Siempre cuento a los amigos, y a
quien quiera escucharme, que tuve mucha suerte al principio. Suerte o, tal vez,
mi actitud y mis ganas de agradar hicieron el milagro. Recuerdo caminar por las
mágicas calles de esta ciudad encantada. Sonriendo, mirando a un lado y a otro.
Contemplando esos edificios con más de un siglo de antigüedad. Flotando, más
que andando. Viviendo en un sueño. Viviendo en la nube de la satisfacción.
Estaba en Edimburgo (Escocia) y estaba disfrutándolo.
Tuve la suerte de encontrar
trabajo a los 2 días. Lo que no sabía yo, es que aquel trabajo incluiría un ángel
de la guarda también. Un ángel – más bien diablillo – que se convirtió en mi
mejor amigo. En mi hermano mayor escocés. Y que lo sigue siendo, tras casi 11
años. Pero no adelantemos acontecimientos.
Aterricé un miércoles 20 de
febrero. El jueves 21 Fonsi me llevó –
de la manita – al Jobcentre. Me
enseñó cómo funcionaban las máquinas – gigantescos ordenadores a los que accedes
de pie -. Imprimí varias papeletas con diversas ofertas de trabajo. En aquellos
años, existía la figura de un señor − adviser−
que te ayudaba con tu elección. Actualmente eres tú, la máquina y el teléfono.
El tipo llamó a la empresa en mi lugar. Me dijo que la vacante seguía vacía. Kitchen Porter (friegaplatos). Me pasó el
auricular, para concretar datos. Viernes, 22 de Febrero. Mi primera interview de trabajo. Sí, en Escocia,
hasta para fregar platos debes de pasar una entrevista.
La interview. Recuerdo sonreírme los primeros días al pronunciar esta
palabra. No podía evitar pensar en portadas con rubias tetonas. Llegué con
tiempo de antelación. Algo nervioso. Habitual en mí. Según contemplé la fachada
del edificio, pensé: “quiero trabajar
aquí”. En el Jobcentre me dijeron
el nombre de la empresa, pero no me dijeron que era un gimnasio. Mejor dicho,
un centro de salud y forma física (como los llaman aquí). Era muy moderno, todo
cristaleras e interiores de madera barnizada. Entrabas en la recepción y parecía un hotel de lujo. Dos bonitas
recepcionistas atendiendo al personal. De uniforme. Con maquillaje discreto. “Igualito al Katana, Jorge, igualito”, pensé.
El Katana es el gimnasio de mi barrio.
Una de las recepcionistas me
indicó un bar, donde debía preguntar. Luego aprendí que no era un bar, era
una brasserie, que no es lo mismo. Pedí
un café para matar el tiempo. Era demasiado pronto. El camarero – altísimo,
fuerte – era Paul. Un sudafricano con el que tantas y tantas copas y risas
compartí. Pero me estoy adelantando. Es que me hace gracia recordar aquel
primer café. Paul me sonrió y atendió muy amable. Curioso de mi extraño acento,
supongo. Le dije que venía a una entrevista. Y él se metió a la cocina. A los
pocos minutos volvió acompañado por otro chico. Era algo mayor que Paul. Yo le
calculé mi edad aproximadamente (claro que yo aparentaba 8 o 10 años menos). El
tipo era bajito, todo sonrisas (de esas que exponen mucho los dientes), pelo
rapado y el rostro lleno de pecas. Tenía los ojos muy vivos, brillantes. Una
cara de muchacho pillastre. Sin quitarse la sonrisa ni un segundo, extendió la
mano, “Hola, me llamo Juan. Me gusta
mucho España”. Lo dijo así. En un español de guiri. Incluso pronunció bien
la jota. Me quedé pasmado. Así era John.
Nos sentamos en una mesa
apartada. John abrió una carpeta. Extrajo unos papeles. Y comenzó la
entrevista. Primero hablamos de España. Él había trabajado en Málaga, en un
restaurante, durante más de un año. Amaba todo lo relacionado con nuestro país.
