Contemplo el calendario colgado en la cocina: todas las
casillas numeradas, a falta de las dos últimas, tachadas con un rotulador azul.
En la parte superior, un precioso paraje nevado del norte de Escocia,
concretamente de Loch Lomond. Muestra
una vista espectacular, con el lago casi helado y los abetos de su orilla
cargados de nieve a punto de derramarse de sus cansadas ramas. La hoja,
acribillada a cruces, indica el mes de diciembre. Diciembre de 2018 y no logro
creerlo. No puedo creer que haya transcurrido tanto tiempo sin asomarme a este
mundo virtual. Virtual y tan real al mismo tiempo. A pocas horas de nuestras
sagradas campanadas, de nuestras ansiadas doce uvas, de nuestros flotantes deseos
para el año venidero. Tan cercano, casi
lo podemos rozar con la yema de los dedos.
Contemplo ese paisaje escocés, como los anteriores once,
que han acompañado día a día mi vida española. Mi vida tras El Retorno, hace ya
más de tres años. Doce meses admirando la belleza de aquellas lejanas y
añoradas tierras. Doce meses más sin charlar ni reír con sus gentes. Doce más
sin notar aquella extraña sensación de
aventura diaria, de estar viviendo la vida de otra persona, de no acabar de meterme
en el papel de protagonista que me fue otorgado, de levantarme cada día
desconociendo el futuro lejano (¿Dónde
acabaré esta historia? ¿Regresaré algún día a mi querida, y a veces odiada,
España? ¿Me retiraré en plan guiri en la costa valenciana? ¿Me casaré con una oronda
y risueña escocesa que me dará cuatro criaturas, noches locas y dolores de
cabeza?). Doce meses más sin asomarme a esta ventana, que me comunica con
todos ustedes, con los aún supervivientes escoceses,
con distanciados parientes de la Argentina, foreros alemanes, amantes australianas, retornados pamploneses dados a la
crianza de gallinas, perdidos y nuevos amores, oxidadas amistades… e insomnes
desconocidas.
Confieso que he tratado de esconderme. De aislarme. De
alejarme de esta pantalla, agujero negro que me traslada a aquel pasado. Mas su
oscura atracción es poderosa e imperativa. Me llama cada día. Grita mi nombre
por las noches, impidiéndome conciliar el sueño. Aúlla bajo el hechizo de la
luna llena, queriéndome arrastrar a aquellos recuerdos, a aquella otra vida, a
los oscuros inviernos de la embrujada capital escocesa.
Supongo que cada cual combate la rutina de la vida como
desea, o como puede, o como el deber y su gente les dejan. Unos corren
maratones, otros contemplan las estrellas, otras visitan catedrales, los hay
que coleccionan amantes y también las que se tatúan su blanquecina piel con esquelas,
o estrellas. A algunos nos atrae juntar letras, tecla a tecla, construyendo
palabras, izando frases cual banderas, mostrando al mundo nuestros sueños e
ideas. Desnudando nuestras almas, quitándonos la máscara –o colocándonosla ̶ exhibiendo nuestros sentimientos,
nuestros logros y nuestras miserias.
Levanto la persiana del garaje, sus goznes chirrían a
modo de quejido. Ahí está, impecable, tras pasar la ITV correspondiente, con el
condensador de flujo preparado y el depósito hasta las cartolas de plutonio, mi
viejo DeLorean, fiel y dócil como un labrador retriever, con sus puertas
de apertura ascendentes elevadas y la fecha de destino, parpadeando en rojo,
configurada en el indicador sobre el salpicadero: 13/12/2004.
Acelero hasta alcanzar las 88 millas por hora… y el viejo
coche desaparece, dejando sobre el asfalto surcos en llamas y un tapacubos
girando sobre sí mismo, cual gigante moneda a punto de mostrar la cara o la cruz
de un azaroso destino… en nuestro caso, de un remoto ayer.
…
No conseguí el puesto de trabajo.
Recibí al cabo de un par de días la esperada, y temida,
llamada telefónica. Todo fueron amabilidad y cariñosas palabras. Había sido un
candidato excepcional, con buena presencia (esa camisa color salmón), correctas
dotes comunicativas, actitud proactiva y sonrisa Profidén (aunque el educado señor, al otro lado de la línea, no usó
precisamente dichas palabras). Mas, sintiéndolo mucho, se habían inclinado por
otro aspirante con un grado de experiencia en estas lindes superior al
mío (fácil, pues el mío era nulo).
