La vida en el nuevo piso fue poco a poco empeorando.
Lentamente me trajo recuerdos desagradables de vivencias anteriores. Suciedad
constante en la cocina, pelos de diferente longitud, color y textura en la
bañera, esa especie de pasillo ancho que hacía las veces de living room lleno siempre de platos,
cajas de pizza y gente desconocida. Vamos, que comencé a sentir una expecie de déjà vu, como si el destino traicionero
me hubiera regresado a aquella boxroom de techo inalcanzable y estrechez claustrofóbica. (ver)
Allí tampoco nadie parecía limpiar. Era la asignatura
pendiente de nuevo. Una asignatura que ni en febrero, ni en junio, ni siquiera
en septiembre aprobaría aquella cuadrilla de personajes. Y yo no estaba
dispuesto a ser la chacha de nadie. Mi habitación la mantenía lo más pulcra
posible. Tarea bastante complicada debido a la basura de aspiradora con la que
nuestro querido casero –Mr. Fajo-de-billetes-en-mano− había equipado el piso.
Un monstruoso aparato que emitía un estruendo de Boeing 747 en pleno despegue, pero que succionar lo que se dice
succionar más bien poco, tirando a nada. Era como aspirar con una pajita metida
en la boca.
Así que poco a poco mis peores predicciones fueron
haciéndose fuertes. Aquella tabla de salvamento se transformaba día a día en lo
que siempre fue, un cutre-piso, un piso patera. Un piso patera que los ibéricos
se iban pasando de mano en mano, mediante el más antiguo y eficaz de los
métodos: el boca a boca.
Nuevamente mi habitación se convirtió en mi castillo. Era
amplia y luminosa. Comencé a escribir de nuevo –es una adición que vuelve una y
otra vez, arrogante y testaruda− en un viejo ordenador que Koldo me había
regalado. Bueno, en realidad lo encontró en una de las habitaciones del
enorme piso recién llegado. Era un trasto enorme con monitor monocromo y más
lento que el caballo del malo. Pero para volcar cuatro líneas en su aburrida
pantalla me bastaba y sobraba. Era como una terapia. Me encerraba a cal y canto
en el cuarto, música metalera de fondo (leí que era el método usado por Stephen
King), lata de cerveza a mi vera y me arrojaba de cabeza al folio en blanco.
Bueno, a la pantallita en gris oscuro. Escribía sin pararme a pensar. A
bocajarro, sin tregua. Elegía cuatro o cinco palabras (al azar, tomadas de un
libro) y trataba de construir una historia a partir de ellas. En ocasiones
quedé realmente sorprendido del resultado. Otras veces, avergonzado agarraba el
folio imaginario –carecía de impresora− lo estrujaba y arrojaba a la papelera
del olvido. Tantos y tantos folios desechados. Palabras que quisieron ser
protagonistas, tener éxito, pasar a la Historia, y acabaron en un rinconcito
oscuro de un viejo disco duro.
Koldo era el chico navarro que sentía que su sangre era
vasca de pura cepa.(ver) ¿Y quién era yo para discutir el RH de nadie? Un buen
chaval, algo obsesionado quizás con el reciclaje. Lo separaba todo en cajitas y
bolsitas: plásticos, botellas de vidrio, cartones, basura orgánica. ¡Ojo, que yo
veo genial eso de reciclar, cuidar el planeta y salvar a las ballenas! Pero es que
después acudía a mí a que le echara una mano para depositar todo aquello en sus
respectivos contenedores, que en Edimburgo (todavía en la edad de piedra del reciclado,
incluso hoy en día) se situaban donde Cristo perdió la alpargata (con perdón). ¡Y
hala, cargados como pollinos en busca del arca perdida de la nueva era: el contenedor
de vidrio de color!
Koldo era un muchacho honesto, que trabajaba y estudiaba
para lograr alcanzar sus sueños. Como todos. O al menos como todos aquellos que
tenemos un sueño. Sueño, luego
existo. Un chico con buen corazón, siempre optimista, hablador –algo exagerado
y chulesco, como si en lugar de en Elizondo hubiera nacido en el mismísimo Botxo-
y alegre. Siempre
alegre. Lo recuerdo tal día como hoy hace diez años, vestido de blanco y con el
pañuelo rojo al cuello. “Yo siempre celebro
San Fermín, en Pamplona, Edimburgo o Pekín”, exclamaba. Con dos cojones.
Aquello me hizo sonreir y evocar restos de mi adolescencia en tierras riojanas,
allá en otra vida. Recordar a otro amigo navarro –igual de chulesco− y su grito
de guerra por estas fechas: “¡En San
Fermín, que trabaje la Guardia Civil!”.
Pues eso, ¡Viva San Fermín 2003, 2013!
* Esta fargadita está dedicada a otro buen navarro, JoséLondres.
* Esta fargadita está dedicada a otro buen navarro, JoséLondres.
Hola.
ResponderEliminarSoy Paco Chalmés, community manager de llamagratisacasa.es, un servicio de llamadas desde España al extranjero a bajo coste.
Me ha encantado tu blog. He programado recomendaciones del mismo a nuestros seguidores y he rebotado por primera vez una entrada tuya en nuestro blog, citando la fuente, por supuesto.
Te paso el enlace: http://www.llamagratisacasa.es/f48-viva-san-fermin-7-de-julio-de-2013/
Si tienes alguna reserva al respecto, o quieres hacerme llegar algún comentario, puedes hacerlo en el siguiente e-mail: paco_chalmes@setquinze.com
Muchas gracias y enhorabuena de nuevo por tu blog.