domingo, 4 de agosto de 2013

F52- La Noche de Salem´s Lot (junio 2003).


       Una vez más la memoria juega sus triquiñuelas conmigo. Han transcurrido demasiados años, es mi única excusa. Ya les advertí en su día que soy algo perezoso; la organización y el orden son virtudes que dejé abandonadas en su día, en un bonito internado sumido en un verde valle rodeado de bosques y vacas. Pero hoy consulté mis cajas desastre, donde guardo más de diez años de vida: libros, bolsas de besos, cuadernos, sonrisas, agendas, fotos, sueños, poemas y lágrimas cristalizadas. He confirmado lo que sospechaba desde el principio: dejé el piso-patera un día 30 de junio de 2003, aunque la amistad con Koldo perduró, de ahí la aventura relatada del día de San Fermín de dicho año.

        Dos meses aguanté en el cutre-piso-segunda-parte.

       Creo sinceramente que fue una de las viviendas más extrañas que recuerdo en todo este tiempo en Edimburgo. Nunca llegué a saber a ciencia cierta cuántos ni quién eran mis compañeros de piso. Algo cuanto menos inquietante. Aquella última planta del edificio resultó un lugar lúgubre y oscuro. En ocasiones regresaba a casa de noche y hallaba gente un tanto rara en las escaleras, cuchicheando, tal vez trapicheando con sustancias blandas o quizás urdiendo oscuros planes contra el mundo.

       Dentro de casa todo era caos. La limpieza no constaba en el orden de prioridades de aquellos seres. La rota para llevarla a cabo no se respetaba, cada uno recogía y adecentaba las zonas comunes a su manera, normalmente torpe, ineficaz e insuficiente. Cuando no era ignorada por completo. Y aquí Jorgito no iba a ser la chacha de nadie.

      Recuerdo una noche de sábado que no paraba de llover. Una tormenta veraniega asolaba la ciudad sumiéndola en una húmeda oscuridad, tan sólo iluminada por el azulado brillo de los relámpagos. La lluvia golpeaba con furia la ventana de mi habitación, como una vampiresa impaciente exigiendo permiso para entrar. Yo trataba de conciliar un sueño que se resistía, cómplice de los truenos ensordecedores. El miedo irracional de la infancia regresó por un instante, hasta que las adultas ganas de orinar lo vencieron por goleada.

       Los dígitos rojos del reloj sobre la mesilla marcaban las 2.13 de la madrugada, como un funesto presagio.

      Me incorporé de la cama, los pies descalzos deslizándose por la moqueta, los brazos adelantados como un Frankenstein con insomnio, tanteando objetos que pudieran hacer que tropezase. Iba en gayumbos, debido al húmedo calor que la tormenta traía consigo. “Uf Jorge, imagínate que te cruzas con la gabacha, ligera de ropa, en el pasillo”, susurraba mi adormecida y calenturienta mente al girar el pomo de la puerta.

     El corredor estaba vacío. Ninguna lozana francesa escotada sonriendo con lujuria. Sólo oscuridad, apenas quebrada por una débil luz proveniente del fondo, de una lamparita sobre la mesa del hall-living room. Y silencio, a ratos derrotado por un inconfundible sonido: ronquidos. De nuevo, alguien dormía en el sofá de aquel recinto que parecía la sala de espera de un aeropuerto. El cansancio y las ganas de cambiar de agua al canario vencieron mi curiosidad. Me dirigí directamente al cuarto de baño, ignorando la presencia del nuevo y desconocido inquilino.

     Me encontraba tan cansado que oriné a la manera alemana, sentado sobre la fría loza de la taza. Previamente la limpié con cuidado, con papel higiénico, no era cuestión de pillar cualquier cosa, por la tontería.

     En esas me hallaba, con los calzoncillos por los tobillos, concentrado en el chorrillo de orina, mi vista clavada en una pequeña araña que trataba de trepar por la puerta, resbalando una y otra vez. Pobre tonta, tendré que aniquilarla después, pensé, insensible hacia el horripilante insecto insomne. En esas me encontraba, digo, cuando escuché unos ruidos extraños al otro lado de la puerta. Eran pequeños ecos camuflados por la mullida moqueta del pasillo. Parecían pisadas de niño pequeño. De repente escuché rasguños sobre la madera. La manilla de la puerta vibraba, sin llegar a tornar. Tal vez la vampiresa de mi símil había decidido personificarse. Exclamé en voz alta que estaba ocupado. Mas temía que la criatura infernal que arañaba la puerta no tenía intención alguna de miccionar… sino de chuparme toda la sangre del cuerpo, de convertirme en uno de los suyos, llevándome al lado siniestro.

