̶ ¿Qué andas,
españolazo?
Al instante
reconocí su tono de voz, acompañando el habitual saludo. Pude imaginar la sonrisa burlona, a miles de kilómetros, que
se escondía tras aquel desconocido número con prefijo de Navarra.
̶ ¿Qué pasa, Koldo
Kabrón? ̶ respondí, imprimiendo un amistoso reproche
cargado de nostalgia en cada una de las kas. Muy a mi pesar, añoraba a aquel
navarro fanfarrón, con pinta de italiano, Rey del Reciclaje Responsable y Presidente
de los Amigos del Ecosistema y la Sostenibilidad, quien afirmaba ser más vasco
que el mismísimo Arzallus, vecino de un pueblo que levantó un pequeño dúplex en
mi corazón en otro tiempo, durante otra vida: Elizondo.
Apresuradamente
me puso al día de su vida, “perdona si
hablo a toda prisa, pero mi vieja
amenaza con echarme a la calle cada vez que llega la factura de teléfono”, su retorno al hogar materno,
con sus aitas, tras culminar su enésimo
intento de independizarse, su cuarto contrato basura consecutivo, de apenas un
mes de duración, “¡Que puto país éste,
tío, no vuelvas jamás!”, sus planes de conquista por asalto, “ando metiéndole fichas a la hija de la
charcutera, ¡no veas qué viaje tiene la moceta!”.
Mas el verdadero objetivo de su llamada era doble: pedirme un pequeño favor y,
por el mismo precio, ponerme los dientes largos. Lo primero, una nimiedad,
esperaba una carta importante de la Universidad de Napier, donde estudió, en su
antigua dirección de Edimburgo. “Tranquilo,
yo me encargo de pedírsela a los nuevos inquilinos
y te la reenvío al Baztán ”. En cuanto a lo segundo…
̶
Chaval, que mañana voy a Pamplona, esta mañana vi el txupinazo en la tele, con toda esa peña
en la plaza del Ayuntamiento y he experimentado el efecto llamada.
̶
¿Efecto llamada?, menuda jeta tienes tú.
̶
Oye, que si quieres te esperamos eh, ya sabes, sacas el dedito y en unas
veinte horas y con mucha suerte tal vez llegues jaja.
Esto es lo que sucede cuando cuentas
tu vida y milagros a los que crees amigos, tras la ingesta de unas cuantas
pintas de cerveza y derivados. Pienso divertido y un tanto avergonzado. Koldo
se refiere a mi primera escapada a los Sanfermines, con diecisiete años, cuando
un amigo y yo acudimos a la fiesta de la capital navarra en tren, quinientas
pesetas en el bolsillo y un billete de mil duros en el calcetín, temerosos de ser
saqueados por el camino (¡menuda pareja de pánfilos!). Un tren que quedó
averiado en Castejón (¡gracias Renfe, por la aventurilla edificante!),
dejándonos tirados en tierra de nadie y sin más remedio que recurrir al más
antiguo y barato de los transportes públicos: hacer dedo, es decir el autostop
(nota aclaratoria para los escasos lectores millennials
que pueda tener: es como el blablacar
pero gratis y a ciegas. No tienes ni pajolera idea de quién puede recogerte en
mitad de una carretera perdida de la mano de Dios).
Tras
agradecer la llamada corté la comunicación, abstraído, con una sonrisa tristona
en el rostro. Había olvidado por completo el comienzo de unas fiestas a las que
tantas veces acudí desde mi vecina ciudad. No insinúo un olvido de fechas, era
plenamente consciente de hallarme a seis de julio, mas el día siguiente, jueves,
tan sólo era eso en mi mente pseudo-escocesa, Thursday, un anodino jueves más, como otro cualquiera. Lo venía
padeciendo desde hace un tiempo, el olvido de fiestas, puentes, y santos celebrados en mi país. Estos herejes británicos
hacen borrón y cuenta nueva con sus festividades. De vez en cuando colocan un Bank Holiday, siempre en lunes, en un
mes perdido y con ello se dan por satisfechos. El concepto de bridge escapa a sus mentes protestantes,
o luteranas, o lo que sean: trabajo, sudor, sacrificio… todo ello regado con unas
buenas pintas, por supuesto, la popular after
work pint, que nunca acaba haciendo buenas migas con su número “singular”.
