lunes, 22 de abril de 2024

F179 - Las 48 cartas que mi padre escondió

 Permítanme uno (otro) de mis clásicos saltos temporales, a pesar de que el viejo DeLorean críe polvo, y herrumbre, en un lejano desguace. Aparquemos, por un momento, la aventura belga y retornemos al presente o, en concreto, a un cercano pasado: el fin de semana recién quemado.

En numerosas ocasiones, he proclamado, y no me cansaré de repetir, que no me considero escritor sino un humilde juntaletras. Un niño chico jugando a juegos de mayores. Un mero aficionado, un espontaneo que salta al ruedo con el capote zurcido por su abuela. Como dice mi admirado Reverte: “soy un lector que accidentalmente escribe”.

Sin embargo, comparto todos sus males con ellos, con los escritores de verdad. Eso sí lo llevo en la sangre: el pánico al folio (pantalla) en blanco, el síndrome del impostor (éste en concreto podría llevar mi foto adjunta a su entrada de la enciclopedia), también coincido en un aspecto con un genio (y Dios me libre de compararme con él), me refiero al malogrado Javier Marías, quien nos dejó demasiado pronto. Su miedo ancestral, cada vez que publicaba una novela, a no poder escribir la siguiente. Se veía incapaz. Bien, pues salvando los milenios luz que nos separan, siento lo mismo. Cada vez que doy a luz a una nueva Fargadita, temo no ser capaz de parir la siguiente. No quedará bien, me repito, no vendrán las musas a visitarme y susurrar al oído sus chascarrillos, curiosidades, ocurrencias, símiles, metáforas y demás parafernalia literaria, mientras golpeo las teclas. Me quedaré embobado observando con fijeza el cursor, cobardes los dos, ambos temblorosos, la pequeña línea parpadeante, y yo ante la magnitud vacía y blanca, cual desierto, de la pantalla.

 Siguiendo con la osada comparación, una periodista (no recuerdo quién) dijo de él: “Marías cuando tiene un primer párrafo, tiene una novela”. Mi admiradísimo héroe de las letras también era un escritor brújula… como aquí un humilde juntaletras. Y como tal, coincido en esa parte: sí tengo una pequeña idea, un recuerdo enterrado, una fugaz experiencia revivida, una foto, una línea anotada en un trozo de papel… entonces tengo mi siguiente batallita.

También comparto, con los niños grandes que escriben novelas, otros pecados como la soberbia, el porqueyolovalguismo, el voraz egocentrismo (Fargo, Jorge, Jaime y yo mismo), el aquí te escucho aquí te mato (jamás cuenten ustedes un secreto a un escritor, por muy de segunda, o tercera división, que sea) lo fusilará sin piedad, junto a ideas, anécdotas, infidelidades, comentarios escuchados en el metro, cualquier cosa, volcándolo todo en su siguiente texto… o en el de dentro de veinte años. Sus confidencias jamás se encontrarán a salvo a la vera de un escritor, créanme. Y si ya saca libreta y boli… echen a correr.

Del mismo modo, experimento como los chicos mayores (supongo), los despertares en plena madrugada, los desvelos, parientes cercanos del insomnio crónico, ese levantarse de un salto (con ligero mareo), a oscuras, en gayumbos, descalzo palpando sobre la mesa cercana, en busca de papel, boli y una luz de emergencia (flexo, móvil, mechero, cualquiera), para anotar esa idea graciosa, curiosa, estúpida, absurda, maravillosa, tontuna, que dio luz (momento fugaz) a la oscuridad; o para volcar sobre el papel, ese sueño loco o pesadilla, quién sabe, quizás germen de una novela que encandilase al mismísimo Stephen King.

Todo eso comparto con ellos. Nada más. Nada menos.

Aclarado el concepto (como decía el personaje gallego de Airbag), continuemos.

Todo comenzó una tarde de asueto ,aburrido, tirado en el sofá, la tele emitiendo, por lo bajini, sus habituales bobadas (noticias incluidas), mientras yo enredo con el dedito sobre la pantalla de FB, hay que dar de comer a los pobres, incluso al Schusterberg ese.

Vi aquel anuncio y quedé prendado. No me resultaba desconocido. Algún otro año lo advertí, pero nunca osé aceptar el reto. Ya saben, los complejos, el juntaletras, bla, bla, bla.

El anuncio decía algo así:

Acepta nuestro desafío: Relato 48. Crea tu propio cuento, desde cero, en un plazo de 48 horas. Atrévete y deja tus datos en el formulario.

Jorge, me dije, ¿a que no hay bemoles? Y ya conocen cómo acaba cualquier episodio tras dicho interrogante.

Rellené mis datos, cliqueé la casilla de envío, y comencé a sudar. Todo normal.

El viernes, a las 11:00 de la mañana, conecté con el enlace proporcionado. Una presentación en directo. El tipo que manejaba el cotarro sonriente, con una confianza en sí mismo que ya me gustaría para mí, mirando a cámara, saludó con calidez y comenzó a hablar. Explicaciones, normas, ruegos y preguntas (los futuros participantes, o curiosos, lanzaban éstas a diestro y siniestro mediante el chat a tiempo real).  Me limité a escuchar, mirando aquel rostro amigable, cordial, atractivo, ese caballero podría vender agua de lluvia en Glasgow, paciente y claro. Yo, libreta abierta y bolígrafo en mano.

