Cruzo cada cuadradito del calendario de pared con un
aspa: roja, jornada de descanso (tan sólo trabajar), verde, día de carrera
(sempiterna guerra contra los caprichos y las cervezas). Tacho, tacho y vuelvo
a tachar. Las hojas del calendario varían su paisaje, amaneceres de película,
tormentas con aroma de romance incombustible, lagos y castillos escoceses que
te transportan a tiempos de dragones y princesas. Tacho, tacho y sigo tachando.
Las páginas parecen bosques arrasados por el fuego, cuatro verdosos árboles milagrosamente supervivientes,
en medio de todas esas brasas rojizas. Has de correr más, Jorge. Me reprocho,
sin mucha convicción. Tacho, tacho días, semanas, meses y nada cambia, todo
continúa igual. Ella sigue conmigo. Sus besos, sus caricias, su comprensión, su
cariño, su voz ̶ que varía de dulce a
ronca, según su estado de ánimo ̶ ella
no se va de mi lado, no echa a correr en busca de un príncipe olvidado, de
repente recordado, no echa a llorar, suplicándome perdón y comprensión, maleta
en mano. Ella me sonríe y me mira, con ojos melancólicos, como si pudiera
contemplar mi interior, mi pasado. Como si pudiera ver a aquel chiquillo que
corría tras una pelota, vestido impecable con el uniforme de su equipo del
alma, el nueve de Santillana a la espalda, esquivando patadas y empujones, la
mirada, soñadora e intrépida, fija en aquella portería de postes hechos con
piedras y larguero tan sólo invisible para los adultos. Como si tuviera la
habilidad de ver mi alma, mi verdadero yo, ese que los años han ido sepultando
con escombros de sueños derruidos, madurez e indiferencia. Ese calendario
contempla mi sorpresa, cada mañana. Devuelve mi mirada perezosa, llena de
legañas. Sorpresa de que ella siga a mi lado. ¿Tal vez aquella mano invisible,
que la colocó en mi trocito de vía, sabía lo que hacía? ¿Quizás vino a
quedarse, a llevarme de la mano, guiándome en esta senda de la vida, repleta de
baches, charcos y algún que otro precipicio? Ese calendario es testigo de mi
miedo diario, no al conocido fracaso, sino auténtico pavor al éxito, ese
embozado y anónimo extraño.
Pero subamos de nuevo al viejo DeLorean, metamos primera
y regresemos a aquel marzo de 2004.
̶ Me temo, Jorge,
que cogiste el virús que ha estado haciendo estragos en el hospital estas
últimas semanas ̶ me informa Allan, uno
de los mánageres, de unos ciento cincuenta kilos de peso, abierto en canal,
despatarrado en su butaca de cuero viejo, tras la enorme mesa de despacho.
Sonríe, sin ganas, como si todo aquello le resultara divertido.
̶ … “Pues a mí se
me ríen los cojones”, pienso casi en voz alta, mirándole serio, todavía pálido,
con el rostro huesudo y dentro de un ridículo uniforme que cuelga sobre mi
cuerpo como si todavía estuviera sujeto a la percha. Y es que las viejas frases
de mi pueblo vienen de maravilla para, al menos, un desahogo personal y
privado.
Tras el mal trago pasado y la falta de apoyo por parte de
Penny, indiferente a mis penurias, tomé la decisión de abandonar el barco, y
así se lo comuniqué a la pequeña aussie.
Por su mirada, que echaba chispas como si emulara los rayos X de Mazinger Z, y
sus labios, inexistentes de apretados, supe que no le hacía mucha gracia mi
decisión.
