sábado, 23 de marzo de 2013

44- Cazando dragones. (7 Mayo 2003).


No podía creerlo. Iba a comenzar a trabajar en un hospital. ¡Yo, que en su día cuando fui a hacerme la prueba del grupo sanguíneo, una linda enfermera me pinchó en el dedo pulgar y me mareé como una colegiala! Pero mejor empecemos por el principio.

Tras más de un año peleándome con las pilas de platos y las grasientas cacerolas, me empezó a picar la curiosidad. Debe de haber vida tras este gigantesco lavaplatos, me dije. Además, Bea y David no hacían más que presumir de lo bien que estaban en sus trabajos. Lo poco que curraban, los largos breaks que disfrutaban, las horas extra ofrecidas, el pago doble de los domingos y la paga-y-media de los sábados. Vamos, un chollito que habían encontrado. Trabajaban en un hospital. Los dos. De domestic assistant. Una denominación rebuscada (eso les encanta por estos lares) para definir dos tareas básicas: limpiar y preparar el té a los pacientes. Easy.

Por lo tanto un día, así como quien no quiere la cosa, rellené un formulario – la consabida application form− para solicitar empleo con la NHS. Para mi sorpresa, me llamaron a los dos días para acudir a una entrevista. Y me ofrecieron un puesto full time.

Quiero hacer un pequeño inciso. Un aviso a navegantes. Un grito a aquellos lectores aventureros o necesitados de nuevos aires. Fíjense en la fecha de esta historia. Eso es, han pasado diez años. Ese chollito de trabajo ya no existe en Edimburgo. Y sobre todo, no existe esa facilidad de conseguir cualquier trabajo de la noche a la mañana. En aquellos años dejabas un empleo y disponías de tres más esperándote. Tenías para elegir. En cuanto a la NHS (Servicio Nacional de Salud), actualmente si no te apellidas algo así como Lewandowski, y parloteas polaco como el mismísimo –y desaparecido− Wojtyla, no conseguirás ni un puesto de limpia-retretes en un hospital de Edimburgo. Se lo cuento a ustedes con conocimiento de causa. Hace unos pocos años – debido a esas curvas cerradas del destino −  me vi obligado a regresar a mi viejo hospital, entre otros, a mendigar un trabajo. Encontrándome con esa situación, que además fue corroborada por mis antiguos managers escoceses.

No fue fácil dejar el gimnasio. Más de un año en un mismo sitio te acomoda mucho. Pero, tal y como les conté, ya no era lo mismo. Demasiadas despedidas de compañeros. Demasiados cambios. Incluso mi querida manager Jill nos dejó. En su lugar comenzó Craig, que además de manager de zona, hacía de chef. Imagino que para ahorrar salarios. Sí, Jill se fue. Tal vez harta de las malas lenguas: que hacían correr rumores sobre el componente alcohólico añadido a su sempiterna taza de té. Conmigo siempre se portó bien. Algún domingo que otro traía a su hija pequeña al trabajo. Lucy, una pizpireta de nueve añitos. Pelirroja (ginger hair), rostro con pecas y ojos inteligentes. Era más lista que los ratones coloraos, que dicen en mi pueblo. Le gustaba el español y lo aprendía con la facilidad que aprenden los niños. Enseguida asimilaba las nuevas palabras que le enseñaba. Pronunciaba mi nombre a la perfección, no como otras personas adultas de mi entorno que lo decían a la manera inglesa: George. A veces Jill la dejaba a mi cargo en la cocina: “Jorge, hazme el favor de echarle un vistazo a la niña”. Se ponía a dibujar y me bombardeaba a preguntas sobre mi idioma y mi país. O me soltaba cualquier ocurrencia de las suyas, haciéndome reir: “¿Jorge, sabes una cosa?” “No, pero seguro que me la vas a decir”, “De niña soñaba con vivir en un castillo, en  las Highlands  y cazar dragones. Ya no. Los dragones son buenos. Ahora quiero recorrer el mundo, con una mochila”. Sí, me la podía imaginar sin esfuerzo matando dragones, o jugando con ellos al hyde and seek. Mientras, su madre hacía papeleos. O la mujer me pedía que acompañara a la nena al cercano hipermercado. Para ayudarla a cruzar la transitada carretera. Yo lo hacía encantado. Me gustaba esa muestra de confianza hacia mi persona. Me llenaba de orgullo. Jill me contó que tenía cinco hijos. Lucy era  la más joven, pero la más intrépida. Todos se le habían ido de casa antes de cumplir los dieciocho años. “Jorge, ésta se me va a largar a los doce, ya lo verás”. Me confesaba tras unos ojos cansados, llenos de resignación y con un puntito de orgullo.

