domingo, 22 de noviembre de 2020

F151 - Praga (III): Una pócima mágica (abril 2006)

 

̶  ¿Hola, adivina desde dónde llamo?

̶  ¡Hombre, qué sorpresa! Pues no lo sé, ¿no estás en Edimburgo?

̶  ¡No! Vine a Praga. Nieva con ganas. Como tú sueles decir, caen copos como   boinas. Y hace un frío del carajo.

Su corta carcajada llegó lejana, a través de la línea telefónica. Su voz protectora caldeó mi entumecido cuerpo. Por un instante sentí su serena presencia en aquel minúsculo cubículo. Casi podía observar su rostro impreso sobre la capa de vaho que se formaba en el cristal de la cabina. Su sonrisa jugando al escondite con su tristeza.

̶  Estás como una jaula, hijo. Aprovecha, tú que puedes.    

Lo visualicé inclinado sobre el viejo aparato de teléfono, que reposa en el aparador del pasillo, con su camisa de franela a cuadros, el sempiterno cigarrillo descansando entre la comisura de sus labios.

Aquella mañana desperté temprano. Tras una ducha caliente me vestí, procurando no hacer ruido. Las jóvenes americanas dormían como sacos de patatas. Sus fuertes respiraciones llegaban sincronizadas. ¡Madre mía, incluso su roncar es sexy! Para mi sorpresa, me encontraba bastante mejor. Afortunadamente, anoche pude dar esquinazo a los ebrios alemanes, contándoles una milonga sobre una novia que esperaba impaciente mi compañía. La realidad, más mundana y ordinaria, un concierto de bombo y platillos se celebraba dentro de mi cabeza, dos trozos de carbón incandescente agazapados tras mis ojos, un sudor frío recorría mi nuca. Alcancé el hostal dando tumbos, más sobrio que nunca. Me quité la ropa entre temblores. A falta de pijama, una camiseta, un pantalón de chándal. Tragué a duras penas la pastilla. Me zambullí bajo el grato peso de las mantas. El olor del cercano radiador me envolvió. Caí en un sopor febril que pronto se convirtió en dulce sueño. Pasaban unos minutos de las nueve de la noche. Bienvenido a Praga, chaval.

Me juré a mí mismo no rendirme. Un catarrillo de nada no podría conmigo, aunque viniera escoltado por fiebre y tiriteras nocturnas. Aprovecharía los días, desde temprano, hasta que mi cuerpo dijera basta, entonces me recogería a mis aposentos.

El paseo, a orillas del río Moldava, ayudó a bajar el desayuno. Crucé el Puente Charles, en dirección al castillo. Elegí la visita de dos horas. Había tanto que ver. No pude evitar el recuerdo de otro castillo, aquel que se alzaba, orgulloso y magnífico, sobre una cima volcánica, velando por todos nosotros allá en mi amada Edimburgo. A media mañana, la garganta gritaba sus protestas, cabezota y malcriada, no conformándose con caramelos de miel y agua templada. Me dirigí hacia aquella pizarra que había llamado mi atención. Gruesos trazos de tiza, diferentes colores. Desayunos variados, ofertas, recomendaciones. En inglés. ¡No saben estos checos ni nada! Leí varias veces aquella lista de brebajes calientes y caprichos dulces y salados. Una relectura innecesaria, rutinaria. Unas pocas palabras, color amarillo, secuestraron mis ojos desde el primer vistazo.

Hot Chocolate + Rum, with our special Praha Ball

El precio carecía de interés. Algo intranscendente, trivial, mediocre, rayano lo soez. Aquella era la cura necesaria. La poción mágica del sabio Panoramix. La bola en cuestión resultó ser una trufa de chocolate, nevada de coco. Aquel manjar rellenó todos los palitos de mi barra de energía. Al fin y al cabo, quedaba mucho que contemplar, callejuelas que recorrer, fotos que disparar, sueños que codiciar. Lo próximo, un crucero por el río.

