Hace varias semanas lo volví a ver.
Regresaba yo del
cine, de contemplar una de esas películas norteamericanas tan absurdas como
atractivas, donde todo es lujo, chicas bonitas, coches veloces y sonrisas
perladas, donde todo parece caído del cielo y la gente no tiene que madrugar,
hacerse el café con leche con magdalenas y salir al frío del amanecer para
enfrentarse a un nuevo día en el que ganarse las alubias: “Another day, another
dólar Jorge”, me decía el bueno de Mark en aquellos tiempos imborrables de mi
memoria. ‘Another day, another thousand dolars’, imagino que dirán los niñatos
que protagonizaban ese film.
Lo volví a ver.
Sentado dos asientos por delante, en el piso de arriba, en el autobús en que yo viajaba. Inconfundible para mí, con su vieja cazadora
vaquera, más desgastada y descolorida que nunca, sus tejanos y aquel gorro de
lana gris, con el doblez azul oscuro, que siempre le aportó aquel aspecto de
marinero de tierra firme, cubriendo su pelo totalmente blanco, tal y como lo
tuvo siempre, quizás algo más largo, más dejado, como si la jubilación le
hubiese contagiado cierta pereza, al no tener que atender al público, a
aquellos locos estudiantes extranjeros, tras el mostrador de la biblioteca del
Jewel College.
Lo volví a ver.
Su rostro, con surcos marcados por tantos años de
sonrisas y amabilidad, girado hacia la ventanilla, su mirada azul cristalina
perdida en la lejanía, más marino que nunca, como si buscara en el horizonte el
barco que perdió en otra vida, el barco soñado que tal vez nunca existió.
Quizás por eso eligió trabajar en aquel, ya extinto, colegio cuyo edificio
imitaba la forma de un buque gigantesco: con adoquines por madera, cristaleras
por velas.
Un colegio, un edificio, que transporta mi recuerdo a
tiempos todavía más remotos, a otra población costera donde también existía un
edificio con formas de navío: la vieja y acogedora Santurce, la cual me adoptó
en aquellos años de sueños todavía vírgenes, espinillas y madrugadas en vela.
Despertado tal recuerdo, y aprovechando mi escapada a la
vieja patria, desempolvé la carrocería del cansado DeLorean y salté al abismo
del pasado, nervioso, excitado y algo temeroso por lo que fuese a encontrar.
No existía.
Dinamitaron mis recuerdos sin importarles en
absoluto mis sentimientos. Supongo que el progreso, y el paso de la vida, no
entienden de sensiblerías. Lo borraron todo del mapa que conservaba en mi
mente: la alta torre grisácea, donde se ubicaba la residencia estudiantil, había
sido desvencijada, reducida a columnas y espacios abiertos al vacío, abandonada
a medio deshacer, o quizás a medio rehacer, como un inmenso Lego víctima del
aburrimiento de un niño, un esqueleto de un viejo dinosaurio que se resiste a
desaparecer; el acogedor bar gallego, en el que tantos bocadillos de lomo con pimientos
engullí (de aquellos bocadillos reales, de antaño, no las burdas imitaciones
que quieren imponernos ahora) convertido en un bar kebab, atendido por chinos;
mi otro bar favorito, algo más lejos, donde siempre fui bien recibido por los
hermanos Rafa y José (si no mal recuerdo sus nombres), a base de cerveza fría,
Extremoduro y rumbas catalanas, cerrado tras una verja metálica, mugrienta y oxidada, llena de descoloridos grafitis que gritaban, en rojo sangre, contra la
miseria, la injusticia y los chorizos de poltrona.
Dicen que nunca debes regresar al lugar donde fuiste
feliz. Tal vez sea hora de aparcar definitivamente el fiel DeLorean y encarar
el presente, planear el futuro, borrar el ayer.
Pero no todo fue en vano, durante mi fugaz visita a
Santurce y Portugalete (donde comí de miedo) al menos pude poner voz a uno de
mis lectores más fieles. Tal vez la próxima vez también pueda ponerle rostro.
Buenas noches Jorge
ResponderEliminarTan lejos y tan cerca, es lo que tiene transitar por lugares que otrora fueron testigos más o menos pasivos de tus sueños y vivencias.
Lugares y personas a las que amamos y odiamos, que nos hicieron reír y llorar, pero que por encima de todo nunca desfilaron en la tramoya de nuestra vida dejando la indiferencia como sello característico. También para ellos las arenas del tiempo corren implacables dejando cicatrices en la memoria.
Sic transit gloria mundi, ars longa et vita brevis.
Amén, Antxon. Hablaba de ti, por cierto. Maybe next time.
ResponderEliminarDicen que para atrás ni para tomar impulso. Algunos lo llevaríamos a rajatabla con facilidad si no fuera por los recuerdos, que te retrotraen a épocas pasadas, con los ojos de hoy desde como fuimos.
ResponderEliminarLa huída hacia adelante te escupe hacia atrás. Nadar contra las olas tantas veces...
xx
viki
PD. Un pequeño regalo (que nos vale para el tema de los recuerdos) ;)
Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro destello,
que en mi juventud me deslumbraba;
aunque ya nada pueda devolver
la hora del esplendor en la hierba
de la gloria en las flores,
no hay que afligirse.
Porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.
(William Wordsworth)
What though the radiance
which was once so bright
Be now for ever taken from my sight,
Though nothing can bring back the hour
Of splendour in the grass,
of glory in the flower,
We will grieve not, rather find
Strength in what remains behind;
In the primal sympathy
Which having been must ever be;
In the soothing thoughts that spring
Out of human suffering;
In the faith that looks through death,
In years that bring the philosophic mind.
(William Wordsworth)
https://m.youtube.com/watch?v=YOmqJn2I8Mc
Muchas gracias por tu aportación Viki, me ha gustado.
EliminarBuenas noches
ResponderEliminar¡¡Quieta Viki quieta!!, a ver si al pobre fargo le va a caer alguna que otra lagrimilla producto de la nostalgia.
Un saludo Antxon. Suena chungo, espero que no. Por si acaso me quedo quieta jeje.
EliminarPd. Sin nostalgia. Los recuerdos a veces evocan errores, cosas que dan cierta o mucha rabia, tiempo perdido... de esos de los que aprendes. De ahí el comentario; no la poesía, aplicable por ejemplo al recuerdo de personas queridas que ya no están entre nosotros :)
Viki