La belleza
no está en el envoltorio. Nos lo dicen, lo leemos, casi deseamos creerlo. La
apariencia es tan sólo un bonito embalaje de regalo. La esencia, lo que
realmente cuenta se encuentra en el interior. Año 2020, un año redondo,
coqueto, chulo como un ocho, envuelto en papel de colores salpicado con motivos
alegres: vaquitas, tal vez, quizá corazoncitos, o pudiera tratarse de medias
lunas acompañadas por su pequeño séquito de estrellas. Año 2020, el twenty-twenty, que dirían por aquellos
lares escoceses. Un año prometedor, cargado de buenos deseos, mejores acciones,
salud, dinero, amor. Una euromillones ganadora. Así lo previmos, lo deseamos,
casi lo creímos en la Nochevieja del 2019 mientras entre risas, euforia
contenida y alguna lagrimilla, chocábamos nuestras estiladas copas de champán.
¿Quién nos iba a decir, durante aquella mágica noche, que el año modélico
entrante, antes de hacer su paseíllo por la pasarela Cibeles, nos golpearía con
saña, zas, zas, zas, sin piedad, con
su látigo en forma de virus, dejando miseria, caos, incertidumbre y tormento, y
muertos por doquier?
Yo también me las prometía muy
felices, durante aquel lejano diciembre del 2005, creyendo dar la patada
definitiva a un año que me concedió la miel y el veneno, ansioso por dar la
bienvenida al nuevo candidato, 2006, que lucía atractivo y enigmático, y el cual, si engullía las doce uvas, ya
próximas, estrenaba gayumbos rojos y brindaba con sidra asturiana mirando a los
ojos de mi acompañante, al tiempo que cruzaba los dedos de la mano izquierda y
hacía la pata coja sobre la pierna derecha, me concedería los tres deseos de
Aladino, más la bola del bonus extra. Sin saber que todos aquellos rituales
supersticiosos no lograrían detener uno de los acontecimientos más tristes de
mi vida… Ignorante de que el 2006 me dejaría solo ante el mundo, fulminando, con
su impía indiferencia, ese último apoyo incondicional al que recurrir si un día
todo venía torcido; un año que grabaría su sello de hierro incandescente sobre
mi piel de ternerito tierno, imprimiendo la ‘H’ mayúscula de Hombre, haciendo
desaparecer, mediante su dolor, la perezosa figura de Peter Pan.
Diciembre de 2005. El gran
supermercado huele a Navidad. De hecho, tal aroma se percibe desde primeros de
noviembre. Fue enterrar la cuba siniestra de Halloween, repleta de calabazas con sonrisa de psicópata, y al día
siguiente abarrotar toda la nave comercial con motivos navideños. Tesda wish you Merry Christmas!
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Personal).
Reina la
felicidad, el buen rollo, el compañerismo incondicional. Incluso el Gran Jefe
pasea por la tienda, en mangas de camisa, saluda a diestro y siniestro como un
torero por la puerta grande, ofrece su apretón de manos, arenga a la tropa cual
general invicto, insufla valor ante el enemigo en forma de muchedumbre con mono
de gastar (¡Ánimo chavales, sois los mejores!; ¡venga chicas, pertenecéis a la
gran familia Tesda!; We can! ). Compartiendo,
de espíritu, nuestro sudor proletario de apiladores de cajas. Incluso el bueno
de Obama copió de este señor, con planta de modelo de Gucci y gafas de
intelectual, aquel recurrido eslogan ̶ más tarde, nuestro peculiar Coletas lo confiscaría para uso particular y propio beneficio ̶ . El big boss de aquella catedral del
consumismo luce una sonrisa mundana, más verosímil, más humana, alejada de
aquella de anuncio Profiden que se pone como sempiterna mascarilla
personalizada. Las cajeras cantan, las nubes se levantan. Que llueva, que
llueva, la Virgen de la Cueva. Las dinner
ladies, orondas, risueñas, de coloradas mejillas, te ofrecen sus grasientos
manjares en la cantina, creedoras –ingenuas ellas ̶ de estar recompensando tu esfuerzo con dosis de energía y
buenos nutrientes, en lugar de cañonazos de colesterol para tus arterias: salchichas
chorreando grasa, salsa gravy a
paletadas, patatas fritas sin escurrir como acompañante permanente de cualquier
ingrediente protagonista. Hamburguesas, lasaña, pastel de carne. Brócoli, coles
de bruselas y zanahorias, aliados, codo con codo, resisten en minoría tras la
trinchera, empeñados en combatir al Capitán Colesterol y sus numerosas tropas,
mas caen derrotados tras la última avanzadilla enemiga, en forma de baño en
queso fundido con tres dedos de grosor. No hay esperanza. “¿Oiga, si…, póngame con el enemigo? Paren la guerra, que me suelte un
poco el cinturón”.