     Traté de infundirme calma, valor y cordura a partes iguales. “Jorge, deja de alucinar. Estás imaginando cosas”. Tantas lecturas de Stephen King y su hijo Joe Hill me pasaban ahora la factura, con iva añadido. Acabé de hacer mis cositas, me limpié, coloqué los gayumbos en su sitio y lavé mis manos aguzando el oído.
    El silencio había retornado.

    Abrí con cautela la puerta. Miré a ambos lados como un niño pequeño a punto de cruzar una carretera. Todo despejado, o eso creía yo. Al dar el primer paso, el suelo de vieja madera bajo la moqueta crujió como un chillido al amanecer. Me quedé quieto, no quería despertar a los demás, ni al inquilino de una noche, ni a la criatura de minúsculos pasos y zarpas afiladas.

    Entonces los ví.

    Eran cuatro puntos luminosos, a algo más de un metro de altura. Se acercaban brillantes y húmedos hacia mí. Cuando mis ojos se acostumbraron a la penumbra, observé dos tremendos Dóberman que andaban con sigilo, hocico levantado y orejas izadas. Negros y amenazantes como la noche. Mi sangre bajó a temperatura de polo de fresa. Mi corazón comenzó a bombear a tres mil revoluciones para tratar de caldearla y retornarla a la normalidad: pum, pum, pum. Me quedé petrificado a medio camino de mi cuarto. Uno de los chuchos diabólicos junto a la puerta, el otro se acercaba también. Me miraban curiosos más que fieros. Ladeaban la cabeza, quizás pensando: “¿Y éste quién es? ¿Es un intruso?” olvidando en sus pequeños cerebros que los forasteros eran ellos. Caminé con discreción, atento a los movimientos perrunos, pero tratando de no cruzar la mirada con ninguno de ellos (lo podrían interpretar como una provocación, una invitación a la pelea). Pasé a medio metro de la trufa húmeda y negra de uno de ellos, que olfateaba tratando de calibrar la situación, de decidir si yo era una amenaza o un inofensivo trasnochador.

     Cerré la puerta de mi room a cal y canto, colocando una silla ajustada bajo la manilla (no vaya a ser que los jodidos sepan cómo abrir una puerta, pensé ya bordando la locura). Antes de acostarme fui a la mesa donde quedaban restos de mi cena (había sido un duro día, lo pensaba recoger a la mañana). Y tomé en mi mano lo que necesitaba.

    Aquella noche, antes de caer rendido por el sueño, dos apuntes acudieron a mi cabeza: la idea para el pequeño relato de terror que escribí en inglés y la certeza de saltar de casilla una vez más. De buscar otro piso.


    Y es que, esa fue la única noche en toda mi vida que he dormido con un cuchillo debajo de la almohada.

12 comentarios:

  1. Buenas tardes

    Pero supongo que esta vez cambiarías de piso con mas cuidado y no a tontas y a locas, aunque un pelín exagerado si que eres, seguramente los perros eran los guardianes de la casa contra los cacos ;-)

    Santurtziarra

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  2. Muy bueno, ahora te reirás pero seguro que aquella noche no pudiste...
    Yo no tengo ninguna anécdota así, la única que implica un cuarto de baño fue después de una fiesta sorpresa en la casa del pastor protestante (sí, he vivido en una 'manse' y en una 'rectory').
    Se quedó mucha gente a dormir por el cuarto de estar y el comedor. Yo tenía que madrugar para hacerme mis 4 millas en bici hasta el trabajo y bajé dormida al cuarto de baño.
    Estando sentada en la taza me di cuenta de que había un chico dormido en la bañera! Me quedé blanca pero como él seguía roncando tranquilamente decidí seguir con mi aseo matutino...
    Tuve que esquivar unos cuantos cuerpos más para llegar a la cocina y salir por la puerta trasera con todo mi equipo en la mano: mochila con la ropa para cambiarme en el trabajo, el impermeable, los pantalones impermeables, el casco, los guantes, la braga para el cuello, las pinzas de los pantalones, las luces... Lo normal para ir en bici por las Tierras Altas ;)
    Lo de la puerta trasera es muy normal por la zona, la puerta principal es sólo para el cartero, las visitas formales y la policía. Los amigos y conocidos entran siempre por la puerta trasera, que nunca tiene la llave echada. Cosas de los pueblos pequeños...
    Esperaré con impaciencia tu nueva entrada :)

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    1. Buenas noches

      ¡¡Lo que me he podido reir con tu comentario!!, es buenísimo.

      Joder con los curas protestantes de las tierras altas, sólo de imaginarlo es que me parece mas propio de una escena de una película de esas de estudiantes universitarios locos, surrealista total. No te lo creerás, pero es que me duele el estómago aún de tanto reír.

      Jorge, como a Ginger Cat la de por escribir un blog, vete poniéndote en remojo, menuda revelación contando scottish battles.

