Todo iba de mal en peor.
Discusiones a todas horas. Malas caras. Batallas infantiles: él ponía la música
alta un día, yo escuchaba lo último de “La Polla” a todo volumen al día
siguiente (colocando mi viejo cd-player lo más cerca de la puerta que fuera
posible).
Rachel pasó de no decir nada a
ponerse un poquito de parte del escocés. Todo eran imaginaciones mías. Nadie me
robaba nada. Me estaba volviendo paranoico. Veía cosas, como dicen en inglés (Jorge, you´re just seeing things). En una
palabra: alucinaba. Eso me dolió especialmente. Tras todo lo pasado creí
merecer un trato diferente. Rachel odiaba las confrontaciones. Británica hasta
la médula. Reina de la diplomacia. Prefería una media sonrisa y un see you tomorrow, que una acalorada
discusión. Rachel era una perfecta pacificadora. Una voluntaria de la ONU que
no supo reconocer su verdadera vocación.
El Listo –así le llamaba yo cariñosamente – cuando podía se
retrasaba de poner su aportación monetaria para recargar la tarjeta de
electricidad. Soltaba excusas absurdas o simplemente se hacía el sueco. Por tal
razón un día le encaré. Me salió la vena ibérica a la superficie y me dirigí a
él a gritos. Que era un jeta. Un chorizo. Todo ello en la lengua del querido
Shakespeare. Rachel trataba de calmarme (la reina de la diplomacia). El Listo
sonreía con cara de inocente, riéndose de ella, de mí, del mundo. Un niño de
mamá que no estaba acostumbrado a las negativas, a colaborar, al sacrificio
común. Un niño de mamá pijo y resabiado que quería ser actor y no servía ni
para anunciar papel del culo (con perdón). Sonreía con esa cara que decía
“pégame, rómpeme” y me espetó, el muy bastardo: “Calm down man, it´s just money!”. A lo que respondí voz en grito: “It´s my fucking money!”
El Listo era un profesional del
escaqueo. Hacía oídos sordos a cualquier sugerencia o solicitud. Iba por libre.
No limpiaba o cuando lo hacía porque le tocaba por turno (seguíamos una rota), lo llevaba a cabo de manera tan
incompetente que Rachel tenía que volver a pasar el trapo, tras él, como una madre con un hijo consentido.
Le empecé a tirar indirectas, que
parecían penaltis (como las que en su día me lanzaba a mí el bueno de Fonsi,
el Retegui Balboa): “debe de haber un fantasma en este piso, mi
aceite-detergente-gel se consume él solito”. Oidos sordos. Miradas perdidas.
Este chico debe de tener un problemilla rozando el autismo, me decía yo.
El día que el dinero voló de su
sobre con dos alitas que le crecieron, hablé con Rachel: “Rachel, yo no he
cogido ese dinero”. Me miró a los ojos, triste, casi abatida: “I know Jorge, I
know”.
Era sábado. Una noche agotadora
en la brasserie del gimnasio.
Parecían haberse puesto todos de acuerdo para merendar, cenar, recenar entre
levantamiento y levantamiento de pesas. Los platos se me acumulaban, como los
deberes sin hacer al mal estudiante. Las cacerolas se reían de mí con sus bocas
gigantes y pringosas. Los pies me dolían como si hubiera corrido dos maratones
en dos días. Las botas me pesaban, como dos viejos barcos encallados en la playa.
Pero al fin llegó la hora de cierre. Cervecita de recompensa. Y para casa.
Según abro la puerta el Listo
está pegado a mi chepa. Siguiéndome por el pasillo, por la cocina. Que está
harto de mi actitud. Tiene bemoles la cosa, me digo. Le contesto con poca voz y
menos ganas, que esta noche no quiero guerra. Que estoy muy cansado. Agur Ben
Hur. No lo entiende, me sigue hasta mi cuarto. Entro y le cierro la puerta en
las narices. Pone el pie en la puerta, que sale disparada hacia adentro. Me
giro sorprendido, harto, cansado y asqueado. Todo así revuelto. Un coctel de
sensaciones. La vena del cuello se hace gruesa para permitir el flujo de sangre
cargada de adrenalina. Las botas ya no me pesan tanto. Me lanzó hacia él. Puños
en alto. Me saca más de una cabeza pero mi cerebro no entiende de estaturas en
esos instantes. Todo sucede muy rápido. Samantha y Rachel aparecen de la nada. Ésta
se interpone entre nuestros cuerpos tensos y aquella sujeta a su macho alfa. “Hey guys guys!!”.
No llegamos a consumar lo que
ambos deseábamos. Nunca en la vida me he arrepentido tanto de no soltar un
puñetazo, como en aquella noche.
Al día siguiente Jack se
disculpó. Que su abuela falleció ayer. Que estaban muy unidos. Que se sentía mal. Acepté sus disculpas. “Siento lo de tu abuela”.
Desde aquel amago de pelea ya no
pudimos dirigirnos la palabra. Nos dejábamos notas infantiles cargadas de odio
y sarcasmo.
Me harté.
Lunes. Seis de la mañana.
Desayuno tranquilo en el living. De
postre le escribí una nota en la cocina: “Dile
a Samantha que tiene dos días para dejar el piso. De lo contrario acudiré a
April (la señora de la agencia). Have a nice day”. Y me fui al cole.
A mi regreso encuentro paz y
tranquilidad. Un silencio como el que evoca una guardería un domingo por la
mañana. Pero cuando afino el oído escucho un llanto lastimero. Procede de la habitación
de Jack. Samantha está llorando.
Me siento fatal. Me odio por
provocar el lloro en alguien que no me ha hecho nada (por mucho que me incomode
su presencia). Me aborrezco por tan sólo plantearme el hecho de chivarme… otra
vez.
