El tiempo se
detiene por un instante. Igual que en una película de ciencia ficción, donde
todos los personajes quedan petrificados, salvo el protagonista, y cuantos
objetos existen alrededor parecen flotar en el aire, ingrávidos, a la espera.
Excepto que yo soy el único actor en escena, sentado al borde del tresillo, en
un sobre-iluminado living-room.
Principal estrella de un cortometraje que nunca deseé rodar.
El sol entra
a raudales, a través del ventanal. Caldea mi rostro, por el efecto lupa
ejercido por el cristal. Cielo totalmente despejado, nubecillas blancas de puro
algodón, las copas de los árboles cercanos inmóviles, ni una pizca de aire en
la ciudad del viento. Como si el decorador de paisajes al cargo aquella mañana
se burlara, carente de compasión y empatía, desconocedor de la palabra respeto.
¿Por qué no
llueve? ¿Por qué no amaneció una de esas mustias mañanas grises y desapacibles,
más habituales de lo esperado en verano, por estos lares? ¿Cómo puede mostrar
un aspecto tan radiante y agradable uno de los días más funestos de mi vida?
Vuelvo la
mirada a la mesita, donde dejé caer el móvil. Lo recupero; tras escuchar por
enésima vez aquel terrible mensaje de voz, confirmo que es real. No es una
pesadilla de la que acabaré despertando, encharcado en un sudor rancio. Es la
realidad, mordiendo con ímpetu y desdén mi última defensa, mi último apoyo en
esta perra vida. Ya está, me digo. Quedé solo. El vértigo se transformó en
vacío.
Fundido a
negro.
Llamo a mi
hermana.
Intercambiamos
saludos tristes, cariño envuelto en papel sin brillo. Le interrogo sobre lo
sucedido. ¿Cuándo; cómo; dónde? Sabiendo que no podría darme una respuesta
satisfactoria, ella ni nadie, a la cuarta pero principal pregunta, que abrasa
mis entrañas, llegando hasta el pecho, retenida por mí a duras penas, sin
llegar a alcanzar mis labios: ¿Por qué?
No era tan mayor, hacía ejercicio con sus perros, disfrutaba de la felicidad
mansa que proporciona una segunda vida. Mi hermana trató de calmar mi ansia de
información. Respuestas claras y concisas, sin aliñarlas con excesiva emoción,
aunque por dentro ésta la ahogara sin remedio: Esta misma mañana; Conduciendo;
Cerca ya de casa, a escasos trescientos metros. Información en pequeños cubitos
de hielo.
̶
¿Esta mañana, a qué hora?
Tras pensarlo un momento, apunta una hora aproximada.
̶
Sobre las once y cuarto, más o menos. Empezó a sentirse mal, tras el
volante de su furgoneta; la detuvo junto al arcén. Tan cerca de su hogar, y tan
lejos. Fue rápido. Estate tranquilo.
Escucho los datos, las circunstancias, y caigo en la cuenta
de la hora estimada. Las 11,15 en España
fueron las 10,15 en Escocia… manzanas
rojas, brillantes, impecables. El saludo amistoso de Martin. Las agujas del
gran reloj, fondo blanco, circular, con sólo cuatro números negros: 12, 3, 6,
9.
Tras la
sorpresa, llega la desazón. Decido relatarle el episodio matinal. Mi solitario pensamiento-pregunta,
absurdo, frívolo, soez. Out of the blue,
que dicen aquí, salido de la nada. Mi auto-bronca severa.
Silencio en
la línea.
̶ Marga, ¿sigues ahí?
̶ Sí, sí. Uf me has puesto la piel de gallina ̶ eso
respondió, mi hermana; algo que quedó grabado, como eterno audio, en mi disco
duro.
Tras
varios segundos mudos, añadió:
̶ ¿Sabes una cosa, tato, eso significa que en sus últimos instantes, sabiéndose ya en
despedida, papá se acordó de ti. Su hijo pequeño. “El nene”, allá lejos, solo,
buscándose las alubias por “Inglaterra”. Ten esto siempre presente.
Y
entonces, a través del hilo invisible, mi hermana me transmitió todo su amor,
envuelto en un gemelo y estremecedor tembleque, en forma de piel de gallina.
Tras cortar
la comunicación, me incorporo. Estiro los músculos. Entumecidos como si hubiera
corrido una maratón y, tras finalizar ésta, disputado un combate de boxeo ante
el mismísimo Mike Tyson.
De acuerdo.
Ahora céntrate. Baja una persiana metálica, gruesa, chirriante. Cierra el
departamento sentimental de tu cabeza. Sólo mantén el racional abierto al
cliente. Concéntrate. Piensa. Pasos a seguir: ducha; zapatos; tarjetas de
crédito; pasaporte; llamadas; Bus Aeropuerto.
Redacto la
lista mental como un autómata. Mientras, voy desvistiéndome, arrojando de
cualquier manera las piezas del uniforme sobre la cama, ya en mi cuarto.
Tras
realizar las indispensables llamadas (a Maggie, del Tesda y a Stevie), opto por
enviar un esemeese a mi querido
David, en España. No logro juntar el coraje suficiente como para trasmitirle la
noticia de viva voz. Sé que lo comprenderá,
y apreciará el gesto.
