Continúo rebuscando poco a poco
entre el batiburrillo de eventos, fechas y personajes revueltos en el saco de
mi memoria. Algunos salen a la luz de forma fácil −como cuando esas mujeres de
parto llegan a la cama del hospital y ¡zas! prácticamente dejan caer el bebé−; para
revivir otros recuerdos necesito horas de dolores, contracciones y a veces
hasta cesárea.
Este es uno de esos partos
dolorosos y duraderos. Debido, quizás, al filtro voluntario que aplico a todo
este proceso de volver al pasado (recordando tan sólo lo deseado). Porque eso
es lo que estoy haciendo con estas aventurillas, retornar a otro tiempo, a otro
yo. Recrear hechos que quedaron enterrados bajo el peso de toneladas de arena
del gran reloj de la existencia.
Habían pasado ya meses desde que
la petite gabacha nos dejó. Como les
conté, Rachel y yo hicimos un proceso de selección para encontrar un nuevo flatmate. Entre una serie de candidatos
conocimos a aquel peculiar personaje futbolero. ¿Recuerdan? Sí, aquel tipo que
amablemente me pidió quedarse a ver el partido de futbol conmigo. El mismo al
que Rachel le dirigía encantadoras sonrisas, que camuflaban un desasosiego que
yo no supe advertir. Al cual tuve que telefonear, yo, para decirle que
sintiéndolo mucho no se ajustaba al perfil que estábamos buscando. En una de
las siguientes entrevistas conocimos a Jack.
Jack se presentó con puntualidad
británica. Era un chico joven, de unos veinticinco años, muy alto, moreno y
atractivo –al menos a ojos de Rachel: “He´s
hot!”, me dijo después−. Jack acudió vistiendo un traje y una camisa
blanca. Impecable. Peinado con gomina (o algún gel de esos modernos) y oliendo
a perfume masculino. Hablaba inglés bien construido, con un ligero acento
escocés. Nos explicó que era actor, pero que desafortunadamente trabajaba de
camarero. Vamos, como en las películas de jolibud.
Jack estuvo correcto, educado, amable. No fumaba, tenía novia formal y no era
dado a grandes fiestas o jolgorios en casa. Jack era el candidato perfecto.
Jack era un profesional de las entrevistas…
Jack resultó ser un jeta.
Rachel me preguntó mi opinión,
ladeando la cabeza y con aquella sonrisa que ponía. No me pude negar. Tras los
candidatos vistos, Jack era una pieza hecha a medida para nuestro pequeño puzle
casero. Así empezó mi pesadilla.
Poco a poco Jack fue haciéndose
fuerte en el piso. Fue marcando su territorio como los perros jóvenes y
dedicados, meando chorrito a chorrito, aquí y allá. Dejando los platos sin
fregar, la sartén pringada, sus ropas en el living
room. Averiguando con olfato detectivesco mis horarios matutinos: de forma
que salía corriendo de su habitación para birlarme la ducha medio minuto antes
de que yo abriese la puerta de mi cuarto. Usando mi detergente, mi aceite de
oliva, mi leche, mi gel y mi café en polvo. El chico era listo. Sólo metía mano
a los productos difíciles de medir sus cantidades. Jack no te robaba un plátano
de los tres que poseías. Jack te mangaba un par de cucharaditas de café aquí,
un vasito de leche por allá. El chico se conoce que había estado atento, en su
día en clase, cuando el teacher les
explicó la diferencia entre los sustantivos contables e incontables y sus
correspondientes adjetivos. Ya saben ustedes, se utiliza el much para los nombres incontables, y el many para los contables.
Por supuesto, sobra decir, cuando
le preguntaba o reprochaba él lo negaba y ponía cara de niño bueno. La misma carita
que mostró en la entrevista. Pero sin el traje, la gomina y el perfume.
Jack era un jeta profesional. De
vocación.
