lunes, 30 de octubre de 2017

F94 - Una camisa color salmón (diciembre 2004)

No existe peor sensación que la incertidumbre, no saber dónde vas a acabar, no conocer con quién compartirás tus próximos días, meses, años, ignorar cuándo vendrá la próxima curva cerrada o la siguiente plácida y larga recta, en esta gris y extraña carretera a la que llamamos vida. ¿Mas quién quisiera conocer de antemano que sucederá mañana, el próximo mes, el año que viene? Nadie. Tal conocimiento arruinaría por completo la magia de nuestra existencia, el misterio intrínseco a nuestro ser.

Aquellos fríos días de diciembre eran una pantalla en blanco − donde el cursor parpadeaba sediento de caracteres− llena de posibilidades, de miedos y de esperanzas, de intrigantes relatos o de bazofias insufribles. ¿Saldré indemne de este agujero? ¿Conseguiré un gran trabajo? ¿Me encontraré, por fin, con la chica de mis sueños? ¿Dejarán de reponer, constantemente, las trescientas cuarenta y cinco temporadas de Friends?

La vida era y sigue siendo un puro misterio. ¡Un sin vivir! Algo maravilloso.

Cristina continuaba ayudándome, aportando ideas, proporcionando innumerables enlaces de internet y anuncios varios (Echa un vistazo a esta vacante. Mira, salieron nuevos cursos en el Stevenson College. Necesitan camareros en la  Royal Mile. Una amiga trabaja en un call centre, ¿quieres que le pida una Application Form?). Seguir su ritmo resultaba agotador. Yo siempre tuve un motor diesel. Me cuesta arrancar, calentar, rodar, y finalmente acelerar. Cris funcionaba a base de pura gasolina de ochocientos cincuenta octanos, con plomo y aditivos. Un sonriente coctel letal para el medio ambiente. La semana pasada acudí a George Street a echar un vistazo a una de sus sugerencias para mí. Una vacante en una tienda con un extraño nombre: Assessorich, que resultó dedicarse a la venta de bisutería de cara apariencia, y complementos algo ridículos para jovencitas o maduritas de escaso gusto. Hace un par de días, entró como una exhalación en el living room, donde me encontró despatarrado en el sofá, viendo por enésima vez el primer capítulo de los amigos del Central Perk –I was on a break!, como gritaría el bueno de Ross− arrojando un sobre, grueso, tamaño folio, sobre la mesita de café. La British Airways se encontraba en periodo de reclutamiento. Necesitaban urgentemente candidatos para personal de cabina. Los requisitos habituales: don de gentes, manejo de al menos dos idiomas, buena presencia (aunque esto lo intuyes, más que lees), flexibilidad de horarios, disposición para viajar (obviamente, el avión no se limitaría a dar vueltas rodando por las pistas del aeropuerto), etc. Una sonrisa tontuna se dibujó en mi rostro, me imaginaba rodeado de bellezas exóticas e internacionales, con esas blusitas y pajaritas y gorritos, yo deslumbrante con mi uniforme impecable, mostrando a los inquietos pasajeros las puertas de emergencia, estirando los brazos con perfecta simetría y coordinación “dos en la parte central, dos en la parte trasera de la aeronave”, mientras mis compañeras hacían lo propio, sonriéndome con lujuria contenida…

−¡Jorge! ¡despierta, que estás en el limbo, hijo!, y cierra la boca que pareces Homer Simpson frente al escaparate de una pastelería.
            −Ehh
            −Digo que si te apetece “aplicar” al puesto. Yo lo voy a hacer.

             Así que dediqué las siguientes horas de mi desocupada vida a rellenar innumerables cuestionarios, con el objetivo de pertenecer a la gran British Airways. A ganarme mis Alas. ¿O eso sólo sucede con los pilotos?

...


−Cris, me han llamado para una entrevista.
−¡Siiiií! – sólo le faltaron los saltitos y aplausos, pero no era su estilo, afortunadamente − ¿La British? Qué suerte, a mí no.
−No, para un trabajo como guía turístico, en el castillo de Craigmillar, pero no sé si yo…
−¡Pues claro que sí! ¡Serás un guía maravilloso! –dijo, de carrerilla.

Su positivismo y fe ciega en mi persona me producían una confusa y placentera sensación de vértigo y sosiego.

−Eso sí, arréglate un poco para asistir ¡eh! –añadió, no pudiendo reprimir la pequeña puya.
−Sí, mami –contesto, mirando mis baqueteados vaqueros y la camiseta negra, veterana de mil y una batallas, impresa con la leyenda “Ama y Ensancha el Alma”, de Extremoduro.

            Dediqué el resto de la semana a investigar y preparar la entrevista. Página web del castillo, visitas a tiendas turísticas y agencias de viajes locales. Deseaba empaparme de la historia y leyenda de aquel mágico lugar. Averiguar incluso dónde Mary Queen of Scots ocultaba sus joyas y su dorada corona. Explorar virtualmente los vericuetos por donde vaga su fantasma.

            La víspera del día C (Castle Day), decidí acostarme temprano. Deseaba encontrarme fresco y despierto para la entrevista, a las diez de la mañana. Cristina tenía turno de noche y el silencio se había adueñado de nuestro pequeño piso. Incluso la tele callaba. Tras lavarme los dientes, me acerqué a mi pequeña cama, donde me esperaba el cálido pijama bajo la almohada. Al encender la lámpara auxiliar, reparé en un objeto sobre el edredón. Era un pequeño paquete no muy grueso, cuyo envoltorio era de un festivo color rojo, con plateadas estrellitas brillando por doquier (probablemente papel de regalo previsto para las cercanas Navidades), y un pequeño post-it, amarillo, sobre el que se leía un corto mensaje, de escritura redondeada y femenina: “Go for it! You can!”, abrí con incomprensible delicadeza aquel presente, sonriendo al imaginar a Cristina preparando tal sorpresa. Era una camisa, una camisa de color rosa claro, delicada al tacto, con una corbata de un color azulado que combinaba de una manera que yo nunca hubiera imaginado. Por curiosidad, giré la pequeña nota amarilla, y leí divertido: “Antes de que digas nada, que te conozco: no es rosa, es color salmón. ¡Suerte y a por ellos. xx!”





4 comentarios:

  1. ¡¡Me encanta tu amiga!! Y, sobre todo, te envidio por la relación con tus housemates (ésta y otros de los que has hablado). En las casas donde yo he vivido hasta ahora, cada uno siempre ha ido a lo suyo. Desconocidos que compartimos techo. :-/

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    1. Bueno, Arabella, ¿ya no recuerdas mis batallitas con el chico escocés del primer piso? jaja. No todo el monte de compartir fue "orgasmo".
      Gracias por comentar.
      Un saludo

      *Es posible que Cristina lo lea... espero que no se asuste mucho con el personaje jaja.

      Siempre recuerda el encabezamiento de este blog, my dear. No todo (ni mucho menos) es verídico. Pero tiene su base real, digamos. Y hasta ahí puedo leer...

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  2. Buenas tardes,

    Yo me acuerdo así a bote pronto sin mirar entradas anteriores, del irlandés palurdo hasta el absurdo, de dedos de salchicha sin media hostia de chicha, etc etc etc...

    Y tu housemate mas que salir a cazar dragones con la lanza, llevaba una Gatling Minigun... me encanta ese tipo de gente.

    Antxon.

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