteriosa
fecha capicúa, la cual yo supe que me tenía reservado algo especial en mi
destino. Ese regalo fuera de lo normal, se hizo esperar, vino envuelto en papel
de amistad. Pero no amistad color de rosa y besitos de esos sin rozar apenas
las mejillas muac muac, sino amistad
verdadera. Con sus tonos grises, blancos, verdes y rojos. Amistad real, esa que
permanece y que nunca se agota. Como aquella bolsa llena de tiernos besos de mi
sobrinita, que todavía la guardo. Que aún desborda cariño en forma de
ósculos transparentes y livianos.
Ese curso conocí a Bea y David.
Ese año descubrí la Amistad. Así con mayúscula.
A veces tienes que arriesgar en
esta vida. Tienes que arrojarte al vacío, sin pensar en lo que te espera en el
fondo: agua, rocas, princesas o dragones. Lanzarte por el acantilado, aunque
sea de pie, si el salto del ángel es demasiado. Algunas veces has de viajar
miles de kilómetros para encontrar compañeros de vida. Gente que te acompañará
por el resto de tus días. Personas que te han tocado tan adentro que te cuesta
imaginar tu vida sin sus nombres, sin sus risas, sin sus bromas, sin sus
caricias.
El destino (esa mágica fecha)
hizo coincidir nuestros pasos, nuestras rutas. Fue necesario recorrer 1.442
millas para reunir a tres personas, que residían en España a escasos 80 kilómetros.
Ellos de mí. Mi persona, de ellos.
Ellos me han cuidado como nadie.
Han estado en momentos duros, mostrando esa complicidad sin palabras, con un
gesto, un abrazo, un beso.
Ellos me han enseñado que la
familia no se lleva en la sangre. Se lleva en el alma.
Ellos me han obsequiado con más
amigos. Me han regalado nuevas familias, nuevos hogares; nueva esperanza.
Cuando primero regresó David –mi pal− a España, tras acabar el curso, fue como revivir la marcha de Álvaro
multiplicada por un número tan grande que queda ridículo escrito.
Al irse Bea, dos meses más tarde tras el verano,
a reunirse con él, fue como quemar un precioso poema recién escrito. Fue vacío,
oscuridad y vértigo ante el mañana. Fue desierto, frío y luna sin estrellas.
Fue miedo, temblor y lágrimas de niño.
Estaba solo, otra vez.
Mas gracias al Cielo, ellos me
dejaron sus gestos, sus sonrisas y sus besos.
Gracias a Dios, ellos me esperaron.
Me acompañaron año tras año, desdicha tras gozo, gozo tras desdicha.
Qué bonitoooooo!!!!!!!!! xxx
ResponderEliminarAh! FELIZ AÑO
Qué sorpresa!! no me lo esperaba para nada.
EliminarGracias. Es verdad. Tú ya lo debes de saber.
Urte Berri On! (como controlo eh)
¡Feliz 2013! xx