A Jill le sustituyó el bueno de Craig. Un escocés treintañero, guaperas, presumido y fanfarrón. De esos a los que yo denomino jugadores de parchís: que se comen una y cuentan diez, o veinticinco (nunca fue lo mío, eso del parchís). Mas me temo que Craig se comía todas las que contaba. Era un tipo simpático, con una labia que más que escocés parecía nacido en el Puerto de Santamaría. Algo cargante, eso sí. Obsesionado particularmente con mi vida personal y mis intercambios de fluidos corporales con las damas locales. Todos los lunes, sin faltar ni uno solo, me lanzaba la misma pregunta. Así, a saco. Sin precalentamiento. Sin un “Jorge, good evening, how are you? Según yo aparecía en el umbral de la puerta de la cocina, con mis pantalones a cuadros de ajedrez, me espetaba, tras su blanca sonrisa: “Jorge, did you shag last Saturday?”. Sobra decir que yo callaba, o le respondía cualquier tontería. No soy de contar mis intimidades. Y menos a un tipo friendo hamburguesas. Pero siempre me quedé con las ganas de contra-preguntarle: “¿Y tú Craig, leiste algún libro este fin de semana…  o en toda tu vida?

Era buen chaval. Craig. En una ocasión me citó para hacer una revisión de mi trabajo. Algo habitual en el Reino Unido. Una reunión donde  el jefe te consulta cómo lo llevas, si estás a gusto, etc. Nos sentamos en una mesa apartada. A una hora en que el comedor estaba vacío. Pidió a una camarera que nos sirviera un refrigerio. Y comenzó su monólogo, antes de darme la oportunidad de aportar mi opinión o lanzar cualquier pregunta. Me dijo que yo le gustaba como trabajador. Que mi puesto era muy importante (friegaplatos, recordemos). Que era la base de toda la brasserie. Si tú fallas, todo falla. Me decía, sonriendo y mirándome a los ojos con esa mirada azul piscina. Si no hay platos limpios y orden en la cocina, el chef no podrá hacer su labor, y por tanto los clientes quedarán desatendidos. E insatisfechos. Tú eres una pieza clave en el equipo −Y continuaba− Además, Jorge (siempre intercalaba mi nombre entre frases, para personalizar la conversación, para hacerme sentir el centro del universo), tú eres especial. Sabes por qué. Porque transmites alegría y energía positiva. Te lo digo en serio, esto. Los días que tú estás, veo a las chicas (camareras) contentas. Sonriendo. Noto buen ambiente. Y eso es positivo para el negocio. Sigue así. Buen trabajo.

Tras la reunión pensé: no me extraña nada, con esa labia, que el chaval se las lleve al huerto de dos en dos.

También el bueno de Craig se fue. Abrió su propio negocio. Una pequeña coffee shop en Dalry Road. Estratégicamente situada entre un sex-shop y una peluquería femenina. Sus clientes más fieles, chicas jóvenes ligeras de ropa y con uñas imposibles pintadas de colores fosforito. Todas ellas encantadas de haberse conocido. Craig en su salsa. Su sonrisa se agrandaba, al tiempo que su cuerpo menguaba. Flaco. Consumido. Ojeroso. Tanto polvo no puede ser saludable para uno… o tal vez sí.

Sí, había llegado el momento de dejar el gimnasio. De abandonar mi zona de confort. De lanzarme otra vez a la zona más profunda de la piscina. De vencer mi terror al cambio y a lo desconocido. Había llegado el momento de coger la lanza y salir a cazar dragones.

12 comentarios:

  1. Buenos días:

    Sin desmerecer el trabajo de friegaplatos, no lo veo como una profesión a la cual estar atornillado para siempre, es normal que uno quiera mejorar a un mínimo de ambición que se tenga, pero coincido contigo que si estás a gusto en un sitio, muchas veces te resistes con uñas y dientes al cambio, mejor quedarse en un sitio donde estás rodeado de un buen ambiente de trabajo, eso te aseguro que no tiene precio.

    ¿Cambiar de aires para mejorar?, por supuesto que sí, pero siempre pensándolo todo con la cabeza fría y no procurándonos dejar llevar ni por las prisas ni por las improvisaciones de última hora.

