domingo, 26 de julio de 2020

F143 - Me declaro culpable (en el presente)


Leer es envidiar. Se trata de una certeza que corroboro día a día, novela tras novela. Cada libro leído despierta en mí dicho pecado venial, o mortal, ya no recuerdo su grado en la escala pecaminosa. El internado, el catecismo y los curas quedan muy lejanos en el espacio y tiempo. Allá por el hiperespacio, antes del big bang. Más o menos. O tal vez sólo la sienta con buenas obras, aquellas que pasan con éxito la prueba del algodón, la prueba de las cincuenta páginas. Si tras dicha barrera numérica la historia no cala mis huesos, no me obliga a pasar hoja tras hoja, a preguntarme qué sucederá en el próximo capítulo o, a veces más importante, cómo me lo contarán, la devuelvo al trastero, a una enorme caja de cartón, fea y arrinconada, con un grueso rótulo que reza: “El pozo del olvido”. Por fortuna, esto rara vez sucede, procuro afinar la puntería a la hora de elegir cada lectura.

Me declaro culpable.

Leer es envidiar. Acabo un párrafo, un episodio, un diálogo. Me detengo un instante. Bloqueo el ansia de continuar devorando letras, líneas, páginas. Saboreo el momento. Paro y pienso, anhelo, deseo: me encantaría escribir algo así, o simplemente de esta manera. Envidio las dotes ajenas. Ese talento que parece innato, y no lo es. Es fruto del duro trabajo, las lecturas, los estudios, las aventuras, el valor. Nace de las miserias, de la alegría, del hambre, de la ambición, de la vida. Huelga decir que se trata de la más benigna de las envidias, más cercana a la virtud que al pecado. Quizás tan sólo sea simple admiración.

Cuánta razón lleva el bueno de Juan José Millás, en su última obra, un maravilloso batiburrillo en forma de diario novelado, quizás una novela autobiográfica. “La vida a ratos”. En ella, el personaje principal, el narrador, quizá el autor mismo, imparte clases de escritura creativa a un pequeño grupo de futuros Zafones. Afirma algo así: “mis estudiantes no quieren escribir, desean haber escrito”. Cómo se puede resumir una realidad tan grande en ocho palabras. Magnífico. Y sigo leyendo, sonrío, incluso me carcajeo. Este señor cuenta que se ha levantado tarde, ha dado un paseo, se ha sentado a escribir, se ha tomado no sé qué pastilla, ha conversado con una desconocida a través de una ventana abierta, a media tarde se ha pimplado un reparador gintonic… y deseo continuar leyéndole. Mundano y surrealista. Ansío pasar página tras página. Incluso calibro la idea de prepararme un combinado. Incluso de acompañarlo con un Lexatin. Lo describe todo con tal sencillez que abruma. Te dices, ¡bah, esto es fácil! ¡Esto está chupado!, que exclamábamos antaño. Lo practicaba yo hace unas décadas, de pipiolo, antes de acostarme, vaso de leche caliente, pijama de franela a cuadros, flexo que rompe la oscuridad de mi cuarto, olor a radiador, letra redondeada, lenta redacción: “Querido Diario, hoy, por fin, reuní el valor para mirar a los ojos a la muchacha de la que te hablé…”. ¡Venga, denme un taco de folios y un boli. Acérquenme el portátil. Se van a enterar, el Millás éste, el Reverte, Gómez-Jurado e incluso el mismísimo Javier Marías! ¡Lo de besseler  va a quedar obsoleto cuando publiquen mi novela de novecientas páginas. Van a tener que acuñar un anglicismo nuevo! Y no. No sucede. No es tarea sencilla. Es jodidamente difícil, redactar con esa claridad, esa aparente soltura. Sencillamente magistral. Por supuesto, entre pastilla y pastilla, visita a la psicoanalista, sueño angustioso, y vespertino gintonic, Juanjo Millás retrata la vida, el mundo, todo el maldito universo, ahí, entre líneas, como quien no quiere la cosa. Pura maestría. El cabrón.

Un nuevo tesoro entre mis manos. Sus hojas se adhieren a la yema de mis dedos. No consigo levantar la vista de sus líneas. A punto de traspasar su ecuador, confirmo que se trata de uno de los títulos cuya firma hubiera canjeado por mi alma. El suspense, los personajes, el misterio,  el paisaje, el ritmo, su estilo algo fuera de lo convencional. Un tipo joven, vitoriano, quien responde al nombre de Álvaro Arbina. Su última creación – aunque mi primer descubrimiento ̶ : “Los solitarios”. Soberbia.

Quizás me sucede como a los alumnos del taller de escritura que describe Millás. Tal vez, bajo mi ajada piel se esconde un millennial de esos entradito en años, sobrado de ellos. Me fascina contemplar cada entrada publicada en el blog. El entusiasmo desborda las cartolas al comprobar que algo salido del clic clac de mis dedos sea leído, o visitado, en Argentina, USA, Alemania, Rusia, Nueva Zelanda, Malasia… ¿quién carajo puede leer mis tonterías desde Malasia? 

