miércoles, 4 de noviembre de 2020

F150 - Praga (II): Reglas no escritas (abril 2006)

  

El hostal exhibía con orgullo su mejor cualidad. Su precio económico no andaba de guerrillas con el buen gusto. Discreto, cómodo, limpio, tranquilo, y en pleno casco viejo de la capital checa. Tal vez fuera debido a la climatología adversa, pero apenas había inquilinos en sus escasas habitaciones. Todas ellas mixtas y funcionales: literas, taquillas, decoración minimalista (en lugar de cuadros, paredes pintadas por algún artista callejero que pasaba por allí). Temática diversa en cada una de ellas. Pude vislumbrar, asomándome a otros cuartos: playas paradisiacas; castillos medievales; planetas y naves espaciales.

 La room asignada presentaba en sus paredes vehículos y personajes de tribus urbanas ancladas en los años sesenta del siglo pasado. Sobre la más amplia, un tipo con tupé, chupa de cuero y gafas de sol negras, se apoyaba con desgana disfrazada de chulería sobre el capó de un Cadillac color naranja psicodélico estilo auto de choque. El personaje parecía un doble de Elvis una mañana de resaca. Constaba de tres literas, con sus respectivas taquillas de gimnasio (podías solicitar un candado en recepción, bajo el depósito del equivalente a una libra, en coronas).

Las camas de una de las literas, sendos revoltijos de sábanas y colchas. Dos enormes mochilas rojas, idénticas, posaban de pie contra el muro decorado. Así que escogí la cama inferior de la tercera litera. La más alejada. Preferí no distanciarme mucho del suelo, pues intuía que mi cuerpo no iba a estar como para retar a la fuerza de la gravedad.

Pronto descubrí a las responsables de tal desorden de lienzos. Dos muchachas  estadounidenses, como me explicaron más adelante. Aunque ellas afirmaron ser americanas, sin más, con esa tendencia tan común que muestran los ciudadanos de aquel país a identificarse como dueños de todo un continente. Venían de California, me contaron. No, no somos hermanas, afirmaban entre risas probadas ya en tubo de ensayo. Lo parecían, rubias, sonrisas perfectas de anuncio Profidén, simpáticas, un punto ingenuas y modeladas a lo Barbie Excursionista. Mi mente calenturienta no pudo evitar imaginar la escena: ambas corriendo, escasas de ropa, a través de un frondoso bosque. Gritos bajo la luna llena. Huida desesperada. El enmascarado de Viernes-13 persiguiéndolas. Chicas, espero que el bueno de Jason no aparezca esta noche, hacha en mano. Me confiscaron el bate de beisbol en el aeropuerto, pensé de forma descabellada.

Paseé por la parte vieja de la ciudad. Despacio, disfrutando de aquellas calles de película medieval. Observando a la gente. Eligiendo postales. Vamos, el típico turisteo del recién aterrizado. Y entre vista y vista, acudí a la sección farmacéutica de un supermercado. Como perro viejo, supe al instante que los caramelitos traídos conmigo no bastarían esta vez. El frío paralizante no ayudaba. Todavía crujía la nieve bajo mis botas.

Presupuesto. Esa odiosa palabra. En boca de nuestros inútiles políticos es vomitiva. Dicha por mi voz interior, torna patética a la par que hilarante. Presupuesto. Lo digo por lo bajini y no puedo evitar la carcajada. Tal palabra siempre fue insultante en mis viajes. Lo puesto, unos billetes, y poco más. Siempre quedaba como último recurso una tarjeta de crédito, siempre escondida, prohibida. Su uso reservado para una Emergencia, así, con mayúscula: me emborracho con las americanas la última noche y pierdo el vuelo; me dicen en el hostal que no tienen ni pajolera idea de quién soy y he de buscar un hotel cinco estrellas para compensar el disgusto; soy secuestrado por una banda de albanokosovares en paro y he de pagar mi propio rescate; me cruzo por la acera con Elsa Pataky que cae rendida a mis pies, suplicando, con ojos de cachorrito Scottex que la lleve al fin del mundo… Ese tipo de Emergencias.