    Santurtziarra

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    1. Pues sí Santurtzi. Te acomodas rápido. Pero en aquellos años, como digo, era relativamente fácil cambiar de trabajo (a otro, más o menos del mismo nivel). Ahora es más complicado (por el inmenso número de inmigrantes venidos desde el 2006 o 2008, que es cuando empezó el boom (sobre todo de ciudadanos de la Europa Central y Este).

      Incluso yo, que nunca fui muy bravo para eso de los cambios, cuento con un historial de muchos trabajos e innumeralbles pisos en estos 11 años.

      El blog no ha hecho más que empezar... jaja.

      Pero recuerdo el trabajo en el gym (tal vez por ser el primero, tal vez por la gente que conocí) con mucho cariño. Con imágenes y palabras en mi mente de una nitidez que me llega a asustar. Es como si todo aquello se grabara en una parte de mi disco duro. Hasta el día de hoy (no poseo ningún diario, ningún cuaderno de notas de los años 2001 a 2005). Y ya ves cómo me vienen las historias a la cabeza.

      Gracias por seguirme. Casi siempre eres el primero :-)


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  2. Buenas noches:

    Lo mismo que tu me comentaste en su día te lo comento yo, tienes un gusto escribiendo que engancha, muy por encima de lo que es denomidador común de la gente que escribe un blog.

    Ya me he percatado de que eres un culo de dificil asiento, me atrevería incluso a decir que eres de los que no acepta los convencionalismos, y de los reacios a seguir a la manada, cosa que muchas veces (Por no decir siempre) irrita en particular a aquellos individuos mas proclives al ordeno y mando, perfectas síntesis de envidia e incompetencia, cretinos que se creen que los demás sólo están para decir Si Bwana a todas sus necedades.

    Ya sabes, saborea tu vida en general y en Escocia en particular como si de un buen tinto de rioja se tratara, que el día que me plante en Edimburgo te llevaré si se tercia un Marqués del Riscal.

    Ars longa, vita brevis

    Santurtziarra

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    1. ¡Bueno, bueno, menuda oferta!

      Gracias por tus palabras. Como siempre digo, comentarios así me animan a seguir contando mis batallitas.

      Ya he visto lo del otro sitio. Pero te quiero contestar un poquito en condiciones (eso sí, siempre desde mi punto de vista personal. No entiendo mucho del tema, salvo la experiencia in situ durante estos años).

      Thanks.

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  3. Jorge, te leo en Spaniards y asi he conocido tu blog. Me encanta tu manera de escribir y de expresar sentimientos. Espero ansiosa la proxima entrega.....

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  4. Joer, con los polacos... Yo me vine para, entre otras muchas cosas, mejorar mi inglés de paso que trabajaba... Y me encuentro con que en mi curro el idioma oficial es el polaco!! Los cartelitos están en polaco y alguno también en inglés, pero los menos. Y toda la plantilla menos la menda, un lituano y un ruso son polacos!! Es frustrante no poder relacionarse con la gente, porque ellos, aunque muchos lleven años aquí apenas entienden el inglés... Aaaaaaaarrrgghhhhhh!!!!

    A ver si en 4-5 meses apruebo el examen que preparo y subo un peldaño más. En cuanto lo haga, me las piro de este trabajo. Que no se me entienda mal... el ambiente es muy agradable y, aunque no les entienda, están todo el rato haciéndome bromas y tal... PERO YO NO LAS PILLO, evidentemente. Con lo cual me paso el día sonriendo con cara de boba. Patético..., ¡lo sé! jajaaj

    Oye, ¿qué tal estos días por Edimburgo? En la tele lo pintan casi como un Apocalipsis helado. Yo estoy en el Sur, así que no me toca.

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    1. No hagas mucho caso. Hace frío. Es cierto. Pero no es para tanto. Es más la impresión de ver nieve tan tardía. Mas ya se fue. Cae algún copo de vez en cuando pero muy muy débil.

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  5. Los cambios siempre son difíciles, y más cuando estas a miles de kilómetros de tus familiares y amigos, que a priori son los que te apoyan en estas situaciones (o por lo menos a mi). Aunque muchas veces como dicen por otras latitudes "from lost to the river" y a cruzar los dedos, los cambios siempre son necesarios.

    Saludos

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  6. Gracias por aportar tus opiniones Piticli :-)

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