Continuaba buscando piso.
Prácticamente no dejé de buscar piso, o habitación, desde el segundo día que
desperté en mi suite imperial, en el cutre-piso-Palace. Yo es que eso de
ducharme en chanclas lo llevaba fatal. Trabajaba siete días a la semana. Unas
35-40 horas. Acudía al colegio a estudiar inglés todos los días. Por las
mañanas, unas pocas horas. Full time, lo llaman. Salía del cole, comía algo y
corriendo a meter platos en el lavaplatos industrial. Estuve más de 4 meses sin un día
off.
Con estas condiciones la búsqueda
se complica. Careces del tiempo necesario. Recuerdo llamar desde la cocina del
gimnasio. A ofertas de rooms.
Incluso, a veces, John llamaba en mi lugar. Ya comenté que mi relación inglés-teléfono era atroz. Siempre acababa en desastre. Lo mío era el face- to- face. El vis-à-vis. El cara-a-cara de toda la vida. En esa suerte me los
comía vivos. Okay, mi listening dejaba
mucho que desear. Tenía que intercalar algún Sorry? que otro en la conversación. Más que nada para procesar la
información recibida. Además, yo tenía mi truco personal. Hablar y hablar. No
callar. De esa manera impides al interlocutor pensar. Y lo mejor de todo.
Funcionaba. Eso y sonreir. Sonreir mucho. Afirmar con la cabeza. Y en caso
necesario – sólo bajo condiciones extremas – poner cara de pena. Hablando cara
a cara, me los comía vivos. Desde la primera semana en Edimburgo. Tú me echabas
un Scottish, y yo te devolvía los
huesecillos. Limpios y chupeteados. Lo mío era el cara-a-cara.
Harto de la situación pensé. Sí,
iba por George Street dando un paseo,
paré y pensé. ¿Dónde puedo hablar cara a cara con alguien, para encontrar un
piso? Jorge, piensa, ¿dónde irías en España a buscar un piso? ¡A una
inmobiliaria! Exacto. Y, mira tú por dónde, justo estaba en frente de una.
Luego, con el tiempo, supe que aquella era una de las calles más caras de Edimburgo. Ni corto ni perezoso
entré. Me atendió una lady muy
amable. Empezó a enseñarme su lista de pisos. “No, mire, yo busco sólo habitación”. Allí sólo alquilaban pisos enteros.
Me desesperé. Le di pena. Estaba realmente preocupada por mí. Que si tenía un
sitio donde dormir, etc. Vi cielo abierto. Esa carita de niño extraviado abriéndome
portones, de nuevo. Entonces, con todo el morro, saqué mis recortes de periódico.
Rooms que se alquilaban. Que no
tenían nada que ver con dicha agencia. Le dije, ésta me gusta. Pero no me
entero de nada por teléfono. Estabamos los dos solos. Yo de pie, apoyado en el
mostrador. Ella al otro lado. Miró hacia la puerta de la calle, al fondo. Y me
dijo. “No worries darling” (una expresión australiana, aprendí más tarde).
Descolgó el teléfono rojo. Me giñó un ojo. Y marcó el número del papelito. Yo
la miraba alucinado. Encantado de la vida. Y ella. Respondiendo monosílabos y
anotando en una libreta. Colgó. Sonriendo me dice “Era otra Agencia, shhh, no digas nada eh!”. Dándome el papelito,
con la dirección, nombre y hora de cita, en otra agencia. Estuve a punto de saltar el mostrador y darle un beso en los morros. La salvó la campana de la puerta. Entró un
verdadero customer.
Continuará.
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