Tantos relatos acerca del hospital y todavía no les hablé
de Sally. Sally fue la causa de mi único arrepentimiento en aquellos comienzos.
Arrepentimiento de no haberme lanzado a la aventura escocesa con anterioridad.
De no haber solicitado ese trabajo en el Hospital Sin Sangre un año antes.
Sally era mi enfermera favorita. Sally, sweet Sally.
Pero mejor se lo cuento a ustedes desde el principio.
Dicen que para que exista el bien, es necesario el mal.
Que para que podamos admirar lo bello, necesitamos conocer lo feo. Tal vez por
ello coexistían bajo el mismo techo de aquel hospital dos mujeres que para mí
eran como la noche y el día. Como el agua y el vino. Dos mujeres que daban
sentido a la teoría del Yin-Yang. Dos enfermeras que se encargarían de
mostrarme el Cielo y el Infierno en versión terrestre, sin necesidad de recoger
número en el Purgatorio.
Sweet Sally y Winnie The Witch.
Winnie era el trueno desagradable. Una cincuentona
irlandesa, seria y antipática. Trataba a los asistentes domésticos como a
chachas y se dirigía a ti mirándote por encima del hombro y con cara de haber
desayunado cereales con ortigas. Sobre todo a los novatos extranjeros. Winnie
era malévola pero no estúpida, si lo hubiera intentado con los escoceses más
veteranos la hubieran mandado a buscar amapolas en aquella parte de su cuerpo
donde nunca entraba la luz del sol. Son muy poéticos los escoceses para estas
cosas. Winnie era la típica persona que te rehuía durante toda la jornada, y
cuando faltaban cinco minutos para que ficharas te ordenaba limpiar detrás del
frigorífico del cuartito de las enfermeras. Labor que sabía perfectamente te
llevaría mucho más de cinco minutos. La bruja de ella.
Sally era el rayo de sol primerizo tras la tormenta. El
anticipo del arcoíris. Sally iluminó con su sonrisa todas y cada una de las
jornadas laborales que compartimos en ese hospital. Desde el día que entré en
aquella habitación individual a pasar la aspiradora y la contemplé, por primera
vez, cambiando las sábanas para un nuevo paciente. Al oírme entrar se giró,
sonrió como ella sólo sabía hacer y me dijo con una voz de Blancanieves
hablando a los pajarillos: “Two secs
Darling”.
Sally era unos años más joven que yo, pero el amor no
entiende de dígitos en el deneí. Era un encanto de escocesa, con ojos aniñados
de un azul profundo como un océano. Rostro de facciones pequeñas. Con pequitas
alrededor de una delicada nariz que le daban un aspecto de chiquilla traviesa.
Con unas orejillas algo separadas que, junto a su cabello siempre recogido,
concedían a su nuca un aire de lo más sexy. Daban ganas de acercarse por detrás
y darle un bocado draculiano. Cuantas veces soñé que le quitaba aquellos palillos
chinos que sujetaban su pelo en un moño desordenado, de puntas rebeldes que se
negaban a colaborar; que lo desenredaba con dedos nerviosos mientras le
susurraba cositas con mis labios rozando aquellos delicados pabellones
auditivos y me dejaba ahogar en aquellos profundos mares del sur que me miraban
de una manera que nunca me atreví a indagar.
Sally estaba recién casada.
Sally era dulce y delicada con los abuelitos, algo que
aumentaba mi atracción hacia ella, si es que eso era posible. Los trataba con
respeto y con un cariño de nieta visitadora, sin perder por ello ni un ápice de
profesionalidad. Los hacía reír mediante chascarrillos que sonaban aún más
graciosos con aquel acento de Glasgow que yo adoraba; o los regañaba, con
fingida seriedad, cuando hacían alguna de sus chiquilladas.
