Leer es
envidiar. Se trata de una certeza que corroboro día a día, novela tras novela.
Cada libro leído despierta en mí dicho pecado venial, o mortal, ya no recuerdo
su grado en la escala pecaminosa. El internado, el catecismo y los curas quedan
muy lejanos en el espacio y tiempo. Allá por el hiperespacio, antes del big bang. Más o menos. O tal vez sólo la
sienta con buenas obras, aquellas que pasan con éxito la prueba del algodón, la
prueba de las cincuenta páginas. Si tras dicha barrera numérica la historia no
cala mis huesos, no me obliga a pasar hoja tras hoja, a preguntarme qué
sucederá en el próximo capítulo o, a veces más importante, cómo me lo contarán,
la devuelvo al trastero, a una enorme caja de cartón, fea y arrinconada, con un
grueso rótulo que reza: “El pozo del olvido”. Por fortuna, esto rara vez
sucede, procuro afinar la puntería a la hora de elegir cada lectura.
Me declaro
culpable.
Leer es
envidiar. Acabo un párrafo, un episodio, un diálogo. Me detengo un instante.
Bloqueo el ansia de continuar devorando letras, líneas, páginas. Saboreo el
momento. Paro y pienso, anhelo, deseo: me encantaría escribir algo así, o
simplemente de esta manera. Envidio las dotes ajenas. Ese talento que parece
innato, y no lo es. Es fruto del duro trabajo, las lecturas, los estudios, las
aventuras, el valor. Nace de las miserias, de la alegría, del hambre, de la
ambición, de la vida. Huelga decir que se trata de la más benigna de las
envidias, más cercana a la virtud que al pecado. Quizás tan sólo sea simple
admiración.
Cuánta razón
lleva el bueno de Juan José Millás, en su última obra, un maravilloso
batiburrillo en forma de diario novelado, quizás una novela autobiográfica. “La vida a ratos”. En ella, el personaje
principal, el narrador, quizá el autor mismo, imparte clases de escritura
creativa a un pequeño grupo de futuros Zafones.
Afirma algo así: “mis estudiantes no quieren escribir, desean haber escrito”.
Cómo se puede resumir una realidad tan grande en ocho palabras. Magnífico. Y
sigo leyendo, sonrío, incluso me carcajeo. Este señor cuenta que se ha
levantado tarde, ha dado un paseo, se ha sentado a escribir, se ha tomado no sé
qué pastilla, ha conversado con una desconocida a través de una ventana
abierta, a media tarde se ha pimplado un reparador gintonic… y deseo continuar leyéndole. Mundano y surrealista. Ansío
pasar página tras página. Incluso calibro la idea de prepararme un combinado. Incluso
de acompañarlo con un Lexatin. Lo describe todo con tal sencillez que abruma.
Te dices, ¡bah, esto es fácil! ¡Esto está chupado!, que exclamábamos antaño. Lo
practicaba yo hace unas décadas, de pipiolo, antes de acostarme, vaso de leche
caliente, pijama de franela a cuadros, flexo que rompe la oscuridad de mi
cuarto, olor a radiador, letra redondeada, lenta redacción: “Querido Diario, hoy, por fin, reuní el
valor para mirar a los ojos a la muchacha de la que te hablé…”. ¡Venga, denme
un taco de folios y un boli. Acérquenme
el portátil. Se van a enterar, el Millás éste, el Reverte, Gómez-Jurado e incluso el mismísimo
Javier Marías! ¡Lo de besseler va a quedar obsoleto cuando publiquen mi
novela de novecientas páginas. Van a tener que acuñar un anglicismo nuevo! Y
no. No sucede. No es tarea sencilla. Es jodidamente difícil, redactar con esa
claridad, esa aparente soltura. Sencillamente magistral. Por supuesto, entre
pastilla y pastilla, visita a la psicoanalista, sueño angustioso, y vespertino gintonic, Juanjo Millás retrata la vida,
el mundo, todo el maldito universo, ahí, entre líneas, como quien no quiere la
cosa. Pura maestría. El cabrón.
Un nuevo
tesoro entre mis manos. Sus hojas se adhieren a la yema de mis dedos. No
consigo levantar la vista de sus líneas. A punto de traspasar su ecuador,
confirmo que se trata de uno de los títulos cuya firma hubiera canjeado por mi
alma. El suspense, los personajes, el misterio, el paisaje, el ritmo, su estilo algo fuera de
lo convencional. Un tipo joven, vitoriano, quien responde al nombre de Álvaro
Arbina. Su última creación – aunque mi primer descubrimiento ̶ : “Los solitarios”. Soberbia.
Quizás me
sucede como a los alumnos del taller de escritura que describe Millás. Tal vez,
bajo mi ajada piel se esconde un millennial
de esos entradito en años, sobrado de ellos. Me fascina contemplar cada
entrada publicada en el blog. El
entusiasmo desborda las cartolas al comprobar que algo salido del clic clac de mis dedos sea leído, o
visitado, en Argentina, USA, Alemania, Rusia, Nueva Zelanda, Malasia… ¿quién
carajo puede leer mis tonterías desde Malasia?
Escribir es
una cura de humildad, un agachar la cabeza ante aquellos que tanto admiras.
Escribir es pelear, es dolor de espalda, es hormigueo de piernas. Un diminuto
recuerdo acude a mi mente. Lucecita roja en el panel de mandos. Una bobería,
una mísera anécdota. En ocasiones tan sólo un retazo, que se ha estancado en
los entresijos de la memoria. Tras tantos años. Entonces decido relatarlo,
darle forma física, volcarlo en el folio luminoso. Letra a letra, tecleo tras
tecleo. Las imágenes, los aromas extinguidos, los ya olvidados sonidos.