Me acuesto. Triste. Confundido.
Frustrado. Cansado de pelear.
Al día siguiente Rachel me espera
a mi vuelta del cole. Charlamos en la cocina. Solos. Está más seria de lo
normal. Algo se ha roto, o se está rompiendo, entre nosotros desde hace tiempo.
Noto como se aleja de mí, como una pequeña barca que se suelta de su amarra. Yo
sé que le he hecho daño, con algún comentario o acción. En el calor de alguna
discusión o con alguna de mis estúpidas notas de parvulario. Lo sé. Pero ignoro
cuando o de qué manera. Ella tampoco lo aclaró nunca, incluso bajo
interrogamiento. Hoy está más seria de lo normal. Más triste. Su mirada gris la
delata, como siempre que algo la preocupa o angustia. “Please Jorge” casi me suplica. Sus ojos acuosos, sin llegar a amenazar
llanto. No se lo cuentes a April. Me dice con un tono lastimero. Siento
cristales en el estómago. Ella ha sido la responsable del piso durante años. April
confía ciegamente en Rachel. Mi denuncia acabaría con esa confianza. Mi chivatazo
destrozaría a Rachel.
En aquel mismo instante supe que mi
etapa en Ashley Terrace, tras trece meses, había llegado a su fin.
(Continuará).
Vaya, un tío jeta de manual...
ResponderEliminarLo que no entiendo es por qué te afectaron las lágrimas de Samantha... bueno, miento, sí que me lo imagino, pero al pan pan, y al vino, vino. No es bueno mezclar sentimientos y negocios. Y me asalta la idea de que esas lágrimas eran de cocodrilo, que quieres que te diga. Estar en un piso de prestado 5 meses según tú mismo dices y sin ni siquiera intentar contribuir a los gastos, aunque fuese solo por quedar bien, me parece de una jeta impresionante, aunque igual el novio también le contaba una mentira detrás de otra. Y encima el jeta robando cosas. Amos...
Y todavía no he terminado. Vas a alucinar con el final.
EliminarNo sé. Yo soy una persoma bastante diplomática. He vivido con mucha gente y nunca me he metido en movidas de terceros, salvo cuando afectaba a toda la casa. Por muy diplomático que se sea, si te roban ... y no dices nada, tienes un problema. Hay que saber enfrentarse a los problemas.
ResponderEliminarMe muero por saber el final ... dime que Rachel le pegó una patada al niño pijo :DDDDDD
La verdad que yo he vivido esa situación, y se hace insostenible, llega un momento que no aguantas una "avispa en los cojones" (perdón por la expresión), y encima te hacen parecer el malo ante tanto victimismo.
ResponderEliminarEstoy ansioso por saber el final, y no te dejes nada en el tintero jeje.
Un saludo
Otraaa...otraaa....otraaaa....me siento como si te estuviera pidiendo un bis!!!. Me apenaría saber que Rachel y tú acabasteis mal, pero es que el menda lerenda no veas!
ResponderEliminarespero que no tardes demasiado en continuar con la historia, no vale dejarnos con las ganas....
ResponderEliminarEstoy ordenando detalles en mi cabeza. La tercera (y creo última) parte saldrá pronto. A más tardar el domingo. Espero.
ResponderEliminarUf, que presión. Qué estrés. No me agobiéis! jaja.
Es muy difícil convivir en esa situación. Tienes pocas salidas: enfrentamiento físico (el verbal es inútil), irte, denunciarlo (dónde? cómo?), tragar, hacerle guerra psicológica (agotador y estresante para tí también), chivarte a la dueña de la agencia (haría más daño a quien más me importaba, no ganaría nada)...
En fin. Paciencia my friends.
espero que no nos cuentes algo así .... 0_0
ResponderEliminarhttp://www.telecinco.es/informativos/curioso/hamster-Reino_Unido-sarten-borracho_0_1569750220.html
Muy fuerte. Lo leí ayer en Metro.
Eliminar(No hay maltrato a animales en esta fargadita jaja). No worries.
no puedo más. Necesito saber qué pasó después. ¡Quiero una versión premium del blog para poder comprar el capítulo siguiente! aaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhhhhhhh me muero de ganas por saberlo.
ResponderEliminarHasta el domingo???? hoy es LUNES, me parece muy mal que nos dejes esperando tanto tiempo el final!! Quiero ver en que acaba, porque con esta segunda parte, mi opinión sobre Rachel no es muy buena que digamos... Tanto tiempo contigo sin problemas y se pone de parte del jeta... hmmm.
ResponderEliminarPaciencia. Ando liado con el fin de curso. Trabajando todas las horas que me dan. Con problemas de "abogados" (no me pagaron en un curro) y con temas de tax y papeleos varios.
ResponderEliminarEn cuanto saque un hueco...
No. No fue culpa de Rachel. Rachel quería paz en el piso (por encima de todo).
Y no adelanto nada más.
Meinemamimemima... jaja vamos a tener que hablar de negocios tú y yo jaja. (Naa, te lo pasaría gratis. Pero es que de verdad que estoy a tope).
A ver si acabo el curso, soluciono los problemas legales, etc y puedo meter algo más de caña al blog.
Por cierto, cada vez me resulta más difícil recordar. Curioso.
Menos más que para los años 2004-2008 aprox, dispongo de agendas, algún minidiario, etc. Pero del 2002 al 2004 es todo prácticamente de memoria. Uf, agotador.
MUCHAS GRACIAS. En serio. Me encanta que me leáis (y además comentéis).
:-)
Edito: Menos mal que...*
ResponderEliminarMe temo que Rachel no tuvo los ovarios de plantar cara al gran problema, y al final te tuviste que ir tu del piso...
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