lunes, 21 de enero de 2019

F97 - Tras la alfombra roja (enero 2005)


Supongo que a todos nos sucede. Existen fechas, o años concretos, que se graban en lo más profundo de nuestra memoria. Tatuajes virtuales, invisibles e indelebles. El dos mil cinco se convirtió en uno de mis tattoos mentales. Dos mil cinco, el año que toque el cielo. Dos mil cinco, el año que caí al pozo del infierno. Dos mil cinco, Erika apareció en mi vida, arrojando todos los muebles de mi atolondrada cabeza por la ventana. Dos mil cinco, el último año completo que contemplarían los ojos de mi padre. Mi último sustento, mi último apoyo en este mundo tan emperrado en mostrarnos sus dientes, en apestarnos con su fétido aliento, ya seamos fuertes o débiles; estemos preparados o despistados; portemos lanza y escudo o ramo de flores en mano desnuda.

Mas no adelantemos en exceso la narración de los acontecimientos. Tan sólo habíamos rasgado el envoltorio del primer mes, ignorando lo que el lejano verano traería en forma de verdes ojos, sonrisas limpias y castellano con exótico acento. Sin modo de saber que en el ventoso noviembre observaría por el retrovisor de mi coche, por última vez, la figura paterna, con su eterna sonrisa, alzando con tristeza su mano diestra, a modo de enésima despedida, bajo el umbral de su vieja casona, orgulloso del hijo distanciado y, por fin, bien acompañado, ignorando, como todos, el fin tan próximo de su propia travesía, y el fin obvio de mi pequeña historia con aquella neozelandesa, de dulce voz, alma española y nombre vikingo.

Enero continuó envuelto en la blancura de las constantes nevadas. Bello y frío, soleado y oscuro. Esperanzador y, a su vez, repleto de incógnitas. ¿Encontraría un puesto de trabajo? ¿Podría afrontar el próximo pago del alquiler? ¿Hallaría a mi princesa adormilada? ¿Regresaría a mi querida, y a veces odiada, España, mirando al suelo, humillado, entregado, suplicando un trabajo en la fría y anodina ETT?

Haciendo caso del consejo de Cris, seguía aplicando a todo lo que se movía. Ya no le hacía ascos a ningún puesto, lugar, ni actividad. Lo mismo solicitaba trabajo para la monótona y aburrida tarea de introducir datos en las computadoras de un banco, como postulaba a una plaza de animador de eventos, a bordo de un crucero por el Mediterráneo. Incluso en una ocasión, gracias al bueno de Koldo, participé en una tarea curiosa, entretenida y bien remunerada: la cata de cerveza. Tras dos horas sentado en un banco corrido, dando sorbitos a diferentes y opacos recipientes, tratando de averiguar el color, describir el aroma, catalogar la textura de aquellos invisibles líquidos, salí al frío de la calle, algo más caliente, cincuenta libras más rico y entonando a pleno pulmón el Asturias Patria Querida, atrayendo miradas llenas de curiosidad, temor y envidia.

Al día siguiente desperté algo confuso y resacoso. Me vestí con parsimonia, tratando de mantener el equilibrio al ponerme los pantalones y no romperme la crisma. Temeroso de haber soñado mi extraña experiencia de la víspera, palpé los bolsillos de mis viejos vaqueros. Sí, en efecto allí continuaban, arrugados y añejos, dos billetes lilas de veinte libras junto a un tercero de diez. Sin embargo, algo más llamó mi atención en mi auto-cacheo. Se trataba de un recorte de periódico. Un anuncio. En negrita, Se buscan figurantes para serie televisiva. Leí las pocas líneas explicativas varias veces, aún aletargado y espeso. Al fin, mi rostro fue transformándose, la perezosa sonrisa se puso las pilas asomando, primero con timidez, luego altiva, transmitiendo el mensaje a mis ojos, que brillaron ufanos, soñadores. Eso es, al fin encontré mi vocación. ¡Sería actor! ¡Antonio Banderas, prepárate, aficionado! ¡Jolibúd, allá voy! Cogí el móvil, que descansaba sobre la mesita de noche, y marqué aquel número que apenas me separaba de los Estados Unidos, la alfombra roja, los Oscars, Penélope Cruz y Julia Roberts.

Acudí a la prueba de casting que tenía lugar en un elegante hotel de Lothian Road. Llegué con puntualidad británica. Ya puesto en el papel del próximo agente 007, “Ariz, me llamo Jorge Ariz”. Tras unos largos minutos de nervios y espera una bella y simpática azafata me indicó que era mi turno. Entré en la pequeña sala con paso decidido, tratando de enterrar mis miedos y vergüenzas. Un ligero temblor de labios amenazaba la integridad de mi potencial sonrisa. Siguiendo las instrucciones de un tipo algo serio me coloqué delante de una pequeña cámara digital, sobre un enclenque trípode. Dije mi nombre, edad, procedencia y contesté a un pequeño cuestionario. Con premura, el tipo serio me dio las gracias, señaló la otra puerta y gruñó un Next! en dirección a la simpática azafata.

