“Todo está
en los libros”. No resulta una frase original, lo sé. También la saqué de algún
libro. Desde este humilde rincón, hincaría rodilla en tierra y, tras respetuosa
reverencia, rendiría el debido homenaje a la cabeza pensante que la alumbró por
primera vez. Mas desconozco quién fue.
Todo surge
de un libro. Ignoro si acabo de escribir una de esas verdades universales o tan
sólo otra de mis habituales tonterías. Seguro, otra vez, de su falta de
novedad. Elucubro dichos pensamientos de copy
and paste, mientras paso hoja tras hoja de la última novela firmada por mi
querido y admirado Ian Rankin. El Inspector John Rebus golpea de nuevo, viejo,
torpe, nostálgico; sin embargo, no se resigna a coger la cachava, calzarse una
gorra de felpa e ir a contemplar las obras de mejora del puerto de Leith.
Todo lo
vivido, lo leí primero. Quizás exagero. Ya me conocen. Supongo que alguna miaja
dejaría para la improvisación. Sin embargo, leyendo a mi héroe cansado,
extraigo del pozo de mi memoria el recuerdo de una de las personas que más
honda huella dejó en mi alma. Esmeralda.
Disculpen, a
veces olvido que no pueden leer mis pensamientos. Vuelco sobre el folio virtual
imágenes y sensaciones que acuden a mis dedos. Lo hago, convencido de ser comprendido
al instante. Comunicación por ósmosis, telepatía, elijan ustedes la palabra.
Me explico, cuando cayeron entre mis manos las novelas de Rankin, uno de mis hobbies consistía en recorrer la ciudad de Edimburgo, buscando aquellos lugares, calles, recovecos, callejones estrechos – que por estos lares denominan closes ̶ y algún que otro pub inexistente, donde aquellos personajes, captores de mis horas de sueño, cobraban vida. Uno de ellos, Siobhan Clarke, la fiel discípula del famoso detective, residía en Broughton Street. Una calle larga y empinada, que comunica New Town con el nudo entre Leith Walk y York Place. Pubs, restaurantes, tiendas ecológicas y algún que otro bloque de oficinas.
Mentiría si dijera que elegí un bar al azar. El
bar me eligió a mí. La puerta que se abre por un instante, la música
embriagadora escapa buscando una libertad efímera, llegando hasta mis oídos.
Echo un vistazo dentro. Luz a medio gas, risas, algún que otro chillido de
excitación. Parece acogedor. Decido entrar. Cierro los párpados, apretándolos
con fuerza. Invoco a los dioses de lo imposible. Susurro, a toda prisa, una
oración a Santa Rita, patrona de las
causas perdidas. Pido, deseo, suplico hallar a Clarke, la intrépida detective aprendiz,
materializada en carne y hueso, acodada en la barra, bebiendo a sorbos un gin-tonic
de fin de jornada, mientras calibra cómo tender una trampa a “Big Ger” Cafferty,
para impresionar a su jefe. Abro los ojos, para no romperme la crisma. Me
acerco a la barra, sorteando mujeres y hombres festivos, ignorando que tras
recorrer esos pocos metros, mi vida en Edimburgo nunca será igual.
No aparece
Siobhan, vaso en mano.
Está ella, sirviendo
una pinta de cerveza, desborda su espuma por el borde del vaso inclinado.
Sonríe a tumba abierta, como si mañana todo se fuera a ir al carajo. Esmeralda.
Esmeralda
era un torbellino con sueños de princesa. Una chica de barrio, madrileña. Alta,
delgada, rizos morenos indomables. Ojos de fuego, voluntad de aleación
titánica. Orgullosa, fiel a una buena causa perdida. Camarera de vocación,
camarera de perdición. Un sueño, una condena. Si le ofrecieran una oficina,
traje chaqueta, maletín y ordenador, ella escogería barra, grifos de caña,
vasos y botellas. Horas hipotecadas de pie, dolor de cervicales. Sonrisa
cansada. Litros y litros de cerveza expelida, botellas espiritosas invertidas,
que escupen su veneno en medidas reguladas por Ley.