      Me apunto el primero a leérselas.

      Santurtziarra

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  3. Gracias por los comentarios Ginger Cat y Santurtzi.

    Sinceramente, los perros eran los que menos miedo me daban.

    Ginger, qué raro me suena siempre eso de las Tierras Altas, parece que hablas de una novela de El Señor de los Culillos :-). Para mí siempre serán las Highlands, no me gusta traducirlo. Suena artificial.

    Santurtzi, yo os animo a ambos a abrir un blog y contar vuestras batallitas. Sería vuestro primer lector. Ademas a Ginger ya la conocí en persona, y eso siempre hace más ameno cualquier relato.

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    1. Buenas noches

      Si al final voy a tener que abrir el puñetero blog incluso antes de poner un pié en la Pérfida Albión para que no des mas la brasa, ja ja ja ja. Aunque por otro lado contar con un crítico literario como tú no dejaría de ser un privilegio al tiempo que un poderoso estímulo para perfeccionar mi "técnica literaria".

      Dulcis somnia carus lectoris

      Santurtziarra

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    2. Jorge, lo pongo en español para los lectores que no sepan inglés, en realidad la anécdota me sale en inglés, tuve que traducirla para ponerla.
      Ahora no tengo el tiempo para ponerme con un blog y, la verdad, no sé si sería capaz de mantener el interés semana tras semana. Eso tiene mucho mérito.
      Y tendría que plantearme el idioma, mis recuerdos están en tres idiomas... y cuando los tengo que explicar en otro me da la sensación de que no es lo mismo. Quizás sean sólo tonterías mías ;)
      Santurtziarra, es que mis 'Highland Adventures' son casi todas muy surrealistas :p
      No sé si será el agua de la zona de mi pueblico o de la gente con la que me relaciono o acabo conociendo, pero tengo algunas muy buenas... y algunas surrealistas total de cuando viví en el croft de las islas Hébridas.
      Por cierto, no hay curas protestantes, son reverendos. La iglesia episcopaliana escocesa tiene curas, pero son 'protestantes', o sea, que se casan y tienen familias. La de miradas y comentarios de cachondeo provocaron mis estancias en las casas parroquiales entre algunos de mis amigos, pero fueron buenas experiencias y descubrí unas realidades muy diferentes.
      Bueno, Jorge, a esperar la nueva entrega de tu saga escocesa :)

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  4. Buenas noches

    Ya sabía que se les suele denominar reverendos o pastores, pero al final el hábito de llamarles curas es lo que impera.

    Pero como te plantees escribir un blog, nadie te iba a salvar de que lo leyese y de algún que otro comentario, ora sesudos y serios, ora mordaces y divertidos. ;-))

    Pero siempre adobados de calidad, y la mas cuidada redacción por parte del aqui escribiente.

    Que tengáis una tu y Jorge una feliz estancia en Caledonia.

    Santurtziarra

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    1. Eso suena como si Ginger y yo estuviéramos de viaje de novios o algo en Escocia jaja. Y Ginger está en España Santurtzi !! :-)

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  5. Santurtziarra, es que me sale la vena docente a veces... defecto profesional ;)
    Ahora la que se ha reido he sido yo... viaje de novios en Escocia jajajajaja
    Uf, no, deja, que tanto Jorge como yo estamos ocupados con nuestros estudios y yo estoy 'disfrutando' de la meseta castellana hasta septiembre...

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  6. Buenos días

    Glups, no sabía que estabas en Hispania.

    Ni que decir tiene que yo no he dicho nada de viajes de novios. Eso lo has puesto tú, Jorge, por dios, podré hacer muchas cosas en esta vida, pero de Celestina, por supuesto que no, my God!!!

    Que nadie piense que la vida de casado es Arcadia, mas de una vez añoro mis añitos de soltero, sobre todo cuando la MDD está a pleno rendimiento tocándome los cojones (En el mal sentido).

    Santurtziarra

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  7. Cuando pasates a medio metro de la trufa del Doberman,me imagino que irias cuando menos en gayumbos. Asi que me pregunto, si no se te paso por la cabeza, que el perrito te arrancase de un bocado los testiculos?

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    1. Jaja, más o menos sí. Pasé con respeto, más que miedo. Se les veía pacíficos, tan sólo sorprendidos. Nunca supe de donde salieron? que piso!! era como el camarote de los hermanos Marx. Nunca sabías cuanta gente había.

      Pero acojona, tener a un bicho de esos a un palmo, mirándote y calibrandote (amigo o enemigo??). Además son los perros que más me traen el miedo de la infancia. Y de noche, en mitad de un pasillo oscuro, y con tormenta de fondo... pues suena a peli barata de miedo, pero fue real como la vida misma. No quise ni asomarme a echar un vistazo a los punkies que habría en el hall-living.

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