Desde aquel día comenzó una retahíla de quejas y
amenazas, constantes llamadas a mi puerta (que yo, vengativo y malvado, ignoraba
subiendo el volumen de la música) para enseñarme facturas y extractos del
famoso council tax. Mas mi agridulce
compañera de piso no alcanzaba a comprender algo tan básico: me negaba a pagar
un sexto mes de dicho impuesto, cuando tan sólo había respirado entre aquellas
cuatro paredes durante cinco meses. Son las cosillas que suceden cuando no hay
contratos firmados de por medio: yo, el inquilino, carezco de derechos, pero puedo
saltar por la borda cuando me venga en gana. No, la chica definitivamente no lo
entendía. Salvando las distancias kilométricas me trajo el grato recuerdo de mi
querida Rachel. Los dos, ante una taza de té, en aquel bar, ella concentrada y
seria tratando de entender mis explicaciones matemáticas sobre las facturas
pendientes. Yo, paciente, haciendo numeritos grandes y usando un lenguaje
sencillo, como si ella tuviera ocho años en lugar de veintitrés. ¿Qué les
sucede a estos anglosajones con los números y las cuentas? ¿No les enseñaron la
regla de tres en la escuela? ¿Acaso no vieron Barrio Sésamo de críos? No, Penny
seguía sin comprender el concepto. Y es que “el concepto es el concepto”, como
decía Manuel Manquiña en Airbag.
Entré en aquel piso recibido con sonrisas, dulce té
caliente, pastas inglesas y amables palabras. Lo abandoné entre gritos,
insultos (cambio de nombre), acusaciones y amenazas.
Pero eso se lo relataré otro día, y el título quedará
esclarecido.
Menos mal, ya iba tocando otra fargadita. Que te voy a decir que no sepas tu ya. La pela es la pela. Ir sin contrato a veces es peor que la letra pequeña de las compañías telefónicas. A la hora de darte de alta todo son sonrisas y facilidades... pero como se te pase por la cabeza irte del camarote... te crujen la taba.
ResponderEliminarUn saludo!
Thinous
Pues sí, Thinous. Así es. Gracias por seguir siendo un fiel lector y también por comentar :-).
ResponderEliminarYa era hora de que volvieses a escribir!! (tirón de orejas virtual)
ResponderEliminarEstuve en Edimburgo, pero no pude quedarme, a ver si en verano vuelvo y tomamos la pinta pendiente.
(Minafog)
Gracias por comentar Minafog. Últimamente ando liado constantemente, pero trataré de continuar con las batallitas del abuelo.
EliminarJardinera? :-)
Claro, hazme saber cuando visitas Edimburgo otra vez, pero ten en cuenta que en verano (todavía sin fecha), dejo esta ciudad (y país) que me robaron un trocito de alma...
La pinta te espera.
Madre mía, tenemos cosas que contarnos por lo que veo :D
EliminarMándame un mail a minafog gmail.com y dime destino!!
No hay mucho que contar (o mejor hacerlo ante una pinta). Regreso a mi querida, y a veces odiada, España. Todavía no tengo destino fijado. Sólo la ilusion y los sueños.
Eliminar:-)
Unos se van y otros vuelven. Es ley de vida.
Buenas tardes
ResponderEliminarEsta vez te has hecho esperar, pero bueno, ha merecido la pena ver el desenlace final.
Por cierto, este domingo llego a Bournemouth.
Que pena no poder compartir una botella de Marqués del Riscal que llevo en la maleta.
¿Ya llegas para quedarte? ¿o es un tanteo del terreno?
EliminarTe deseo toda la suerte del mundo.
Pues sí, pero ya tomaremos unos chatos en Portu algún día.
Gracias por seguir ahí.
Buenas noches
EliminarEs el día "D", de mi particular desembarco de Normandía.
Voy de Erasmus... a mis 45 abriles matarile rile ron. Y a partir de ahí es cuando todo empieza a rodar según lo planeado.
Alea jacta est
Muy bien! con un par!
EliminarYa me irás contando.
Pues si que has tardado!! Cómo que vuelves a España? Yo pensaba que tu eras de los que definitivamente no volvía!!
ResponderEliminar"Las vueltas que da la vida,
Eliminarel destino se burla de ti..."