jueves, 20 de febrero de 2014

Pequeña Excepción: Artículo periodístico. La Rioja

Hace tiempo les relaté una historia titulada: 6-"Fecha capicúa, Fecha mágica" (Buscar en Menú).

No anduve yo del todo desencaminado, ni en el título, ni con mi experiencia personal:

Extracto de un artículo publicado en La Rioja.com (20-02-2014). (Por cierto, hoy cumplo 12 años en la Bonnie Scotland). Les dejo con el trozo de artículo:

Ocurrió hace doce años. Aquel 20 de febrero del 2002 pasó a pequeña historia de las curiosidades porque el mundo reparó en una pecularidad que parece casi irrepetible: hubo un momento de nuestras vidas en que las manecillas del reloj se pararon a las 20.02 horas, del mes clasificado como 02 del año 2002, los planetas se alinearon y depararon un momento histórico. No fue la desconcatenación de los exorcismos ni el fin del mundo que profetizaron los indios mayas: sólo una pequeña piedra en el camino que la humanidad salvó limpiamente. De recuerdo, nos quedó una sonrisa.
Su carácter histórico viene dado porque las matemáticas nos tienen enseñado que pasarán más de mil años, como en el bolero, para que los nietos de los nietos de nuestros nietos (o algo así) puedan asistir a un acontecimiento semejante. Un suceso similar al que vivieron nuestros antepasados en otra fecha singular: el 10 de enero del 1001. Así que habrá que esperar ahora nada menos que hasta el día 21 de diciembre del 2112 (ha leído bien) para que a las 21.12 horas de ese día se sepa si se detienen los relojes y nuestra civlización perece.
Para entonces, queda todavía tiempo. Lo más seguro es que no ocurra nada grave, como sucedió hace doce años, cuando sobrevivimos a las tremendas noticias que traía el periódico del día siguiente. El Club Deportivo Logroñés, que aún existía, abandonó el viejo Las Gaunas para siempre y protagonizó su primer entrenamiento en el nuevo estadio, los logroñeses asistían entre impávidos e incrédulos al sainete del puente de Piedra, con sus peñascos de quita y pon, y en los cines de la región se proyectaba la primera parte de Monstruos SA, la primera parte de Ocean´s Eleve y la primera parte de El señor de los Anillos. Como se ve, luego hemos ganado en originalidad. Sólo alguna pequeña cosa se mantiene doce años después: en horario estelar, aquella noche TVE programó.... Cuéntame.


http://www.larioja.com/20140220/local/region/veinte-febrero-201402200947.html

Pronto volveré con una nueva batallita.

miércoles, 19 de febrero de 2014

F64- Besos y lágrimas de Peche Melocotón (enero 2004).

Dicen los sabios en la materia que únicamente recordamos el último sueño. No importa cuántos experimentemos durante nuestro descanso, sólo podremos relatar vagamente el último de la lista, justo tras despertar, antes de que su contenido desaparezca para siempre por el desagüe, arrastrado por el agua caliente de la ducha matutina.

No logro entonces comprender por qué yo recuerdo, con abrumadora nitidez, el que tuve en mi primera noche pasada en el piso de la australiana, Penny. Quizás se deba a su propia naturaleza, pues más que un sueño abstracto se trató de un recuerdo disfrazado de sueño. Un sueño tan vívido por haber sido vivido, de sabor dulzón, envuelto con el rastro amargo dejado por las lágrimas que se filtran por la cavidad interna de la nariz, para morir en el paladar. El desasosiego de una pesadilla, camuflada con sus mejores galas de sueño maravilloso, como un mal presagio, como si Morfeo quisiera haberme advertido a gritos. Pero los gritos siempre son mudos en las pesadillas, incluso el último desgarrador alarido al despertar brota como tímido quejido.

Soñé con ella. No con aquella cuyo aroma se coló en mi maleta, sino con otra ella.

Vestida de blanco, zapatillas deportivas, fajín rojo que se reflejaba en sus encendidas mejillas. Cabello negro y corto, cuyo flequillo, pegado por el sudor, sus finos dedos retiraban una y otra vez con mecánica delicadeza. Sudor que yo ya había probado, posando un beso tímido sobre su desnudo cuello, mientras bailábamos y reíamos al ritmo de ‘La conga de Jalisco’. Para mi sorpresa, giró su rostro, sus grandes ojos castaños sonrieron y sus labios entreabiertos buscaron los míos.

Con su espalda apoyada en la barra del bar, me concedía ofrendas en forma de besos cargados de Peché de melocotón. Un intercambio del helado licor mezclado con cálida saliva, amenizado con un suave contoneo de nuestros cuerpos, al compás de la vieja canción de Gabinete Caligari:

“Bares, qué lugares
Tan gratos para conversar
No hay como el calor del amor en un bar”

Todo ello provocando un terrible enfado en nuestra amiga común, la cual se arrepintió de inmediato de habernos presentado unas horas antes.

De repente todo se torció.

Supimos lo que deseábamos no saber. Conocimos la noticia que egoístamente habríamos elegido ignorar. El final desolador que nadie se atrevió a anticipar en alta voz, pero que todos adivinábamos en nuestro interior.
Bailamos, cantamos, reímos, nos besamos esa bochornosa noche sanferminera, mientras los encapuchados sin alma asesinaban cobardemente la Inocencia, maniatada, de rodillas, en la oscuridad de un bosque.
Aquella temprana madrugada corrimos sobre el húmedo y resbaladizo empedrado, asustados como dos chiquillos extraviados, nuestras manos entrelazadas, tratamos de alejarnos de los gritos y del ruido del correr de la muchedumbre, encontrando al fin cobijo en una callejuela oscura y tranquila, desconociendo si huíamos de la Policía, de los salvajes o del cansado pueblo navarro en busca de justicia, con tintes de venganza.

Nunca más pude degustar el amelocotonado licor.

Desperté sobresaltado, empapado en sudor, con el surco salado de las lágrimas sobre mis mejillas. Miré a mi alrededor desconcertado, perdido por un eterno momento, ignorando si seguía en Pamplona, en Logroño o dónde diablos estaba. Vi las paredes de color melocotón, la foto de mis padres sobre la blanca mesilla de noche, mis cajas aún cerradas apiladas en una de las esquinas del cuarto. Escuché la lluvia torrencial que golpeaba sin piedad la ventana huérfana de cortinas y persiana. La luz amarillenta de la farola cercana me devolvió a la realidad, al presente. Era enero del 2004, me encontraba a salvo en Edimburgo, en mi nueva cama, mi nuevo piso, con mi nueva compañera.

Paredes de color melocotón… ahora lo comprendo todo.