Llevaba dos meses en una academia
de inglés. La profesora era nativa, muy maja y exigente. Nos obligaba a hablar
todo en inglés. Si tenías una duda, preguntabas en inglés. Como pudieras, a tu
manera, sin complejos ni vergüenzas. Si tenías un problema, lo contabas en
inglés. Si hacías un chiste, en inglés. Si bostezabas, en inglés. Si
solicitabas ir al baño, en inglés. Bueno, ustedes me pillan la idea ¿no? Eramos
sólo 4 alumnos. Al principio con nervios y vergüenza pueblerina (ese inglés
vallecano que tenemos los españolitos al principio). Luego ya más sueltos.
Charlábamos, veíamos pelis (con subtítulos en inglés), jugábamos a juegos de mesa,
hacíamos ejercicios de gramática de manera novedosa y entretenida. Me gustaba
esa academia. Un día les conté a todos que iba a irme a Edimburgo. Le dije a la
profe que estaba algo preocupado por lo del acento escocés y por mi nivel de
inglés. Ella me dio muchos ánimos y me dijo que no iba a tener ningún problema,
pues yo era de los primeros que se
lanzaban a la piscina en clase. Y era cierto (lo de la piscina digo, no lo de
no tener ningún problema en Edimburgo jaja… si ella supiera). Pero lo hizo para
darme un empujoncito, para que no me rajase.
Llegó Nochebuena. Quién me iba a
decir a mí que esa sería la última Nochebuena familiar en los próximos 11 años
de mi vida. Que sería la última Nochebuena que compartiera con mi padre vivo.
Pero no nos adelantemos a la historia. Fue la típica Nochebuena española, con
comilona, bebidas, chascarrillos, discusiones, niños pequeños, Belén y árbol
con bolitas y espumillones. Pero yo ya tenía mi plan en la cabeza, mi puerta de
escape, mi sueño, mi regalo de reyes particular. Así que ya no aguantaba más
(no lo sabía nadie, mi plan) y decidí soltar la bomba a los postres, antes del
café, las copas y los puros.
En plan padrino borracho en mitad
de un bodorrio, me levanté e hice repiquetear mi copa de champán con la
cucharilla cling cling cling: y solté la bomba… fiiiiiiiiiii ¡PUM!, “Quiero
aprovechar que estamos aquí todos reunidos para comunicaros algo” ante los
susurros y las risitas de algunos familiares, añadí sonriendo “y no, no me he echado novia, ni nadie va a
ser abuelo o tío”. Hubo risas y al mismo tiempo tensión e incertidumbre. “Me voy a ir fuera por una temporada”. Y
se hizo el silencio. Un silencio espeso que duró años (aunque sólo fueran un
par de segundos). Y alguien preguntó “Fuera,
¿a dónde?”. “A Edimburgo, en Escocia”. El silencio se transformó en hielo.
Nadie sabía el motivo y todos conocían la razón. Ante la mirada triste de mi
padre intercalé unas cuantas mentiras con unas pocas verdades: “Estate tranquilo, tengo amigos allá (medio
verdad), es fácil encontrar piso (medio
mentira) y además ya tengo trabajo (mentira)”.
Mi padre sonrió y me dijo: “allí arriba
se te van a congelar hasta las ideas”.
Ya estaba hecho. Ya no había
vuelta atrás.
Esa fue la última Nochebuena en
familia que he vivido.
Jajajaj me ha encantado lo de “y no, no me he echado novia, ni nadie va a ser abuelo o tío” siempre estan con lo mismo!!!!
ResponderEliminar¡Enhorabuena por el blog! Tengo la impresión de que servidora va a soltar más de una lagrimilla. Seguiremos atentos tus aventuras ;)
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