Acudí a la cita en la otra
agencia inmobiliaria. Me atendió una señora. April se llamaba. Sí, sí, como el
mes. Era una señora muy simpática y agradable. Nada que ver con su nombre, que
suena a lluvias y tormentas. Tal vez porque me viene a la mente, nuestro “en abril, lluvias mil”. Entonces dijo
algo que me iluminó el día. Más todavía, si aquello era posible. “Ok, vamos a llamar a las chicas, a ver
cuando puedes acercarte a ver el piso”. ¿Chicas? ¿Es un piso de chicas? Una
sonrisa tontuna se dibujó en mi rostro. “ok,
thanks”. No tenía nada más que añadir.
El piso estaba en Ashley Terrace. Una calle que ascencía
hacia el canal. Algo lejos del centro, pero era un lugar tranquilo y precioso.
A cinco minutos andando estaba el canal. Con sus barquitos-vivienda, sus
piraguas, patos, cisnes. Es un canal que atraviesa toda la ciudad. Una senda
maravillosa lo escolta a su borde. “¡Genial,
ya sé por dónde voy a ir a correr!”.
Subí las escaleras. Estaban
bastante limpias. Y créanme, aquí en Edimburgo eso es un bonus importante. Era
un segundo piso. Sin ascensor (dicho aparato se califica de lujo en esta
ciudad. Pero los edificios de pisos suelen tener 3 o 4 alturas máximo). Me
abrió la puerta una chica muy mona. Pequeñita, morena y de ojos grandes y oscuros.
(Se llamaba Elie y era francesa). Tenía 26 años. De inmediato, se acercó por
detrás una rubia un pelín más alta que yo (yo mido 1,76). Todo sonrisas y ojos
azules. Escocesa. Eso lo podía apostar tan sólo verla.( Era Rachel, 23 añitos).
Me enseñaron todo el piso. La que
sería mi room (amplia, con una
ventana enorme que daba al back garden,
y una cama doble), el baño, el cuarto para la lavadora (al cual se accedía
atravesando mi room. Cosa que no me
hacía gracia. Pero me gustaba el piso. Me gustaban ellas), la cocina y el salón
de estar (con un gran ventanal que daba a Ashley Terrace). También había un
jardín trasero, comunal, al que se accedía desde el sótano. Ideal para tender
la ropa en verano. Para mí, que venía del cutre-Palax, aquello me parecía el paraíso.
Nos sentamos en el living. Rachel en el sofá, Elie y yo en
la moqueta, alrededor todos de la mesita de té. Me convidaron a un té – recordé rechazar la leche, esta vez –
y comenzamos a charlar. Querían conocerme un poco. Saber algo de mí. Así que
empecé a rajar. Esto es lo mío, recuerden, las distancias cortas. El face-to-face. Les conté mi vida y obras.
Les dije (sonriendo todo el rato) que me encantaba el piso, que me encantaba la
habitación y que me gustaban ellas dos (esto levantó risas). En resumen, que
estuve parloteando, en la lengua de Shakespeare, durante más de una hora (yo,
que estaba lleno de complejos sobre mi nivel de idioma), sin apenas dejar meter
baza a aquellas pobres chicas. Nos levantamos los 3, todavía riéndonos de mi
última gracieta. Hubo un silencio incómodo. Se miraron entre ellas. Y entonces,
Rachel, con una especie de gritito, dijo “Bueno,
¿pues parece ser que tenemos nuevo flatmate!”.
Todavía quedaba la parte
económica. Yo seguía sin tener dinero. Un pequeño problemilla sin importancia.
Le echaría algo de jeta al asunto. Me presenté en la agencia. Y le dije a la señora
“Mire, April, voy a ser totalmente
sincero con usted”. Saqué mi libreta de anillas, le añadí un boli. Y
empecé a hacer cuentas y más cuentas. Explicándole cómo iba a pagar el primer
mes, más el depósito (que era otra mensualidad). Un tesoro para mí, todo junto.
Le dije que podía pagar la mitad del depósito y la primera mensualidad. Que
luego tal día cobraba y pagaría la segunda parte del depósito. Que yo trabajaba
en un Grupo muy importante en el Reino Unido – cierto −. Que podía llamar a mi
jefe para comprobarlo. Que era una empresa seria, y yo un tipo con palabra.
Acabé mi exposición. Otro silencio incómodo. Otra sonrisa tranquila, la de
April. "No te preocupes Jorge. Confío en ti. Si a las chicas les has gustado, a
mí también. El lunes, 1º de abril, puedes trasladarte al piso".
Abril, lluvias mil. Abril,
sonrisas mil.
Así comenzó una de las etapas más
felices de mi vida. Conviví con las chicas durante un año entero.
Pero les
quiero aclarar un pequeño detalle. Para que vean cómo funcionan las cosas
realmente aquí. Un día, cuando ya llevaba meses viviendo con las chicas, Rachel
y yo salimos a tomar un café. Nos gustaba charlar de vez en cuando. A mí me
venía genial. Seguía con mi complejo acerca del nivel. Ella me animaba. “Tío, pero si no callas. ¿ No te das cuenta
de que llevamos 2 horas hablando en inglés? ¡Tu inglés es genial!”. Qué
maja, mi Rachel. Bueno, que me voy por las ramas. Estábamos charlando, como
decía. Rachel, todavía tímida conmigo, me mira. Sonríe de medio lado. “¿Puedo decirte una cosa?”. “Claro, Rachel, tú puedes decirme cualquier
cosa”. “¿Recuerdas cuando llegaste al piso. El día de la entrevista?” “Por
supuesto que lo recuerdo, ¿por qué?” Y entonces me explicó todo. Me dijo
que normalmente cuando alquilas una
habitación, vas recibiendo a candidatos,
les enseñas la habitación, les preguntas algo sobre ellos, anotas sus datos
personales y hasta luego lucas. Luego recibes al siguiente candidato, repites
lo mismo. Al final tienes una pequeña lista, con los datos personales de los
candidatos a flatmate. Entonces,
discutes la lista con tu actual flatmate
(es decir, Elie). Entre las dos elegís al candidato que más se ajuste a
vuestras necesidades. Al que más os guste, vaya. Eso me dijo. Me quedé – creo que
por primera vez desde mi aterrizaje – sin palabras. Ella se había puesto
colorada (algo normal en ella), al contármelo. Al confesármelo todo. La miré,
todo avergonzado: “Joder Rachel, ¿por qué
no me lo advertisteis? ¿por qué no me dijisteis, ok te llamamos”. Me puso carita de buena niña (eso lo hacía genial): “Es
que, ¡te vimos tan entusiasmado!”. Y los dos soltamos una carcajada…
recordando mi presentación.
Jajaja en este caso, por la boca "no murió el pez"... sino que ganó la partida.
ResponderEliminarMuy buena Jorge!! La carita de niño bueno se ve que te funciona. Todavía la usas?
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