Vamos, que no es una sino X.
Aquel jueves siete de julio acudí temprano
al Tesda en turno de tarde. Trabajar de noche se había acabado desde hace unos
meses, para mi desgracia, para mi fortuna. Prometo esclarecer esta
contradicción en un futuro cercano, es decir cuando las dos neuronas dejen de
pegarse entre ellas y me pongan un post-it amarillo en el tablero de
recordatorios mental.
Entré
en la cantina del supermercado sonriente, optimista muy a pesar mío. Tratando
de ser positivo ante las diez horas laborales que tenía ante mí. Olía a picante
y especias, “otra vez curry”, pensé, la boca producía saliva sin mi permiso.
Caras serias a mi alrededor. Un corrillo en los pocos sofás frente al
televisor. Un par de compañeras cajeras, jóvenes, apenas adolescentes, llorando
a moco tendido. Todas las miradas unidas, enfocadas en el mismo punto, hipnotizadas
por el run run de una voz en inglés. Un inglés impecable, estándar, de BBC News. Todas ensimismadas y fijas en
las imágines que vomitaba el televisor.
Había vuelto a suceder.
El horror.
La barbarie.
El miedo.
Los trenes.
El autobús.
El dolor.
Las bombas en el metro de la capital
metropolitana. La estación de King´s Cross y aledaños.
London under attack! Exclama el subtítulo, letras negras en
fondo rojo, que se desliza constante e incansable de derecha a izquierda del
borde inferior de la pantalla. Fracasando en el intento de poner nombre a las
imágenes horrendas que escupe el plasma.
El nananá
de Kylie Minogue me da un empujón, sacándome de mi ensimismamiento. Miro la
pantalla. Un nombre. Un presentimiento. Un temblor en mis dedos.
Erika está
llamando…
Presiono el botón verde, acercando el
aparato a mi oreja. Lágrimas, balbuceo. Respiración entrecortada.
̶
Erika, sosiégate, respira hondo, y cuéntamelo.
Unos segundos, que son minutos.
Silencio en forma de hipidos, inspiraciones y expiraciones. Por fin habla, en
su idioma, su voz trémula.
̶
No localizo a mi amiga Kareen, la de Londres. Siempre coge el metro a
esa hora desde la estación de King’s Cross. La he llamado varias veces, su
móvil tan sólo dice:
El
número al que llama se encuentra apagado o fuera de cobertura.
La incertidumbre.
Los nervios.
Más miedo.
¿Nos dejas con la incertidumbre? :-(
ResponderEliminarBesos.
Esto es como lo que ocurría con las tapas de los yogures... Siga Buscando.
ResponderEliminarSiga leyendo.
Gracias por comentar.
Un besico
Y cuántos han venido después de Londres. Efectivamente es el terror. Ahora nos prepararemos para los bonitos Mercados Navideños y lo que es ya tradición: camiones que se conducen solos sin conductor sobre la gente (según los titulares: un camión se precipita sobre.... (!??); cuchillos voladores, casos aislados, lobos solitarios. ¿Dónde tocará este año?
ResponderEliminarEn Londres van apañaos con los ataques a cuchillo que van incrementando. Pero como es tabú... Para cuando quieran hacer algo, llevarán x víctimas y el marrón será ya tamaño inconmensurable.
Pero qué progreguay todo, oye.
Saludos,
Ana Rosa
Hola Ana Rosa,
EliminarGracias por tu visita y comentario.
Tristemente así es. Es un tema tabú. No quieren poner el dedo en lo que hay en el fondo de todo esto. No es politicamente correcto. Centrémonos mejor en la niña que navega en catamarán (por la cara, suponto. A gastos pagados yo también elijo el velero en vez de un airbus).
En fin, es una guerra perdida. El mundo está en manos de los estúpidos.
Un saludo