miércoles, 30 de diciembre de 2020

F157 - ¡Al agua, patos! (mayo 2006)

 

Mayo continuaba obrando su magia. Seguro de sí mismo en el papel de prestidigitador. Edimburgo, su escenario.  Calmando un poco el aire, en la ciudad ventosa por excelencia. Arrojando rayos de luz cegadores, que iluminaban sus edificios grises, sus tejados de pizarra. Extrayendo de su chistera un calor de chichinabo, más falso que su profundo cajón de trucos, decorado con estrellitas de plata y provisto de doble fondo.

Acostumbrado a los días inciertos, cuando no desapacibles, tu cerebro se dejaba hacer. Creyendo, a pies juntillas, cada una de las artimañas. Anhelaba que fueran ciertas. Luz, sol, calor. Buen tiempo.

Así le sucedió al mío, al menos.

“Decidido, mañana comienzo a ir a la piscina”. Pensé con la ilusión de un niño la víspera de su Primera Comunión (visualizando la deslumbrante Bicicross roja, que sabe le regalarán, obviamente).

Nunca fui buen nadador. Tampoco pésimo. Me considero un nivel intermedio, como el  inglés reflejado en el currículum de cualquier españolito de a pie. Vamos, que floto, trago poca agua,  y avanzo a buen ritmo. Tras unas ciento cincuenta brazadas, perfectamente ejecutadas, sobrepaso los dos metros de distancia. Tal vez exagere un poco. Cuando contaba con ocho años, mi madre, cansada ya de tener el alma en vilo cada vez que yo decidía atravesar el ancho de la piscina buceando, me apuntó a un cursillo para aprender a nadar. Al menos, pensó la pobre, así podría observar mi avance sobre la superficie. La monitora, una adolescente diez años mayor. Una preciosidad con nombre de diosa griega, voz melosa, cuerpo dorado, cabellos negros y ojos esmeralda, realizó el milagro. De aquella piscina salí con un diploma bajo el brazo y el corazón ahogado. Pocos años más tarde, supe que mi ángel salvavidas se fundió con la penumbra, en el fondo de uno de esos tenebrosos pozos que enmascara esta perra vida.   

Tras toda la parafernalia burocrática obtuve el Pase, a precio de caviar Beluga, para la Piscina cubierta The Royal Commonwealth. Su ubicación no era la ideal, debía tomar dos autobuses, pero eso me serviría como aliciente. Eso, y el tremendo bocado que sufría mi paupérrima cuenta corriente cada mes.

Y allí me encontraba. Bañador de playa, gorro desfasado, gafas de superficie opaca de tan rayadas. Allí estaba yo, dispuesto a batir todos los records mundiales de crol, braza y mariposa, bueno quien dice mariposa, dígase polilla de fluorescente.

El primer largo de la temporada, estilo braza, fue una expedición de Elcano sin barco. Resultó una toma falsa, como doble de Tom Hanks, para la película Náufrago. Aquello no era una piscina, aquello era el maldito océano Pacífico. Olas de cinco metros, carriles – o calles, o cómo demonios se denominen – inacabables. La pared del final no la divisabas ni con prismáticos infrarrojos. El segundo largo resultó más cómodo, en el tercero mi cuerpo serrano surcaba la superficie, cual narco-lancha cruzando el Estrecho de Gibraltar… tras el quinto largo, deseé que algún alma caritativa extrajera el tapón del fondo y toda aquella agua clorada se perdiera por el desagüe, rumbo al mar cercano de donde nunca debió salir.

La segunda semana trajo mejores sensaciones. Cuando concluí el último día de entrenamiento, decidí renovar mi equipo. Más que un nadador parecía un figurante de Vigilantes de la Playa, que nunca aparecerá en cuadro, por orden expresa del Director de Escena.

Visité una tienda deportiva situada dentro del centro comercial St James. Salí con una gran bolsa de vistosos colores y una sonrisa. Bañador Corta Viento, chanclas No Me Pises Que Te Doy, toalla de Secado Ultrarrápido,  gorro Alta Velocidad, gafas De Espejo Corrupción en Miami Versión Marina (por estos lares son denominadas goggles, por darse importancia, siempre me sonó a buscador cibernético. Algo esconderá esa similitud, que éstos no dan puntada sin hilo). Todo ello a la última. Tentado estuve de apuntarme a la pasarela Cibeles: Deportes Acuáticos, Próxima Temporada.

¡Prepárate Michael Phelps!, grité al cielo, mirando un poco hacia el oeste, con la esperanza de que mi provocación llegara al  Tiburón de Baltimore.

El milagro ocurrió el primer día de la tercera semana.

Llegué temprano. Apenas había un par de aficionados chapoteando dentro del agua. El resto de carriles de auto-piscina quedaban libres. Tras calentar, como un profesional (había visionado vídeos por internet, no era cuestión de parecer un pueblerino de excursión al río), bajé al interior de la piscina por la escalerilla más cercana. Sobraba realizar el salto del ángel y humillar al personal. Cerca estuve de tropezar en el segundo peldaño. No veía un carajo. Gafas empañadas, mal empezamos.

