Existen malas noticias y noticias nefastas. Un martes cualquiera te levantas de la cama, desperezas rozando descoyuntar, acompañas el gesto con un sonoro e interminable bostezo, seguido del rascar de la nalga izquierda. Arrastras las pantuflas camino de la cocina, y con ojos entreabiertos dispones el desayuno −tu mug preferida, café instantáneo, una magdalena revenida que sobrevivió a la última purga de bollería viciosa− ignorando lo que te aguarda.
Crees, ingenuo de ti, que es un día más, otro día de cole.
¿Hay algo más anodino que un martes laborable? Pero no. Es un día fatídico, un
día para olvidar, un día que hubieras preferido permanecer agazapado, en
posición fetal, bajo el duvet (otra palabra que acude a mi mente, sin
ser invocada, trayendo sabor escocés) soñando con Ella o con otra cualquiera. Es
el mejor sueño, te dices, vívido cual viaje astral, de los que no te importaría
nunca despertar. Una muerte dulce, como de envenenamiento por tufo bodeguero,
morir tranquilo bajo el edredón, sintiendo la tibieza que desprende su
espalda, rozando tus fríos pies con los suyos, suaves, pequeños,
cálidos, sanadores.
Hojeas la revista, mera distracción mientras la magdalena se
empapa de café. Y no lo puedes creer. Un clic dentro de tu cerebro. ¿Qué
fue eso? Algo viste, de refilón, algo llamó tu atención. ¿Lo leí bien? Regresas
a la portada. La noticia ni siquiera
aparece en grandes letras, sino camuflada en una de las esquinas inferiores
(los que manejan el cotarro no desean que estalle el pánico total). Abres los
ojos tanto que las legañas desaparecen. La magdalena, detenida en el aire,
quiebra y un trozo de considerable tamaño cae, cual bomba Little Boy, sobre
tu taza favorita, creando un pequeño tsunami que deja pringada la superficie de
la mesa; bendito hule, te dices. Trapo húmedo y resuelto.
Lees el titular tres veces, luego una cuarta vez. No logras
asimilarlo, no quieres asimilarlo; tu cerebro trata de consolarte: es una
broma, seguro que se trata de un ejemplar viejo, con fecha cercana al Día de
los Inocentes. Luego recuerdas que la entrañable fecha ya no existe, que fue
devorada por la modernidad, por la globalización y por la estupidez que todo lo
envuelve en este siglo XXI. Titulares a diario podrían ser inocentadas, incluso
en pleno mayo. Mas no lo son. Titulares absurdos y obscenos surgen de
periódicos y noticieros día tras día. La estupidez se extiende como una gota de
tinta negra en un vaso de agua.
Sin embargo, las líneas ante mis ojos no son bobada diaria,
el titular arrinconado reza la peor de las noticias. El preámbulo del Fin del
Mundo. El primer sello quebrado del Apocalipsis.
“El
cambio climático y la especulación
amenazan dos placeres cotidianos:
llega el
Fin del chocolate y la cerveza”
Abro la revista, buscando la página de la infamia, dedos
temblorosos, la magdalena desmigada flota sobre el café templado cual restos de
un glaciar. Ataco el primer párrafo, ruego al Cielo que sea un malentendido, el
trabajo de un becario embriagado, la broma de un periodista aburrido jugando a
crear titulares escandalosos, una inocentada desubicada, quizás el experimento
de una IA-L (Inteligencia Artificial más bien Lerda).
No lo es.
La noticia se muestra con argumento, coherencia, aporta
detalles, números, porcentajes, estadísticas y gráficos, un croquis tenebroso. El
maldito titular es verídico; encabezamiento a cara descubierta, sin máscara ni
maquillaje alguno. No se trata de un clickbait, tan de moda como absurdo
y frustrante (para quienes no hayan batallado con el idioma shakespeariano: una
pequeña trampa, titular llamativo, polémico, a veces incluso ajeno a la verdad,
en prensa digital; su único objetivo, que lo pinches y accedas a la noticia −plagada
de publicidad− y, tras leerla, quedes igual porque no aporta nada. Lo dije, la
estupidez se extiende, imparable.
Es el Fin del Mundo, pienso.
Nos engañaron con las películas “Mad Max”. Tras el Armagedón
no habrá persecuciones con bugas molones y destartalados en busca de una
garrafa de gasolina, habrá garrotazos por una onza de chocolate negro.