Contemplo la fotografía, abierta en otra ventana paralela sobre la pantalla, tomada a contraluz. Observo al joven que fui. A bordo de aquel barco turístico. Al fondo, uno de los numerosos puentes que atraviesan el río Vltava. En cubierta, sentado en una esquina apartada. Visto una vieja guerrera color caqui, con la capucha bordeada por una cálida piel de zorro venido a menos. Una braga roja abriga mi maltrecha garganta. La penumbra camufla la palidez de mi rostro. El atardecer comienza a traer cansancio, temperatura, malestar. Miro fijamente a la cámara, quizás observándome a mí mismo, a este futuro yo contemplativo, preguntándome qué será de mí en años venideros, cuánto tiempo continuaré mi aventura escocesa, cuándo aparecerá una Esmeralda, Marina, Erika en mi vida. Mi rostro sereno, apacible, remueve ajadas imágenes almacenadas en mi mente. Evoca la cara de mi padre, refleja una falsa tranquilidad, una aceptación del presente y del cercano futuro, una resignación madura, en su caso,  quizás un tanto precoz conformismo en el mío.

Aquella tempranera llamada concluyó de la manera usual. Él siempre se despedía con la misma coletilla, llena de sinceridad y apoyo moral.

̶  Cuídate, papa, ¿estarás bien?  ̶  suprimiendo la tilde, convertida en ‘llana’ la palabra, como era costumbre en nuestra casa.

̶  Hijo, yo estoy bien si tú lo estás.

 Cierta congoja acecha mi garganta al escribir estas últimas líneas. Mas no se trata de mi talón de Aquiles dando guerra. Una lámina acuosa y cálida anega mis ojos. Esta vez no necesito caramelos de menta.

                          


 

                    

12 comentarios:

  1. Cuánto se les echa de menos...¿Verdad?

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  2. Interesante historia con melancólico final...

    Eso sí: si los checos saben latín, las checas saben griego, binario, fortran y cobol (ojo ahí).

    Un abrazo enorme,

    Paquito.

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    1. Hola Paquito,
      Muy majas las checas jaja. Menudo rollo era el cobol y parientes.

      Oye, me dejaste con la mosca con lo de la "prensa". ¿Dónde encontraste mi blog?

      Un abrazo

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  3. Gran verdad, esa coletilla de despedida. Ellos, allá donde estén también estarán bien y me gusta pensar que echándonos un ojo de vez en cuando, orgullosos por supuesto.

    De lo único que no se arrepiente uno es de aquello que no hizo, y tú tienes ya unas cuántas historias en tu haber, eso nadie te lo quita.

    Sí que es curioso cuando revisas fotos de hace años, miras esos ojos y sin querer rememoras todas las inquietudes, temores, ilusiones que te rondaban por la cabeza y sabes lo que le va a venir a ese yo. Tomarías los mismos caminos? yo algo haría diferente, supongo.

    Cuídate, no vaya este covid a estropearte el resto del camino.




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  4. Hola,

    Cuanta razón en lo que comentas. Supongo que todos cambiaríamos alguna cosilla aunque no lo queramos admitir. Pero nunca sabes a dónde te llevaría cualquier cambio.

    Uf déjate de covid, este 2020 he estado más tiempo de baja que trabajando. Así que toco madera.

    Gracias por leer y comentar.
    Un saludo

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  5. Los "y si hubiera..", de cuando uno está nostálgico, en nuestra imaginación todos son idílicos. Al final somos lo que somos por todas esas pequeñas decisiones que vamos tomando.

    A tocar madera pues, buen día¡

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  6. Así es. Cada giro que tomamos nos va construyendo.
    ¿Nos "conocemos" o eres anónimo genuino?

    Un saludo y a cuidarse.

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  7. Me quedo con eso de "anónimo genuino" :)
    No he estado en Praga en invierno, pero el próximo viaje juro que cargo con 2 cajas de Frenadol.
    A cuidarse!
    Eva

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    1. Hola Eva,

      Es un cuento de hadas, esa ciudad. Me quedé con las ganas de visitar Brujas, en Bélgica, que también es así como de cuento. Quedó pendiente cuando residía en Escocia. Quizás algún día...

      Gracias, otra vez.

      Un saludo

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  8. Eres tu el de la foto? Si es asi,seria la primera foto sin bolsa de LDL en la cabeza.
    Aunque como esta tomada al contraluz tampoco es que se te vea muy claro. Me imagino que por esa misma razon,es por lo que te has atrevido a ponerla,para que no se te reconozca facilmente. ;-)

    Un saludo.

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  9. Hola Comodus,

    Ay que tiempos aquellos de la bolsa del ldl.

    Digamos que podría ser y podría no ser. No desvelemos el misterio jaja.

    Gracias por asomarte y escribir comentario.

    Un saludo, y a cuidarse.

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