Un trabajo
duro. Lo disfrutas, o revientas. Ella optaba por lo primero. Noches
interminables, canciones que hablan de evasión, clientes que beben y beben y
vuelven a beber, como los peces en el río, intercalando alguna que otra visita
a los servicios, para desalojar líquido, quizás aspirar polvillo de duende.
La noche se
devora a sí misma. El reloj expulsa cliente, tras cliente. Los grandes taxis
negros, alguno exótico de tan colorido, se detienen en doble fila. Cargan sus
espaciosos asientos traseros de jovencitas descocadas, de corta minifalda y
zapatos ausentes, en soledad o acompañadas de jovenzuelos descamisados, ojos
cual estrellas, engomados cabellos erizados.
El
pinchadiscos trastea al fondo del local, recogiendo sus cachivaches. El enorme bouncer – traje oscuro, cabeza rasurada,
cuello tatuado – persuade, a su manera, al último borracho de turno. Ya vale por hoy, muchacho. Sales por tu
propio pie del bar, o te saco yo. Esto último lo dice con la mirada. Posee
el grado Avanzado en dotes telepáticas. Es un tipo convincente. Un profesional
de la noche. Con él como el colesterol en sangre, pocas bromas.
Los
camareros limpian, recogen, rellenan cámaras. La jefa teclea frenética la
calculadora de grandes botones. Se tuvo que colocar las gafas de cerca. Los
últimos chupitos, las cañas heladas, algún cubata de cortesía recorren las gargantas
agotadas de quienes antes estuvieron al otro lado de la barra. A Esmeralda le
deleita este momento. De hecho, trabaja todas esas horas inacabables esperando
este momento. Canta, sonríe, sirve copas y charla, anticipando este instante
mágico.
Anoto mentalmente
el nombre del pub. Grabo en mi disco duro la ubicación.
Asciendo,
con pasos cortos, la empinada acera, rumbo a York Place. Sonrío, manos en los
bolsillos de la chaqueta. Huele a gasoil, patatas fritas, noche y libertad.
Gritos lejanos, carcajadas cercanas, persianas que bajan. El relente de
madrugada refresca mis pensamientos.
Siobhan
Clarke. Broughton Street. Baroque. Esmeralda.
Como dijo el
bueno de Arnie, I´ll be back!
Volveré.
A ver qué pasa con Esmeralda en las próximas entregas... creo que ya habías hablado de ella en otras entrada.
ResponderEliminarSaludos, viki
Hola viki,
ResponderEliminarSí, formó parte de uno de mis habituales saltos en el tiempo.
Pero creo recordar que allí la conocí por primera vez. El bar ya no existe.
Un abrazo
Gran frase, "Todo está en los libros.."
ResponderEliminarEmocionante eso de recorrer calles y lugares reales (o no) que aparecen en libros o pelis favoritas.
Hay guias del Harry Potter por alguna ciudad de por allí, y la recorren sus friki-fans.
Esa Esmeralda promete.
A cuidarse!
Eva
Hola Eva,
ResponderEliminarLo es, pero no muy original.
A Harry Potter lo han explotado (y siguen) hasta límites inimaginables.
Igualmente.
Ánimo con ello.
«Todo está en los libros» para mí es una verdad universal.
ResponderEliminarBesos.
Hola.
ResponderEliminarYa echaba en falta tus comentarios.
Tu nick ya da una pista de que así es.
:-)
Cuídate
No sé qué está pasando con la caja de comentarios de Blogger que, últimamente, me casca pero bien (te había dejado un comentario mítico que, al pulsar "Publicar" ha acabado en error...
ResponderEliminarCagüen la mar: era mítico... En fin: a ver si al menos funciona éste...
Hola Paquito,
ResponderEliminarNi idea, tú eres el experto :-)
Sé que hay gente que no puede comentar y me da rabia, pero por mucho que repaso la configuración no veo ningún filtro o bloqueo.
Bueno, ya te saldrá otro mítico jaja.
Gracias anyway.
Un saludo