Puñaladas por una lata de cerveza tibia.
Ahora comprendo la urgencia por el Brexit. Los hijos de la
Gran Bretaña lo sabían. ¡Tanto MI1, MI5, MI6, MI33! Poseían información
privilegiada. Los James Bond de turno hicieron los deberes como aplicadas
colegialas. Conocían la cercana tragedia. Que la Humanidad perderá la chaveta,
que nos mataremos por un chocolate a la taza. Les entró la prisa, debían cerrar
fronteras y ponerse de inmediato a hacer acopio de barriles de cerveza y
barritas Mars. En ello iba la vida de millones de británicos. Sin dichas
viandas, la dieta isleña quedaría reducida a la ingesta de patatas fritas en
bolsa o de chips grasientas envueltas en papel de periódico junto a una
hedionda masa blanquecina −rebozada con
dos kilos de engrudo− a la cual denominan fish (pescado).
Es definitivo, nos vamos al carajo.
Muy de vez en cuando, veo el telediario. Guiado por la
añoranza de tiempos pasados, cuando el noticiero era eso, un cúmulo de
noticias, separadas en secciones, argumentadas. Ahora todo es un popurrí de
imágenes horrendas. Un puré de tragedias con Bach de banda sonora, y algún
silencio preñado de morbo. No importa si
se trata del estallido de un volcán, de un terremoto, una guerra o la madre de
todos los atentados. Ellos crean su batido gráfico y sonoro para amedrentar.
Jamás el miedo generó tanta riqueza.
Y lo consiguen.
Observo incrédulo el mundo, al otro lado de la pantalla, despatarrado
en el sofá. Entonces sonrío de aquella manera que ustedes ya conocen. Una
sonrisa ladeada, triste, a media asta. Una sonrisa de hasta luego Lucas. Sonrío
porque sé que no me afectará la hambruna de chocolate ni la sed de birra. No me
dará tiempo, no nos dará tiempo. Extiendes los dedos y puedes palpar el
desastre total. El bueno de Ken Follet lo relata de maravilla en su novela:
“Nunca”. Pura ficción, pura realidad.
Otras veces, me sorprendo deseando la alternativa, un meteorito
grande, un cachas de gimnasio sideral, embrutecido a base de pesas y sustancias
prohibidas (raya lo poético, un asteroide petado de esteroides); un meteorito
con una fijación en su cerebro inexistente, un destino escrito con mayúsculas
en su GPS, La Tierra.
Un pum gordísimo que nos ahorre sufrimiento,
bochorno… todo lo demás.
Tan sólo espero que, como en la película “No mires arriba”, conozcamos
la fecha de caducidad del yogur terrícola. Día, y hora aproximada, del impacto
fatal, para así, emulando a los protagonistas, poder juntarnos cuatro amigos
(siempre me sobraron dedos para contarlos) y disfrutar tranquilos del último
atardecer: teléfonos móviles humeantes dentro de la chimenea, pantalla de
televisor destrozada, el rúter ahorcado con su propia fibra óptica; y entonces
sí… batallitas, música, risas, labios embadurnados en chocolate cual chiquillos,
y la bañera repleta de latas de cerveza entre cubitos de hielo, como pequeños Titanic
en busca de su destino, su iceberg.
Toda la razón, si es que es leer la prensa, aunque sea de refilón y da un bajón.. que nos dejen disfrutar de los pequeños placeres de la vida!! XD
ResponderEliminarLeí hace tiempo que la Nutella peligraba porque ya no se producían tantas avellanas.
"Another one bites the dust" :(
Cuando llegue su hora, me regodearé en su recuerdo. DEP.
Ese gran "boom", a poder ser que me pille observando desde las estrellas, por allá el 2300.
Take care!
Orx.
Probando.
ResponderEliminarHola, Orx. Parece que con el móvil nuevo me deja responder.
ResponderEliminarNo veo casi nunca las news. Me rendi hace tiempo. Son frustrantes. Leo algo el periódico. Titulares y algún artículo de opinión: Rosa Palo, Rosa Belmonte y alguno más.
Por mirar no miro ni el weather.
Tv sólo veo un rato Aruseros, hasta que pillo sueño (mis horarios...), lo demás Series. Ahora ando con Periodistas, que fue la última que vi antes de huir a Escocia y me trae unos recuerdos que me hacen temblar.
Un saludo.
Jorge