Lo que yo creía que era algo privado, algo entre Sally y
yo, una complicidad mutua y anónima construida a base de miradas, sonrisas y
breves charlas, resultó que no lo era. Ignoro si ella me mencionaba en las
conversaciones que mantenían las enfermeras en su cuartito, entre risas, tés y
bombones. Yo por mi parte sí que le había comentado mis inquietudes a mi amigo
inseparable, Tobbie, serio y discreto cuando las circunstancias así lo
requerían. El caso es que más de una vez, otras enfermeras me hacían
comentarios entre risitas y con mucho ritintín, como cuando aparecía por su
mostrador para preguntar por cualquier cosa y me soltaban un “Are you looking for Sally?”, o como en
otra ocasión que tras pararme un par de minutos a saludar a Sally en uno de los
largos corredores, aspiradora en ristre, una de sus compañeras me susurró con
sonrisa de pícara ̶ al final del pasillo
lejos ya de Sally ̶ : “She´s just
married”, no sé si a modo de advertencia o de provocación.
Un día de aquel frío diciembre los enfermeros (también
había algún que otro hombre) me invitaron a su fiesta de Navidad. Habían
reservado una sala con bar, en un pequeño hotel en Minto Street. Me sentí
especialmente halagado pues fui el único Asistente Doméstico convidado a tal
evento. Cuando le comenté a John (seguía quedando con él de vez en cuando) que
asistiría a tal festejo, me dijo riéndose “Ten cuidado que puedes acabar en un nurses-sandwich”, lo que le costó una
mirada de Jennifer llena de reprocho y celos retrospectivos. Y es que John fue
muy golfo en sus tiempos de soltería y sabía de qué pie cojeaban las enfermeras
aparte de su amor por los bombones y las patatas fritas. En cambio yo recibí
tal comentario con sonrisa bobalicona y mi imaginación calenturienta enviándome
imágenes tórridas, de mi cuerpecillo entre dos muchachotas pelirrojas, con
bustos merecedores del patrocinio de Central Lechera Asturiana.
Sally participó en la celebración, pero se retiró pronto
a reunirse con su recién estrenado esposo. Yo por mi parte bailé, bebí y reí
como hacía tiempo. Tan sólo una nube gris cruzó mi ánimo en toda la noche. Una
nube que tapó la luna llena, provocándome un escalofrío y cierta zozobra. En el
punto álgido de la noche, cuando el alcohol corría a raudales y las
inhibiciones pasaban a mejor vida, una de las enfermeras se me acercó y me dijo
entre risitas: “Someone´s got a crush on
you”, que en castellano de mi pueblo significa: le haces tilín a alguien, o
más bien tolón. Es decir, que a una persona le gustas mucho. Por desgracia, o quizás por suerte, entre cervezas,
chupitos, bailoteos y risas nunca supe a quien se refería aquella misteriosa y
ebria confidente.
Varios años más tarde, en otra fiesta, con otra gente,
conocí a un chico maño que resultó que había trabajado de enfermero en mi
querido Hospital Sin Sangre, en el mismo ala donde yo estuve, con los
viejecitos. Entre picoteo de patatas fritas y tragos de cerveza me comentó que había
coincidido con una enfermera muy maja que se llamaba Sally. Mi Sally, según la
descripción que siguió. Y nuevamente, tras años de olvido, vi su sonrisa de
colegiala y aquellos pozos azul cobalto fijos en mí. A continuación dijo algo
que estuvo acosando mi alma durante algún tiempo. Me contó que Sally le había
confesado que hace unos años había habido un chico español, trabajando en dicho
hospital, que a punto estuvo de hacer tambalear su recién estrenado matrimonio.
Soñé que yo había sido ese chico. Rogué que no hubiera
sido yo.
:')
ResponderEliminar:-)
Eliminarx
Me he reído y se me han puesto los pelos como escarpias. Creo que el post que mas me ha gustado.
ResponderEliminarYo de esto hacía un libro. Piénsalo.
Me voy a hacer pasteles.
:-)
El libro está "haciéndose", pero de las primeras cuarenta o así. Libro electrónico, basado en el blog. Pero uf, me lleva mucho trabajo autoeditar (corregir etc).
