martes, 19 de enero de 2021

F159 - Una cuesta de novela, una tentación (junio 2006)

 

“Todo está en los libros”. No resulta una frase original, lo sé. También la saqué de algún libro. Desde este humilde rincón, hincaría rodilla en tierra y, tras respetuosa reverencia, rendiría el debido homenaje a la cabeza pensante que la alumbró por primera vez. Mas desconozco quién fue.

Todo surge de un libro. Ignoro si acabo de escribir una de esas verdades universales o tan sólo otra de mis habituales tonterías. Seguro, otra vez, de su falta de novedad. Elucubro dichos pensamientos de copy and paste, mientras paso hoja tras hoja de la última novela firmada por mi querido y admirado Ian Rankin. El Inspector John Rebus golpea de nuevo, viejo, torpe, nostálgico; sin embargo, no se resigna a coger la cachava, calzarse una gorra de felpa e ir a contemplar las obras de mejora del puerto de Leith.

Todo lo vivido, lo leí primero. Quizás exagero. Ya me conocen. Supongo que alguna miaja dejaría para la improvisación. Sin embargo, leyendo a mi héroe cansado, extraigo del pozo de mi memoria el recuerdo de una de las personas que más honda huella dejó en mi alma. Esmeralda.

Disculpen, a veces olvido que no pueden leer mis pensamientos. Vuelco sobre el folio virtual imágenes y sensaciones que acuden a mis dedos. Lo hago, convencido de ser comprendido al instante. Comunicación por ósmosis, telepatía, elijan ustedes la palabra.

Me explico, cuando cayeron entre mis manos las novelas de Rankin, uno de mis hobbies consistía en recorrer la ciudad de Edimburgo, buscando aquellos lugares, calles, recovecos, callejones estrechos – que por estos lares denominan closes  ̶  y algún que otro pub inexistente, donde aquellos personajes, captores de mis horas de sueño, cobraban vida. Uno de ellos, Siobhan Clarke, la fiel discípula del famoso detective, residía en Broughton Street. Una calle larga y empinada, que comunica New Town con el nudo entre Leith Walk y York Place. Pubs, restaurantes, tiendas ecológicas y algún que otro bloque de oficinas.

Mentiría si dijera que elegí un bar al azar. El bar me eligió a mí. La puerta que se abre por un instante, la música embriagadora escapa buscando una libertad efímera, llegando hasta mis oídos. Echo un vistazo dentro. Luz a medio gas, risas, algún que otro chillido de excitación. Parece acogedor. Decido entrar. Cierro los párpados, apretándolos con fuerza. Invoco a los dioses de lo imposible. Susurro, a toda prisa, una oración a Santa Rita,  patrona de las causas perdidas. Pido, deseo, suplico hallar a Clarke, la intrépida detective aprendiz, materializada en carne y hueso, acodada en la barra, bebiendo a sorbos un gin-tonic de fin de jornada, mientras calibra cómo tender una trampa a “Big Ger” Cafferty, para impresionar a su jefe. Abro los ojos, para no romperme la crisma. Me acerco a la barra, sorteando mujeres y hombres festivos, ignorando que tras recorrer esos pocos metros, mi vida en Edimburgo nunca será igual.

No aparece Siobhan, vaso en mano.

Está ella, sirviendo una pinta de cerveza, desborda su espuma por el borde del vaso inclinado. Sonríe a tumba abierta, como si mañana todo se fuera a ir al carajo. Esmeralda.

Esmeralda era un torbellino con sueños de princesa. Una chica de barrio, madrileña. Alta, delgada, rizos morenos indomables. Ojos de fuego, voluntad de aleación titánica. Orgullosa, fiel a una buena causa perdida. Camarera de vocación, camarera de perdición. Un sueño, una condena. Si le ofrecieran una oficina, traje chaqueta, maletín y ordenador, ella escogería barra, grifos de caña, vasos y botellas. Horas hipotecadas de pie, dolor de cervicales. Sonrisa cansada. Litros y litros de cerveza expelida, botellas espiritosas invertidas, que escupen su veneno en medidas reguladas por Ley.