Así que el primer día tocó bocata en papel de aluminio. El menú estándar del pobre.

A media tarde decidí que era un pecado no catar el brebaje local. Si no pecado, falta de cortesía como visitante. Me topé con una cervecería enorme, luz tenue, música moderna, jolgorio, risas y algún que otro grito. No era lo que buscaba, lo que tenía en mente, mas mi cabeza ya comenzaba a lanzarme mensajes de ligero malestar. Todavía en código Morse, punto, raya, raya, punto. Aún no a cañonazos.

Optamos por una mesa tranquila, al fondo. Mi pinta y yo. El primer trago me supo a trago de alcohólico anónimo que rompe su record de abstinencia. Traté de disfrutar aquel pequeño descanso. Los pies no utilizaban código Morse, ni braille, ni cualquier otra sutileza. Chillaban su dolor como gorrinos en matanza. La espalda, se solidarizaba con ellos. Todos y cada uno de mis músculos secundaban aquel boicot corporal. Cerré los ojos. Bebí sorbito a sorbito, aquel jarabe con espuma.

 Finalizada la bebida hice amago de levantarme. No pude. Tres chicarrones del norte, rubios, altos como torres de Pisa (emulando ya su inclinación), me hablaban en inglés estropeado. Acento marcado. Identifiqué su procedencia de inmediato. Alemanes. Se sientan, requiriendo permiso. Gestos, más que palabras. Por supuesto, yo ya me iba y tal. No, no, please. Incómodos. Malinterpretan que están forzando mi marcha. Lo leo en sus ojos incrédulos, que contemplan el solitario vaso ante mí, con rastros de espuma. ¿Americano? No, no. Español. Vine desde Escocia. La incredulidad crece en sus beodos rostros. Da igual. Les da lo mismo. Podría haber respondido que venía del planeta Raticulín, formando un triángulo con mis dedos y soplando a su través fiu, fiu, fiu como Carlos Jesús frente a Pepe Navarro. Hubieran revelado las mismas caras.

Entonces la cara de asombro la pongo yo.

            ̶  Amigo espaniol tú no vas. Yo nofia ispaniola. Fiffa Kádiss. Olé.

Dijo el rubio que llevaba la voz cantante, acompañando la última palabra con un giro rápido de su mano derecha, sobre su cabeza, dedos abiertos hacia arriba, como Raphael enroscando una bombilla. Entretanto uno de sus compinches coloca cuatro pintas de cerveza sobre la mesa, la espuma desbordante forma un pequeño charco blanquecino. Como diría el Reverte, hay reglas y códigos no escritos. Así que, sonreí, cogí una jarra y la choqué contra las suyas.

            ̶  Sláinte!

8 comentarios:

  1. Pues claro, la gente se conoce en los bares - sin menosprecio de otros lugares... si no se pusieron plastas por la combinación cerveza-guiri fuera de casa, espero que pasarais una velada divertida, aunque parece que adelantaste que no fue una buena escapada.

    Saludos,

    viki

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  2. Hola viki.

    Hubo de todo, como en botica.
    Los alemanes, tipos majos.
    Cómo acabó la cosa... en la próxima entrega jeje.

    Un saludo

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  3. Ya se ve que les costó convencerte de que te quedaras... Jajajaja

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  4. Fue una decisión dura. No creas, jaja.

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  5. Menudas Emergencias se te presentan a ti ;-)

    Besos.

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  6. Meras hipótesis jeje.
    Todo lo demás no es Emergencia.

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  7. Que me tenga que enterar por la prensa de que una de las personas que, a veces me escribe, tiene un blog, es de muy poca vergüenza :-))

    Te acabo de meter en el RSS, así ya no te escapas.

    Un abrazo de un nuevo lector,

    Paquito.

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  8. Hola Paquito,

    ¿Por la prensa? mi no comprender jaja

    Vaya, pensé que conocías mi humilde rincón.

    Gracias por visitarlo y comentar.

    Un abrazo

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