No me llamaron.

Mi castillo de naipes jolibudiense se derrumbó. La tinaja de leche cayó al suelo, haciéndose añicos. No logré cazar el oso, y tuve que devolver el adelanto cobrado por la venta de su piel, a Corteinfiel. Bueno, ustedes ya me entienden. Mi gozo en un pozo.

Muchos años más tarde, ya en territorio patrio, surgió otro casting de figurantes, al que estuve tentado de acudir, debido a la admiración y nostalgia que producía en mí aquel título: El Guardián Invisible, mas para mi desgracia tuve que renunciar pues me encontraba en una difícil situación, tratando de encontrar mi lugar y sustento tras el reciente retorno de tierras escocesas. O tal vez no me atreví. No osé invocar a viejos fantasmas del pasado, de mi temprana adolescencia. O quizás, al contrario, no quise regresar a donde también fui feliz. A aquel pueblo, Elizondo, de correrías de fin de semana y palmeras de chocolate. Al cercano colegio de estrictos, pero justos padres capuchinos. A otra edad, otra vida.

Sin embargo, recientemente pude sacarme la espinita que tenía clavada. Un tercer casting de extras para una película basada en otro libro, otra trilogía. Al fin logré vivir la experiencia tras las cámaras. Los nervios tras el grito del ayudante de dirección: “¡Luces, cámara, acción!”, que en realidad era: “¡Vuelta a primera, acción figuración!”, una y otra vez, hasta que la escena quedaba perfecta. Allá estaba yo, entre actores famosos, robándole plano a Javier Rey, enfundado en mi impecable uniforme de la Ertzaintza, aguantando a un metro de distancia, la azul mirada de la mismísima Belén Rueda. Vigilando, junto a los muros de la cárcel , a una pequeña turba de escandalosos manifestantes, entre los cuales se escondía una en particular, que me sustrajo el sueño, secuestró mi tiempo y mató mi rutina. Allá estuve yo, tratando de resolver los terribles crímenes ocultos tras El Silencio de la Ciudad Blanca.


4 comentarios:

  1. ¡¡¡Me has dejado con la boca abierta!!!
    Aquí ando yo, poniéndome al día a ver si averiguo quien es Marina.
    Leí la trilogía del Baztán y me encantó, así que no he podido evitar sonreír cada vez que he leído en tus líneas algo que me lo recordara. También he visto la película y creo que la adaptación ha sido muy acertada.
    He leído también la trilogía de la Ciudad Blanca, y también me ha gustado, por lo que espero impaciente su adaptación al cine ¡¿y me estás contando que sales de extra?!
    Ni que decir tiene que no me la perderé por nada del mundo :-)

    Saludos, y gracias por la sorpresa.

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  2. Hola Devoradora. Acabo de encontrar tu comentario, en esta entrada no muy reciente.
    La trilogía del Baztán es especial para mi, pues crecí en aquel hermoso valle.
    La de la Ciudad Blanca, en mi modesta opinión, no le llega ni al tobillo. Aunque todavía no leí la tercera entrega.

    Por cierto, en octubre vuelve Amaia Salazar. Por si lo desconocías.

    Bueno, salir ignoro si llegaré a salir. O si me reconoceré entre tantos extras en uniforme. Pero trabajé cinco días con ellos. La experiencia fue fantástica. De todas maneras no me conoces físicamente, jeje. Así que no llegarás a saber quien soy. ;-)

    Gracias a tí. Siempre es agradable descubrir el entusiasmo de un nuevo lector de mis modestas batallitas.

    Un saludo

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    1. Cierto es que no te conozco físicamente, y tengo claro que quizás no seas ninguno de los que vea, pero aun así emociona pensarlo :-)
      Y cuando vea la película, pues bueno, siempre me quedará la duda de si eras tú alguno de esos extras o no.

      Todavía no he terminado de ponerme al día de tus batallitas, voy por la 100, pero poco a poco.

      Saludos.

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  3. ¡Se me va a subir a la cabeza jaja!

    Ya por la cien, qué bueno.

    No te hagas demasiadas ilusiones con el tema de Marina. Ya sabes que yo cuento mis cosas muy de refilón. Dejando misterio. Permitiendo al lector que saque sus propias conclusiones.

    Y nunca olvides que no todo es cierto, ni mucho menos...

    Ahí está la gracia, ¿no?

    Un saludo, maja.

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