domingo, 13 de diciembre de 2020

F155 - Se masca la tragedia (mayo 2006)

 

Apenas había transcurrido un par de semanas y parecía el recuerdo de un viaje lejano. Las reminiscencias del último sueño que flotan en tu mente al despertar, y que se diluyen en la nada antes de tocar tus pies la moqueta. La escapada a Praga pasaba a formar parte del pasado, como si no hubiera existido. Quizás en realidad nunca sucedió, tan sólo lo soñé, pensé mientras contemplaba los documentos que acreditaban lo contrario, las tarjetas de embarque de aquellos vuelos, todavía haciendo labores de marcapáginas en el libro adquirido en el aeropuerto.

Siempre me sucede lo mismo. Tras un viaje, una escapada, la vuelta al día a día, a la rutina, se hace extraña, como si tu vida quedara entre dos mundos (España y Escocia, República Checa – Escocia, en esta ocasión). Mas una vez superada la reentrada es como si cayeras por un precipicio. A toda velocidad. ¡Zas! A penas te da tiempo a pensar. De repente, la rutina. El trabajo. El bus. El uniforme recién planchado. Los zapatos lustrosos. Los puerros. Las bananas. Dave y sus patatas. Maggie y sus órdenes disfrazadas de sugerencias. Craig y su sonrisa depredadora. Donald, con sesenta y pico tacos y su eterna respuesta tras mi ‘How are you?’: ‘Fantastic!’

El cambio radical del clima influyó. Contribuyó a enterrar, más si cabe, en el olvido aquel viaje frío y febril. El sol vencía su timidez y lucía con rabia, con ansias de venganza. Las nubes blancas, impolutas, salpicaban un cielo de mentira. Un cielo tan azulado que, en Edimburgo, sólo podía ser obra de algún niño celestial con mucha mano con las ceras de colores. Sin embargo, mayo era así. Mayo, en la capital escocesa, resultaba ser el mes rebelde del calendario. Daba la espalda al frío, se burlaba de la lluvia, incluso retaba al sempiterno viento. Mayo iba a su bola.

Por fin domingo, día de asueto tras la locura del sábado. Clientes frenéticos, más extasiados que Santa Teresa de madrugada, en pantalón corto, gafas de sol y chancletas  ̶  uniforme oficioso de sus escapadas a Magaluf ̶  comprando barbacoas de un solo uso, carbón y demás parafernalia braseril, como si no hubiera un mañana.

Por fin domingo, día de paz y sosiego.

O quizás no.

Alguien aporrea la puerta. Una, dos, tres veces. No llama con los nudillos, usa los puños. Y vuelve a golpearla con violencia. Debe de estar tan desesperado que no logra ver la pieza cuadricular, de plástico blanco, incrustada en la pared, con el dibujo de una campanita negra sobreimpreso.

Pasan doce minutos de las dos de la tarde.

Stevie se dirige hacia la puerta, mientras yo sigo trajinando en la cocina. Sus ojos lanzan cuchillos, flechas envenenadas y alguna que otra granada de mano. Jura en arameo, por lo bajini. Más vale que sea una emergencia, piensa. Se encontraba leyendo la prensa. Momento sagrado donde lo haya. Prensa y refrigerio dominicales, despatarrado en el sofá de cuero. Periódico serio, de esos que en la página tres muestran, a todo color, una moza de buen ver buscando su extraviada camiseta mojada. Diario y cerveza. ¡Más vale que sea una emergencia!

Stevie abre la puerta, con más mala leche que urgencia.

̶  Who the fuck… ̶  Quién coño, comienza a preguntar. Su frase, a medio camino.

Un rostro desencajado. Enrojecido, perlado de gotas de sudor. Un tupé rocabilly venido a menos. Más bien venido abajo.

Es el vecino de arriba.

Sus palabras llegan hasta la cocina. Son claras, a pesar del fuerte acento escocés. Pide que desalojemos la casa, que llamemos a los bomberos. ¿Acaso no podemos olerlo? Exclama, indignado. Debe de haber un escape enorme. Apesta a gas. ¡Rápido, salid!

Todo comenzó por un ataque nostálgico.

La culpa no fue del chachachá, la culpa la tuvo mayo. Ese mes rebelde, con su sol tramposo y su calor de farsa.

Me descubrí, así de repente, añorando esa hora entrañable que disfrutamos los españoles los domingos. La hora del vermú. Del ángelus, que dicen en ciertos lugares. Me sorprendí echando en falta la visita a los bares del pueblo. Cada uno exhibiendo su pincho estrella, de igual manera que se llevaba a cabo en la logroñesa calle Laurel, pero con sello identitario propio: el champi, las patatas bravas, los tigres, las rabas… cada uno regado con el inseparable vinito Rioja o un corto de cerveza. A falta de calamares, mejillones y demás, opté por la sencillez: los champiñones a la plancha. Tras la compra de las viandas y una botella de vino del terruño, me até el delantal y traté de emular al viejo Arguiñano.

Y en esas tareas gastronómicas me hallaba cuando tronó el aporreamiento de la puerta.

̶  ¡Te repito que hay que llamar a los bomberos!  ̶  insiste el vecino, con aspavientos.

El cielo está despejado. La luz se filtra, radiante, a través de la ventana, huérfana de cortinas, del salón. Una ligera brisa se cuela, sin permiso, a través de la puerta abierta. Cercanos, los pajarillos cantan, las nubes se levantan. Stevie bajo el umbral, el otro enfrentado.

El tipo mueve las manos, nervioso. Sus pies, prisioneros en absurdos botines negros, bailan dentro del espacio de una baldosa inexistente. Un Chiquito con peluquín y veinte años menos,  ¿te das cuen, pecadorr?

Por fin, Stevie relaja el gesto. Una amplia sonrisa se adueña de su cara. Los ojos, antes amenazadores, brillan joviales. No logra contenerse. Para sorpresa del visitante, estalla en carcajadas.

̶  ¡Tranquilo, hombre! No es olor a gas. Se trata de mi amigo español, que está friendo ajo.

Ajo, esa palabra maldita en el Reino Unido, ese condimento del diablo, esa aberración gastronómica de hedor insoportable. Ya lo afirmaba la cantante flacucha, con cara de acelga hervida, de las Chicas Picantonas, cuando su chico guaperas, picarón y futbolista le comunicó que debían mudarse a España, para jugar en el mejor equipo del mundo: “todos los españoles apestan a ajo”. Ella no hubiera clamado por los bomberos, habría llamado a la Policía, al servicio de inteligencia MI5, o incluso a los mismísimos Royal Marines.

6 comentarios:

  1. Qué liada con el ajo! curioso, el gas escocés huele a ajo..
    Pues ellos, (algunos) huelen a alcohol y curry.
    Sí que es un incordio que te molesten un domingo, en hora del vermú relajado que está uno.
    Ánimo con el lunes!
    Eva

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  2. Hola Eva,
    Yo creo más bien que el tipo desconocía el olor y lo tomó por lo que no era. Hablo de gente que no cocina nunca, y menos con ajo. Meten un precocinado al micro y punto.

    El vermut se llega a echar de menos cuando emigra a UK.

    Lo mismo, ánimo con la semana.

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  3. Me lo creo: he escuchado cosas peores de aquellas tierras :-))

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