Tocaba estilo crol. Comencé las primeras brazadas como si me fuera la vida en ello. Mi cuerpo se deslizaba sobre la superficie como si lo hubiera untado con grasa de ballena. Inspiraba con la cabeza girada a la derecha. Una, dos, tres brazadas, soltando el aire por la boca, la testa sumergida. Inspiro. Un, dos, tres. Sin llegar a vaciar del todo mis pulmones. Nado concentrado. Algo desubicado pues no diviso nada. Las próximas gafas las compro con limpiaparabrisas y chorrito de aire caliente, elucubra mi mente en automático. Otra brazada y…

Choco contra el muro final.

Tan sólo un susto. Lo de acudir con casco llamaría demasiado la atención, me digo más eufórico que temeroso. No lo puedo creer. Ha sido el largo más rápido de toda mi vida. Debo de haber batido el record olímpico. ¡Chúpate esa, Tritón de Baltimore!

Entonces la veo.

No lo puedo creer.

¿Cómo es posible? Agarrado al borde, miro alrededor desconcertado. Sigo viendo poco, entre brumas, como si mis ojos estuvieran en huelga ofreciendo servicios mínimos. Decido quitarme el invento de espejos. Contemplo con incredulidad la escena. Tras el borde final, hay otra piscina. Otra piscina caída del cielo. Salida de la nada. Debo de ser un personaje de Harry Potter y no lo sé. Tal vez sea un programa de cámara oculta, me digo confundido. El misterio quema mis entrañas. Averiguo qué diantres ocurre o tendré que llamar al bueno de J. J. Benítez.

Salgo del agua y me dirijo al socorrista más cercano. Un chaval joven cuyo cuerpo ha debido de ser forjado en un astillero vizcaíno. No entiendo cómo el recinto no está abarrotado de chavalas con vocación de sirena.

Me dirijo a él en inglés, pero a lo Leo Harlem, una mano sobre la barriga peluda, tan sólo a falta del gin tonic en la otra.

̶   Perdona, chavalote, aquí  ̶  señalo ambas piletas  ̶  la semana pasada sólo había una piscina, ahora hay dos.

El chico del Botxo me mira como las vacas al tren. Me esfuerzo y se lo vuelvo a comentar, más despacio, con gestos. Por fin, el mozo cae en la cuenta de lo que quiero explicarle. Ahora me observa diferente. No es respeto, ni confusión. Es puro cachondeo.

̶  Señor  ̶  dice el pipiolo todo educado, mas yo le noto cierto recochineo en la trastienda  ̶  se trata de la misma piscina, salvo que hoy hemos modificado la longitud  ̶  y remata, con venganza burlona reflejada en los ojos, señalando muy ufano  ̶  gracias al muro móvil que surge del fondo.

Mi gozo en un pozo. Mi ilusión en el fondo de una piscina tramposa.

¡Yo que, por un instante, me creí el nuevo Johnny Weissmuller!

 

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         ¡Ojalá haya logrado que despidan este horrible 2020 con una sonrisa!

                                                 ¡Feliz Año Nuevo 2021!

8 comentarios:

  1. Jajaja con razón valía tan caro el abono! Los muros cuestan una pasta...
    Un abrazo y feliz año, Mark Spitz.

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  2. Muchas gracias, maja.
    Feliz Año para ti también.
    Te confieso que no sé quién es Mark Spitz, supongo que un nadador. Pero ahora mismo lo busco en goggles jaja

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  3. Son las 6 de la mañana y estoy insomne, en la cama, leyendo esto mientras me imagino a “un Leo Harlem” diciéndole a un guiri “¡Oye chavalote!” en una piscina, con un bañador de esos que te hacen marcar croqueta y no puedo parar de reír.

    Menuda forma de empezar el último día del año: a ver cómo terminamos (me temo que con sueño... Cachis!).

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  4. Hola Paquito. Ya somos dos. Aunque mi insomnio está relacionado directamente con mi vida laboral.

    Me encanta Leo Harlem, desde aquí mi humilde homenaje.

    ¡Feliz Año Nuevo!

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  5. Pero qué moderneces!!
    Dónde quedó la clásica red con boyitas de colores? el golpe hubiera sido más amable :)

    Yo también fui a un curso de natación de cría, pero no se obró el milagro. Sí, las gafas son lo peor, es bajar a la pisci y lo que eran aguas tranquilas se convierte en la tormenta perfecta.. siempre me quedará aquagym.

    Feliz año!

    Eva

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  6. Vaya subidón por un momento, jaja.

    Muy buen año nuevo :)

    viki

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  7. Ya te digo, viki.
    Lo mismo, all the best!

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