Llegó de nuevo el momento de llenar las alforjas y buscar
nuevos pastos. Confieso que a pesar de la comodidad que suponía la cercanía con
el hospital, nunca me adapté bien al piso de Morningside. La convivencia con
Juliette y Rolf era respetuosa y tranquila, pero no me llenaba. Tal vez fuera
el hecho de que la zona y el tipo de vivienda me trajeran recuerdos de mi
estancia con Rachel y Elie, allá por mis comienzos. Necesitaba encontrar algo
diferente, sin moquetas acosadoras (incluso en el baño teníamos alfombra por
todo el suelo), sin roedores visitantes, por muy formales que fueran, sin
escaleras viejas llenas de polvo y con olor a lejía y orines de gato. Sin
portales oscuros y desangelados. Necesitaba encontrar una morada digna, moderna,
limpia y confortable.
Tocaba pues Operación Charity.
Previo a cada mudanza trataba de reducir mis pertenencias al máximo. Sin darte
cuenta vas acumulando ropas, libros, papeles y trastos. Cajas y cajas que me
acompañan allá donde vaya. El secreto es mantener un número limitado de ellas. “Jorge,
o eliminas cajas, o tendrás que dormir en el pasillo”, era mi constante
pensamiento antes de una mudanza. Además en esta ocasión no logré encontrar a
nadie que me echara un cable. Todo el mundo parecía estar terriblemente ocupado
entre semana y el bueno de Koldo se encontraba desaparecido en combate.
La idea consistía en donar unos cuantos libros a la charity shop del barrio, junto con algo
de ropa (pero la mayor parte de vestimenta que ya no usaba estaba demasiado
estropeada para ello, e iría directamente a la basura). Me armé de paciencia y
me rodeé de cajas de cartón vacías y un par de gigantescas bolsas negras de
basura a estrenar para los trapos viejos.
De pronto descubrí una caja de zapatos llena de cartas y
fotos. Me senté al borde de la cama y me zambullí en el mar del recuerdo. Leí
viejas postales, sonreí ante olvidados retratos. Entre mis dedos una tarjeta
llamó mi atención. Se trataba de una de esas postales de aspecto rústico,
artesanal. El boceto enmarcado mostraba una niña vestida con un traje regional tradicional.
Anchos faldones y pañuelo en la cabeza. En su mano sujetaba un manojo de grandes
globos, cada uno de ellos con una leyenda escrita a mano: ‘amor’, ‘felicidad’, ‘alegría’,
‘pasión’, ‘amistad’… El fondo era oscuro, sobre él como trazado con tiza, una
sencilla palabra de felicitación en una lengua amiga: ‘Zorionak!’. Se trataba
de una tarjeta enviada en mi último cumpleaños por David y Bea. Cuando éstos
formaban un nombre compuesto y no dos separados.
Al abrirla releí lo allí escrito. Dos pequeños párrafos
de distintas caligrafías. Deseos de felicidad, juerga y alegría. Bromas de
geriátricos y bastones. Volví a sonreír. Sin embargo lo que había logrado captar
mi interés era la portada. Aquel dibujo. Aquel marco artesanal. Esa pequeña holgura
entre ambos.
Hurgo un poco con los dedos. La tarjeta se zarandea
levemente. Con cuidado de no estropearla la separo de su pequeña orla. Vuelvo a
contemplarla entre mis manos y por puro instinto le doy la vuelta. El reverso
muestra un puñado de líneas escritas a mano. Es una caligrafía delicada y de
trazo redondeado. Una caligrafía femenina, como de niña de colegio de monjas. Es
la letra de Bea.
“Ignoro si algún
día se te ocurrirá darle la vuelta a esta cartulina…”.
El tiempo, la distancia y la vida habían hecho mella en
mi relación con Bea. Aquella amistad que antaño se nos antojaba firme y sólida
se había resquebrajado, sin nosotros saber muy bien el porqué, ni el cómo. En
el pequeño y furtivo mensaje, Bea se disculpaba, de manera torpe e innecesaria,
recordándome lo mucho que me quería.
Cuando acabo la lectura de esas pocas líneas, las
pestañas ya no pueden contener las lágrimas acumuladas, que se deslizan cálidas
y tranquilas por mis mejillas. Paso el dorso de la mano por mi rostro, secando
como puedo aquel bochornoso caudal: “¡Venga Jorge, no me seas mariconeti!”. Abro la tapa del móvil y
pulso un par de teclas.
- Hola precioso,
¿qué me cuentas?
En aquel instante, la dulzura de su voz y la sonrisa que se
adivinaba tras ella borraron de un plumazo toda huella de cualquier pasado y
estúpido desencanto.
Esta aún me ha <3 más que la anterior.
ResponderEliminar:´')
Gracias maja. ;-)
EliminarBuenas noches
ResponderEliminar¡¡Mira que eres sentimental de cojones!!. No dejas de ser un filón inagotable del cual sacar vivencias e historias, luego ya sólo tienen que viajar desde el desván de tu memoria al papel.
El buen gusto a la hora de hacerlo ya sólo es cosa tuya.
Santurtziarra
Pues sí, aunque a veces tenga que vestir la coraza de titanio.
EliminarGracias por estar siempre ahí, Santurtziarra, al pie del cañón.
Un saludo desde la bella Edimburgo.
Tan bonito como siempre. :)
ResponderEliminarGracias Arabella :-)
Eliminar