Un trabajo duro. Lo disfrutas, o revientas. Ella optaba por lo primero. Noches interminables, canciones que hablan de evasión, clientes que beben y beben y vuelven a beber, como los peces en el río, intercalando alguna que otra visita a los servicios, para desalojar líquido, quizás aspirar polvillo de duende.

La noche se devora a sí misma. El reloj expulsa cliente, tras cliente. Los grandes taxis negros, alguno exótico de tan colorido, se detienen en doble fila. Cargan sus espaciosos asientos traseros de jovencitas descocadas, de corta minifalda y zapatos ausentes, en soledad o acompañadas de jovenzuelos descamisados, ojos cual estrellas, engomados cabellos erizados.

El pinchadiscos trastea al fondo del local, recogiendo sus cachivaches. El enorme bouncer – traje oscuro, cabeza rasurada, cuello tatuado – persuade, a su manera, al último borracho de turno. Ya vale por hoy, muchacho. Sales por tu propio pie del bar, o te saco yo. Esto último lo dice con la mirada. Posee el grado Avanzado en dotes telepáticas. Es un tipo convincente. Un profesional de la noche. Con él como el colesterol en sangre, pocas bromas.

Los camareros limpian, recogen, rellenan cámaras. La jefa teclea frenética la calculadora de grandes botones. Se tuvo que colocar las gafas de cerca. Los últimos chupitos, las cañas heladas, algún cubata de cortesía recorren las gargantas agotadas de quienes antes estuvieron al otro lado de la barra. A Esmeralda le deleita este momento. De hecho, trabaja todas esas horas inacabables esperando este momento. Canta, sonríe, sirve copas y charla, anticipando este instante mágico.

Anoto mentalmente el nombre del pub. Grabo en mi disco duro la ubicación.

Asciendo, con pasos cortos, la empinada acera, rumbo a York Place. Sonrío, manos en los bolsillos de la chaqueta. Huele a gasoil, patatas fritas, noche y libertad. Gritos lejanos, carcajadas cercanas, persianas que bajan. El relente de madrugada refresca mis pensamientos.

Siobhan Clarke. Broughton Street. Baroque. Esmeralda.

Como dijo el bueno de Arnie, I´ll be back!

Volveré.

8 comentarios:

  1. A ver qué pasa con Esmeralda en las próximas entregas... creo que ya habías hablado de ella en otras entrada.

    Saludos, viki

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  2. Hola viki,

    Sí, formó parte de uno de mis habituales saltos en el tiempo.

    Pero creo recordar que allí la conocí por primera vez. El bar ya no existe.

    Un abrazo

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  3. Gran frase, "Todo está en los libros.."

    Emocionante eso de recorrer calles y lugares reales (o no) que aparecen en libros o pelis favoritas.
    Hay guias del Harry Potter por alguna ciudad de por allí, y la recorren sus friki-fans.

    Esa Esmeralda promete.

    A cuidarse!
    Eva

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  4. Hola Eva,
    Lo es, pero no muy original.
    A Harry Potter lo han explotado (y siguen) hasta límites inimaginables.

    Igualmente.

    Ánimo con ello.

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  5. «Todo está en los libros» para mí es una verdad universal.

    Besos.

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  6. Hola.
    Ya echaba en falta tus comentarios.
    Tu nick ya da una pista de que así es.
    :-)

    Cuídate

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  7. No sé qué está pasando con la caja de comentarios de Blogger que, últimamente, me casca pero bien (te había dejado un comentario mítico que, al pulsar "Publicar" ha acabado en error...

    Cagüen la mar: era mítico... En fin: a ver si al menos funciona éste...

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  8. Hola Paquito,
    Ni idea, tú eres el experto :-)
    Sé que hay gente que no puede comentar y me da rabia, pero por mucho que repaso la configuración no veo ningún filtro o bloqueo.
    Bueno, ya te saldrá otro mítico jaja.
    Gracias anyway.
    Un saludo

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