sábado, 28 de enero de 2017

F83 - Un año de condena, (agosto 2016)


Trescientos sesenta y un días.

 A falta de tan sólo cuatro días para cumplir un año de pena. Trescientos sesenta y un días de rutinas vacías, de búsquedas infructuosas, de paseos interminables, de absurdos concursos televisivos donde tiran el dinero a espuertas por un gran agujero. Trescientos sesenta y un días de extractos bancarios deprimentes, una larga enumeración de gastos, una columna desnuda de ingresos. Sin tan siquiera poder permitirme llenar el depósito del destartalado DeLorean –para retornar una vez más al pasado- a pesar de que funcione a base de galosina sin plomo, en lugar de plutonio. Trescientos sesenta y un días sintiéndome inútil, vacío, ajado como un pantalón vaquero mil veces lavado. Sintiéndome incrédulo, ingenuo, novato, a pesar de llevar la mochila cargada de trece años de experiencias en otro país, usando otro idioma, saltando de trabajo en trabajo, de piso en piso, tras haberme relacionado con incontables personas, procedentes de innumerables países. Trescientos sesenta y un días de mentiras, de políticos sonrientes riéndose de todos nosotros desde el otro lado del plasma, dándose besos en la boca y apuñalándose por la espalda, llenando sus exóticas cuentas bancarias con nuestro mundano dinero, levantando muros invisibles, idiomáticos y sectarios, mucho más sólidos y eficientes que los de cemento armado. Trescientos sesenta y un días al fin comprendiendo, y haciendo mío, el mensaje atronador de Reincidentes: “¡Si el INEM te quema, quema el INEM!”. Trescientos sesenta y un días de malos sueños, donde caigo y caigo a través de un oscuro precipicio, despertándome repentinamente, el sudor frío empapa mi espalda, justo cuando voy a estrellarme contra unas rocas con forma de letras, al estilo de Los Picapiedra, dónde se leía: Parado De Larga Duración. Trescientas sesenta y un días sin trabajo, en mi querida, y a veces odiada, España.

Callejeo por mi vieja ciudad, esa pequeña capital de provincia norteña. Recorro su céntrico e identificativo paseo, admirando, una vez más la gran escultura del general a caballo, asombrándome, por enésima vez, del tamaño de los atributos del fiel y bravo equino, sonriendo al evocar la exclamación, tan local, de un viejo amigo cuando le confesé mis planes migratorios aquel lejano 2002: “¡Joder Jorge, tienes más cojones que el caballo del Espartero!”. Me siento tentado de acudir a aquella ETT (Explotándote Tan Tiernamente), si es que todavía existe, de pedir, o suplicar, que me envíen de nuevo al sucio y oscuro Taller de Hombres, para manejar aquellas ruidosas máquinas y levantar de nuevo esas chapas enormes de acero, pesadas como la mala conciencia. Casi puedo ver la sonrisa zorruna del buen hombre que me introdujo en el bello arte de agujerear aquellas planchas metálicas: “Sabía que regresarías, al final todos regresan. Cuarenta y dos años llevo yo dándole a las chapitas”. Tal visión logra que borre mi estúpido gesto risueño, acelere el paso y me olvide de la maldita ETT.

Trescientos sesenta y un días y al fin contemplo la cálida luz al final del tétrico túnel. Como no podía ser de otra manera, en este maravilloso país, gracias al primo del amigo de un vecino, logro estampar mi garabato de firma sobre un contrato, temporal of course. Agarro el bic azul con firmeza, mas mi mano tiembla, ignoro si es por miedo o a causa de la pura emoción. Miro una vez más a la chica al otro lado de la mesa, sigue rellenando papeles, decenas de papeles, estampando sellos, grapando hojas, garabateando sus iniciales con desgana. Pura rutina para ella. Levanta la vista y me sonríe. Me entrega un fino portafolios, de cartón barato: “Jorge, empiezas el lunes”. Y sin más, mira por encima de mi hombro y grita: “¡El siguiente!”.

Tras subir tembloroso y febril a aquel avión en Barajas, un lejano 20-02-2002 (fecha capicúa), con la maleta llena de ropa, sueños, manjares  (y algún que otro miedo), tardé exactamente 4 días en comenzar a trabajar en Escocia.

Después de trece años, en mi retorno, con la mochila atestada de experiencias, currículums, otro idioma, me ha llevado trescientos sesenta y un días empezar a sentirme persona.

Cuatro más trescientos sesenta y uno: un año de condena.