jueves, 21 de noviembre de 2019

F123 - Más miedo (julio 2005)


̶  ¿Qué andas, españolazo?

Al instante reconocí su tono de voz, acompañando el habitual saludo. Pude imaginar la  sonrisa burlona, a miles de kilómetros, que se escondía tras aquel desconocido número con prefijo de Navarra.

̶  ¿Qué pasa, Koldo Kabrón?  ̶  respondí, imprimiendo un amistoso reproche cargado de nostalgia en cada una de las kas. Muy a mi pesar, añoraba a aquel navarro fanfarrón, con pinta de italiano, Rey del Reciclaje Responsable y Presidente de los Amigos del Ecosistema y la Sostenibilidad, quien afirmaba ser más vasco que el mismísimo Arzallus, vecino de un pueblo que levantó un pequeño dúplex en mi corazón en otro tiempo, durante otra vida: Elizondo.

            Apresuradamente me puso al día de su vida, “perdona si hablo a toda prisa, pero mi vieja amenaza con echarme a la calle cada vez que llega la factura de teléfono”, su retorno al hogar materno, con sus aitas, tras culminar su enésimo intento de independizarse, su cuarto contrato basura consecutivo, de apenas un mes de duración, “¡Que puto país éste, tío, no vuelvas jamás!”, sus planes de conquista por asalto, “ando metiéndole fichas a la hija de la charcutera, ¡no veas qué viaje tiene la moceta!”. Mas el verdadero objetivo de su llamada era doble: pedirme un pequeño favor y, por el mismo precio, ponerme los dientes largos. Lo primero, una nimiedad, esperaba una carta importante de la Universidad de Napier, donde estudió, en su antigua dirección de Edimburgo. “Tranquilo, yo me encargo de pedírsela a los nuevos inquilinos y te la reenvío al Baztán ”. En cuanto a lo segundo…

̶  Chaval, que mañana voy a Pamplona, esta mañana vi el txupinazo en la tele, con toda esa peña en la plaza del Ayuntamiento y he experimentado el efecto llamada.

̶  ¿Efecto llamada?, menuda jeta tienes tú.

̶  Oye, que si quieres te esperamos eh, ya sabes, sacas el dedito y en unas veinte horas y con mucha suerte tal vez llegues jaja.

Esto es lo que sucede cuando cuentas tu vida y milagros a los que crees amigos, tras la ingesta de unas cuantas pintas de cerveza y derivados. Pienso divertido y un tanto avergonzado. Koldo se refiere a mi primera escapada a los Sanfermines, con diecisiete años, cuando un amigo y yo acudimos a la fiesta de la capital navarra en tren, quinientas pesetas en el bolsillo y un billete de mil duros en el calcetín, temerosos de ser saqueados por el camino (¡menuda pareja de pánfilos!). Un tren que quedó averiado en Castejón (¡gracias Renfe, por la aventurilla edificante!), dejándonos tirados en tierra de nadie y sin más remedio que recurrir al más antiguo y barato de los transportes públicos: hacer dedo, es decir el autostop (nota aclaratoria para los escasos lectores millennials que pueda tener: es como el blablacar pero gratis y a ciegas. No tienes ni pajolera idea de quién puede recogerte en mitad de una carretera perdida de la mano de Dios).

Tras agradecer la llamada corté la comunicación, abstraído, con una sonrisa tristona en el rostro. Había olvidado por completo el comienzo de unas fiestas a las que tantas veces acudí desde mi vecina ciudad. No insinúo un olvido de fechas, era plenamente consciente de hallarme a seis de julio, mas el día siguiente, jueves, tan sólo era eso en mi mente pseudo-escocesa, Thursday, un anodino jueves más, como otro cualquiera. Lo venía padeciendo desde hace un tiempo, el olvido de fiestas, puentes, y santos celebrados en mi país. Estos herejes británicos hacen borrón y cuenta nueva con sus festividades. De vez en cuando colocan un Bank Holiday, siempre en lunes, en un mes perdido y con ello se dan por satisfechos. El concepto de bridge escapa a sus mentes protestantes, o luteranas, o lo que sean: trabajo, sudor, sacrificio… todo ello regado con unas buenas pintas, por supuesto, la popular after work pint, que nunca acaba haciendo buenas migas con su número “singular”. Vamos, que no es una sino X.