Tenéis 48 horas, decía el joven, para crear una historia corta. Desde cero. Las reglas son pocas, pero diáfanas: la más importante: vuestro relato debe contener en el texto (no vale en el título) una frase que os proporcionaremos hoy viernes, justo en… (mira su reloj)… 48 minutos. Exactamente a las 12:00 horas. El plazo para enviarlo concluirá el domingo a las 12:00 horas. Ni un segundo más. ¿Lo tenéis claro?

La narración debía contener entre 1480 y 2480 palabras, sin contar el título. Ya dijo el muchacho que mostraban una pequeña obsesión con el número 48. No supo explicarnos el porqué.

A las 12 en punto (tras consultar con Londres y ver que allí justo era las 11:00), nos proporcionaron las tres semillitas. Las tres frases. Debíamos elegir una y sólo una.

1.      Las 48 cartas que mi padre escondió.

2.      La huella de aquel 48 nos dejó claro que no había sido ella.

3.      48 meses intentando concebir para que…

No necesité continuar anotando. Ya había escogido la mía, nada más escucharla (y verla en pantalla). Lo tuve claro desde entonces. Elegí la 1ª, quizás en un vano intento de homenaje hacia mi padre. Miré al cielo, marqué tres X ante la número 1,  y dije al cuarto vacío: “¡Va por ti, papá!”

Comenzó el reto.

Y tras diez eternos minutos de contemplar la frase elegida en la pantalla inmensa (la escribí lo primero, ya la iría adecuando a la historia que debía de estar en el limbo, o en el quinto cielo, o vayan ustedes a saber dónde)… me levanté de la silla y fui a la cocina. Necesitaba café.

Así comenzó un fin de semana vivido cual escritor. Jugando en el patio una pachanga con los mayores, con balón de reglamento incluido. Espero que estos grandullones tengan en consideración mi tamaño, y me den cancha, te dices.

Un batiburrillo de pensamientos cayó sobre mí, incluso escribí ideas, esquemas, nombres… todo inútil. Nada echaba cimientos, ninguna estructura aguantaba el empellón del viento. Todo se derrumbaba. ¿Y si resucito una de mis Fargaditas y la tuneo un poco?, pensé excitado. Pero entonces recordé las palabras de ese joven tan educado, tan paciente, tan profesional: “Por favor, no hagáis trampas, no uséis textos ya escritos, no echéis mano de la Inteligencia Artificial (tenemos programas para detectarlo), no plagiéis a otros autores. Sed honestos, si estáis aquí es porque amáis escribir. Sed sinceros con vosotros mismos. Aceptad el reto. Leed la frase elegida y partid de cero. Habéis venido a jugar, ¿no?”

Más razón que un santo, pensé.

 Y me dije, Jorge, sé fiel a tu estilo, confía en la brújula, fíate de las musas, de la vocecilla que susurra a tu oído cuando comienzas a teclear… las voces… eso es, Jorge… ¡las voces! y empujando hacia abajo la frasecita, a fuerza de golpear  Enter, comencé a volcar lo que me vino a la mente:

“Apenas llevaba tres meses en Edimburgo cuando la conocí…”

Y las musas, o quién sea, fueron guiándome e iluminando el camino (con sus baches y charcos y troncos caídos bloqueando el paso, por supuesto). La historia surgía como bajo confesión, a murmullos: Jorge Ariz y sus anhelos, una muchacha misteriosa, aquellas voces, una noche de luna llena, el destino.

Sí, por primera vez, permití escapar a Jorge Ariz, como personaje, fuera de los muros del blog.

¿Han probado a relatar alguna historia? ¿A tratar de novelar un recuerdo? ¿A intentar ponerlo “bonito” sobre el papel en blanco? Supongo que muchos creerán que sale a la primera, que te sientas y las mil y pico palabras de cada Fargadita (o en su caso las 2040 del relato) aparecen sin más, desde principio a fin, luego las envías al blog, desde Word, y ya está. Finito. A pensar en la siguiente. Pues no. Me temo que no. Y con el cuento, ocurrió lo mismo multiplicado por mil, durante esas fatigosas 48 horas (ok, dormí, comí y paseé también, incluso respiré).

Escribir, tachar, repasar, cambiar palabras, volver a escribir, tildar, eliminar un párrafo entero, buscar la coherencia entre lo relatado. La frase, ¿dónde meto la maldita frase? (¡Manolo, trae la cuña y el mazo!). Sin embargo, ha de tener sentido. Son las reglas. Y los personajes, vamos Jorge, dales vidilla, que parecen de cartón piedra. ¡Imprégnales sentimiento!

Así viví un fin de semana sintiéndome un chico grande, un escritor.

 

                                           

Nota: Ni en el más húmedo de mis sueños me veo seleccionado entre los 48 mejores (que serán publicados por la Editorial ExLibric, negro sobre blanco, en una Antología); sin embargo, la primera prueba queda superada: enviar tu relato completo; de más de 11000 inscritos (desde España, México, Chile, Argentina…) han recibido (acabo de chequearlo) 3116 relatos (ahí está el mío, calentito, arropado entre todos ellos).

 

Vaaale… les adelanto el título, estén atentos a sus pantallas:

“Frágil cual muñeca desnuda”