Debo señalar
que mi supervisora mostró una disposición ejemplar para conmigo. Al igual que
mi acompañante de piso. Todo fueron consuelos, comprensión y ofertas de ayuda. No te preocupes en absoluto, Jorge, tómate
los días que sean necesarios, la una. Lo
siento mucho, camarada. Aquí espera tu casa, regresa cuando gustes, el
otro.
Y aquí me
hallo. En el piso superior del autobús, entrando en el aeropuerto. Zona de
Salidas.
Me apeo.
Pequeña bolsa sobre el hombro. Atravieso con prisa la puerta de grandes
cristaleras. Entre la muchedumbre, alguien posa su mirada en mí. Sonríe
abiertamente. Es una sonrisa de pura felicidad, como si el optimismo gobernara
siempre el rumbo de su portadora. Y así es. La reconozco de inmediato. Compañera
de más de un café y grata conversación en las frías noches de invierno, al amparo
de las velas que reposan sobre las mesas del Beanscene, otro de mis templos.
Vallisoletana, treintañera, atractiva y despierta. Se busca la vida mediante
sus reportajes gráficos, de freelance,
como dice ella. Revistas de viajes, periódicos digitales. Veterana emigrante,
escasa familia dejó tras ella.
Es curioso,
todavía conservo su tarjeta de visita. Gabriela
Ysla. Fotógrafa y Viajera. Encuadra Tus Sueños y Anhelos. Después de tantos años. Supongo que lo
hago por tratarse de un objeto más que une mi alma con la vieja Edimburgo, al
igual que guardo, prisionero de una goma elástica, un puñado de cartulinas de
fidelidad a diversos locales cafeteros, “Tu décima consumición será gratuita”:
Caffè Nero, Coffe Angel, Costa Coffee Club, Beanscene… Pero no me
desvíe del relato.
Gabriela me
aborda tras cuatro largas zancadas. Saluda eufórica, jovial, como es lo habitual
en ella. Dos besos. Otra sonrisa. Dispuesta para otro de sus viajes, me cuenta.
Croacia, una maravilla. Calas paradisiacas de aguas cristalinas. Miles de islas (aquí, divertida, todo el semblante
resplandeció). Lagos cual espejos. Ciudades medievales. Montaña. Pura magia
fotogénica… De pronto, detiene su exposición a mitad de frase. A pesar de las
oscuras gafas que porto, intuye que algo no va bien. No aguanto la emoción y,
con voz quebrada, le comunico el motivo de mi viaje, con esa fluidez y alivio
que tan sólo un cuasi desconocido te propicia.
Un largo y
confortante abrazo impulsa mi cuerpo hacia el mostrador de Ventas.
".. en esta perra vida.. Vacío..", exactamente así.
ResponderEliminarMe has arrancado una lagrimilla :(
Todos estamos solos ante el vacío, pero no creo que caminemos del todo solos en la vida.
Cuídate y un abrazo.
Eva
Yo soy de la creencia de que ellos siguen cuidando de mí.
ResponderEliminarGracias, igualmente, Eva.
También lo creo así, nos acompañan.
ResponderEliminarTe podría decir que a mí también me ha reconfortado el abrazo de Gabriela.
ResponderEliminarBesos.
Desde la lejanía temporal se lo sigo agradeciendo.
EliminarGracias a ti también.
Lo extraño de la vida es darse cuenta de que, en los peores momentos que uno puede estar pasando, la vida sigue a nuestro alrededor, indiferente a nuestro dolor.
ResponderEliminarTu amiga, obviamente, no sabe nada, pero sólo sonríe al verte: hasta ese momento, todo es normal, es "habitual", hasta que uno provee una brizna de información y todo cambia...
Es lo más complicado (y a la vez, lo más sabio) de nuestra condición: el reconocerse insignificante en medio de un mundo que es indiferente a nuestro dolor.
A ver si me pongo a escribir, que llevo unas semanas de locura.
Muy acertado, Paquito. Es tal cual. Tu en stock, sufriendo y todo a tu alrededor sigue su curso.
ResponderEliminarÁnimo y escribe.
Corrijo: tú en shock.
ResponderEliminar(Maldito corrector).
Es lo que iba a decir, que esperaba que te reconfortase el abrazo de Gabriela en tan duro trago de viajar en esas circunstancias, durísimo.
ResponderEliminarY hablando de abrazos, otro abracico para ti, amigo :)
viki
Sí que me dio fuerzas. O más bien desahogo. Fue la primera persona conocida con la que hablé en persona. Fue algo rápido pero como un pit stop en la carrera que continuaba.
ResponderEliminarGracias viki, otro para ti.
A mi por mi edad,me toco vivir esa amarga experiencia hace ya mucho. Treinta años hace de la muerte de mi padre y dieciocho de la muerte de mi madre. Con ninguno de los dos llegue a tiempo de despedirme.Siempre los tengo en mi recuerdo,por mucho tiempo que pase.
ResponderEliminarHola Comodus. Yo perdí a mi madre con 24 y a mi padre con 36. Pero nunca eres lo suficientemente mayor para algo así,por muy natural que sea. Ahora veo como mis amigos están preocupados por que les llegue ese momento (o ya les llegó) y es una sensación extraña (uf, ya lo viví eso yo, piensas).
ResponderEliminarUn abrazo, y cuídate.