Aquel jueves siete de julio acudí  temprano al Tesda en turno de tarde. Trabajar de noche se había acabado desde hace unos meses, para mi desgracia, para mi fortuna. Prometo esclarecer esta contradicción en un futuro cercano, es decir cuando las dos neuronas dejen de pegarse entre ellas y me pongan un post-it amarillo en el tablero de recordatorios mental.

Entré en la cantina del supermercado sonriente, optimista muy a pesar mío. Tratando de ser positivo ante las diez horas laborales que tenía ante mí. Olía a picante y especias, “otra vez curry”, pensé, la boca producía saliva sin mi permiso. Caras serias a mi alrededor. Un corrillo en los pocos sofás frente al televisor. Un par de compañeras cajeras, jóvenes, apenas adolescentes, llorando a moco tendido. Todas las miradas unidas, enfocadas en el mismo punto, hipnotizadas por el run run de una voz en inglés. Un inglés impecable, estándar, de BBC News. Todas ensimismadas y fijas en las imágines que vomitaba el televisor.

Había vuelto a suceder.

El horror.

La barbarie.

El miedo.

Los trenes.

El autobús.

El dolor.

Las bombas en el metro de la capital metropolitana. La estación de King´s Cross y aledaños.
London under attack! Exclama el subtítulo, letras negras en fondo rojo, que se desliza constante e incansable de derecha a izquierda del borde inferior de la pantalla. Fracasando en el intento de poner nombre a las imágenes horrendas que escupe el plasma.

El nananá de Kylie Minogue me da un empujón, sacándome de mi ensimismamiento. Miro la pantalla. Un nombre. Un presentimiento. Un temblor en mis dedos.

Erika está llamando…

Presiono el botón verde, acercando el aparato a mi oreja. Lágrimas, balbuceo. Respiración entrecortada.

̶  Erika, sosiégate, respira hondo, y cuéntamelo.

Unos segundos, que son minutos. Silencio en forma de hipidos, inspiraciones y expiraciones. Por fin habla, en su idioma, su voz trémula.

̶  No localizo a mi amiga Kareen, la de Londres. Siempre coge el metro a esa hora desde la estación de King’s Cross. La he llamado varias veces, su móvil tan sólo dice: 

              El número al que llama se encuentra apagado o fuera de cobertura.

La incertidumbre.

Los nervios.

Más miedo.

4 comentarios:

  1. Esto es como lo que ocurría con las tapas de los yogures... Siga Buscando.

    Siga leyendo.

    Gracias por comentar.

    Un besico

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  2. Y cuántos han venido después de Londres. Efectivamente es el terror. Ahora nos prepararemos para los bonitos Mercados Navideños y lo que es ya tradición: camiones que se conducen solos sin conductor sobre la gente (según los titulares: un camión se precipita sobre.... (!??); cuchillos voladores, casos aislados, lobos solitarios. ¿Dónde tocará este año?

    En Londres van apañaos con los ataques a cuchillo que van incrementando. Pero como es tabú... Para cuando quieran hacer algo, llevarán x víctimas y el marrón será ya tamaño inconmensurable.

    Pero qué progreguay todo, oye.

    Saludos,
    Ana Rosa

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    Respuestas
    1. Hola Ana Rosa,

      Gracias por tu visita y comentario.

      Tristemente así es. Es un tema tabú. No quieren poner el dedo en lo que hay en el fondo de todo esto. No es politicamente correcto. Centrémonos mejor en la niña que navega en catamarán (por la cara, suponto. A gastos pagados yo también elijo el velero en vez de un airbus).

      En fin, es una guerra perdida. El mundo está en manos de los estúpidos.

      Un saludo

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