Luego le dije “Necesito un trabajo. Mi
inglés es malo. Pero trabajo duro”. Me miró fijamente. Me sonrió. “Your English is ‘cojonudo’ ”, de nuevo
marcando bien la jota. Hablábamos en inglés. John intercalaba alguna palabra
suelta en español. Nos caimos mutuamente bien, al instante. Fue como un
flechazo de amistad. Me decía cosas como “A
mí me has gustado. Tú vas a trabajar aquí. No te preocupes”. Eso me dejó
alegre y desconcertado. Así, todo mezclado. Pues no sabía si había pasado la
entrevista, o no. Quedamos que me llamarían al día siguiente. Sábado.
Llegué muy contento al piso de
Fonsi y Fabes. Les conté todo a toda prisa. Casi sin respirar. Se alegraron
mucho por mí.
No llamaron.
Ni un mensaje en el contestador. Nada. Fonsi me dijo que regresase. Que aquí había que dar guerra. Tú insiste. Así que el domingo regresé al Gym. No estaba Paul tras la barra. En su lugar había una preciosidad escocesa. De unos 18 años. Bajita, ojos azules, enormes, que decían cómeme. Y una delantera abundante, llena, pesada, que se reía a la cara de Newton y de su manzanita. Luego supe que se llamaba Kelly. Me enamoré en aquel mismo instante de ella. Pregunté por John. No estaba. Día off. Salió otro tipo. Parecía mucho más serio que John. Me dijo que se llamaba Mark y que qué era eso de la entrevista. No sabía nada. Era el encargado y no sabía nada. Empecé a ponerme nervioso. Le conté que había acudido a una entrevista, el pasado viernes. Puso cara de sorpresa. Lo recuerdo con esos ojos saltones. “¿Quién te entrevistó? Yo soy el supervisor aquí”. Lo dijo muy serio, casi molesto. “Un tal John”. “¿John?, ¿wee John, the Chef? (wee significa pequeño en escocés). “Yes”. Se queda pensativo. Como calculando días, horas. Qué se yo. Y me suelta al final: “John el viernes estaba borracho. Vamos, que te hago yo la entrevista”.
Ni un mensaje en el contestador. Nada. Fonsi me dijo que regresase. Que aquí había que dar guerra. Tú insiste. Así que el domingo regresé al Gym. No estaba Paul tras la barra. En su lugar había una preciosidad escocesa. De unos 18 años. Bajita, ojos azules, enormes, que decían cómeme. Y una delantera abundante, llena, pesada, que se reía a la cara de Newton y de su manzanita. Luego supe que se llamaba Kelly. Me enamoré en aquel mismo instante de ella. Pregunté por John. No estaba. Día off. Salió otro tipo. Parecía mucho más serio que John. Me dijo que se llamaba Mark y que qué era eso de la entrevista. No sabía nada. Era el encargado y no sabía nada. Empecé a ponerme nervioso. Le conté que había acudido a una entrevista, el pasado viernes. Puso cara de sorpresa. Lo recuerdo con esos ojos saltones. “¿Quién te entrevistó? Yo soy el supervisor aquí”. Lo dijo muy serio, casi molesto. “Un tal John”. “¿John?, ¿wee John, the Chef? (wee significa pequeño en escocés). “Yes”. Se queda pensativo. Como calculando días, horas. Qué se yo. Y me suelta al final: “John el viernes estaba borracho. Vamos, que te hago yo la entrevista”.
E hize una segunda entrevista… para
fregar platos. El trabajo debía de ser un tema serio aquí en Escocia. Mark resultó
ser menos fiero de lo que parecía. Incluso a día de hoy, ignoro si todo fue una
broma. Sólo recuerdo su última frase: “Empiezas
mañana lunes”.
Tus historias me recuerdan un poco a las de Irvine Welsh. Quizás, sea solo por el escenario.
ResponderEliminarO_O joder y no te quedaste blanco cuando te dijo que que entrevista??? madre mia... :S
ResponderEliminarYo traduje "Glue" al español con otros 20 pirados más. La verdad es que al leer las fargaditas me ha venido a la mente. Sobre todo, los diálogos y esas situaciones casi surrealistas ...
ResponderEliminarHablando de tacos, todavía recuerdo cómo discutíamos la diferencia entre: puta; zorra; y puta zorra.