Rostros, nombres, lugares, miradas, diálogos, sensaciones. La dificultad de la
tarea aplasta. Es una montaña que se desprende sobre ti. Un corrimiento de
tierras. Coges la pala, te acomodas el casco, comienzas a dar paletadas, chasc, chasc, chasc, desenterrándote poco a poco. La cantidad de
escombro es inmensa. Un monstruo. “You´re
gonna need a bigger boat!”; en mi terrestre caso: ¡Vas a necesitar una pala
más grande! Una excavadora. Visualizando, recordando, imaginando, creando.
Alguien especial aseguraba que mentía como un bellaco, que todo me lo
inventaba. Imposible, decía, con esa memoria de colibrí que tienes, Jorge.
Quizás
llevara razón. Tal vez un día despierte y ya no rememore nada. Edimburgo, su majestuoso
castillo, el puente de las almas perdidas North
Bridge, Broomhouse, el barrio de Leith… mi hermano John, el bueno de Stevie,
la gran familia Tesda, Marina y lo que pudo ser, Koldo, mi dulce Sally, los
viejecitos, Erika junto al puerto, Cris, los ojos de Luna… las risas, el miedo,
la excitación, las lágrimas, las borracheras, los sueños. Mi vida escocesa.
Es posible
que todo sea mentira.
Sigue, sigue adelante Lord Fargo. No pares de escribir. Confía en tí porque sí que puedes. Tienes que gustarte a tí, no a los demás. Los premios y los galardones no suelen ser justos por desgracia.
ResponderEliminarLord Fargo jaja ¡qué tiempos eh!
ResponderEliminarGracias maja. Qué ilusión ver tu nick por este humilde rincón. Así da gusto. Cuídate y a ver si todo va mejorando. A ver si podemos volver a hacer una mini quedada.
Un abrazo
Coincido con las palabras de Andrómeda.
ResponderEliminarNo he leído el libro al que haces referencia, pero las palabras que le dedicas nada tienen que envidiarle.
Por cierto, me alegra saber que no soy la única que siente esa envidia, que siempre he querido pensar que es sana, cuando lee algo que le gusta.
Besos.
Gracias Devoradora. Por tus palabras, por tu presencia constante.
ResponderEliminarEs una novela magnífica. Pero sobre todo "envidio" su estilo de escribir. Me siento muy identificado con él, salvando las inmensas diferencias por supuesto.
Con su primera novela,a los 24 años, alcanzó el éxito. Habrá que buscarla.
Muy bueno, sigue escribiendo!
ResponderEliminarAlis?? Joe, ahora caigo.
EliminarDesde Argentina, ¿no?
Cuídense.
Un abrazo muy grande desde este lado del charco.
Gracias Alis. Bienvenido(a) a mi humilde rincón.
ResponderEliminarYo también tengo esa prueba del algodón, pero también cada vez cuesta más concentrarse y retener la atención, sobre todo si no eres un ávido lector de uno tras otro, como es mi caso. A veces os veo como demasiado maratonianos, en este sentido :)
ResponderEliminarSí es el tuyo, se nota que eres un gran lector a la hora de escribir, en mi opinión. Entiendo que requiere esfuerzo, dedicación, trabajo, técnica, talento, etc., pero también tendrá algunas otras, entre ellas la del disfrute.
Te animo a seguir.
viki
Hola Viki,
ResponderEliminarSoy lector lento, pero imparable. Siempre que voy a tomar un café, en bus, de espera en el dentista, etc (sin compañía, se entiende) llevo un libro conmigo. Nunca dejé de leer, ni siquiera cuando he estado estudiando (leyendo menos, claro).
Como dice la Teniente O'Farrell en La Reina del Sur, sobre los libros: "... Y también sirven para tener a raya muchas cosas malas: fantasmas,soledades y mierdas así. A veces me pregunto cómo conseguís montároslo las que no leéis".
(No lo digo por ti).
Creo que no se puede explicar mejor. El gran Pérez-Reverte sabe de lo que escribe.
Sí,supongo que eso se nota un poco cuando escribo estas batallitas.
Es duro, pero disfrutas. Buscando la manera de expresar algo, el sinónimo adecuado; intentando que el lector esté ahí contigo, viéndo, escuchando, oliendo, sintiendo todo, o aquello que quieras mostrarle.
Muchas gracias por tus palabras de ánimo. Significan mucho para mí.
Un saludo
A mí es un hábito que me inculcaron de pequeña, siempre he visto a mi madre leyendo y nos daba para leer, pero no es empezar uno y acabar otro, además no me decanto siempre por la novela, siempre que tenga rigor, soy variada.
ResponderEliminarSí, lo describe muy bien Reverte.
Te lo he comentado en otras ocasiones, pero das en el clavo describiendo sensaciones, especialmente cuando son cortas, un flash. También compartimos generación, así que puede que se entiendan mejor. Tómate mi opinión como la de una no experta en literatura, pero aceptas a todos los lectores con respeto, así que un placer comentar.
Y por supuesto que te animo.
viki
Gracias viki. Por supuesto que todo el mundo es bienvenido siempre que haya respeto.
ResponderEliminarLo de compartir generación creo que ayuda mucho. A veces imagino a un chaval de 20 años leyendo mis batallitas y preguntándose de qué carajo habla el carroza éste.
Bueno, lo de carajo y carroza no estaría en su vocabulario jaja.