miércoles, 20 de febrero de 2019

F104 - ¡Va por ustedes! (20 febrero 2019)


La pinta de Guinness está fría. Así la prefiero, denominada Extra Cold, más agradable a su paso por la lengua, el paladar y la garganta. Fría y negra, como noche invernal allá en la bella y misteriosa Edimburgo. Fría, negra y coronada por un dedo de blanquecina espuma, pálida corona que alivia el amargo sabor, logrando una mezcla suave y agradable al cielo de la boca, un bálsamo para el alma, un revulsivo para el corazón.

Hoy es veinte de febrero. Otro que tacho del almanaque. Ojalá alcance muchos más. Cierro mis cansados ojos, tras horas de lectura de The Penguin Book of Scottish Short Stories (J.F. Hendry)  ̶  obsequio de despedida por parte  de mis queridos John y Jenny  ̶  bebo un pequeño sorbo, agarrando el alto vaso con ambas manos, concentrado en el gesto, como cuando siendo crío pedía un vaso de agua fresca en el cercano bar, junto a la plazoleta donde jugaba con los amigos, buscando aliviar la sed provocada por tanta carrera tras el balón de cuero, de reglamento lo llamábamos con orgullo, enfundado con la merengue camiseta, 9 a la espalda, como un enclenque, y rubio, Santillana, con gotas de sudor recorriendo mi pequeño encendido rostro, aún ingenuo, inocente y puro; con cuidado, centrado en la tarea, tratando de no derramar ni una gota del refrigerio que casi rebosaba el borde, ante la sonrisa amable y tierna de la señora Charo, dueña del establecimiento, la cual nos trataba como una madre.

Vuelvo a dar otro pequeño trago, mantengo los párpados y los oídos sellados. ¡Va por ustedes!, tal como diría el amigo Steban, allí abajo, en su añorada Sevilla. Va por ustedes, repito en un susurro. Un nudo en la garganta dificulta el paso de la cerveza. No deseo abrir los ojos, no quiero mostrar mis lágrimas, todavía anónimas. No quiero contemplar el careto del camarero, tan español, tan incongruente con mis pensamientos, con el sabor del líquido negro. Black gold, que lo apodarían los siniestros personajes de Irvine Welsh, eternos perdedores con nada más que perder. Fantasmas andantes, por su querido, asimismo repudiado, y peligroso barrio de Leith, territorio de los católicos Hibs. Oro negro, el veneno más suave en su larga lista de vicios y toxinas. Por siempre yonquis, delincuentes, almas perdidas, forever Skagboys, los chicos del caballo. Los esclavos de la heroína. La cara fea de una ciudad escaparate. La bella y la bestia, juntos, inseparables, indivisibles. La vida misma.

Me niego a abrir los ojos, los oídos, la mente, a este aburrido y predecible presente. Huyo de la mera idea de vislumbrar el estúpido concurso que muestran en la media docena de televisores, última generación,  que abarrotan las paredes. No quiero escuchar la salsa, el merengue, el reggeaton, o lo que demonios sea esa empalagosa melodía, acompañada de insoportables voces, que derrama almíbar a través de los bafles, desde las esquinas del techo de este infame tugurio, que tiene la osadía de autocalificarse como Pub Irlandés. ¡Un carajo, pub irlandés! Deberían prohibirles tal denominación, reventarles los grifos de caña, hacer rodar por una ladera sus barriles de cerveza. Ahorcarlos en la plaza pública al amanecer, como hacían hace doscientos años con los criminales (asesinos, brujas, ladrones de cadáveres) frente al edimburgués pub The Last Drop, en pleno Grassmarket. Menuda infamia,  servir Guinness en este cuchitril, mezcla de casino, discoteca latina y taberna de barrio. Tan sólo hubiera faltado que me ofrecieran unas aceitunas para acompañar la oscura birra.

Bebo y bebo y vuelvo a beber, como los malditos peces en el revuelto río navideño, de papel de aluminio. ¡Va por ustedes!, claro que sí. Va por ti, mi entrañable y pícaro John, hermano mío. Va por ti, Jennifer, corazón inmenso. Var por todos ellos, nombres ficticios o reales que atestan una interminable lista, grabada a fuego en mi memoria y que cada noche puebla los recovecos de mis sueños.

Va por ti, Koldo, mi irreductible vasco-navarro, el rey del reciclaje, futuro Lehendakari. Va por Cristina, ambición, tesón y un corazoncito que no conseguía ocultar del todo, Marta, su dulzura gallega y bondad, Luna, su frescura y su risa sensual; Erika, mi amor vikingo, kiwie e imposible;  Sally ,mi dulce Sally, Tobbie, mi payaso favorito, carcajadas compartidas,  Juliette, romance, sueño, manta y Titanic; Esmeralda, su coraje, su hambre de vida, Marina,  lo que no pudo ser y el trenecito de juguete; David, eterno David, Bea, mamá incansable a jornada completa, apoyo y cariño sinceros; Álvaro, risas, carreteras secundarias, forito blanco; Lailai, exótica, tímida y risueña, Rachel, mi querida Rachel, su sonrisa ladeada, diente mellado, y su risotada de muchacho. Clara, su simétrico rostro, ojos de gata, sexy y parlanchina, en su universo paralelo con aroma a Chanel; Hans, hola mi amigo,  descansa, mein freund, descansa. Vera, simpatía y lealtad a raudales, amistad sincera y duradera. Va por todos ellos y tantos más, vivientes, finados, o imaginarios, que cambiaron por siempre mi vida. Abrieron mi pueblerina mente, me descubrieron mundos paralelos, pecaminosos placeres,  me mostraron qué había más allá del pequeño pueblo, más allá de la modesta región norteña. Colmaron mi corazón con su cariño, vivencias, apoyo y compañía.

Veinte de febrero, indeleble efemérides en mi invisible calendario interno. Tatuada a fuego en el reverso del alma. Diecisiete años ya, desde aquella mágica fecha capicúa 20/02/2002, cuando subí a aquel enorme avión blanco, con la maleta abarrotada de ropas, sueños, viandas del terruño, y algún kilo de miedo, que burló mi vigía y se coló adentro.

Veinte de febrero, el cumple de la nena, de mi bichito, que ya no es tan nena. Veintiún inviernos, ese especial aniversario por aquellas verdes tierras (veo ahí mismo a Vicky, preciosa, exultante, irradiando entusiasmo con su vestidito de Princesa de cuento rosa, en la vieja Inglaterra). Felicidades, cariño, ojalá halles tu propio sueño, tu camino, tu particular mágica y hermosa Escocia.

Y va por ti, como no, Lucía, también cumpleañera. Mil besos, mil gracias por aquella electrónica carta, tus animosas y consoladoras palabras, tus buenos deseos y por las risas compartidas, ante heladas Heinecken  en verde botella (con colorada servilleta de papel rodeando el gollete), entre las paredes del piso superior del unediano Bar Parlamento, y por aquel cálido y último abrazo, frente al café Junco, o quizás fue junto al bar Dominó, en vísperas de la capicúa fecha, del viaje vespertino a bordo del autobús VIP (cuero, azafata, prensa y café con pasiegos) a la capital del Reino (Madrid, la de la canción de Sabina, la de mi equipo de infancia),  en vísperas del emocionante vuelo a aquel, por entonces para mí, lejano, romántico e incluso exótico país. 

¡Va por ustedes, queridos lectores!




¡Va por ti, mi Bonnie Scotland!

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