Escribir es una cura de humildad, un agachar la cabeza ante aquellos que tanto admiras. Escribir es pelear, es dolor de espalda, es hormigueo de piernas. Un diminuto recuerdo acude a mi mente. Lucecita roja en el panel de mandos. Una bobería, una mísera anécdota. En ocasiones tan sólo un retazo, que se ha estancado en los entresijos de la memoria. Tras tantos años. Entonces decido relatarlo, darle forma física, volcarlo en el folio luminoso. Letra a letra, tecleo tras tecleo. Las imágenes, los aromas extinguidos, los ya olvidados sonidos. Rostros, nombres, lugares, miradas, diálogos, sensaciones. La dificultad de la tarea aplasta. Es una montaña que se desprende sobre ti. Un corrimiento de tierras. Coges la pala, te acomodas el casco, comienzas a dar paletadas, chasc, chasc, chasc,  desenterrándote poco a poco. La cantidad de escombro es inmensa. Un monstruo. “You´re gonna need a bigger boat!”; en mi terrestre caso: ¡Vas a necesitar una pala más grande! Una excavadora. Visualizando, recordando, imaginando, creando. Alguien especial aseguraba que mentía como un bellaco, que todo me lo inventaba. Imposible, decía, con esa memoria de colibrí que tienes, Jorge.

Quizás llevara razón. Tal vez un día despierte y ya no rememore nada. Edimburgo, su majestuoso castillo, el puente de las almas perdidas North Bridge, Broomhouse, el barrio de Leith… mi hermano John, el bueno de Stevie, la gran familia Tesda, Marina y lo que pudo ser, Koldo, mi dulce Sally, los viejecitos, Erika junto al puerto, Cris, los ojos de Luna… las risas, el miedo, la excitación, las lágrimas, las borracheras, los sueños. Mi vida escocesa.

Es posible que todo sea mentira.

11 comentarios:

  1. Sigue, sigue adelante Lord Fargo. No pares de escribir. Confía en tí porque sí que puedes. Tienes que gustarte a tí, no a los demás. Los premios y los galardones no suelen ser justos por desgracia.

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  2. Lord Fargo jaja ¡qué tiempos eh!
    Gracias maja. Qué ilusión ver tu nick por este humilde rincón. Así da gusto. Cuídate y a ver si todo va mejorando. A ver si podemos volver a hacer una mini quedada.
    Un abrazo

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  3. Coincido con las palabras de Andrómeda.

    No he leído el libro al que haces referencia, pero las palabras que le dedicas nada tienen que envidiarle.

    Por cierto, me alegra saber que no soy la única que siente esa envidia, que siempre he querido pensar que es sana, cuando lee algo que le gusta.

    Besos.

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  4. Gracias Devoradora. Por tus palabras, por tu presencia constante.
    Es una novela magnífica. Pero sobre todo "envidio" su estilo de escribir. Me siento muy identificado con él, salvando las inmensas diferencias por supuesto.
    Con su primera novela,a los 24 años, alcanzó el éxito. Habrá que buscarla.

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  5. Respuestas
    1. Alis?? Joe, ahora caigo.
      Desde Argentina, ¿no?

      Cuídense.

      Un abrazo muy grande desde este lado del charco.

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  6. Gracias Alis. Bienvenido(a) a mi humilde rincón.

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  7. Yo también tengo esa prueba del algodón, pero también cada vez cuesta más concentrarse y retener la atención, sobre todo si no eres un ávido lector de uno tras otro, como es mi caso. A veces os veo como demasiado maratonianos, en este sentido :)

    Sí es el tuyo, se nota que eres un gran lector a la hora de escribir, en mi opinión. Entiendo que requiere esfuerzo, dedicación, trabajo, técnica, talento, etc., pero también tendrá algunas otras, entre ellas la del disfrute.

    Te animo a seguir.

    viki

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  8. Hola Viki,

    Soy lector lento, pero imparable. Siempre que voy a tomar un café, en bus, de espera en el dentista, etc (sin compañía, se entiende) llevo un libro conmigo. Nunca dejé de leer, ni siquiera cuando he estado estudiando (leyendo menos, claro).

    Como dice la Teniente O'Farrell en La Reina del Sur, sobre los libros: "... Y también sirven para tener a raya muchas cosas malas: fantasmas,soledades y mierdas así. A veces me pregunto cómo conseguís montároslo las que no leéis".

    (No lo digo por ti).
    Creo que no se puede explicar mejor. El gran Pérez-Reverte sabe de lo que escribe.

    Sí,supongo que eso se nota un poco cuando escribo estas batallitas.

    Es duro, pero disfrutas. Buscando la manera de expresar algo, el sinónimo adecuado; intentando que el lector esté ahí contigo, viéndo, escuchando, oliendo, sintiendo todo, o aquello que quieras mostrarle.

    Muchas gracias por tus palabras de ánimo. Significan mucho para mí.

    Un saludo

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  9. A mí es un hábito que me inculcaron de pequeña, siempre he visto a mi madre leyendo y nos daba para leer, pero no es empezar uno y acabar otro, además no me decanto siempre por la novela, siempre que tenga rigor, soy variada.

    Sí, lo describe muy bien Reverte.

    Te lo he comentado en otras ocasiones, pero das en el clavo describiendo sensaciones, especialmente cuando son cortas, un flash. También compartimos generación, así que puede que se entiendan mejor. Tómate mi opinión como la de una no experta en literatura, pero aceptas a todos los lectores con respeto, así que un placer comentar.

    Y por supuesto que te animo.

    viki

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  10. Gracias viki. Por supuesto que todo el mundo es bienvenido siempre que haya respeto.
    Lo de compartir generación creo que ayuda mucho. A veces imagino a un chaval de 20 años leyendo mis batallitas y preguntándose de qué carajo habla el carroza éste.

    Bueno, lo de carajo y carroza no estaría en su vocabulario jaja.

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