Bajé la mirada al suelo, y con lentitud y mucha
parsimonia, al modo de un actor de culebrón venezolano, colgué el teléfono. Cristina
me miraba desde el umbral de la puerta del living,
impaciente, interrogándome sin palabras.
̶ Nada. No me han cogido para guía
del castillo ese ̶ dije cariacontecido, algo herido en el
orgullo, mas en el fondo disimulando el alivio que sentía. ¿Yo guía turístico
de un castillo, vestido con un traje del año catapún, memorizando fechas y
datos a mansalva y tratando de explicar la historia de aquellos muros a
interminables grupos de sonrientes japoneses, niñatos de Erasmus, maleducados
norteamericanos y escandalosos compatriotas? ¿A quién pretendes engañar,
Jorgito?
Se acercó y me abrazó ̶ qué
dulce es la derrota, pensé sonriendo a sus espaldas, como un ceporro ̶ susurró alguna palabra de consuelo,
maridándola con algún cariñoso reproche. Fiel a su estilo. Pero en seguida,
sonriente, arremetió, lanza en ristre, al galope contra el siguiente gigante,
disfrazado de molino:
̶ No te preocupes, Jorge. En mi
cuarto aún guardo un buen taco de ofertas de trabajo.
Estimado Jorge, te leo y te sigo desde que yo era también un emigrado en tierras británicas -aunque bastante más abajo que tú- y aparte de haberme visto identificado en muchas de las situaciones que contabas, en la mayoría lo que reconocía inequívocamente eran tus descripciones de ambientes y personalidades, tan familiares para mí que siempre sonreía mientras leía e imaginaba todo lo que contabas.
ResponderEliminarYo hace ya más de dos años que retorné al terruño después de otros tantos alli y aún sigo echando de menos muchas cosas. Soy bastante más mayor que tú y tal vez lo viví de manera distinta, pero te aseguro que esencialmente diferían muy poco.
En cualquier caso, mi comentario aquí iba por otros derroteros, pero no he podido resistirme a darte la enhorabuena por tu idea, y cómo lo haces, de contar todo lo que viviste. Cómo decía, realmente lo que quería decirte es que dentro del famoso condensador del no menos famoso DeLorean seguramente fluían cosas, y hasta Doc consiguió sustituir el plutonio por basura, pero se le echara lo que se le echara dentro, siempre fue de "fluzo".
Espero disculpes mi corrección, amigo.
Un abrazo y muchas gracias por crear las "Fargaditas".
Hola José María.
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu largo comentario, pos seguirme, por tus bellas palabras. Así da gusto.
Lectores como tú son los que me dan ganas de continuar. De estrujarme la memoria y la imaginación para seguir volcando estas pequeñas Fargaditas.
Con respecto al tecnicismo ese. Estoy contigo, siempre fue el condensador de fluzo, y creo que así lo denominé en su día. Pero, para esta última Fargadita, busqué online y leí que lo de fluzo no existe en inglés, que fue un error de traducción en la película primera de Back to the Future. Y que lo correcto hubiera sido traducirlo como flujo. De ahí mi postrera correción, a mí mismo.
También cometí otro "error". Hace unas cuantas historietas comenté que mi particular DeLorean funcionaba con gasolina con plomo (creo recordar) y en está última iba hasta las cartolas de Plutonio...
En fin, pequeñas cosillas.
Un abrazo, y por favor, sigue leyendo, opinando, corrigiendo y lo que gustes.
Edito: por seguirme.
ResponderEliminarOlvidé dedicar esta entrada a un amigo sevillano, y gran sevillista, que en su día me describió como "una persona que le gusta juntar letras para desahogarse". Yo no lo habría definido mejor.
ResponderEliminarVa por usted, stebann24
Gracias Jorge por los tres adjetivos que me aplicas y que, quizás, me vienen un poco grandes:)
ResponderEliminarEfectivamente, juntar letras para desahogarse o para ordenar la cabeza, para no volverse loco; sobre todo, cuando vas tropezando por la calle sin apenas ver a nadie.
Ser extranjero tiene su belleza, es como una especie de don, pero se hace a veces duro querer habitar a la vez todas las ciudades que has conocido. Pero para eso está la imaginación: para entrar y salir por donde a uno le plazca.
Saludos, amigo.
No hay de qué. Un placer.
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