EliminarPronto en sus estanterías virtuales jeje (I hope).
Creo que a veces es mejor no pensar en lo que pudo ser y no fue porque solo es un trago amargo para nuestra mente y nuestro alma.
ResponderEliminarSiempre nos quedará esa incertidumbre de "y si yo hubiera...?". Al final nada cambia y solo nos atormentamos por no haber actuado alocadamente, arriesgado. Al final acatamos las leyes que dictan el buen comprtamiento y no nos jugamos un "all in" en una corazonada porque pensamos que nuestras cartas no pueden ganar. Y esperamos bendito AA en la siguiente mano. Aunque esas cartas nunca llegan. Y lo sabemos.
Un saludo.
Diebels
Gracias por comentar Diebels. Pues sí, a veces no sabes qué ruta elegir. Bueno, casi nunca lo sabes. De todas maneras no os emocionéis demasiado, trato de "novelar" un poco mis batallitas jaja. No es oro todo lo que reluce.
EliminarAyyy, pero qué historia más bonica... =]
ResponderEliminarMaribel
Gracias Maribel. Encantado de que te haya gustado.
EliminarBuenos días
ResponderEliminarYa me parecía raro que en todos los años que llevas en tierras caledónicas, ninguna bella escocesa cayera embrujada en tus brazos, ya que como pongas el mismo encanto con las mujeres que a la hora de escribir, no me extrañaría que las tuvieras que alejar a latigazos.
Y no voy a seguir comentando, acabas de inspirarme una Santurtziarrada.
Santurtziarra
Bueno, si lo lees bien... no cayó jaja.
EliminarDebéis recordar siempre el encabezamiento del blog..."no cuento todo lo que pasó y no sucedió todo lo narrado". Pero gracias por la confianza.
Yo encanto pongo, pero como que no funciona.
Me alegra haber inspirado tu batallita. A ver cuando habemus Santurtziblog.
Gracias por seguir leyendo y comentando.
Buenos días
EliminarYa se que al final no hubo nada físico.... pero al deseo y a la imaginación no es posible ponerles ataduras tan fácilmente. Da por sentado que también Sally (O como se llamara) también tendría sus fantasías de turno...
Vete a saber, a lo mejor después de tanto tiempo ella te ha leído por casualidad y también se ha abierto para ella la caja de pandora.
Santurtziarra
¿Leerme? no creo. No sabía castellano. Y no me imagino a ningún escocés traduciendo mi blog con el Guguel.
EliminarA mi también me ha gustado mucho! Un saludo desde Frankfurt :)
ResponderEliminarPues muchas gracias, desde Edimburgo :-)
EliminarMe he enganchado a tu blog!!!Me encanta cómo escribess y me he leido todo de un tirón! Espero que publiques a menudo!!! Enhorabuena! Saludos desde Holanda.
ResponderEliminar¿Todo de un tirón? uf, eso tiene mérito.
EliminarMuchas gracias Elena, me alegro de que te guste. Lo de publicar a menudo depende de las circunstancias.
Las escocesas pueden ser asilvestradas, pero es abrir la boca y enamorar al más pintado, jamás escuché voz más angelical.
ResponderEliminarBueno, obviamente hay de todo, pero el acentillo a mi me encanta.
ResponderEliminarGracias por comentar, Green :-)
Si la muchacha era de Glasgow el acentillo es de lo mas irresistible. Tal y como la describes me la imagino como una de esas Glaswegian que son bajitas, poquita cosa y con un "je ne se quoi" , adorable puede ser la palabra en español. Vamos, que yo misma me he enamorado de ella! Por cierto, que fue de la irlandesa?
ResponderEliminarGracias por comentar Edda Z, la descripción que haces es muy aproximada a la realidad.
EliminarLa irlandesa no era tan fiera como la pinto. Incluso en una ocasión me pidió disculpas en persona.