Samantha se quedó más de cinco
meses… sin pagar ni una libra extra. Así un pequeño piso para tres se convirtió
en una pesadilla para cuatro. Rachel, la responsable del contrato, no decía ni
mu. Mientras yo, tragaba y tragaba y no dejaba de tragar. Mis niveles de estrés
subieron como el precio del autobús. El nudito muscular de mi espalda (recuerdo
de mi paso por el Taller de Hombres) ya no sólo me gritaba con el estrés,
directamente me ensordecía. Hubo días que llegué al colegio con el cuello y la
zona superior de la espalda totalmente agarrotados. Imposible girarme o mirar hacia arriba. Parecía Robocop tras un mal día persiguiendo a los
malos de turno.
Un día desapareció dinero. Era
una cantidad que poníamos en común para pagar la electricidad (cuyo sistema
requería introducir una tarjeta prepago en un aparato). Ese sobre con dinero
siempre se dejó en la mesita del teléfono. Junto al famoso tendedero interior
de ropa donde Rachel exhibía sus tangas de colores. Ese sobre nunca había
mostrado una falta de dinero. Rachel lo sabía. Yo lo sabía. Era un nuevo caso
de blanco y en tetrabrick… Era un nuevo chorrito de meada de nuestro particular
podenco casero.
Mis alternativas ante tal problemática
iban reduciéndose. Al final tan sólo quedaron dos opciones: o calzarme las botas
militares y romperme la cabeza con el macho alfa, o abandonar mi querido piso de
Ashley Terrace y comenzar una nueva aventura.
Continuará.
Bufffff esto me recuerda a la hija de piiiiiii con la que compartí mi primer piso alemán. Me dijo 200 euros todo incluido (que en Leipzig es caro) Yo pagué luego 350 euros por 65 metros cuadrados ... y la habitación tenía 20. Pues su novio se vino a vivir con nosotras. Y nos llegó una factura de agua, luz, clefacción para tres no para dos ... Yo les dije que lo justo era dividirlo entre tres (aunque yo tuviera todo incluido) y la muy zorra me dijo que ella con su novio no tenía contrato de alquiler. Se quedó con mi fianza la muy hija de piiiii
ResponderEliminarPues sí querida. Es el prototipo de jeta con el que, por desgracia, me he topado en más ocasiones de las deseadas.
EliminarBuenas tardes
ResponderEliminarEl problema es cuando no se tiene malicia para esas cosas, hay gente que parece que nace con ese instinto para la insidia y la cizaña. Donde yo trabajaba antes habia un tipo que era un gitanazo de libro, con una labia increíble, respuesta para todo y esa rara habilidad para caer como los gatos siempre de piés cada vez que la preparaba que no eran pocas ni pequeñas y cargarle el marrón a todos a su alrededor.
Cuando tienes a tu lado lo mas parecido a un bomba de relojería, lo mejor es tenerle lo mas lejos posible, era como la falsa moneda de mano en mano va y ninguno se la queda, era el hijo del Gran Jefe y por tanto, intocable. Reconozco que era angustioso tenerle al lado, siempre con esa sensación de que tarde o temprano ibas a acabas con el puñal clavado entre las costillas.
Por cierto, merengues fecicitaciones, que no se si te llegó el privado que te mandé.
Santurtziarra
Hola Santurtzi, perdona se me pasó contestarte al privado (acabo de hacerlo).
EliminarPues sí, estos elementos no abundan pero cuando compartes pisos te los sueles encontrar.
Un saludo.
Es una faena, pero no hay nada como pasar en primera persona estas malas experiencias para poder verlas luego a 500 km de lejos...
ResponderEliminarEspero ansiosa el desenlace ;)
Exacto, tan sólo aquel que lo ha vivido en carne propia puede entender al 100% esta batallita.
EliminarA mí me sirvió para "crecer". A partir de entonces, el "buen rollo" se acabó ... "sisisisisi yo me fío de ti pero ponlo en el contrato. Una es buena, pero no tonta.
ResponderEliminarMe hierve la sangre!! yo también tuve una jeta de compañera de piso en Bilbao... Todo es decir que cuando dejé de ser tonta, me tomé justa venganza!!!
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