La Felicidad
da su golpe de estado habitual por estas
fechas. Imponiendo su dictadura. ¡Sonríe! ¡Baila, canta, celebra! ¡Sé feliz,
imbécil! Mas mi ánimo se convierte en fuerza de guerrilla ante tal atropello.
Una Navidad más sin ese alguien especial que todo lo transforma en luz y
pompones. Otra Navidad solitaria, rodeado de gente. ¿Existe algo más triste que
una Navidad sin pareja? Estremezco por exigencias del guión, no por novedad; mi
humilde zurrón ̶ ropo pom pom, ropo pom
pom ̶ acumula infinitas Navidades solteronas. Sin
embargo, la aún tibia ausencia de Erika duele como un bolazo de nieve dura en
toda la cara.
Espumillón
de brillantes colores; relucientes campanas colgantes; muñecos de nieve de
corcho; villancicos ñoños entrañables; estrellas plateadas, doradas, con
lunares; un gigantesco abeto benévolo escolta la entrada, junto al viejo gordo de
la Coca-cola ho, ho ho, ̶ comprad, comprad malditos ̶ quien hace tintinear una campanilla con su brazo mecánico , tilín, tilín, tilín, como si hubiera
tomado lecciones de un gato chino; globos con un empacho de helio, proclamando
la buena nueva, escupiendo mensajes de amor con exceso de glucosa: ‘White Christmas’; ‘love U’; ‘Santa is coming’;
‘Be good’
̶ mi
caaasa, teléeefono ̶ ; ‘Eat!’; ‘Drink!’; ‘Get drunk, you idiot!’; ‘And do Not Forget: buy, buy and buy!’,
Compra, compra, compra hasta que tu tarjeta de crédito coja la baja por estrés.
Adornos y
más adornos. Santas rojos, verdes y
algún pirado de amarillo chillón. Tal vez es daltónico, o ciego, el pobre.
Regalos, envoltorios, lacitos. Mas ni un sólo Belén, no vaya a ser que algún
cliente, empleado o jefe se moleste. Un supermercado de herejes.
Espero con
ansia el año entrante para lamer las heridas, lucir las cicatrices, recibir
todas esas buenas nuevas prometidas…
Ajeno a la existencia de un monstruo al acecho, agazapado, a la vuelta de la esquina.
A mí no me gusta el espíritu navideño, cada año lo veo más falso y me empalaga más. Pero como este sentimiento me ha ido invadiendo poco a poco no sé si algún día cambiaré y seré una de las muchas personas que se transforman esos días y disfrutan de los villancicos.
ResponderEliminarBesos.
Te entiendo. Yo tengo un sentimiento de amor-odio con la Navidad. Una blanca Navidad se llevó a lo que más quise en la vida. Eso te deja una huella imborrable.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, y tu presencia.
Besos
Querido Jaime, transmites tus vivencias con la sensibilidad con que vives. Sigue haciéndolo, eres bueno, también escribiendo.
ResponderEliminarAh, a mi me gusta la Navidad!! Me escondo esos días en la ilusión y el despilfarro. No soy frivola, es un escape.
Hola, pues muchas gracias por tus bonitas palabras. Deduzco, por la fecha y por otros detalles, que eres "Marimar".
ResponderEliminarA ver cuando echamos ese café en mi tierra riojana.
Ah al final todos despilfarramos por Navidad.
Un abrazo